Pastoral diaconal IV. Tierra de Misión

Llevo un tiempo pensando en lo que aporta la teología latinoamericana a Europa. Esta cuestión no es baladí cuando en Europa la tentación es creer que somos el centro del mundo, y el esfuerzo viene de pensar que el resto del mundo puede enseñarnos algo. Pero eso es otra historia.

El caso es que repasando el documento de Puebla, la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, me encuentro con cuestiones importantes a la hora de formular una pastoral -una praxis eclesial- que ilumine la identidad del diácono en cuanto a su modo de «hacer». En Puebla hay una sección titulada «la acción evangelizadora, desafíos y problemas» (DP 420-443). Aquí se habla de la cultura universal, de la ciudad, del secularismo moderno y de la conversión de las estructuras.

Lo que me interesa es el análisis específico de la acción pastoral en las ciudades, y sobre todo el uso que hace de los términos «cultura urbano-industrial» (DP 421) y sobre todo «vida urbana» (DP 431). Aquí de lo que se habla en el fondo -y es la enseñanza que yo recibo- es la universalidad de la cultura urbana, marcada a la vez por culturas particulares, por diversos grupos que invitados a la universalización se van acoplando. Es decir: las ciudades son como grandes paredes cubiertas por azulejos, cada azulejo es de una madre y un padre, son particulares, pero todos forman parte de la universalidad de la pared, aunque no podemos olvidar que cada azulejo al encajar en la gran pared queda trastocado. El DP 431 dice: «Por otra parte, reconoce que la vida urbana y el cambio industrial ponen al descubierto problemas hasta ahora no conocidos. En su seno se trastornan los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia: la familia, la vecindad, la organización del trabajo. Se trastornan, por lo mismo, las condiciones de vida del hombre religioso, de los fieles y de la comunidad cristiana.»

Las ciudades no se expresan de manera unificada, hay culturas urbanas que marcan los signos de los tiempos, y el diácono, por su especial condición de clérigo insertado en la secularidad, puede dar respuestas pastorales a problemas inéditos que -por inesperados- provocan cierta desorientación. En palabras del teólogo argentino Carlos María Galli; hay una invitación de Puebla a asumir el desafío de la cultura urbana con sus aspectos negativos y sus elementos positivos. Y para ello nos recomienda un discernimiento de las luces y sombras de la ciudad. Un discernimiento -esto ya lo digo yo- que debe ser hecho por todo diácono que trabaje pastoralmente en un ambiente urbano. ¿Cómo es la ciudad en la que sirvo? Una pregunta infinitamente superior a; ¿Cómo es la parroquia en la que sirvo?

Si nos hacemos la pregunta adecuada seguro que aparecen los temas de los que habla DP 420-443 pero ya problematizados, convertidos en reto pastoral. Una cultura universal, una ciudad, un ambiente secularizado, y unas estructuras. Todo ello debe ser humanizado en ese trabajo por el que caminamos hacia el Reino.
Teniendo en cuenta la definición de cultura en Puebla (DP 386) inspirado directamente en Gaudium et spes 53; «el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios, de modo que puedan llegar a un nivel verdadera y plenamente humano. Es el estilo de vida común que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de pluralidad de culturas». Teniendo en cuenta esto, como digo, podemos ver cómo Puebla nos habla en DP 433 del «desafio de renovar su evangelización […] en el cuadro de los nuevos condicionamientos que la sociedad urbano-industrial crea para la vida de santidad; para la oración y la contemplación; para las relaciones entre los hombres, que se toman anónimas y arraigadas en lo meramente funcional; para una nueva vivencia del trabajo, de la producción y del consumo».

En conclusión. Los diáconos, como digo clérigos especialmente insertados en la secularidad, tienen la oportunidad de ponerse frente a los nuevos condicionamientos que la sociedad urbana crea para la vida cristiana y que trastorna los distintos tipos de vida. Es decir, enfrentarse pastoralmente a las dificultades para la salvación (si se me permite usar esta expresión que ya casi nadie usa en Europa) de las diferentes culturas urbanas. ¿Qué tienen en común la atención pastoral a los migrantes, el acompañamiento a la diversidad sexual, una pareja que quiere bautizar a su bebé, la relación con el mundo obrero, o las dificultades producidas por la fe rutinaria de los fieles «de toda la vida»? Y la respuesta que busco no es que hay que tratarles a todos con mucho amor, como me respondió una vez un presbítero con la mejor intención del mundo. Sí, pero no solo eso. Esta pregunta, casi nos obliga a pasar de una pastoral estática, de mantenimiento, a una pastoral que considere lo urbano como tierra de misión. Esto es obvio, y desde que «sufrí» mi conversión, he leído por todas partes eso de «Europa tierra de misión», pero por más que miro veo una Europa autodestructiva y decadente, y veo unos pastores que no pueden hacer otra cosa que mirar hacia dentro de sus parroquias y conformarse con considerar tierra de misión esa pequeña parte de Europa que se atreve a entrar a la parroquia.

Los diáconos podemos salir al encuentro de personas, familias, colectivos, culturas urbanas en los que Dios quiere actuar. Compartamos la felicidad del encuentro con Cristo. Redescubramos a los habitantes de nuestras ciudades, ellos están deseando que les encontremos. No hay cosa más edificante que decir en el bar donde tomas café todas las mañanas, «soy cristiano, soy diácono», a partir de ahí, un rutinario café se convierte en una inesperada catequesis. Hay mucha gente deseando que Cristo salga de la Sacristía, el camarero que trabaja 18 horas al día 7 días a la semana, el cliente de al lado, divorciado y desorientado, el transportista, un joven que abandonó su catequesis de confirmación desilusionado, la chica de al lado, dependienta de la zapatería, que me acusa de pertenecer a una Iglesia machista… El nº 17 del V Plan diocesano de Evangelización de mi diócesis de Bilbao lo dice muy claro: «Para muchos conciudadanos, por tanto, Dios resulta desconocido o extraño. Ello puede considerarse, a su vez, como un estímulo, un incentivo para proponer el Evangelio con nuevas formas, nuevos rostros, nuevo impulso; una oportunidad para la acción evangelizadora de una Iglesia que desea proponer nuevamente el Evangelio y busca para ello nuevos areópagos para dar a conocer «al Dios desconocido»».

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