El Concilio Vaticano II (1962-1965) restauró el diaconado como grado permanente del ministerio ordenado y la posibilidad de ser conferido a hombres casados (LG 29); esta restauración es un don de Dios a su Iglesia. Actualmente, más de 45.000 esposas han aceptado el reto de acompañar a sus esposos en el camino hacia la ordenación diaconal y en el ejercicio del ministerio diaconal.
El hombre cristiano casado que quiere responder a la llamada de Dios accediendo al diaconado, inicia entonces un camino de discernimiento sobre la vocación y su posible concreción; este camino el esposo no lo hace solo, lo hace acompañado de su esposa, en el seno de su familia.
La vocación del esposo deviene una opción de vida fundamental para ambos. En este itinerario, siendo el esposo candidato al diaconado, a la esposa se le pide que dé su consentimiento para que el marido pueda ser ordenado diácono.
El Código de Derecho Canónico lo explicita (canon 1031/2)[1]. Lo recoge el número 37 de las Normas básicas (Ratio) para la formación de diáconos permanentes[2] y muchos Directorios de diferentes diócesis y Conferencias Episcopales. Estos documentos se refieren a la norma canónica en cuanto a requisito legal necesario.
Podemos establecer una analogía entre el sí de Maria (Lc 1,38) y el sí de la esposa para posibilitar la ordenación diaconal del esposo, señalando que hay una profunda relación entre el sí de la esposa expresado en el momento del compromiso matrimonial y el sí que se le pide como aceptación del ministerio diaconal del esposo.
María acepta la voluntad del Señor. Ante lo que es imposible a los ojos humanos, la primera reacción de María es de desconcierto, recelo y miedo. Pero a continuación la confianza en Dios le hace aceptar con humildad y valentía la nueva situación, anunciada por el ángel. Seguramente pensó en las dificultades que su sí implicaría, incluso peligro de muerte; la fe en Dios todopoderoso le hace creer que lo superará porque Dios está a su lado. Su confianza total en Dios hará que su vida sea un sí continuado, expresión de alabanza al Señor y amor.
El sí dado por la esposa para que su marido sea ordenado diácono es un eco del primero. La esposa, en el momento del matrimonio, expresa su sí comprometiéndose a una fidelidad total con el esposo. Su compromiso implica amor mutuo, voluntad de hacer avanzar un proyecto común de vida familiar. La esposa, como el esposo, deja su casa y se abre a la aventura de vivir una vida nueva con la persona amada; el amor no le ahorrará las dificultades, pero hará que se vivan con confianza y generosidad. En el transcurso de la vida, el amor se hace maduro y fecundo.
Así, cuando, al avanzar el camino hacia la ordenación, se le pide a la esposa su conformidad y que firme, si quiere, su permiso para que el marido pueda ser ordenado, este permiso no es solo un requisito canónicamente necesario, sino que es una floración esplendorosa del sí dado en el momento del matrimonio, expresión de un compromiso de amor a Dios y a la Iglesia, recorrido junto al esposo.
Montserrat Martinez, Representante de las esposas en la junta del CID
1 Codi de Dret Canònic, Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1983
2 CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Normas
básicas de la formación de los diáconos permanentes. Ed. Vaticana, 1998