Visita pastoral del Santo Padre Francisco a Pompeya y a Nápoles. Encuentro con el clero, religiosos y diáconos permanentes en la catedral. Sábado 21 marzo 2015.

Discurso pronunciado de manera espontánea por el santo padre

He preparado un discurso, pero los discursos son aburridos. Se lo doy al Cardenal para que os lo haga conocer por medio del boletín oficial. Prefiero responder a algunas cosas. Me sugieren que hable sentado y así descanso un poco. Una religiosa, muy anciana, que está aquí ha venido corriendo a decirme: “Me de la bendición en “articulo mortis”. Y ¿por qué hermana? “Porque tengo que ir a misiones a abrir un convento….”. Este es el espíritu de la vida religiosa. Esta monja me ha hecho pensar. Pero la anciana me dice: “Si, yo estoy en “articulo mortis”, pero tengo que ir a renovar o hacer de nuevo un convento” y se marchó.  Por lo tanto, también yo ahora obedezco y hablo sentado.

Este es uno de los testimonios que tu preguntabas: el de estar siempre en camino. El camino de la vida consagrada es ir a la secuela de Jesús; tanto para la vida consagrada en general como  para los sacerdotes es ir detrás de Jesús; y con ganas de trabajar por el Señor. Una vez – y volviendo a aquello que me decía la hermana- me dijo un sacerdote anciano: “Para nosotros no existe la jubilación y cuando vamos a una casa de reposo continuamos trabajando con la oración, con las pequeñas cosas que podemos hacer, pero con el mismo entusiasmo de seguir a Jesús”. ¡El testimonio de caminar por el camino de Jesús! Es por esto que el centro de la vida debe ser Jesús. Si en el centro de la vida – exagero… pero sucede en otras partes, en Nápoles seguro que no – esta la situación de que yo estoy contra el obispo o contra el párroco o contra aquel cura, toda mi vida está ocupada por esta lucha. ¡Esto es perder la vida! No tener una familia, no tener hijos, no tener amor conyugal, – que es tan bueno y bonito – , para acabar enfrentándonos contra el obispo, contra los hermanos sacerdotes, contra los fieles, con “cara de vinagre”….  esto no es un testimonio.

El testimonio es Jesús, el centro es Jesús. Y cuando el centro es Jesús también existen dificultades, porque las hay por todas partes, pero se afrontan de un modo diferente. Quizás, en un convento la superiora no me gusta, pero si mi centro es la superiora que no me gusta, el testimonio no es bueno. Si por el contrario en el centro está Jesús, rezo por esa superiora que no me gusta, la acepto y hago de todo para que los otros superiores conozcan la situación. Pero la alegría no me la quita nadie: la alegría de seguir a Jesús. Veo aquí seminaristas. Os digo una cosa: si no tenéis a Jesús en centro de vuestra vida retrasad la ordenación. Si no estáis seguros que Jesús está en el centro de vuestra vida, esperad un poco de tiempo para estar seguros. Porque si no, comenzareis un camino que no sabréis como acabará.

Este es el primer testimonio: que se vea que Jesús está en el centro. El centro no son las murmuraciones, ni la ambición de tener un puesto o el otro, ni el dinero – de dinero quiero hablar después- sino el centro debe ser Jesús. ¿Cómo puedo estar seguro de caminar siempre con Jesús? Es su Madre la que nos lleva a Él. Un sacerdote, un religioso, una religiosa que no ama a María, que no reza a la Virgen, diría que no reza el rosario…. si no quiere a la Madre, la Madre no le dará al Hijo.

El cardenal me ha regalado un libro de San Alfonso María de Ligorio, no se si “la Gloria de María”… De este libro me gustan leer las historias de la Virgen que están detrás de cada capitulo. En ellos se ve como la Virgen María nos lleva siempre a Jesús. Ella es la Madre. El centro del ser de María es ser Madre, darnos a Jesús. Y el Padre Rupnik, que hace pinturas y mosaicos tan bellos y artísticos, me ha regalado un icono de la Virgen con Jesús delante de ella. Las manos de Jesús y las manos de María están dispuestas de tal modo que Jesús desciende y con la mano se agarra del manto de María para no caer. Es Ella la que ha hecho descender a Jesús hacia nosotros, es Ella que nos da a Jesús. Para dar testimonio de Jesús y para seguir a Jesús, una buena ayuda es la Madre: es Ella la que nos da a Jesús. Este es uno de los testimonios.

El otro testimonio es el espíritu de pobreza. Esto vale también para los sacerdotes que no hacen voto de pobreza, pero que tienen que tener el espíritu de pobreza. Cuando en la iglesia entran los intereses económicos, tanto en los sacerdotes como en los religiosos, es malo. Yo recuerdo a una gran religiosa, gran mujer, y buena ecónoma que hacia muy bien su trabajo. Ella era integra pero tenía el corazón demasiado atacado al dinero y seleccionaba inconscientemente la gente en función del dinero que tenían. “Este me gusta mas, tiene mucho dinero”. Era ecónoma de un colegio importante e hizo grandes obras, una gran mujer, pero se veía este límite y la última humillación que tuvo esta monja fue publica. Tenía 70 años, más o menos. Estaba en el salón de profesores en un momento de descanso del colegio, tomando café, y en aquel momento le dio un ataque y cayo al suelo. Le dieron unos cachetes para que pudiera volver en si pero no reaccionaba. Una profesora dijo entonces: “métele un billete de “pesos” y veras como reacciona”. La pobre estaba muerta, pero esta fue la última palabra que se dijo de ella cuando todavía no se sabía que había muerto. Un testimonio muy feo.

Los consagrados – sean curas, monjas o religiosos- nunca tienen que ser comerciantes. Pero el espíritu de pobreza no tiene que ser un espíritu de miseria. Un sacerdote que no ha hecho votos de pobreza puede tener sus ahorros pero de un modo honesto y razonable. El problema está cuando se tiene avaricia y se mete en negocios… ¡Cuantos escándalos en la Iglesia y cuanta falta de libertad por el dinero!: “Yo a esta persona le tendría que decir cuatro verdades, pero como es un gran bienhechor”. Los grandes bienhechores tienen la vida que quieren pero yo no tengo la libertad para decírselo porque también yo estoy enganchado al dinero que ellos me dan. Entendéis porque es tan importante la pobreza, el espíritu de pobreza, como dice la primera bienaventuranza: “bienaventurados los pobres de espíritu”. Como he dicho, un sacerdote puede tener sus ahorros, pero no en el corazón, y que sean ahorros razonables. Cuando el dinero esta por medio se hace diferencias entre las personas. Por esto pido a todos de hacer un examen de conciencia: ¿Cómo va mi vida de pobreza, aquello que me viene hasta de las cosas pequeñas? Y este es el segundo testimonio.

El tercer testimonio- y hablo en general aquí para los religiosos, para los consagrados y también para los sacerdotes diocesanos- es la misericordia. Hemos olvidado las obras de misericordia. Quisiera preguntar- no lo haré pero me gustaría – cuales son las obras de misericordia corporales y espirituales. ¡Cuantos de nosotros las hemos olvidado! Cuando volváis a casa coged el catecismo y recordad estas obras de misericordia que son las obras que practican las viejitas y la gente sencilla en los barrios, en las parroquias; porque seguir a Jesús, ir detrás de él, es simple. Cito un ejemplo
que digo siempre. En las grandes ciudades, ciudades todavía cristianas – pienso en la diócesis que tenía antes, aunque creo que en Roma suceda lo mismo, no se en Nápoles, pero en Roma seguro que si – hay niños bautizados que no saben hacer la señal de la cruz. Y ¿dónde esta la obra de misericordia de enseñar en estos casos? “Yo te enseño a hacer la señal de la fe”. Es solo un ejemplo. Pero es necesario retomar las obras de misericordia, sean las corporales como las espirituales. Si tengo cerca de mi casa a una persona enferma y quisiera ir a visitarla, pero al mismo tiempo que tengo esta intención, coincide con el momento de la telenovela, y entre la telenovela y hacer una obra de misericordia elijo la telenovela,  esto no va bien.

Hablando de telenovelas, vuelvo al espíritu de pobreza. En la diócesis que tenía antes había un colegio dirigido por monjas, un buen colegio. Trabajaban mucho. Pero dentro del colegio había un departamento donde vivían las monjas. Esta casa estaba un poco vieja y se necesitaba repararla, y de hecho la reformaron bien, demasiado bien y lujosa; y también metieron en cada habitación un televisor. A la hora de la telenovela no encontrabas una monja en el colegio… Estas son las cosas que nos llevan al espíritu del mundo, y aquí viene la otra cosa que quería decir: el peligro de lo mundano. Vivir mundanamente. ¡Vivir en el espíritu del mundo que Jesús no quería! Pensad en la oración sacerdotal de Jesús cuando reza al Padre: “No te pido que les saques del mundo, sino que los protejas del mal” (Jn 17,15) Lo mundano va en contra del testimonio, mientras que el espíritu de oración es un testimonio que se ve. Se ve quien es el hombre o la mujer consagrada que reza, como también se ve quien reza formalmente y no con el corazón. Son testimonios de gente que se ve. “Yo quiero ser como ese sacerdote, yo quiero ser como esa monja”. El testimonio de vida. Una vida cómoda y mundana no ayuda. El vicario del clero ha subrayado el problema, el hecho – yo lo llamo el problema – de la fraternidad sacerdotal. Esto es valido también para la vida consagrada. La vida sea de comunidad en la vida consagrada, o en el presbiterio, en la diocesanidad que es el carisma propio de los sacerdotes diocesanos, en el presbiterio entorno al obispo. Llevar adelante esta “fraternidad” no es fácil ni en el convento, ni en la vida consagrada, ni en el presbiterio. El diablo nos tienta con celos, envidias, luchas internas, antipatías, simpatías, tantas cosas que no nos ayudan a hacer verdadera fraternidad y así damos testimonio de división entre nosotros.

Para mi un signo que demuestra que no hay fraternidad es la murmuración. Y me permito utilizar esta expresión: el terrorismo de la murmuración, porque aquel que lo practica es un terrorista que arroja una bomba, y destruye quedando el fuera. ¡Si por lo menos hiciese el kamikaze en vez de destruir a los demás! La murmuración destruye y es un signo de la falta de fraternidad. Cuando uno encuentra un presbítero que tiene sus puntos de vista diferentes, porque deben existir puntos de vista diferentes, es normal, es cristiano, pero estas diferencias se tienen que manifestar y decirlas  a la cara con coraje. Si yo tengo algo que decirle al obispo, voy donde el obispo y le puedo hasta decir “Usted es un antipático”, y el obispo debe tener el coraje de no vengarse. ¡Esto es fraternidad! O cuando tienes algo contra una persona y en cambio vas a hablar con otra persona. Hay problemas, tanto en la vida religiosa como en la vida sacerdotal, que se tienen que afrontar, pero solo entre dos personas. En el caso de que no se pueda- porque a veces no se puede – lo dices a otra persona que pueda hacer de intermediario. Pero no se puede hablar contra otro, porque las murmuraciones son el terrorismo de la fraternidad diocesana, de la fraternidad sacerdotal, de las comunidades religiosas. Además, hablando de testimonio: la alegría. La alegría de mi vida es plena, la alegría de haber elegido bien, la alegría de la fidelidad de Dios que veo todos los días. La alegría es ver que el Señor es fiel siempre. Cuando no soy fiel al Señor me acojo al sacramento de la reconciliación. Los consagrados o los sacerdotes aburridos, con amargura en el corazón, tristes, tienen algo que no va bien y deben dirigirse a un buen consejero espiritual, un amigo decirle: “no se que pasa en mi vida”. Cuando no hay alegría hay algo que no va bien. La intuición de la que nos hablaba hoy el Arzobispo nos confirma que algo falla. Sin alegría no atraes al Señor ni al Evangelio.

Estos son los testimonios. Quisiera acabar con tres cosas. Primero, la adoración. “¿Tu rezas? – Si, yo rezo”. Pido, doy gracias y alabo al Señor. Pero ¿adoras al Señor? Hemos perdido el sentido de la adoración de Dios. ¡Se necesita recuperar la adoración de Dios! Segundo: tú no puedes amar a Jesús si no amas a su esposa. El amor a la Iglesia. Hemos conocido a tantos curas que amaban la iglesia y se veía que la amaban. Tercero, y esto es importante: el celo apostólico, es decir la misiónariedad. El amor a la Iglesia te lleva a hacerla conocer, a salir de ti mismo para salir fuera y predicar la Revelación de Jesús. Te empuja a salir de ti mismo y andar hacia otra trascendencia, es decir, a la adoración. En el ámbito de la misionariedad creo que la Iglesia debe caminar un poco mas, convertirse mas, porque la Iglesia no es una ONG, sino la esposa de Cristo que tiene el tesoro mas grande: Jesús. Y su misión, su motivo de existir es evangelizar, es decir, mostrar a Jesús. Adoración, amor a la Iglesia y misionariedad. Esta son las cosas que me han venido de manera espontánea.

(Después de la adoración)

El Arzobispo ha dicho que la sangre se ha licuado solo a medias. Se ve que el Santo nos quiere solo a medias. Debemos convertirnos un poco todos para que nos quiera un poco mas. Muchas gracias y por favor no olvidéis de rezar por mi.

(Nota de aclaración del traductor: La sangre licuada a la que se refiere el Papa es la sangre de San Genaro, obispo mártir del siglo III, que se encuentra dentro de una ampolla en  la catedral de Nápoles. El 19 de septiembre y algunas fechas mas esta ampolla viene expuesta al publico y su contenido negruzco pasa a licuarse creciendo en tamaño y pasando a un color rojo y liquido. Este milagro es muy importante para los napolitanos ya que según su superstición si no se licua la sangre  el año vendrá acompañado de desgracias)

Discurso preparado por el Santo Padre

¡Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes!

Os agradezco por vuestra acogida en este lugar, símbolo de la fe y de la historia de Nápoles: la catedral. Gracias, Señor Cardenal, por haber introducido este nuestro encuentro; y gracias a los dos hermanos que han expuesto sus preguntas en nombre de todos. Quisiera comenzar por aquella expresión que ha dicho el Vicario para el Clero: “Ser cura es bello”. Si, es bonito ser cura y también ser consagrado. Me dirijo primero a los sacerdotes y después a los consagrados.

Comparto con vosotros la sorpresa, siempre nueva, de ser llamado por el Señor, a seguirlo, a estar con El, a ir hacia l
a gente llevando su Palabra, su perdón… Es verdad, es una cosa grande que se nos ha concedido, una gracia del Señor que se renueva cada día. Imagino que en una realidad tan fatigosa como Nápoles, con viejos y nuevos desafíos, se vuelve uno loco por venir al encuentro de las necesidades de tantos hermanos y hermanas. Al final se corre el riesgo de ser absorbidos totalmente. Es necesario encontrar siempre el tiempo para estar delante del Sagrario, quedarse allí en silencio, para sentir sobre nosotros la mirada de Jesús, que nos renueva y nos reanima. Y si estar delante de Jesús nos inquieta un poco, es una buena señal, nos hará bien. Es propio de la oración mostrarnos si estamos caminando por el camino de la vida o por el de la mentira, como dice el salmo (138-24); si trabajamos como buenos trabajadores o nos hemos convertido en “empleados”; si somos “canales” abiertos por los que trascurre el amor y la gracia del Señor o si en cambio metemos en el centro de todo a nosotros mismos, acabando por convertirnos en “pantallas” que no ayudan al encuentro con el Señor.

Además esta la belleza de la fraternidad, de ser curas juntos, de seguir a Jesús, no solos, no individualmente, sino juntos, con una gran variedad de dones y de personalidades, y el todo vivido en la comunidad, en la fraternidad. Esto no es fácil ni inmediato, porque también nosotros curas vivimos en una cultura subjetiva del hoy, que exalta el yo hasta idolatrarlo. Y también existe el individualismo pastoral que lleva a la tentación de ir adelante solos o con el pequeño grupo de aquellos que piensan como yo. Sabemos que todos estamos llamados a vivir la comunión en Cristo en el presbiterio, alrededor del Obispo. Se puede y se deben buscar formas concretas, adecuadas a los tiempos y a la realidad del territorio, pero esta búsqueda pastoral y misionera viene siempre realizada con una actitud de comunión, con humildad y fraternidad.

Y no olvidemos la belleza de caminar con el pueblo. Tengo conocimiento de que desde hace algunos años vuestras comunidad diocesana ha tomado un camino laborioso para el redescubrimiento de la fe, en contacto con una realidad de ciudad que quiere levantarse y necesita colaboración por parte de todos. Por lo tanto, os animo a salir al encuentro del otro, a abrir las puertas y llegar hasta las familias, los enfermos, los jóvenes, los ancianos, allí donde viven, buscándoles, ayudándoles, sosteniéndoles, para celebrar con ellos la liturgia de la vida. Particularmente, será hermoso acompañar a las familias en el reto de la educación de sus hijos. Los niños son un “signo diagnostico” para ver la salud de la sociedad. ¡A los niños no hay que viciarlos, hay que amarlos! Y nosotros sacerdotes estamos llamados a acompañar a las familias para que los niños sean educados en la vida cristiana.

La segunda intervención hacia mención a la vida consagrada y ha mencionado “luces y sombras”. Siempre existe la tentación de subrayar las sombras en detrimento de las luces. Esto nos lleva a plegarnos sobre nosotros mismos, a condenar en continuación, a acusar siempre a los otros. En cambio, y especialmente durante este Año de la Vida Consagrada, dejemos emerger en nosotros y en nuestras comunidades la belleza de nuestra vocación, para que sea cierto que “donde están los religiosos, hay alegría”. Con este espíritu he escrito la “Carta a los consagrados”, y espero que os este ayudando en vuestro camino personal y comunitario. Quisiera preguntaros: ¿Cómo es el clima de vuestras comunidades? ¿Existe esta gratitud, existe esta alegría de Dios que colma nuestro corazón? Si existe todo esto mi deseo de que entre nosotros no haya caras tristes, personas descontentas e insatisfechas, se realiza, porque “una secuela triste es una triste secuela”.

Queridos hermanos y hermanas consagradas, os deseo que testimoniéis, con humildad y sencillez, que la vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo. Un don, no para guardarlo para nosotros mismos, sino para compartirlo, llevando a Cristo a cada ángulo de esta ciudad. Que vuestra cotidiana gratitud hacia el Señor se exprese en el deseo de atraer los corazones hacia El, y de acompañarlos en el camino. Que tanto en la vida contemplativa como en la apostólica podáis sentir fuertemente en vosotros el amor por la Iglesia y contribuir, por medio de vuestros específicos carismas, a la misión de proclamar el evangelio y edificar el pueblo de Dios en la unidad, en la santidad y en el amor.

Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias. Caminemos hacia delante, animados por el común amor por el Señor y pos la santa madre Iglesia. Os bendigo de corazón. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

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