Una teología práctica a partir de relatos de vida

 

Etienne Grieu, S.J.

Profesor de Teología Pastoral del Centre Sèvres, París

Revista Mensaje, octubre de 2009

 

La Iglesia recibe mucho cuando da espacios para que sus miembros cuenten lo que les ocurre: otorgarle importancia a esto podría cambiarla profundamente.

Durante el siglo XX se dio un fenómeno nuevo: un mayor interés por la gente común y corriente. Esto se puede notar en el ámbito de la historia, la literatura, el cine y también de la sociología. Nos interesamos no solo en los grandes actores de la historia (reyes, líderes, gente poderosa) sino también en los campesinos, los obreros. Pienso que podemos ver en esto una buena noticia. Significa que la humanidad, en sus figuras corrientes, se ha convertido en algo interesante. Este movimiento toca también a la teología. Ella empieza a interesarse realmente en las personas comunes a través de la utilización del relato de vida. Es lo que voy a tratar de mostrar aquí.

 

Primero me voy a hacer eco de las investigaciones en el ámbito de la sociología. Enseguida, me referiré a Paul Ricoeur, un filósofo que reflexionó ampliamente sobre la narrativa, y a lo que pasa cuando estamos leyendo la historia de una persona. Por último, trataré de mostrar de qué manera la teología puede utilizar relatos de vida y lo que ello aporta.

 

Fecundidad de los métodos biográficos

El recurso al relato de vida (life history) se encuentra primero en la corriente de lo que se llama “la Escuela de Chicago”. Esta, que se sitúa en el primer tercio del siglo XX, descubrió la importancia de los datos cualitativos, es decir, el valor de lo que dice la gente sobre lo que vive. Aquí estamos en “la sociología comprensiva” (con Max Weber y Georg Simmel, entre otros), opuesta a las corrientes positivistas (que eran fuertes en Francia, por ejemplo) que se inspiran en las ciencias exactas para estudiar la sociedad. Según los positivistas, debe desconfiarse de lo que la gente dice, porque no sabe realmente lo que vive. Son las estructuras sociales las que modelan los comportamientos y la gente no tiene conciencia de ello. Para la sociología comprensiva, en cambio, es interesante lo que las personas dicen porque da una información que no se puede conseguir de ninguna otra forma, vale decir, nos informa sobre la manera de entender y dar sentido a lo que ellas viven. También esto serviría para confrontar sus interpretaciones con las del sociólogo.

El proyecto de la Escuela de Chicago apuntaba a aclarar las interacciones entre los individuos y su entorno social. El sujeto es visto como alguien que recibe, naturalmente, influencias de su medio. Pero no las sufre de manera meramente pasiva. Se apropia de su realidad, la construye por partes. Por eso, el informador debe ser considerado como alguien que tiene su propia manera de ver lo que vive, las realidades que encuentra. La Escuela de Chicago dio nacimiento a numerosos estudios en los cuales el interés estuvo puesto especialmente en los medios sociales cerrados que son difíciles de entender. Por ejemplo, se publicaron estudios sobre el gueto, el vagabundo o la pandilla. La obra más conocida es El campesino polaco en Europa y en América (cinco volúmenes publicados entre 1918 y 1920) donde sus autores, William Thomas y Florian Znaniecki, utilizan el relato de vida. En 1961, Oscar Lewis publicó Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana, que ha sido un best-seller de la literatura sociológica.

El trabajo a partir del relato de vida no consiste en focalizarse en la experiencia interior, sino intentar entender los contextos sociales que conoce la gente a través de su  experiencia. Es decir, tal relato ayuda a describir contextos sociales a partir del conocimiento que tienen quienes viven en esos ámbitos. Otros señalan que tal relato permite algo más: interesarse en lo que provoca dicho contexto social en la gente. Así, el relato de vida se utiliza no solo para hacer descripciones exteriores, pues también se emplea para ver cómo los actores sociales reaccionan frente a sus situaciones. En este caso, el interés no está puesto únicamente en la exterioridad ni solo en la interioridad, sino en la ida y venida entre los dos, es decir, entre lo que ocurre y las elaboraciones que hace la gente para integrar las novedades y hacer con todo esto un mundo sensato. Una tercera manera de utilizar los relatos de vida subraya que ellos permiten dar expresión a las críticas de parte de la gente, pues registran las reivindicaciones de las personas. Esta perspectiva supone que el individuo no es únicamente un producto de estructuras sociales, ya que tiene la capacidad de analizarlas y criticarlas.

 

El aporte de Paul Ricoeur

Los trabajos de los sociólogos que utilizan los relatos de vida se apoyan en reflexiones filosóficas, entre las cuales se deben mencionar las de Paul Ricoeur porque tratan directamente de la narratividad tanto desde el punto de vista del que cuenta su historia como del que lee la historia de otra persona.

Ricoeur presenta el relato como lo que permite, a través de una intriga, anudar elementos muy discordantes: acontecimientos, circunstancias, actores, intenciones, interacciones, decisiones, efectos inducidos y muchas cosas que son los ingredientes de toda narración. Por ejemplo, la parábola del hijo pródigo contiene todo esto: personajes que actúan, a veces se oponen, encuentran situaciones nuevas donde no saben cómo actuar, etc. La intriga se presenta como una pregunta. En el caso de la parábola, esta sería: ¿qué va a pasar entre el padre y sus hijos después de la partida del más joven? La intriga es una interrogante y, por eso, abre una tensión. No logramos satisfacción mientras no tenemos respuesta (es lo que llamamos “el suspenso”). Nos gusta oír historias porque estas nos hacen desear conocer su desenlace. La intriga, entonces, a través de esta tensión, ofrece la posibilidad de unir los diferentes componentes de una narración. Por eso, Paul Ricoeur habla del relato como de una “concordancia discordante”[1] que busca operar una “síntesis de la heterogeneidad”[2]. Esta dialéctica que caracteriza el relato vale también para el personaje, es decir, para el que es presentado como el actor. Para él también se pone la cuestión de su unidad y de las tensiones que lo embargan. Cito a Ricoeur: “La persona, entendida como personaje del relato, no es una entidad separada de sus ‘experiencias’. Al contrario, ella comparte el régimen de la identidad dinámica que pertenece a la historia contada. Construyendo la historia contada, el relato construye la identidad del personaje, identidad que se puede llamar identidad narrativa[3].

¿Qué pasa cuando le pedimos a alguien que cuente su historia? Lo ponemos frente al desafío de encontrar y mostrar lo que unifica esta historia. La cuestión del desenlace se pone de manera especial para el narrador porque, por supuesto, él no conoce el fin de
su historia. Entonces, además del suspenso que abre toda narración, se pone aquí otro suspenso: ¿podrá encontrar él un desenlace para su vida?, y ¿un desenlace feliz? Existirá la tendencia a organizar su relato alrededor de una intriga, la que permitirá llegar a un punto en que todas las tensiones de su historia puedan unificarse. Cuanto más pueda ver un punto de llegada, más podrá mostrar las tensiones de su vida. Al revés, en la medida en que no se pueda ver ninguna resolución al final de su historia, esta no podrá ser contada. Podemos agregar también que presentar un desenlace totalmente cumplido equivaldría a afirmar que no esperamos nada más de nuestra propia existencia. Sería decir que hemos terminado de vivir, que ya nuestra vida está cumplida, que ya estamos muertos. Entonces, pedirle a alguien contar su historia, es proponerle hacer de las muchas cosas que le ocurrieron un conjunto que tenga coherencia, sin esconder el hecho de que su itinerario tendrá para él algo de enigmático. Es proponerle arriesgarse a desvelar cuál sería el punto de llegada de su historia, cuál es el horizonte en que él inscribe su vida para que ella pueda tener sentido.

A partir de aquí se puede percibir la importancia que tiene, para el ser humano, el acto de contar. Es valioso para la relación consigo mismo, para aclarar la propia identidad; vale para dar sentido a lo que ocurre; vale también para el vínculo entre las generaciones, para que se pueda trasmitir algo; vale, por último, para abrirse a otras realidades, otras maneras de ver. Podemos también presentir que el relato nos lleva hasta cuestiones últimas: ¿qué cumplimiento podemos esperar para nuestra vida, para las de los que conocemos, para nuestro mundo? Por eso, debemos contarlo como algo que pertenece a lo que nos constituye como seres humanos. Como lo dice Ricoeur: “No tenemos ninguna idea de lo que sería una cultura donde ya no se supiera lo que significa contar[4].

 

¿Qué promesas hay para la Teología?

El relato de vida puede ser útil de diferentes maneras en teología. Voy a presentar tres posibilidades.

En primer lugar, todo esto es pertinente para la teología pastoral. Esta recibe mucha ayuda de los métodos cualitativos utilizados por la sociología comprensiva. Entre estos instrumentos, el relato de vida permite entender mejor lo que desean las personas, cómo ven las cosas o cómo reaccionan, y también ayuda a hacer propuestas para que la pastoral llegue hasta ellas.

Muchos desafíos pastorales quedan sin soluciones porque no se hacen investigaciones serias que pudieran esclarecer en algo las necesidades de la gente. Un ejemplo: vemos desde hace mucho tiempo que las iglesias evangélicas adquieren cada vez más fuerza. Y ha sido así no solo en América Latina, en realidad, sino en todos los Continentes. Para entender esto, podría ayudar mucho escuchar a las personas que se han convertido a estas iglesias, tomarse el tiempo para que desarrollen sus historias de vida. Sin embargo, poco se sabe de investigaciones de este tipo. Entonces, sin ellas, aportamos  explicaciones a partir de lo que creemos haber entendido. Pero no es seguro que nuestras ideas apunten a la verdad. Podrían ser juicios rápidos que calmaran nuestras inquietudes, pero falsos.

 

Así es como, en el caso de los cristianos evangélicos, a veces decimos que son personas que buscan un lugar cálido, que sienten nostalgia por las pequeñas comunidades donde cada uno es tomado en cuenta o que necesitan cosas espectaculares para conseguir emociones fuertes. Concluimos a menudo que son formas regresivas que no tienen ningún futuro y que van a decaer por sí mismas.

Perozcuando los miembros de estas iglesias nos cuentan sus historias, se descubren aspiraciones bastante diferentes. Hice una pequeña investigación con únicamente tres personas (la que solo vale para plantear hipótesis y no para llegar a conclusiones seguras)[5]. De todas maneras, me sorprendió mucho porque la gente no me contó lo que yo esperaba oír. Lo que las personas destacaron primero fue la felicidad de ser amadas personalmente por Jesucristo y tenerlo como guía para ir adelante en la vida. Entonces, lo que vino al primer plano fue una experiencia espiritual más que la búsqueda de un refugio. Cuando esto se cruza con investigaciones sociológicas, nos damos cuenta de que la predicación evangélica capta muy bien lo que el individuo necesita en las  sociedades actuales, que son muy demandantes: exigen que él sea responsable de sí mismo, que tenga iniciativa, que sea creativo, eficaz, flexible, competitivo, etc. Las iglesias evangélicas permiten que sus miembros encuentren un apoyo real, a través de Jesucristo, para que cada uno se maneje bien en medios ambientes bastante difíciles. Entonces, no son formas regresivas (aunque se las pueda encontrar también), sino que ellas se adaptan muy bien al contexto moderno.

Entender esto puede ayudarnos para reaccionar frente al desafío que nos ponen. Más que imitar la calidez de las comunidades evangélicas, lo importante es ofrecer realmente a los católicos la posibilidad de hacer una experiencia espiritual, es decir, encontrarse con Jesucristo de tal manera que no estén solos para enfrentar las dificultades de la vida y que puedan oír los llamados de Dios. Cuando llegamos a hacer esto en nuestras comunidades, ello da más frutos que en las iglesias evangélicas porque no nos contentamos con la dimensión personal de la fe, sino que esperamos que el crecimiento espiritual se dimensione también a escala de la comunidad, es decir, del barrio o de la ciudad, o donde sea que vivamos. Entonces, la pregunta también es: ¿dónde se esconde Jesús el Cristo en este barrio? ¿Dónde Dios nos llama a encontrarle en este lugar?

Así, pues, pienso que el desafío de las iglesias evangélicas nos empuja a vigilar la dimensión espiritual de todo lo que hacemos. Escuchar a la gente puede ayudar a no equivocarse.

Existen investigaciones con relatos de vida referidos a otras cuestiones importantes, como la pastoral juvenil. Tener también algunos relatos sobre temas como la pastoral de los sacramentos o celebraciones en las que participa gente alejada de la Iglesia  (bautismo, matrimonio, funerales), podría servir a los pastores para entender qué busca esa gente que pide estas celebraciones sin ser firmemente adepta a la Iglesia.

Es interesante también escuchar los relatos de aquellos que hacen un feliz itinerario en la fe, como los catecúmenos, los cristianos que tienen responsabilidades en la Iglesia, los miembros de movimientos o de comunidades, etc. De esta manera se muestran caminos por los cuales el Evangelio habla a la gente de hoy y la anima.

Pero confinar el uso del relato de vida solo al tema de la pastoral significaría reducirlo a un instrumento que puede ayudar a volverse más eficaz, pero que no agrega nada para la inteligencia de la fe. Sería quedarse con una visión de la fe que piensa que ella se reduce a una creencia dogmática que no puede recibir nada de lo que los creyentes viven. Pero esto es olvidar que la experiencia de los cristianos participa de la revelación. Hemos recibido los evangelios a tra
vés de relatos de vida: de Jesús, de los apóstoles, de los discípulos, de Pablo, Pedro, Santiago, etc. Entonces, podemos ver también cómo los relatos de vida pueden ayudar a la reflexión teológica más clásica.

 

Relatos de vida y cuestiones teológicas clásicas

La perspectiva de encontrar aportes a la teología a partir de relatos de vida puede hacernos entusiasmar al pensar que por fin la teología se va a interesar más en la experiencia de la gente. Pero no es tan simple. Porque se plantea el siguiente problema: ¿cómo vamos a pasar de la narración a un estilo literal bastante diferente, es decir, a un estilo que emplea argumentos, necesita conceptos y obedece a la forma de un discurso lógico?

Aquí es donde la reflexión de Ricoeur puede ayudarnos. Hemos visto que los relatos no son solamente desahogos, sino una operación bastante más compleja y sutil en la cual alguien reúne los elementos de su vida para inscribirlos en un horizonte de sentido que lo sobrepasa. Es también por esto que el lector puede entrar en el mundo que se despliega frente a él. Leer en esta perspectiva hace caminar hacia lo que Paul Ricoeur llama la orientación del texto. Esto permite darnos cuenta por qué podemos pasar de un estilo narrativo a una reflexión de tipo conceptual y argumentativo: un relato quiere hacer una propuesta de sentido y nos propone recobrarlo.

Por lo tanto, un relato de vida rara vez ofrece una teología completa, es decir, no pretende decir la última verdad sobre la vida. Esto por una razón bastante sencilla que ya hemos visto: cada relato, en cuanto nos habla de parte de la vida de una persona todavía viva, no puede pronunciarse de manera definitiva sobre la verdad de la vida. Una narración de este tipo, entonces, solo esboza un fin; no puede dibujarlo de manera definitiva. Si el narrador es un creyente, él hace una apuesta sobre el desenlace de su historia. Tiene confianza en que todo el bien y la felicidad que ha visto en su vida pueden prevalecer, mientras que el recelo, la mentira y la violencia experimentados no tendrán la última palabra. Por eso podemos decir que el creyente lee el desenlace último de su vida a la luz de la buena noticia que dice que la destructividad y la mentira no pudieron prevalecer en la pascua de Jesucristo. Esto nos autoriza a leer el relato de vida del creyente a la luz del Evangelio, a la luz de otros relatos bíblicos, y también a entender la buena noticia a la luz de ese relato.

Leer la buena noticia a la luz de las narraciones de gente que vive hoy, significa hacer un trabajo que ayude a refrescar las formulaciones tradicionales de la fe. No es que vayamos a dar una versión nueva de esta, sino que van a aparecer acentos nuevos.

Esto supone un discernimiento. Primero, en la lectura de los relatos de vida, para apuntar hacia los que serían los combates espirituales que se pueden reconocer, y segundo, en la lectura de la Biblia, para buscar relatos que pudieran vibrar de la misma manera. Entonces, significa buscar resonancias entre los relatos de hoy y los relatos bíblicos.

Cada tipo de texto tiene su propio régimen de preguntas y de respuestas. Por eso, no es justo decir que busquemos respuestas en la Biblia para los interrogantes que los demás encuentran en la vida. En esta encontramos preguntas y esbozamos respuestas. En la Biblia también encontramos preguntas y, en la fe, podemos creer que, con la muerte y la resurrección de Jesús, Dios ha dado una respuesta definitiva. El creyente puede, por su propia cuenta, reconocer cómo Dios trabaja sus preguntas y perspectivas, si las confronta con lo que provoca en él la lectura de la Biblia. Pero esto no se puede establecer desde afuera. Cuando se utiliza la Biblia para dar respuestas inmediatas a las interrogantes de nuestros contemporáneos, sentimos en seguida que es artificial (por eso, no hice una flecha directamente entre los dos tipos de textos). Mucho mejor es escuchar la resonancia entre preguntas y respuestas en ambas clases de relatos, resonancia que permite establecer vínculos entre ellos.

Para lograrlo, se necesita una ida y venida entre la lectura de relatos de vida y de historias bíblicas. Doy un ejemplo a partir de mi tesis:

—Leer de manera muy precisa los relatos de vida (con un grupo, tanto mejor).

—Formular una pregunta (que es un combate espiritual) que parece surgir a menudo en los relatos de vida. Por ejemplo, de parte de las personas que yo encuesté, volvió mucho la pregunta: ¿cuál es mi papel en el mundo, cómo puedo yo aportar algo propio? Es al mismo tiempo la cuestión de la identidad —¿quién soy yo?— y de la posibilidad de ser sujeto, es decir, de expresar la singularidad que soy yo.

—Escuchar en los relatos de vida cómo responden a esta pregunta. Lo que surge a menudo, al final de estos relatos, sobre la cuestión de la identidad, son expresiones como: “Todo lo que soy yo, lo debo a todas las personas que he encontrado, que me han aportado mucho”.

—Escuchar cómo esta cuestión resuena en la Biblia (por ejemplo, en el relato de Jacob, donde se puede seguir a un hombre que busca su propia identidad; también en la figura de Jesús en el Evangelio de Marcos, donde se encuentra la cuestión de su identidad).

—Encontramos también en la Biblia respuestas a estas cuestiones; a menudo, no se dicen de manera conceptual, sino con símbolos. Por ejemplo, aquí sería el símbolo de la filiación.

—A partir de esto, podemos proponer leer de manera nueva lo que significa ser hijo o hija de Dios: no es solo una relación directa con Él, sino que pasa por todos los vínculos a través de los cuales puedo decir que he recibido la vida. Entonces, el símbolo “ser hijo de Dios” o “nacer de Dios” toma un sentido nuevo: es también una manera de acoger la vida por la parte de todos aquellos que me han llamado o que todavía me llaman.

—Y en la Biblia el vínculo con Dios nunca se puede separar de las relaciones con los demás. Entonces, a partir de este punto, podemos ir de nuevo a escuchar los relatos de vida de las personas y ver cómo hablan de las relaciones con los demás. Cuando se trata de lo que es primordial en su vida, la gente habla mucho de sus relaciones con otras personas, especialmente relaciones difíciles, porque hubo malentendidos, competencia, conflictos. Son vínculos muy difíciles porque cada vez que se dan abren la cuestión de la identidad: hay personas que pueden sentirse cuestionadas a tal punto de ya no ver que haya sitio para ellas. Pero, a veces, por ejemplo, han superado estas dificultades con el perdón.

—Podemos aquí ir de nuevo a la Biblia y mirar qué tuvo que ver la violencia con Jesús. En términos bíblicos, es la cuestión de la salvación. Cuando leemos lo que ocurre en la pascua, se puede ver cómo Jesús se pone a sí mismo (se entrega) en las manos de los demás y en las manos de Dios.

—A partir de esto, podemos proponer una formulación nueva de lo que puede significar la salvación para nuestros contemporáneos: significa cesar de focalizarse sobre la cuestión de la propia identidad para dejarla en las manos de los demás y en las manos de Dios. Ser salvado, en esta perspectiva, se puede reformular para dejar la cuestión de
su identidad a fin de confiarse en los demás y, a través de ellos, en Dios. Esto significa también vivir el conflicto de tal manera que ya no sea una lucha hasta la muerte, sino un combate para acoger nuevas identidades.

Y podemos seguir así con este tipo de ida y venida entre lectura de experiencias de hoy y lecturas bíblicas.

 

El recurso al relato de vida en la pastoral

No quiero terminar sin evocar una tercera manera de recurrir al relato de vida en la teología. Toca al ámbito de la formación de los miembros de la comunidad cristiana.

Hemos visto que cuando alguien cuenta su historia (puede ser solamente una parte de su historia, a veces, muy pequeña), se encuentra frente al desafío de descubrir qué podría ser lo que unifica su vida. Ello puede ser difícil y, por eso, tenemos la tentación de cerrar nuestra historia para que tenga sentido. Pero el creyente está llamado a dejar su historia abierta. Los relatos bíblicos le ayudan porque muestran caminos abiertos que tienen una promesa. Entonces, cuando el creyente cuenta su historia, puede ser para él una ocasión de dejar la historia en suspenso. Es decir, dejar el punto final para Dios. Y esto invita a vivir de otra manera la propia vida: cada vez menos como algo que yo conduzco solo, y más como algo que se inventa con los demás y con Dios.

Es decir, la evangelización puede pasar también por el ejercicio de contar la propia historia, o parte de esta. Y una comunidad cristiana es también un lugar donde se escuchan relatos de vida por parte de los demás. Por eso, en la historia de la Iglesia, siempre han tenido importancia las historias de vida. Podemos pensar, por ejemplo, en la Biblia: en gran parte, son historias de vida; también en la importancia que le da la Iglesia a la vida de los santos[6].

Para concluir, quiero subrayar que dar importancia a los relatos de vida podría cambiar profundamente a la Iglesia. Porque ello muestra muy bien que la vida de cada creyente tiene un color y un sonido singular. Este sonido tiene que ver con el don de Dios. Significa que la Iglesia recibe mucho por parte de Dios cuando da lugar a que sus miembros cuenten lo que les ocurre. Invita a cuidar mucho a cada persona como alguien que tiene un tesoro: algo único que es sí mismo y que también es un regalo de Dios, que puede compartir con sus hermanos y hermanas.



[1] Paul Ricoeur: Temps et récit, I. L’intrigue et le récit historique. París, Le Seuil, coll. “Points Essais”, 1991, páginas 86 a 92.

[2] Paul Ricoeur: Soi-même comme un autre. París, Le Seuil, coll. “Points Essais”, 1996, páginas 168 y 169.

[3] Ibid., página 175.

[4] Destacado del autor. Paul Ricoeur: Temps et récit,II. La configuration dans le récit de fiction. París, Seuil, coll. “Points”, página 58. Ricoeur alude aquí a la idea, expresada por Walter Benjamin, de que nosotros entramos en una era donde el relato no tiene lugar sino es en el espacio de compartir.

[5] Etienne Grieu: “L’essor des Eglises évangéliques, un révélateur”. Christus, octubre 2008, páginas 480 a 488.

[6] Nés de Dieu, Itinéraires de chrétiens engagés, Essai de lecture théologique, Paris Le Cerf, 2003.

 

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