Palabra y Predicación

 

 Diác. Benjamín Bassallo Limo

Referente Nacional del CIDAL en Perú

Lima, Perú, 5 de septiembre de 2012

bbassallolimo@gmail.com«>bbassallolimo@gmail.com

 

Atendiendo a la solicitud del P. César Buendía, dirijo estas líneas, con humildad y desde mi experiencia personal. Agradezco de este modo que se atienda a la propuesta que hiciéramos los Diác. Permanentes ante el XIX Sínodo Arquidiocesano de Lima.

Cuando el 14 de enero de 1984 fui ordenado Diácono Permanente, recibí por la imposición de las manos del Obispo ordenante, las funciones que corresponden a la única misión evangelizadora de la Iglesia que ha de llevar a todos los ámbitos de la actividad humana la Buena Noticia que libera y renueva a toda la humanidad.

“El Obispo, sucesor de los Apóstoles, tiene el oficio de anunciar el Evangelio. …Pero los diáconos, quienes no reciben la ordenación al sacerdocio, en la ordenación diaconal reciben también como ministros de Cristo Siervo, el oficio de predicar el Evangelio y de anunciarlo en la asamblea.” (cf. “El Diácono Permanente: Identidad, funciones y prospectiva” por Mons. Roberto O. Gonzáles Nieves, OFM., Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico. 19 de enero de 2000).

 

El Concilio Vaticano II las clasifica como:

          Servicio de la Palabra;

          Servicio de la Liturgia;

          Servicio de la Caridad.

Estos tres oficios son concéntricos… giran en torno a Cristo Siervo en la persona del Diácono.

Según el rito de la ordenación al diaconado el primer aspecto del ministerio, es el ministerio de la palabra…”para que fortalecidos con tu gracia de los siete dones (del Espíritu Santo) desempeñen con fidelidad su ministerio” (Oración Consagratoria). Una vez revestidos con la estola y dalmática, reciben de manos del Obispo los Santos Evangelios: “Recibe el Evangelio de Cristo del cual has sido constituido mensajero (Heraldo); convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”.

Hay que subrayar que no basta que predique el Evangelio y lo anuncie en la asamblea, sino que ha de convertirlo en fe viva, enseñarlo y cumplirlo en el día a día. Esto conlleva un cambio en lo más profundo del ser. Desde ahora la predica y enseñanza del diácono ha de ser voz de Cristo, Dios y hombre verdadero. (cf. “El Diácono Permanente: Identidad, funciones y prospectiva” por Mons. Roberto O. Gonzales Nieves, OFM., Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico. 19 de enero de 2000).

En el ejercicio de la diaconía he ido tomando conciencia cada vez con mayor intensidad que para ejercer diligentemente la diaconía de la palabra, he necesitado primero escuchar atentamente la Palabra, acogerla, interiorizarla con la meditación por medio de la Lectio Divina, para luego hacerla oración, de modo que la Palabra de haga Vida y se convierta en Testimonio. (“el mundo escucha a los maestros pero sigue a los testigos. Si la palabra del predicador no es seguida por la vida pierde toda su credibilidad.” Pablo VI).

Esto implica estar atentos a los “signos de los tiempos” pues Dios sigue hablándonos hoy, y nuestra predicación tiene que tener en cuenta estos signos para que la Palabra sea una palabra encarnada –inculturada-una palabra entendida por la gente sencilla. Una palabra que sea “La puerta de la fe” que introduce en la vida de la comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia siempre abierta para nosotros”. (Carta Apostólica en forma motu Proprio Porta Fidei Papa Benedicto XVI  con la que se convoca el Año de la Fe).

Fe que la Iglesia celebra en los Sacramentos que tiene como su culmen  en la Eucaristía, donde la Palabra eterna del Padre es proclamada solemnemente y después se convertirá en el Cuerpo y Sangre de Cristo, Pan de Vida Eterna. Fruto y Signo del Amor de Dios al Hombre. (“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo,…” Jn. 3, 16).

El Diácono figura de Cristo Siervo que ha venido a servir y no a ser servido ha de ser fiel imitador de su Señor. El diácono es servidor del pueblo y como tal ha de manifestar claramente su dignidad y conciencia pura guardando el ministerio de la fe. (Como atestigua San Policarpo de Esmirna en su carta a los filipenses: “si los diáconos tienen que servir a la Iglesia y al altar, los fieles son el altar del Señor”). Sobre todo él es el animador de la Caridad. (cf. “Diácono Permanente. Características de su espiritualidad” Benjamín Héctor Bassallo Limo pág. 25, párr. 3. Julio 1998). Con la práctica de las cualidades que le caracterizan el diácono muestra al mundo que sí es posible romper la dicotomía que subsiste en tantos cristianos. El diácono con sus palabras y sus hechos dará testimonio que sí es posible  vivir sin doblez, en espíritu y verdad uniendo culto y vida: celebra lo que vive y vive lo que celebra. (Id. pág. 26).

Por último termino recordando la exhortación que hace san Pedro en su primera carta: “El q
ue ha recibido el don de la palabra, que la enseñe como palabra de Dios. El que ejerce un ministerio, que lo haga como quien recibe de Dios ese poder, para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! Amén (1Pe.4, 11).

Que María, la mujer de la escucha, que fue proclamada “bienaventurada porque ha creído”, nos enseñe a decir “Fiat”.

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