Un saludo especial desde Cuba a todos los diáconos y candidatos al diaconado

Secretario Ejecutivo Comisión Nacional del Diaconado

de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC)
y Referente Nacional del CIDAL en Cuba
Camagüey, Cuba, 1º de agosto de 2012
diaconomigue12@arzcamaguey.co.cu

Queridos hermanos diáconos:

En la celebración del Día del Diácono, fecha en que la liturgia celebra la Fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir, que dio su vida bajo la persecución de Valeriano, quiero saludar a cada uno en nombre propio y en nombre de los diáconos cubanos, con una pequeña reflexión, que quisiera sirviera de impulso renovador de nuestro ministerio para una conversión más profunda a Cristo y por razón de la gracia de nuestra ordenación a Cristo Siervo.

El Concilio Vaticano II restauró el Diaconado de forma permanente, con la novedad de acoger al estado clerical a hombres casados, ya que habían pasado más de mil años en el que este grado del sacramento del orden solo se daba a hombres célibes como tránsito al grado de presbítero. No han sido pocas las dificultades que en todos estos años se han tenido que soslayar o asumir, fruto del suceso que es para la comunidad cristiana la presencia de un hombre que lleva en sí la doble sacramentalidad: el matrimonio y el orden, llegando a entenderse en ocasiones el diaconado desde el punto de vista de las funciones, mirándosele desde lo que se hace y no advirtiéndole como sacramento que actúa en el diácono por lo que es y no por lo que realiza.

Pero han sido estas dificultades e incomprensiones, no siempre exentas de sufrimientos, las que han permitido a muchos diáconos confirmarse en el amor a Cristo y a su Iglesia y renovarse en su vocación de servicio.

El diácono: un hombre de Iglesia

La vocación auténtica al diaconado se da en un hombre que lleva en sí un amor profundo por la Iglesia, por la comunidad a la que pertenece y por la Iglesia Universal, de manera que sintiendo el llamado del Señor a evangelizar y a servir a sus hermanos lo hace desde su condición de hombre de fe y práctica cristianas, esta es la base que nos sustentará como cimiento firme en una y otra ocasión cuando necesitemos regresar a las motivaciones originales, a la experiencia fundante. La comunidad espera de nosotros, a imagen de san Lorenzo, un amor auténtico por el Santo Padre, y también un cariño sincero por nuestros obispos y por nuestros sacerdotes; espera que seamos capaces de generar entre diáconos una fraternidad fundamentada en Jesús, presente en medio de nosotros, y que seamos capaces de amarles como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, hasta el extremo de dar su vida por ellos.

El diacono un hombre de familia

Teniendo en cuenta que el diaconado permanente -fundamentalmente no únicamente- lo recibimos hombres casados, podemos decir que en estos casos el Señor llama desde un sacramento anterior, pero no sobrepone un sacramento a otro, sino por el contrario, nos regala una realidad que nos permite ostentar la gracia de la doble sacramentalidad: la del matrimonio y la del orden; gracia que nos impulsa a una vivencia del don del servicio comenzando en el hogar, donde se da el espacio pleno para testimoniar «el no haber venido a ser servido, sino a servir» y desde donde, implicando a nuestra esposa, podremos testimoniar lo que es propio del sacramento del matrimonio: el amor de Cristo por la Iglesia, precisamente desde el servicio mutuo.

Los hijos vienen a ser para nosotros, junto con nuestra esposa, la oportunidad de contribuir a la sociedad en la educación de nuevas generaciones de buenos cristianos y honrados ciudadanos, capaces de incorporar el servicio como una dimensión característica de su cotidianeidad. El diácono, además, con su esposa y familiares convivientes fortalecerá el testimonio de una Iglesia domestica como lo propone el propio Concilio Vaticano II «En esta [la familia] como Iglesia doméstica los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno y con especial cuidado la vocación sagrada.»

El diácono: un ministro

La Lumen Gentium en su número 29 nos dice: «Fortalecidos, en efecto, con la gracia del sacramento, en comunión con el obispo y sus presbíteros, [los diáconos] están al servicio del Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad».

En el pasado II Congreso Latinoamericano de Diaconado Permanente, celebrado en Brasil, afloró la realidad de un desequilibrio en la praxis de las tres dimensiones del ministerio, advirtiéndose la tendencia de minimizar uno, por enfatizar otro, de acuerdo a lo que cada grupo consideraba más oportuno para su realidad, no obstante como fruto de la reflexión y el diálogo se abrió paso la única verdad: la práctica equilibrada del ministerio integra los tres ámbitos en igual medida por estar, como enseña el Magisterio de la Iglesia, indisolublemente ligados al quehacer del diácono.

El ministerio de la Liturgia.

Es ejercido en la celebración de los sacramentos y sacramentales y en una cuidadosa y constante celebración de la Liturgia de las Horas; ya desde los primeros siglos los diáconos teníamos un lugar en las celebraciones del culto. En la Eucaristía está la cumbre y la fuente de toda la vida cristiana, es la que nos inserta de forma vital en el misterio pascual de Jesucristo muerto y resucitado presente y operante en los sacramentos de la Iglesia. Participando en la Santa Misa nos configuramos, de una mejor manera con Cristo Siervo, además de presentar en el altar como oblación agradable a Dios todo nuestro quehacer diaconal, en la liturgia el servicio encuentra su fuente y en el servicio la liturgia encuentra su eficacia. Toda la acción litúrgica debe ser un impulso para la acción y en ella recoger el compromiso diario. Debemos procurar en el ministerio litúrgico una sensibilidad hacia lo que celebramos, manifestada exteriormente en el recogimiento adecuado, en el desempeño correcto de las funciones y en el cuidado de la dignidad de los ornamentos litúrgicos. El servicio litúrgico es la acción que convierte en oblación toda la vida de servicio de los diáconos.

El ministerio de la Palabra

En el rito de la ordenación diaconal, después que hemos sido revestidos con los ornamentos propios de este orden nos arrodillamos ante el obispo, que nos entrega el libro de los Evangelios y nos dice: «Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees, enseñar lo que crees y vivir lo que enseñas».

El ministerio de la Palabra no queda confinado al momento de la proclamación del Evangelio en la celebración, estamos llamados a un testimonio de hombre que escucha esta Palabra, que la proclama y la hace vida, tenemos que intuir, con el auxilio del Espíritu Santo, la grandeza y la amplitud de este camino de servicio, precisando su fin específico: la realización del Reino de Dios en nuestro mundo hoy. Nuestra identidad de servidores de la Palabra nos tiene que configurar como ministros cristianos con un estilo que nos lleve a vivir inmediatamente de un modo determinado, convirtiéndonos en otro Cristo servidor, plasmando en la comunidad un talante que despierte una nueva cultura iluminada por la Palabra de Dios, y la Tradición Apostólica de la cual también somos custodios y transmisores cuando proponemos integral y fielmente el misterio de Cristo.

El ministerio de la caridad.

Podría parecer el ministerio de la caridad el servicio ministerial más importante, si bien no lo es, pues forma parte de los tres ámbitos del ministerio diaconal que conforman el servicio de la triple diaconía, sin embargo, asumiendo modalidades múltiples para poder resolver las diversas necesidades de la comunidad cristiana y permitir a ésta ejercer su misión de caridad, de algún modo refleja de una mejor manera el quehacer diaconal en la Iglesia.

El servicio de la caridad lo realizamos en nombre de Cr
isto, y no solo tiene como objetivo paliar la situación concreta del necesitado, tiene además, que servir para que todos los miembros de la Iglesia se involucren y participen en la vida de diaconía de la comunidad, un proceder diferente puede llevarnos a un protagonismo exclusivo que rompería los lazos de comunión con el obispo, los presbíteros y la comunidad toda. La caridad no solo es dar al necesitado, es aquella virtud que nunca pasará experiencia inmediata de la primera comunidad cristiana, que tiende a la reciprocidad y engendra la comunión fraterna y la comunión de bienes.

Los pobres, los marginados, los necesitados, tienen que ser para nosotros diáconos la razón de nuestra consagración, y a imagen de san Lorenzo tenemos que considerarles la riqueza de la Iglesia. Cuenta la tradición que urgido san Lorenzo por el pagano alcalde de Roma a entregar las riquezas de la Iglesia, pidió tres días, reunió a enfermos, ciegos, leprosos, sordos y gente en extrema pobreza mostrándolos como el más genuino capital de la comunidad cristiana.

Conclusión

Resuenan aún los ecos del II Congreso del Diaconado Permanente celebrado en Sao Paulo, Brasil: «Los diáconos apóstoles en las nuevas fronteras». Estamos inmersos en la tarea de la Nueva Evangelización impulsada por el beato Juan Pablo II y animada por el Santo Padre Benedicto XVI, descubriendo, a la luz del Espíritu, aquellas realidades «nuevas fronteras» de nuestro continente que necesitan ser iluminadas con la luz de Cristo, estas realidades que no nos son ajenas, que comienzan en el seno de nuestro hogar, están día a día en la vida de nuestras comunidades y esperan por nosotros para comenzar a transformarse en realidades nuevas. Ánimo y adelante, el que nos eligió está siempre con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo, nos ha dado a María Santísima como Madre y como modelo excepcional en el cumplimiento de la voluntad de Dios, y ella hoy desde el cielo cuida de nosotros.

«La esperanza cristiana nos sostiene en nuestro compromiso a fondo para la nueva evangelización […] y nos lleva a pedir como Jesús nos ha enseñado: Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»

No quiero concluir sin saludar también a los candidatos al Diaconado y a sus familias, exhortándolos a una formación espiritual e intelectual sólida que les permita ser instrumentos dóciles y formados en las manos del Señor para el servicio de la humanidad.

Un fuerte abrazo para todos y una sencilla oración desde el corazón por cada uno, por sus familias y comunidades. ¡Felicidades en el día de San Lorenzo!

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