Los hombres "de la caridad"

El próximo 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Papa Francisco inaugurará oficialmente el Año de la Misericordia, con una Eucaristía, en la que se procederá a la apertura de la Puerta Santa. Con ese acto simbólico, se dará por inaugurado un año especial que tendrá como centro la misericordia de Dios.
Será una celebración que se repetirá en numerosos templos y catedrales del mundo, sumándose así a la intención del Papa Francisco, que con este Año Jubilar ha querido recordar las palabras de Jesús “Sed misericordiosos como vuestro Padre”, para que, con ello, todo el mundo pueda experimentar la cercanía y misericordia de Dios, “como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de todo creyente, y que así el testimonio pueda ser eficaz”, tal y como ha explicado el propio Pontífice.
En nuestra diócesis, cinco días más tarde, el 13 de diciembre, la Catedral de Oviedo acogerá también un acto de estas características, con el mismo objetivo: dar por inaugurado un año centrado en la misericordia del Padre. Será a las 17,30 horas, y estará presidido por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes.
Sin embargo, la celebración no tendrá sólo como objeto la inauguración del Año de la Misericordia, sino que en el mismo contexto se procederá a ordenar a cuatro diáconos. Dos de ellos, padres de familia, serán ordenados diáconos permanentes: los primeros de nuestra diócesis; los otros dos, son jóvenes pertenecientes a la Asociación Pública de Fieles Lumen Dei, y serán ordenados diáconos para ser, en el plazo aproximadamente de un año, sacerdotes.
En el caso de la ordenación de dos diáconos permanentes, se trata de un hecho histórico para la diócesis asturiana. Su presencia en muchas diócesis españolas es habitual, aunque dispar. Sevilla y Barcelona, por ejemplo, cuentan cada una con más de 40 diáconos permanentes, y en total, en España, se calcula que existen unos 220, y alrededor de 70 en período de formación. En nuestro caso, el próximo día 13 se ordenarán los dos primeros, y contamos con cuatro en período de formación. Además, este año, comenzarán a prepararse otros tres más.
En el mundo las circunstancias han propiciado, según los lugares, que la presencia de diáconos permanentes sea una realidad frecuente, con más de 40.000 hombres, célibes o casados, dedicados a este ministerio. Sin embargo, no se trata de un carisma o vocación de los últimos tiempos. La institución de los diáconos data de los inicios de la Iglesia, donde tuvo mucha importancia, y está recogida ya en el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Se considera “un ministerio muy importante, que forma parte del sacramento del Orden”, tal y como explica el sacerdote Marcelino Garay, responsable de la formación de los diáconos permanentes en nuestra diócesis.
Con los años, sin embargo, se fue otorgando mayor consideración a los presbíteros, y la figura del diácono permanente fue cayendo en el olvido. El Concilio de Trento pidió que se volviera a instaurar el diaconado permanente, pero sobre todo, el Concilio Vaticano II lo solicitó de manera expresa. España tardó en reaccionar a esta medida, y Asturias, aún más. “En realidad Asturias siempre fue –probablemente por causas geográficas– una diócesis donde costó introducir novedades– señala Marcelino Garay. “No hay que olvidar que el Seminario Conciliar, que fue un mandato de Trento, aquí tardó 300 años en erigirse, cuando en la mayoría de las diócesis españolas ya se había constituido. En cuanto a los diáconos permanentes, hubo un intento en los años 80. En aquel momento don Gabino articuló una comisión de sacerdotes, se elaboraron materiales, y hubo candidatos, pero al final no se llevó a cabo. Sin embargo, con motivo del Sínodo diocesano, la cuestión volvió a relanzarse. Fue una propuesta votada por más de las dos terceras partes de la Asamblea, por lo que don Jesús tenía la oportunidad de aceptarla o rechazarla, y la aceptó”, señala.
El próximo día 13, dos hombres casados y con hijos serán ordenados los primeros diáconos permanentes de nuestra diócesis. Se trata de Juan Antonio Blanco González, de 57 años de edad, con dos hijos, de 25 –sacerdote diocesano– y de 19 años; y de Alberto José González Caramés, de 48 años, con dos hijas, de 17 y de 15 años.
Estar casados y tener descendencia no es, sin embargo, una condición indispensable para ser diáconos permanentes. En realidad, la vocación a este ministerio es la de una persona que “siente que el Señor te llama a estar dentro de la Iglesia y de la comunidad como signo de Jesús que sirve”, explica Marcelino Garay. Porque si algo distingue a los diáconos permanentes es que son los hombres “de la caridad”. Se crearon en los orígenes de la Iglesia para “servir las mesas”, y hacerse cargo de los pobres, y las viudas, y ejercer, en definitiva, la misericordia y la caridad, y ayudar así a los Apóstoles a que pudieran dedicarse en exclusiva a la oración y la predicación.
Son personas, por lo general, que sienten que Dios les llama a algo más que colaborar en la parroquia, y desean tener una presencia más intensa en su comunidad. Por lo general, si creen que pueden tener vocación para ser diáconos permanentes, los pasos a seguir suelen ser escribir una carta al Arzobispo, han de tener un sacerdote que les avale, y realizan una entrevista con el responsable de la formación, en este caso Marcelino Garay. Los diáconos tienen una intensa formación de tres años en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Melchor de Quirós.
La entrega y la dedicación a este ministerio supondrá en el futuro restar tiempo de estar con su familia, por lo que tanto la esposa como los hijos, si son mayores, han de estar de acuerdo y apoyarle. “Un compromiso que no puede ser sólo verbal –explica Marcelino– sino que la mujer ha de autorizarlo por escrito”. Aún así, la familia, para el diácono permanente seguirá siendo su compromiso fundamental, puesto que “la vocación al diaconado permanente no exime de las obligaciones fundamentales de esposo y padre”, señala Marcelino Garay, así como su trabajo, necesario para el sustento de la familia, ya que como diácono no percibirá renta alguna.
Una vez ordenado, el diácono queda a disposición del Obispo, que les adjudicará una misión compatible con su vida, dentro de su ciudad o de la zona. Allí desarrollará las funciones propias de su ministerio, que no se reducen a ser “como un sacerdote, pero que no puede celebrar misa ni confesar”, sino que su labor será hacerse presente en la comunidad cristiana como “Cristo Servidor”. Pueden encargarse de la celebración de La Palabra, casar, bautizar, y estar al servicio, en definitiva, de la Iglesia.
La fecha elegida para su ordenación, durante la inauguración del Año Santo de la Misericordia en la Archidiócesis de Oviedo, encaja perfectamente en lo que será su vida, a partir de ahora.

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