Más de 17 años en el Cementerio de Colón

Vicente Morín Aguado | La Habana | 16 Jun 2015 – 10:03 am. | 7
Habla el diácono Juan Ríos Dorta, quien durante su paso por la capilla del cementerio, entre 1992 y 2010, tuvo ‘un termómetro de la sociedad cubana’.
 
«Asumí la capilla del Cristo Resucitado en 1992 y allí estuve hasta el 2010. Año tras año, años difíciles, la experiencia me hizo comprender que allí tenía un termómetro de la sociedad cubana, un diagnóstico claro», dice el diácono Juan Ríos Dorta, quien me recibe en su oficina, ubicada dentro del amplio recinto de la catedral habanera.
El tema de la muerte nos ocupa, esta vez lejos del Cementerio de Colón [Ver ubicación en el Mapa de Noticias de DDC], donde prestó servicio durante más de 17 años.
«En aquellos años 90 las muertes fueron creciendo. Inicialmente no pasaban de 40 diarias, hacia 1995 cada día eran más cortejos que el anterior, en enero siguiente, recuerdo mucho frío, alcanzamos 80 fallecidos en un día, fue un récord», relata.
«Lo sobrecogedor fueron las causas. En primer lugar, accidentes, el alcoholismo, ancianos que pudieron vivir más y, muy significativo: suicidios. Eran 4 o 5 eventos diarios de personas que lamentablemente decidieron quitarse la vida», señala el diácono.
La Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) recoge el dato de 2.011 «muertes auto infligidas» durante 2004, con un promedio de 1.500 a lo largo de la primera década del actual siglo. Cuba alcanzó valores de 20-21 casos por cada 100.000 habitantes, cuando en la actualidad la tasa más alta de América es 16,5, correspondiente a Uruguay.
Calculadora en mano, la simple división arroja entre 5 o 6 suicidios diarios a nivel nacional.
No obstante, «debes considerar la inexplicable adulteración de los certificados de defunción», advierte el diácono. «Es imposible calcular estadísticas exactas, pero de seguro los suicidios reales son el doble de lo oficialmente declarado», considera.
«Te cuento: una muchacha se lanza a la calle desde el piso 12 de su edificio, la conducen aún viva al hospital, allí muere horas después totalmente desangrada. Los médicos determinaron ‘muerte por anemia’. Un hombre espera el paso de un ‘camello’, luego aparece como ‘accidente de tránsito, atropellado por un vehículo'», detalla.
También está «el alto porcentaje de ancianos, personas que no desean ser una carga para sus familiares», continúa Juan Ríos Dorta. «Recuerdo un señor que se anudó al cuello una soga, encontró donde fijarla y luego accionó las ruedas de su silla escaleras abajo. Dos viejitos hicieron un pacto suicida, abrieron las llaves del gas de la cocina, se acostaron juntos y amanecieron asfixiados…».
El diácono afirma que desde su capilla en el cementerio observó «la consumación de una profunda depresión, de los que sienten vivir en un callejón sin salida».
Estamos casi al final de la conversación, el religioso católico se emociona:
«Muchas veces los familiares sienten pena y no dicen las causas reales; entonces, me ayudaban los choferes fúnebres… Por ejemplo, un chico clasificado como ‘muerte accidental’, lo cierto fue que arrebató el bolso a una señora, salió disparado en su bicicleta y violó la prioridad en la vía, siendo arrollado por un auto», dice.
«Una capitana de las fuerzas armadas fue encontrada con un tiro en la cabeza en el interior de una bóveda del cementerio», sigue enumerando. «Un niño contaminado con leche en polvo mezclada con yeso, vendida a sus desesperados padres por algún inescrupuloso comerciante…».
El diácono descansa ahora del difícil encuentro que durante años tuvo con los familiares de los fallecidos en la capilla del cementerio. Le pido una reflexión final.
«Hacia el año 1992, tal vez el 40% de los obligados visitantes se interesaban en recibir el llamado responso, ahora ronda al 70% y sigue aumentando», asegura. «El Día de las Madres es un ejemplo, una masa humana sin parar. La gente siente mucha desesperanza, sin importar sus personales interpretaciones religiosas, buscan consuelo ante su impotencia, ante lo inexplicable».

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