Perspectiva actual de la teología del diaconado III

LA TRIPLE DIACONÍA

El ministerio apostólico para el que son ordenados los diáconos es, en primer lugar, el que está encargado al obispo. Los diáconos asisten y sirven al pueblo de Dios en un lugar concreto, ejerciendo sus funciones de diaconía en tres aspectos: la liturgia, la palabra y la caridad. El Vaticano II no utilizó a propósito de los diáconos el concepto de los tria munera o funciones -profética, sacerdotal y real- de Cristo y de su cuerpo eclesial. ¿Acaso quiso establecer una diferencia de estructura entre el orden sacerdotal de los presbíteros y de los obispos, por una parte, y el de los diáconos, por otra? En cuanto a los diáconos se habla de una triple diaconía. Es ésta la que da el tono indicando de una manera general el campo de ejercicio del diaconado que luego (LG 29) el texto especificará más con referencia a los officia de la caridad y la administración.

Liturgia

Por lo que se refiere a la liturgia, los diáconos no presiden la asamblea eclesial, sino que contribuyen a que los cristianos reunidos participen mejor en la liturgia haciendo de sus vidas un sacrificio agradable a Dios. Por tanto, no es de extrañar que en cierto sentido los diáconos tengan un papel de animadores de la oración de los fi eles, como lo hacen los diáconos orientales. En concreto, recuerdan a la comunidad que no hay eucaristía sin lavatorio de los pies. Esta es, en la diaconía litúrgica, su manera de velar, juntamente con el obispo, por la autenticidad evangélica del culto cristiano.

Palabra

Por lo que se refiere a la palabra, los diáconos son asociados de diversas maneras al ministerio de la misma: la lectura pública de las escrituras y, en particular, la del evangelio, la exhortación a los fi eles, el ministerio de la consolación de toda suerte de afligidos, la predicación y, dado el caso, la homilía. El Código latino de 1983 dice que pertenece a los diáconos estar al servicio del pueblo de Dios por el ministerio de la palabra, en comunión con el obispo y su presbiterio (Canon 757). Cualesquiera que sean las modalidades variables según tiempos y lugares, los diáconos asumen la diaconía de la palabra velando por la identidad apostólica de la misma e invitando, con su celo y su ejemplo, a la autenticidad evangélica de la comunidad y de los fi eles, los cuales, gracias a los diáconos, recordarán que Cristo vino para servir y no para ser servido, es decir, a dar su vida por muchos (Mc 10, 45). Los diáconos tendrán también un papel particular en la catequesis. Por su ordenación son, con los demás ministros ordenados, garantes de la autenticidad de la fe apostólica, velando por la calidad de la palabra y de los gestos transmitidos tanto en la liturgia como en la vida corriente y en la práctica social. En la catequesis, los diáconos tendrán que preocuparse de promover la actividad de los demás agentes catequéticos, velar por su competencia y su dedicación, así como relacionar su acción con la liturgia -sobre todo la dominical- y con el testimonio cotidiano del evangelio.

Caridad

Por lo que toca a la diaconía de la caridad -que, en primer lugar, atañe al obispo- los diáconos han de ejercerla de manera que mantenga todo su valor crístico. No se han de limitar a hacer obras de beneficencia, puesto que la solidaridad con los pobres no es algo propio de los cristianos, sino que es un deber moral que se impone a todo ser humano. Los diáconos han de dar testimonio de que la fe cristiana deriva del don de Cristo a los hombres que son objeto de su amor. Este amor de Cristo de parte del Padre transfi gura nuestros amores, nuestra solidaridad con los demás y nuestra ayuda a los necesitados. Velar por la identidad apostólica de la diaconía de la caridad es dar testimonio del Cristo Servidor que “da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13-15).

Vivir en la cotidianidad

Por la calidad con que ejercitan sus tareas, los diáconos animan a sus hermanos y hermanas en la fe a tomar en serio el evangelio. Dado que la casi totalidad de los diáconos tendrán experiencia de la vida en pareja y en familia y estarán insertos en relaciones profesionales y sociales, se puede decir que ellos se hallan en el centro de lo que la gente vive. Así el ministerio diaconal, anclado originalmente en lo cotidiano, puede contribuir a la inculturación de la fe, haciendo oficialmente próximo el testimonio del evangelio. Y a través de ellos, lo que constituye la cotidianidad de la gente puede también cuestionar el evangelio haciendo que aporte toda su carga de esperanza. Desde esta perspectiva, su función litúrgica de acoger las ofrendas de los fi eles para la celebración, así como la de recoger las limosnas para los pobres en la colecta, evoca el lazo inseparable que hay entre el sacramento del altar y el sacramento del hermano. Es así como los diáconos sirven “en los misterios de Cristo y de la Iglesia”, según la bella fórmula de Ignacio de Antioquía recogida por el Vaticano II (LG 41d). Su aportación al ministerio apostólico consiste en hacer que se celebre con autenticidad la eucaristía en la que Cristo introduce a su iglesia en el misterio pascual. Obviamente, este deber incumbe a todo bautizado, pero los diáconos –después del obispo y de su presbiterio– tienen el encargo de velar para que ello se realice debidamente.

LA PRIORIDAD DEL SERVICIO

En comunión con el obispo y los presbíteros, los diáconos están al servicio de la identidad apostólica mediante esta triple diaconía. Esta palabra significa precisamente la prioridad del servicio propia de los diáconos. Esto podría sugerirnos una diferencia que nos lleva a subrayar una discontinuidad entre el triple encargo de los pastores y la trilogía diaconal. Los tria munera no se corresponden exactamente con la triple diaconía: mientras que los pastores –obispos y presbíteros– ejercen a la vez los tria munera (las funciones de enseñar, santificar y gobernar), los diáconos ejercerían más bien separadamente alguna de esas funciones.

Nos queda hablar de las tareas en las que se concreta esta triple diaconía. El Vaticano II nos ofrece dos listas (LG 29a y AG 16f). LG comienza enumerando nueve tareas litúrgicas, de las cuales dos se refieren directamente al ministerio de la palabra; luego menciona los deberes de caridad y de administración. Basándose en la relatio escrita que se dio a los padres antes de la votación de este punto, H. Legrand ha señalado que la triple diaconía es una manera general de presentar las funciones diaconales que luego se determinarán más específicamente en los “deberes de caridad y de administración”. La inclusión de una larga lista de tareas litúrgicas entre la caracterización general del diaconado y su caracterización específica no formaría parte de la doctrina que el Vaticano II quería proponer sobre la teología del diaconado. Son los “deberes de caridad y de administración” los que determinan la triple diaconía: la diaconía de la caridad es la que da color a las diaconías de la palabra y de la liturgia en los diáconos. En otras palabras, lo que los diáconos aportan al ministerio apostólico, encargado primariamente al obispo, es dar testimonio de la fidelidad al evangelio manifestando que, en seguimiento de Cristo Servidor, “la caridad no pasa nunca” (cf. 1 Co 13, 8).

 

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