Tercera Catequesis del Jubileo de los diáconos. Diácono José Espinós: “El diácono, imagen de la misericordia para la promoción de la nueva evangelización en el campo laboral”

“El diácono, imagen de la misericordia para la promoción de la nueva evangelización en el campo laboral”

Adjuntamos el guión de la tercera catequesis pronunciada por el diácono  José Espinós dentro del  Jubileo de los diáconos en este año de la Misericordia. 

La primera catequesis se refería al área familiar, la segunda al ámbito pastoral y esta ultima desarrolla lo relacionado con el campo laboral.  

 El diácono: imagen de la Misericordia para la promoción de la Nueva Evangelización en el campo laboral

Introducción

Vengo a unirme al gozo de este Jubileo de la Misericordia convocado por el Santo Padre, como diácono casado ordenado hace 31 años. Vengo de la Diócesis de Morón, ubicada en el Gran Buenos Aires, República Argentina.

Traigo la alegría y la esperanza de los diáconos de América Latina de sentirnos discípulos misioneros de Jesucristo y de formar parte de los ministros de la Iglesia enviados por Ella a Evangelizar a nuestros hermanos, a anunciarles que Dios nos ama, que nos acompaña en la tribulación y que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas.[1]

 Qué nos movió a venir a Roma

Vinimos a la sede de Pedro para entrar por la Puerta Santa y dejarnos abrazar por la misericordia de Dios. Vinimos a experimentarla aquí, junto al Apóstol, en este año de gracia y de renovación espiritual.[2] Y porque estamos convencidos que, como dice el Papa Francisco, “la misericordia es el fundamento mismo de la vida de la Iglesia”.[3]

Vinimos a comprometernos a ser más misericordiosos con quienes convivimos, como el Padre lo es con nosotros,[4] y a dar testimonio de nuestra vocación y servicio en medio de las más diversas realidades laborales.

También vinimos a dialogar con otros diáconos del mundo sobre la riqueza que el Señor le dio a nuestro ministerio, porque nos hizo dispensadores de su misericordia dentro y fuera de la estructura de la Iglesia.

 Familia y trabajo

Sabemos que el trabajo es sagrado, que da dignidad a una familia y que debemos rezar para que no falte en ninguna de ellas. En una de sus catequesis sobre la familia, Francisco insistió en que el trabajo es sagrado, expresa la dignidad de la persona humana y fortalece fundamentalmente a la institución familiar; …debemos rezar para que no falte el trabajo a ninguna familia. La falta de trabajo –dijo- “daña al espíritu, como la falta de oración daña la actividad práctica”[5].

El Evangelio nos muestra a la Sagrada Familia de Nazaret como una familia de trabajadores y nos dice que a Jesús mismo lo llamaban el ‘hijo del carpintero’ o incluso ‘el carpintero’ (cf. Mc 6, 3). Los latinoamericanos valoramos la familia como uno de los tesoros más importantes de nuestros pueblos. De ahí el interés de nuestros obispos por esta realidad.[6] Porque es en la familia donde se aprende la cultura del trabajo con el ejemplo de los padres.

En el Documento de Aparecida, nuestros obispos nos piden a los diáconos un testimonio evangélico y un impulso misionero para que seamos apóstoles en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestras comunidades y en las nuevas fronteras de la misión[7].

Ministros y trabajadores

La mayoría de los diáconos compartimos el ejercicio del ministerio y el trabajo civil. El Señor nos llamó un día para que, configurando nuestro corazón al suyo, fuéramos sus ministros misericordiosos, no sólo de los que creen en Él, sino también de aquellos a los que hay que ir a buscar, construyendo puentes, porque todavía hay muchos que no lo conocen.

Por eso necesitamos orar como Él, sentir la misericordia del Padre y disponernos a curar el corazón de nuestros hermanos.

En nuestra ordenación, el Señor nos encomendó la personificación oficial, pública y jerarquizada del servicio de la Iglesia, es decir, ser sus testigos y ministros en todas partes, dentro y fuera de la Iglesia. Por eso nos identificamos con Él, que muestra la ternura entrañable del Padre que es rico en misericordia.

Sabemos perfectamente que la diaconía es un elemento constitutivo y esencial del ser de la Iglesia y que la razón de su existencia no es ella misma, sino que está para servir a los demás, por medio de todos sus hijos, especialmente por sus ministros ordenados. La diaconía, en fin, nos mueve a sentir toda la grandeza del lavado de los pies.[8]

Por otra parte, la Iglesia no nos confirió el orden sagrado para que lo ejerzamos en algunos horarios o en algunos días de la semana. Somos diáconos las 24 horas en la familia, en la Parroquia, en el trabajo y hasta cuando descansamos. Toda nuestra vida es servicio.

En nuestras profesiones, artes y oficios, pasamos gran parte del día, casi toda la semana, junto a nuestros compañeros y superiores. Es posible que algunos de ellos no reconozcan nuestra condición de ordenados, como le sucedió a la gente de Nazaret, la ciudad donde creció Jesús, que estaba admirada por la belleza de sus palabras, pero no podían aceptarlo como maestro y mucho menos como Mesías, porque era uno más del montón. Era el hijo del pobre carpintero José y pertenecía a una familia humilde del pueblo.

A raíz de nuestra convivencia con otros trabajadores, acostumbramos a tener ‘olor a ovejas’.[9] Y esto no nos resulta extraño, porque en el sentido laboral, nosotros también ‘somos ovejas’. Sin embargo, nuestra actividad laboral tiene un significado diverso a la de nuestros hermanos laicos[10] que, por su misión específica, están “llamados de modo particular a hacer que la Iglesia esté presente y operante en aquellos lugares y circunstancias, en las que ella no puede ser sal de la tierra sino por medio de ellos”.[11]

Pero tarde o temprano, vemos cómo algunos acuden a nosotros por nuestra condición de consagrados, necesitados de una palabra orientadora o simplemente de alguien que los escuche. Nunca debiéramos mostrarnos ante ellos como superiores, como que estamos capacitados para enseñarles, sino más bien como hermanos comprensivos.

A veces nos encontramos con quienes tienen una imagen errónea de Dios. Piensan que Dios es justiciero, que no tiene interés en ocuparse de nuestras cosas. No saben que Jesús vino a decirnos que Dios es un Padre bueno, que se conmueve y se alegra cuando acudimos a Él, que está preocupado por nosotros día y noche y que le interesa mucho nuestro bien.

Las injusticias en el ámbito laboral

En el mundo laboral no faltan los conflictos, las injusticias, los insultos y las intolerancias.

La mayoría de los diáconos trabajamos en empresas, fábricas y comercios. Como gran parte de la población, especialmente en América Latina, vivimos a diario en medio de conflictos, como la precariedad laboral, la desocupación como una “verdadera calamidad social”,[12] la baja remuneración y el trabajo en negro[13].

Con frecuencia nos vemos obligados a aceptar contratos de empleos temporales ‘hasta antes del verano’, para no tener derecho a cobrar el descanso de las vacaciones, o no nos dan el merecido día de reposo semanal.

Debido a la falta de trabajo, no pocos de nosotros somos inducidos a jubilarnos anticipadamente. Sufrimos estas injusticias junto a nuestros compañeros de trabajo. Con ellos, a veces sentimos con impotencia que se nos roban la esperanza y la dignidad. Pero al mismo tiempo que padecemos estas dificultades, sabemos que la Iglesia, de la que somos ministros ordenados, fue convocada por el Señor a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres”[14] ante las “intolerables desigualdades sociales y económicas”[15], que “claman al cielo”[16].

El Papa Francisco nos advierte que “el orden justo de la sociedad y del Estado es una de las tareas principales de la política” y no de la Iglesia. Pero la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia.”[17]

Ministerio y cruz

Sabemos que no hay diaconía sin cruz. Y que la cruz es siempre fuente de amor.  Así como Jesús “vino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mc. 10,45), también nosotros hemos sido enviados por Él a anunciar su Palabra donde nos encontremos o trabajemos. Nuestra condición de trabajadores y ministros facilita su presencia misericordiosa en este ámbito tan particular, aunque es verdad que muchas veces este ejercicio informal de nuestro ministerio nos demanda algunos sacrificios.

Francisco nos recuerda que el sufrimiento pastoral nos hace misericordiosos[18], porque además de padecer nosotros las vicisitudes propias de nuestros trabajos, se nos arruga el corazón al ver cómo impactan en nuestros compañeros las mismas injusticias.

A veces no somos tenidos en cuenta o nos rechazan a causa de nuestra condición de diáconos. En tal circunstancia, recordemos siempre el ejemplo de Jesús que “cuando lo insultaban, no respondía con insultos; al sufrir no amenazaba, sino que confiaba su causa a Dios, que juzga justamente” (1Pe 2,23).

Viene ahora a mi memoria la acertada imagen que nos diera Francisco sobre la Iglesia como ‘hospital de campaña’[19]. Son muchas las heridas físicas y morales que padecen nuestros compañeros y que requieren nuestra atención, como hizo el buen samaritano (cf. Lc. 10,25 y ss). Desde esta perspectiva, la misericordia ‘cura heridas’. Por eso, en nuestros trabajos convivimos con los ‘internos’ de esos ‘hospitales’, nuestros compañeros, muchos de ellos lastimados y olvidados de la sociedad.

Jesús se conmovía con los que vivían “como ovejas sin pastor” (Mt. 9,36). En este, como en tantos otros pasajes del Evangelio, no observamos que broten de Jesús palabras de desprecio ni de condena, sino sólo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión. Nosotros también, al ver tanta demanda de misericordia en nuestros hermanos ¿cómo no vamos a unirnos a sus sufrimientos y ser misericordiosos con ellos? ¿Cómo no imaginar nuevas formas para poder evangelizarlos ahí mismo, en el campo de batalla, cuando todavía quedan lejos el templo y la institución eclesial?

Nuestro mayor logro será hacer visible a nuestros compañeros el amor misericordioso del Padre, especialmente a los más descreídos, producir su encuentro con Jesús y convertirlos en sus discípulos misioneros. San Juan Pablo II decía que es urgente una mayor y más directa presencia de los diáconos permanentes en los distintos ambientes sociales, como el de la familia, del trabajo, etc.[20] Y los obispos latinoamericanos nos recuerdan que “el discípulo y el misionero promueven la dignidad del trabajador y del trabajo, el justo reconocimiento de sus derechos y deberes, desarrollan la cultura del trabajo y denuncian toda injusticia”[21].

 Quiero agradecer al Señor la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia que, con sus enseñanzas, ilumina nuestro ministerio y nos suscita esperanza en medio de las situaciones más difíciles.[22] Ella tiene como centro la dignidad de la persona humana y busca en todo momento defenderla y dar principios que ayuden a su crecimiento.

Del trabajo enseña que es un derecho fundamental, un bien para el hombre[23], y que tiene como fin su propia realización.[24] Por eso, la Iglesia espera de nosotros que profundicemos y difundamos su doctrina social.[25]

El trabajo y la misericordia

El ejemplo del Señor nos debe impulsar a nosotros, diáconos, a descubrir la misericordia de Dios Padre en nuestras vidas. Si tuviéramos de veras esa experiencia, nos nacería espontáneamente un impulso agradecido y un fuerte deseo de practicar la misericordia con los demás. Es como decir: si Dios ha sido tan bueno conmigo, ¿cómo yo no voy a ser tan bueno con los demás? No me nace por obligación sino por gratitud.

Mientras preparaba estas líneas, me llamó mucho la atención los ejes diaconal y laboral de la espiritualidad de los religiosos de la Pía Sociedad de San Cayetano.[26]

Veinticinco años antes del Concilio, su Fundador, Don Ottorino Zanon[27], abordó las diferencias y la complementariedad de los ministerios sacerdotal y diaconal para llegar mejor a todas las áreas pastorales. Decía que el diácono debe vivir y trabajar junto con el sacerdote en la comunidad, en un ambiente de fraternidad e igualdad, conformando una conducción comunitaria de la pastoral, pero centrando su servicio misionero tanto en el mundo del trabajo como entre los pobres.

Valoro la visión que Don Ottorino tenía del diácono y que nos la dejó en su Carta de Fundación, considerándolo un signo sacramental de la misericordia del Señor, ‘puente’ que une a la Iglesia con el mundo y especialmente con el mundo del trabajo.

Los diáconos tenemos clara conciencia de que somos Ministros de la misericordia, porque antes de serlo fuimos tocados por la misericordia del Padre, cuando nos llamó gratuitamente a vivir la vida apostólica, asociándonos aún más a su Hijo Jesús.

Por eso, cuando me pregunto ¿con qué ojos debiéramos mirar a las personas, situaciones y conflictos en que nos vemos involucrados? o ¿cómo tratar a quienes no comparten nuestra fe? o ¿con qué actitud deberíamos llevar la Buena Noticia de Jesús a nuestro ámbito laboral?, no encuentro otra respuesta que ‘con un corazón misericordioso’, que se estremece ante el sufrimiento y se hace cargo de la fragilidad de nuestro prójimo; porque sabemos muy bien que la misericordia restaura todo y devuelve a las personas su dignidad original, porque lo que hemos recibido gratis, debemos entregarlo gratuitamente (cf. Mt. 10,8).

Un criterio pastoral que nos repite una y otra vez el Papa Francisco, en relación con la misericordia, es la necesidad de la cercanía, la proximidad, la empatía; de estar siempre dispuestos a eliminar distancias, a propiciar el acercamiento, a derribar muros. ¿Hasta qué punto vemos y nos conmueven las heridas, las dificultades, las angustias y necesidades de nuestra gente? A un buen pastor no le debe ser extraño o desconocido nada de lo que pasa y se vive a su alrededor.

La cercanía y proximidad con nuestros compañeros resulta una excelente ocasión para que, si no todos, al menos algunos de ellos, colaboren con nosotros en el ministerio de la misericordia, como enseña el Concilio, “el apostolado de los laicos y el ministerio pastoral se complementan mutuamente”.[28] Porque forma parte de nuestra misión pastoral “reconocer y promover los ministerios, los oficios y las funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y además, para muchos de ellos, en el Matrimonio.” [29] Esta coordinación con nuestros compañeros podría ampliar de manera muy eficaz y creativa la presencia de la misericordia en nuestro ambiente laboral.[30]

Por eso, frente a la Puerta Santa de la Misericordia, podemos preguntarnos: ¿nos desempeñamos verdaderamente como ministros de la misericordia? Estamos llenos de misericordia cuando celebramos bautismos, bodas y sacramentales? ¿Nos interesamos por ir al encuentro de nuestros hermanos trabajadores y en encontrar nuevas formas de evangelizarlos?

Nuestro compromiso en este Jubileo

Así pues, este Jubileo se nos presenta como una excelente oportunidad para renovar y fortalecer nuestra vida y ministerio en nuestros ámbitos laborales. Por ello, quiero unir mi oración a la de ustedes, diáconos peregrinos:

  • Queremos compadecernos de nuestras propias flaquezas y miserias para experimentar así la misericordia divina;
  • Estamos dispuestos a escuchar siempre al Señor con admiración; acrecentar nuestra Comunión; y compartir con nuestros hermanos sacerdotes y diáconos la alegría de haber sido enviados al mundo a anunciar el Evangelio;[31]

Seremos más contemplativos en nuestro ministerio y haremos nuestras las palabras del Apóstol: “El que practica misericordia, que lo haga con alegría”(Rom, 12,8);

  • Nos sentimos enviados a ser mejores administradores de misericordia dentro y fuera de la estructura de la Iglesia, especialmente en las periferias sociales, entre las que se encuentran los trabajadores.
  • Estaremos siempre dispuestos a mirar las heridas y a escuchar los gritos de auxilio de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad del trabajo, de modo que sientan el calor de nuestra fraternidad y seamos islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia;[32]
  • Es más, queremos dejarnos herir por las heridas de los hermanos: a sentir la incomodidad de no tener todas las respuestas y, por eso, estar dispuestos a caminar y, como en Emaús, dejarnos iluminar por el Peregrino que sabe desentrañar los secretos de Dios;
  • Procuraremos encontrar nuevas formas de evangelización para llegar mejor, tanto a nuestros compañeros de trabajo, como a nuestros superiores;
  • Acompañaremos y formaremos a nuestros laicos para que ellos también lleven la caricia misericordiosa del Padre a sus compañeros de trabajo, les anuncien con creatividad la Palabra de Dios y les preparen para que accedan a los sacramentos;
  • Nos comprometemos a ser ‘misioneros’ de la misericordia en medio de la sociedad civil, siempre dispuestos a buscar ‘ovejas perdidas” y a ir ‘a la otra orilla’, aquélla en la que Cristo todavía no ha sido reconocido como Dios y Señor, y la Iglesia aún no está presente;[33]
  • Nos comprometemos a mejorar nuestro ministerio entre los trabajadores procurando una adecuada formación de los aspirantes y candidatos al diaconado, como así también nuestra propia formación permanente;[34]
  • Queremos pedir ayuda a nuestros obispos y sacerdotes para que, juntos, encontremos nuevos, mejores y más adecuados recursos evangelizadores en el ámbito laboral.
  • Deseamos que la Santa Sede nos estimule a los diáconos a acercar la Misericordia a todos, especialmente a los que están en las periferias, por medio de documentos más específicos o convocando encuentros internacionales sobre el diaconado.[35]

Invoquemos al Señor

 Desde la Sede de Pedro los invito a elevar a Dios nuestra oración como un grito a su Misericordia.[36]

  • Señor Jesús, a ti que no te ha faltado el trabajo, que fuiste carpintero y eras feliz, haz que no nos falte el trabajo que nos hace personas y familias dignas, ayúdanos a afrontar las injusticias en nuestros ámbitos laborales y bendícenos con tu Misericordia.
  • Inspíranos los gestos, las palabras y las mejores formas de confortar a cuantos acudan a nosotros.
  • Bendice a nuestras esposas e hijos y hazles sentir tu Misericordia.

 Invoquemos también a nuestra Madre

Pidámosle a María que nos una al canto de alabanza que hizo en el umbral de la casa de Isabel, dedicado a la Misericordia,

  • por nosotros, diáconos, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos;
  • por nuestros compañeros de trabajo, para que nuestra convivencia sea siempre una experiencia misericordiosa y también ellos lleguen a ser imágenes de la misericordia;
  • por nuestros sacerdotes, que suelen completar con los sacramentos de la Eucaristía, la Penitencia y la Unción de los Enfermos la Misericordia del Señor que iniciamos con nuestro ministerio;
  • por nuestros obispos que nos llamaron un día a tan bello servicio para que sean en sus iglesias locales promotores de un trabajo justo y solidario;
  • por el Santo Padre Francisco, que en este Jubileo nos llama a curar las heridas de nuestros hermanos, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la Misericordia y a curarlas con la solidaridad,[37] para que continúe convocando a la humanidad al seguimiento del Resucitado; y
  • por cuantos trabajan por difundir y enriquecer el ministerio diaconal en el ámbito ibero americano, como la Asociación Servir en las periferias y, en todo el mundo, el Centro Internacional del Diaconado.

Por fin, agradezcámosle a Dios, por medio de la Virgen María, que no cesa de proclamar “la Misericordia de generación en generación” (Lc. 1,50), por habernos llamado a ser ministros de la Misericordia en el ámbito laboral.

Diác. José Espinós

  • Casado con Patricia Farrell. Padre de cinco hijos
  • Ordenado e incardinado a la Diócesis de Morón, Argentina, hace 31 años (29-06-1985)
  • Licenciado en Derecho Canónico, Pontificia Universidad Católica Argentina
  • Asesor del Departamento de Vocaciones y Ministerios (DEVYM) del CELAM, con sede en Bogotá, Colombia
  • Delegado argentino del Centro Internacional del Diaconado (CID), con sede en Rottemburg, Alemania

 

 

Siglas

 

AA                         Apostolicam Actuositatem

AG                         Ad Gentes

CIC                         Catecismo de la Iglesia Católica

CDSI                      Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

ChL                        Christifidelis Laici

DA                         Documento de Aparecida

DI                           Discurso Inaugural del Papa Benedicto XVI en la V Conferencia General del CELAM

DCE                       Deus Caritas est

DM                         Dives in Misericordia

DMVDP                                Directorio para el Ministerio y la Vida de los Diáconos Permanentes

EAm                       Exhortación Pastoral Ecclesia in America

EG                          Evangelii Gaudium

GS                          Gaudium et Spes

LE                           Laborem Exercens

MV                         Misericordiae Vultus

TMA               Tertio milenio adv

[1] Cf. DA, 30

[2] Cf. MV, 3

[3] MV, 10

[4] Cf. MV, 14

[5] Catequesis del Papa Francisco del 19 de agosto de 2015.

[6] Cf. DA, 114

[7] Cf. DA 208

[8] Cf. Jn. 13, 1-15

[9] Cf. “Esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note”.  Francisco, en la homilía de su primera Misa Crismal, Vaticano, 28 de marzo de 2013.

[10] Cf. DMVDP, 12

[11] LG, 33

[12] LE, 18

[13] El Documento de Aparecida describe así esta realidad: “La población económicamente activa de la región está afectada por el subempleo (42%) y el desempleo (9%), y casi la mitad está empleada en trabajo informal. El trabajo formal, por su parte, se ve sometido a la precariedad de las condiciones de empleo y a la presión constante de subcontratación, lo que trae consigo salarios más bajos y desprotección en el campo de seguridad social, no permitiendo a muchos el desarrollo de una vida digna” (DA, 71). Luego denuncia que “la explotación laboral llega, en algunos casos, a generar condiciones de verdadera esclavitud” (DA, 73).

[14] DI, 4

[15] TMA, 51

[16] EAm, 56a

[17] DCE, 28; EG, 183

[18] Cf. Francisco a los sacerdotes de Roma, mayo 2014.

[19] “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental”. Entrevista del Papa Francisco a La Civiltà Cattolica, el 21 de septiembre de 2013.

[20] Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia General del 6 de octubre de 1993, n. 6

[21] DA, 121

[22] Cf. DA, 395

[23] Cf. GS, 26

[24] Cf. CDSI, 272

[25] Cf. DMVDP, 72

[26] Cf. P. Luca Garbinetto,  pssg, Tesis sobre “El diaconado permanente religioso de la Familia de Don Ottorino hacia la nueva imagen de los ministros de nuestra pastoral diaconal”, VIII Capítulo General, Vicenza, Italia, Julio de 2009. En este documento el autor expone el cuadro de referencia esencial para comprender la identidad y el papel del diácono religioso en el carisma de la Pia Sociedad de San Gaetano, en relación con las otras vocaciones de la Familia de don Ottorino.

[27] El 5 de junio de 2015 el papa Francisco aprobó las virtudes heroicas del Siervo de Dios Ottorino Zanon, sacerdote fundador de la Congregación de la Pía Sociedad de San Gaetano. Había nacido en Anconetta, Italia, el 9 de agosto de 1915. Fue hijo de un albañil y su madre ama de casa. Murió en Brescia, Italia, el 14 de septiembre de 1972.

[28] Luego señala que “En él, los fieles laicos, de ambos sexos, tienen innumerables ocasiones de hacerse activos, con el coherente testimonio de vida personal, familiar y social, con el anuncio y la condivisión del Evangelio de Cristo en todo ambiente.” (AA, 6).

[29] ChL, 8

[30] Cf. ChL, 23: “Cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exige, los pastores pueden confiar a los fieles no ordenados, según las normas establecidas por el derecho universal, algunas tareas que están relacionadas con su propio ministerio de pastores pero que no exigen el carácter del Orden”.

[31] Cf. DA, 280

[32] Cf. Francisco, mensaje de Cuaresma de 2015, Vaticano, 27 de enero de 2015

[33] Cf. AG, 6

[34] Cf. DMVDP, 63

[35] Sería muy oportuno que, después de cumplirse medio siglo de la restauración del diaconado permanente, la Santa Sede convoque a un Sínodo de los Obispos específico, de modo que toda la Iglesia participe creativamente en la mejora de este ministerio.

[36] “Sin embargo, en ningún momento y en ningún período histórico —especialmente en una época tan crítica como la nuestra—la Iglesia puede olvidar la oración que es un grito a la misericordia de Dios ante las múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan”. DM, 15.

[37] Cf. MV, 15

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