LA ESPOSA DEL DIÁCONO

Diác. Alberto Jáimez

Una de las primeras preguntas que surgen, si no la primera, cuando hablo con alguien alejado de la fe sobre mi condición de diácono, es: ¿Pero tú estás casado? Y es que suele considerarse que el celibato está unido al ministerio eclesial, casi como un medio para dicho ministerio. Siempre, por lo menos desde que manejo las categorías religiosas tras mi conversión hace ya unos cuantos años, he tenido buenos ojos para el ecumenismo, y nunca he ocultado que en esto del diácono casado he explorado los modelos protestantes. Realmente las dificultades son las mismas y las formas de solucionarlas son válidas con un ligero ejercicio de sincretismo católico. ¿Quién puede negar las enormes virtudes pastorales, espirituales y testimoniales que guarda la familia del Pastor protestante? ¿No son acaso los hijos y la esposa del Pastor un ejemplo para sus comunidades, como lo han sido tradicionalmente en España la familia del Maestro o el Médico? ¿No es acaso la familia del diácono uno de los más originales medios de testimonio cristiano, ya sea en los éxitos como en los fracasos?

Estoy pensando casi de memoria en Dietrich Bonhoeffer o en Martin Luther King. La prometida de uno, o la esposa del otro, no fueron obstáculos para una intensa labor, tan aguda, que trascendiendo lo religioso y pastoral, sus figuras quedan para la historia del siglo XX. María von Wedmeyer, prometida con Bonhoeffer el 13 de enero de 1943, fue teóloga y miembro de la Iglesia Confesante contra el nacionalsocialismo alemán. Leamos por favor “Cartas de amor desde la prisión”, una recopilación de cartas entre Bonhoeffer y su prometida, realmente interesantes. Y quién puede negar el valor de Coretta Scott King, casada con Luther King en 1953?. Coretta fue una reconocida líder de la comunidad negra, y una infatigable luchadora a favor de los derechos de la mujer.

Hay vocaciones que no llevan consigo la renuncia al matrimonio, y nuestra experiencia nos dice que hay hombres y mujeres casados, con cualidades apostólicas enormes. ¿Ha de conformarse la Iglesia con una mínima parte de ellos renunciando a la totalidad? ¿Puede la Iglesia despreciar los talentos con los que Dios también dota a los matrimonios? ¿Puede la Iglesia ignorar ciertas aptitudes espirituales porque no se acompañan del celibato? Quizá se me podría contestar que la Iglesia acaba de canonizar a Luis Martin y Celina Gerin, los padres de Santa Teresa de Lisieux. Que con esta canonización se está dando valor al matrimonio, pero ya saben a qué me refiero. ¿Por qué reducir la santidad de un matrimonio al ámbito de lo doméstico y lo familiar?

En cierto modo se suele considerar el celibato como un medio para que el sacerdote quede más libre, más desligado, con más tiempo para el servicio. Este enfoque es totalmente erróneo. El celibato no es una cuestión de mera conveniencia práctica. Es algo más. Y es que una esposa no resta valor sino que suma. ¿Es diaconía los pequeños actos cotidianos realizados a favor del prójimo? En la medida en que lo es para nosotros, lo es también para ellas, que están unidas al sacramento del diaconado mediante el sacramento del matrimonio. La esposa del diácono anima, acompaña, ama, no solo a su marido en cuanto diácono, sino que anima a los desanimados de su comunidad, acompaña procesos humanizadores, ama al prójimo, y también es perseguida. ¿Acaso no dieron pruebas de lealtad a sus Iglesias María von Wedmeyer o Coretta Scott King? Insisto en que solo son dos ejemplos, si busco encontraría muchísimos más.

La esposa del diácono es ministra que contribuye a la vida y ministerio de su marido, pero que también con su vida cotidiana, trabaja calladamente por lo mismo que trabaja su marido. Ellas también son mujeres escogidas, aclamadas por Dios. Y junto a su marido, no detrás, son llamadas a buscar el Reino, lo demás viene por añadidura. Sobre ella no se han impuesto las manos del Obispo, pero en virtud del sacramento del matrimonio ella también ejerce una diaconía muy valiosa. En la Primera Carta a Timoteo se describen las características que ha de tener el diácono, en el mismo párrafo se dice que la esposa del diácono ha de tener las mismas aptitudes que su marido.

Es cierto que no tener familia proporciona en sí una gran independencia, sobre todo en circunstancias difíciles, pero no hay que exagerar en este respecto. La mayoría de las veces la vida no es un martirio en ese sentido. El celibato es una cuestión más profunda, y espero que los célibes así lo consideren, y no sea, como decía al comienzo del artículo, una cuestión práctica, o una simple opción por la soltería. El celibato no es un mero “no casarse”, no es una mera renuncia al indudable valor que encierra el matrimonio y la familia, visto así el celibato se convierte en una obligación por la que hay que pasar para llegar al sacerdocio, y que acaba generando sufrimiento.

El matrimonio del diácono no hace peligrar el valor del celibato como tal. Lo digo porque muchas veces parece miedo lo que veo. Incluso he oído hablar del matrimonio del diácono como de una “protestantización” de la Iglesia Católica, y que por este camino un día se pondría en litigio el mismo celibato sacerdotal. Si algún día desaparece la obligación del celibato sacerdotal no será por la influencia del diaconado permanente. El diácono casado no tiene nada que ver con el relajamiento del celibato sacerdotal desde que el orden diaconal ya no es solo un peldaño para acceder al sacerdocio, sino un orden permanente y subsistente en sí mismo. Podríamos decir, en cambio, que el celibato sacerdotal adquiere más sentido desde el momento en el que comparte misión con el diácono que no tiene obligación de renunciar al matrimonio. Por cierto, muchos sacerdotes ven la vida familiar envuelta en un halo de felicidad y bendición, y no podemos olvidar el sacrificio vinculado al matrimonio y a la familia, sacrificio que, por motivos económicos, laborales, o vitales, no es menor que la misma renuncia que entraña la vida del célibe. También hay que recordar que en virtud del sacramento del matrimonio, siendo una “sola carne”, el diácono y su esposa aman la Iglesia de Cristo con la misma intensidad.

Como diáconos formamos parte de nuestras comunidades, somos cristianos en nuestros pueblos y barrios, y vivimos con nuestras familias como uno más en medio de ellos. La forma en la que un diácono ame y sirva a su hogar será la manera en la que amará y servirá a la Iglesia. Las aptitudes del diácono con su mujer y sus hijos son las aptitudes que mostrará con su comunidad parroquial o con su Unidad Pastoral. La forma de ser del diácono queda evidenciada en su propio hogar, porque si uno no es cristiano en su casa, si no es cristiano en el seno de su hogar, simplemente no es un cristiano. La casa del diácono es un lugar abierto, llamado a ser casa pastoral, donde se practique la hospitalidad, donde se pueda recibir con amor a los fieles, donde se pueda compartir mesa.

Si el diácono no puede predicar mirando a los ojos de su esposa, algo falla. La esposa del diácono es parte de lo que le cualifica para estar en el ministerio diaconal. Para el diácono su matrimonio es una prioridad, no solo porque lo contrajo antes de recibir el sacramento del diaconado, sino –y creo que principalmente- porque ella es la prueba que demuestra que vive realmente el Evangelio en su vida. ¿Quién es la persona que acompaña al diácono siempre, en lo bueno y en lo malo? ¿Dónde se necesita más el Evangelio, y con más frecuencia, sino en el matrimonio? El Evangelio se convierte en una constante en la comunicación entre marido y mujer porque me temo que se peca contra la esposa más que contra cualquier otra persona. La comunidad -que es sabia- en seguida ve quién es el ministro que puede amar, que puede servir, que puede escuchar, que puede aliviar, en cuanto ve cómo el diácono ama, sirve, escucha en su propio hogar, a su esposa y a sus hijos. ¿Tiene el diácono una vida familiar ejemplar? ¿Vive el Evangelio en su hogar? Esas son las preguntas que pueden surgir en la comunidad alrededor de un diácono. ¿El diácono sabe reconocer sus errores? ¿Es compasivo? ¿Sabe escuchar? ¿Es responsable? ¿Busca el perdón? ¿Sabe perdonar? ¿Es capaz de llevar a cabo la paz del Evangelio? Pregúntale a su esposa, ella lo sabe.

 

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