Prólogo del Papa Francisco al libro del diácono italiano Enzo Petrolino "El Diaconado en el pensamiento del Papa Francisco. Una Iglesia pobre para los pobres"

En estas últimas décadas, la Iglesia ha vivido un extraordinario crecimiento espiritual y pastoral, debido a la recepción en profundidad de los documentos del Concilio Vaticano II. Han sido publicados muchos documentos pontificales – a partir del Beato Pablo VI, San Juan Pablo II, hasta el Papa Benedicto XVI – los cuales explicaron el Concilio en más detalles. En este contexto, el diaconado permanente ha recuperado las raíces de su presencia en la comunidad de los creyentes y también en el tejido social más amplio, adquiriendo por un lado la conciencia de su papel de servicio a Cristo y a los personas y recibiendo, por otro lado, un nuevo ímpetus mediante las orientaciones proporcionadas por el Magisterio durante estos años a la reflexión eclesial común.

Por la presente quisiera darle las gracias al autor Enzo Petrolino, Presidente de la Comunidad del Diaconado en Italia, quien quiso recabar, con vistas al Jubileo de los Diáconos que se celebrara el próximo 29 de mayo en el marco del Año Santo, mis textos relativos al diaconado, tanto aquellos del periodo de mi misterio episcopal en Buenos Aires, como los más recientes que he publicado como Obispo de Roma.

Es interesante y necesario analizar hoy en profundidad el desarrollo del diaconado permanente, desde su renovación hasta el presente – para comprender mejor su camino, mediante una interpretación que utilice toda la riqueza doctrinal, pastoral y exhortativa que ha caracterizado los discursos y las varias declaraciones dirigidas por los Pontífices, en varias ocasiones, a los diáconos del mundo entero, en estos años post-conciliares.

La Iglesia encuentra en el diaconado permanente la expresión y, al mismo tiempo, el impulso vital para que se convierta ella misma en señal visible de a diaconía de Cristo Siervo en la historia de los hombres. La sensibilidad hacia la formación de una conciencia diaconal puede ser incluso considerada el motivo fundamental que debe permear a las comunidades cristianas.

El servicio del ministerio diaconal encuentra su identidad en el acto de evangelizar, como lo decía Juan Pablo II en una homilía del año 1979, dirigida a un grupo de nuevos diáconos y haciendo memoria de la fórmula de entrega del libro de los Evangelios durante la ordinación: «Recibe el Evangelio de Cristo, del que ahora eres heraldo. Cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas». De modo que estáis llamados a llevar las palabras de los Hechos de los Apóstoles en el corazón. En vuestra calidad de diáconos habéis llegado a quedar asociados con Pedro y Juan y todos los Apóstoles. Ayudáis en el ministerio apostólico y participáis en su proclamación. Como los Apóstoles, también vosotros os debéis sentir impulsados a proclamar la resurrección del Señor Jesús de palabra y con obras. También vosotros debéis experimentar la urgencia de hacer el bien, de rendir servicio en el nombre de Jesús crucificado y resucitado, de llevar la Palabra de Dios a la vida de su pueblo santo.

Por lo tanto, como escribía en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium , ¡es bueno que sacerdotes, diáconos y laicos se reúnan periódicamente para encontrar juntos los recursos que hacen más atractiva la predicación!

Otro aspecto importante es el de la oración por las vocaciones. Todos los fieles deben asumir sus responsabilidades relativas al cuidado y al discernimiento de las vocaciones, incluso en lo que se refiere al ministerio diaconal. Cuando los apóstoles buscaban a uno que asumiese el lugar de Judas Iscariota, Pedro congrego a ciento veinte hermanos (cf. Hch. 1,15); y para la vocación de los siete diáconos, se convocó al grupo de los discípulos (cf. Hch. 6,2). Hoy también, la comunidad cristiana está siempre presente en el brote de las vocaciones, en su formación y en su perseverancia (cf. EG 107).

Además, toda la diaconía de Iglesia – de la cual la ministerial es señal e instrumento – tiene su corazón pulsante en el Misterio Eucarístico y se realiza, en primer lugar, en el servicio a los pobres que llevan en sí mismos el rostro de Cristo sufriente. El diácono Lorenzo, que era el ecónomo de la Diócesis de Roma, cuando el emperador le pidió que le trajera las riquezas de la diócesis para pagar algo y salvarse la vida – muestra a los pobres. Los pobres son la riqueza de la Iglesia. Si tienes un banco tuyo, si eres propietario de un banco, pero tu corazón es pobre, no está apegado al dinero, será siempre un corazón al servicio de otros. La pobreza es este tipo de desapego para servir a los necesitados, para servir a los otros.

Por lo tanto, una Iglesia pobre y para los pobres. Ya conté que, durante mi elección, tenía a mi lado, al Arzobispo emérito de San Pablo y también Prefecto Emérito de la Congregación para el Clero, el Cardenal Hummes. Cuando fui elegido Papa, él me dio un abrazo, me besó y me dijo: “¡No te olvides de los pobres! ”Y en seguida, pensando a los pobres, me vino a la mente San Francisco de Asís. Y así me vino también al corazón el nombre: Francisco de Asís, el cual, según la tradición, fue diácono. Para mí, él es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que quiere y cuida la creación. Es el hombre que debe inspirar a los diáconos.

Durante las diversas etapas del camino diaconal en estos años, el Magisterio Pontificio ha dejado una huella a la vez aclaratoria y estimuladora con respecto a la fiel obediencia y a la alegría que deben acompañar la misión del diácono en la Iglesia y en el mundo de hoy, ampliando las directrices indicadas por el Concilio, su alcance y sus horizontes de acción.

Quienes trabajan para la promoción del ministerio diaconal y quienes lo ejercen, podrán encontrar, en las diversas obras del autor publicadas por la LEV y particularmente en los documentos recopilados en el Enchiridion, ideas interesantes para una mejor comprensión y para la profundización-incluso en el sentido pastoral- de la identidad y del papel de los diáconos permanentes en este tiempo que estamos viviendo.

El ministerio diaconal, por tanto, ha de ser visto, como parte integrante del trabajo realizado por el Concilio con el fin de preparar a la Iglesia, en su integralidad, para un renovado apostolado en el mundo de hoy. Los diáconos pueden ser definidos-y con razón-como pioneros de la nueva civilización del amor como le gustaba decir a Juan Pablo II. Es éste mi anhelo, mientras les deseo a todos una buena y fructuosa lectura.

Ciudad del Vaticano, el 31 de julio 2017

Francisco

 

Enviado por: Diácono Enzo Petrolino

 

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