“Queremos ser discípulos y hermanos, testigos y servidores”

Mensaje de los sacerdotes de la Arquidiócesis de Córdoba a la comunidad cordobesa

 

Aquidiócesis de Córdoba

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor, Córdoba, Argentina, 6 de junio de 2010

www.arzobispadocba.org.ar

 

1. Discípulos entre los discípulos

 

En esta celebración del “Corpus Christi”, al término del Año Sacerdotal y en el marco de la celebración de los Bicentenarios de la Patria (2010-2016), los sacerdotes de Córdoba, junto con nuestro Arzobispo, Carlos José Ñáñez, queremos compartir una palabra fraterna al Pueblo de Dios y a la ciudadanía.

 

Deseamos involucrarnos y comprometernos con las personas que nos rodean, con el tiempo que nos toca protagonizar y con la realidad en la que estamos inmersos. No podemos, ni sabemos todo. Nos sentimos llamados a hacer caminos con otros y junto a otros: somos parte, compartimos los anhelos y sufrimientos de nuestro pueblo. Nos sentimos hermanos de todos. Felices al sabernos hijos de Dios junto con todos. Nos reconocemos discípulos y servidores, peregrinos con las mismas dudas y temores, las mismas preguntas y errores, esperanzas y sueños de tantos otros.

 

Como muchos, estamos en búsqueda y no tenemos todas las respuestas ni las soluciones. Estamos empeñados en descubrir cómo Dios nos quiere sacerdotes hoy, en los actuales y desafiantes escenarios. Intentamos ser fieles y felices; vivir la fraternidad; aceptar la diversidad eclesial y sacerdotal, fortaleciendo la comunión por sobre las diferencias, el afecto por sobre la competencia, el reconocimiento por sobre la descalificación. Todos necesitamos de todos: también nosotros. Somos hermanos y ciudadanos, inmersos en una historia que nos convoca a todos.

 

A pesar de la intemperie que golpea, sentimos el impulso de caminar juntos. En medio de desánimos y tentaciones, profesamos la alegría de ser creyentes y sacerdotes. El Dios que una vez nos llamó, continúa llamándonos para el servicio de todos. En la mesa del altar, el Pan de Dios, de la Iglesia y de los hombres nos enseña a tomar la propia vida entre las manos, compartirla y entregarla como Jesús (cf. Mt 26,26). Deseamos seguir sirviendo a esta mesa que sacia el corazón, que nos iguala y nos hermana. Ella nos invita a hacer memoria agradecida y esperanzada; memoria arrepentida y reconciliada; memoria comprometida y constructiva.

 

2. Memoria agradecida y esperanzada

 

Con memoria agradecida y esperanzada recordamos que nuestra Patria Argentina se forjó con el aporte de muchos sacerdotes, religiosos, religiosas, hombres y mujeres cristianos comprometidos con la causa de la independencia nacional. En tiempos difíciles, el pueblo cristiano supo mantener y transmitir la fe, como valioso tesoro de nuestro patrimonio. Recordamos con gratitud a quienes nos precedieron en el camino: Esquiú, Brochero, Angelelli, Pironio y una inmensa “muchedumbre de testigos” (Hb 12,1). El testimonio de sus vidas nos compromete y nos alienta en la esperanza.

 

Damos gracias al Señor por la Iglesia particular en la que vivimos; por el Arzobispo Carlos José, que es nuestro padre, hermano y amigo; y por el camino pastoral que transitamos. Agradecemos a tantos hermanos y hermanas que nos manifiestan su sincero e incondicional cariño, y por la mirada de fe que tienen para con los sacerdotes. Agradecemos, especialmente, a quienes rezan por nosotros, nos alientan, nos sostienen, nos acompañan, nos comprenden, nos perdonan y nos ayudan. Nos alegramos por trabajar junto con ellos. Bendecimos la vida de cada uno y de nuestras comunidades, sus logros, los caminos del diálogo y la construcción entre todos de una Iglesia que integra, en comunión y participación la riqueza de su diversidad. Agradecemos los dones de los demás, como regalos de Dios para todos. Valoramos la capacidad de superación de los problemas y la esperanza realista de nuestra gente, que sostiene los esfuerzos en medio de las dificultades y desazones.

 

Admiramos, especialmente, la presencia silenciosa y fecunda de tantos hermanos sufrientes y vulnerables, olvidados y desprotegidos, que confían en la paternidad de Dios. De ellos recibimos una fuerza y un aliento reconfortante, para no desanimarnos aún en medio de las tribulaciones (cf 2Cor 4,8-9). Nos enriquecen con su pobreza y nos enseñan con sus vidas que la fecundidad es sólo de Dios (cf. 1Co 3,7-10). Aprendiendo de ellos, queremos vivir el ministerio sacerdotal como colaboradores de Dios, servidores de los hermanos. Queremos bendecir y no maldecir; alegrarnos con los que están alegres y llorar con los que lloran; poniéndonos a la altura de los más humildes; procurando hacer el bien; tratando de vivir en paz con todos (cf. Rm 12,14-18), siguiendo el camino de los discípulos de Jesús.

 

Como argentinos y cordobeses, tenemos también parte en el camino de la Patria, con sus luces y sus sombras. Hacemos memoria agradecida por el país que somos y por el que estamos llamados a construir. Reconocemos con agradecimiento la honestidad silenciosa y trabajadora de la mayoría de nuestro pueblo, sus valores, su solidaridad, su empeño esforzado por salir adelante en medio de las crisis, a pesar de todo, buscando un futuro más digno.

 

3. Memoria arrepentida y reconciliada

 

Nuestra memoria, además, quiere ser arrepentida y reconciliada. Queremos sabernos y sentirnos perdonados. Queremos pedir perdón por nuestra falta de diálogo y comunión; por nuestra actitud distante, aislada e indiferente; por querer tener la “última palabra” y por nuestro modo de vivir acelerados, “sin tiempo&#82
21; para los demás; por hacer sentir a los demás que les hacemos un favor. Muchas veces somos duros, estructurados, intolerantes, impacientes. Nos hacemos cargo también de nuestra falta de testimonio y de oración, de afecto cálido y desinteresado, de genuina amistad y gratuidad. Nos avergüenzan nuestras incoherencias que no podemos defender, ni justificar; y nos duelen las tensiones, divisiones, conflictos, situaciones dolorosas y escándalos que los sacerdotes protagonizamos. No queremos ser cómplices, ni mirar “para otro lado”.

 

Nos ha tentado, muchas veces, el poder, que es una especie de idolatría y esclavitud, de vanidad y pretensión desmedida. Queremos servir con humildad. Nuestro ministerio es “lavar los pies a los hermanos” como hizo el Señor Jesús (cf. Jn 13,35). Queremos ayudar a construir una Iglesia cada vez más fiel a su Maestro, creíble, samaritana y cordial, con la autoridad de la cercanía, la simplicidad y la entrega de un amor sincero.

 

Reconocemos nuestros límites y errores porque no siempre hemos velado por los derechos de los más frágiles y excluidos, los desamparados, pobres, débiles y sufrientes. Jesús está en ellos y no lo hemos contemplado ni servido. Pedimos misericordia por las ofensas cometidas y por las faltas de caridad como pastores. Reconocemos nuestras tibiezas ante las exigencias de la justicia y la falta de valentía para la denuncia, nuestras mediocridades y mezquindades.

 

Deseamos, humildemente, que nos perdone el Señor y su Iglesia, y también ustedes, nuestros hermanos y hermanas del camino, ustedes que conocen nuestras fortalezas y flaquezas y que, a pesar de conocerlas, nos comprenden, nos ayudan y nos quieren. Ustedes saben que nosotros somos “barro” y que el “tesoro” sólo es de Dios (cf. 2Co 4,7). Ustedes nos ayudan siempre a descubrir que Dios es amor (cf. 1Jn 4,8). Confiamos en que nos ayuden a vivir la dinámica de una constante conversión al Evangelio.

 

4. Memoria comprometida y constructiva

 

Nuestra memoria también quiere ser comprometida y constructiva. Nuestra condición de argentinos y ciudadanos nos hace sentirnos implicados y partícipes de la suerte de nuestro pueblo. Somos hijos de este suelo y de este cielo. Somos corresponsables de los éxitos y fracasos de nuestra Patria. Estamos convencidos de que podemos imaginar una Argentina distinta y contribuir a ella, cada uno, desde su lugar. La celebración de los Bicentenarios es una oportunidad para mirar con lucidez el pasado, discernir el presente y, superando irresponsabilidades, rivalidades y antinomias, construir el futuro que esperamos. Nos animan a ello, las destacadas figuras que hicieron posible la libertad que tenemos en la Argentina.

 

Deseamos sumar desde lo que somos para la construcción de nuestra Patria en el Bien Común, la tolerancia, el diálogo y el respeto, aportando en el campo de la educación, la familia, la juventud, la justicia, la cuestión social, la institucionalidad democrática y la cultura del trabajo.

 

Queremos comprometernos como sacerdotes y ciudadanos desde lo concreto y cotidiano, a acortar las distancias, acercándonos a los que están al borde del camino y a los que están “afuera”, a los que se han quedado parados, a los que permanecen lejos, a los que nos miran desde los umbrales. Queremos desentrañar el potencial humanizante del Evangelio, animando un camino de inclusión social, trabajando por la diversidad y la participación ciudadana para todos los argentinos. Tenemos hoy la oportunidad de crecer y de afianzarnos en el aprendizaje de las responsabilidades cívicas, aprendiendo de la historia, incluso la más reciente.

 

Deseamos comprometernos como cristianos y sacerdotes en la edificación de una Iglesia para todos, respetuosa de las diversidades, en una comunión sin fronteras. Ansiamos compartir con los demás nuestro ser y nuestra vida, nuestro tiempo y trabajo, anunciarles a Jesús y su Evangelio de libertad, de amor y de vida plena para todos.

 

Anhelamos vivir una fraternidad sacerdotal que sea estímulo vocacional para otros. Los jóvenes que hoy se deciden a seguir el llamado de Jesús nos recuerdan que también nosotros fuimos un día seducidos por el Señor (cf. Jr 20,7) y nos hacen ver que, a pesar del tiempo y del cansancio del camino, esa gracia continúa ardiendo en nuestro interior.

 

En esta hora de Córdoba y de la Patria, en este tiempo del mundo y de la Iglesia, entregamos nuestra memoria agradecida, arrepentida y comprometida a Dios y a todos ustedes, poniéndonos en las manos de María, la Madre que siempre acompaña los sueños y desvelos, logros y fracasos, gozos y lágrimas de los discípulos de su Hijo:

 

Madre de Dios y Madre nuestra, abriga con tu manto nuestra intemperie, alivia con tu caricia nuestros cansancios. Tu mirada nos ayuda y nos alumbra, nos sostiene en la esperanza. Creemos que a partir de la Resurrección de Jesús, definitivamente, la vida y el tiempo tienen una única dirección: hacia delante, hacia el amanecer de un futuro mejor para todos. “¡Hay que seguir andando nomás!”. María, acompaña y alienta el caminar de nuestro pueblo. Amén.

 

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