Internet en la vida del presbítero

Un curso orienta a seminaristas sobre la actitud ante el uso de la red

 

José Antonio Varela Vidal (Agencia ZENIT)

Roma, Italia, 27 de diciembre de 2012

 

La imagen proyectada es la de una pareja joven que se mira, a ambos se les ve tristes, mientras ella reclama que le falta atención. Luego él pone la mano sobre la suya y la gira para un lado, para el otro, de modo mecánico, para luego hacer ‘doble click’ como único cariño… La platea ríe. Con este breve video de motivación –también de constatación–, se inauguró hoy el seminario “Internet en la vida del presbítero”, organizado por el Instituto de Terapia Cognitiva Interpersonal de Roma y el Pontificio Colegio Internacional “Mater Ecclesia”.

 

Serán dos días en que se profundizará sobre las bondades y a la vez los riesgos del uso de Internet en la formación de los seminaristas, así como en el modo en que se deben afrontar los “nuevos” pecados de los usuarios, que han hecho de la “redun espacio desordenado para su vida afectiva, laboral y moral.

 

Según la doctora Michela Pensavalli, psicóloga y psicoterapeuta, además de docente universitaria y coordinadora del Instituto promotor del evento, es muy importante que la persona –en este caso el seminarista–, analice y se responda si es o no “dependiente” de Internet. Es decir, si es capaz de dominar las emociones y pulsiones que los sitios web y las redes sociales generan, sea cuando se está conectado, como cuando se tienen que pasar largas etapas del día off line.

 

Para la especialista, el dominio y el equilibrio es vital, porque en una sociedad “Tecnolíquida”, según reciente definición del psiquiatra italiano, Tonino Cantelli, los dispositivos varios pueden mantener a las personas en una conectividad permanente, donde es difícil distinguir los límites o el tiempo transcurrido, en detrimento a veces de otros propósitos u obligaciones.

 

La teoría del “todo y rápido”

 

Otro de los riesgos con que se encuentra el navegante moderno, es la tendencia a abreviar las cosas y evitar los encuentros. Es decir, si por un mensaje de texto podemos explicar algo velozmente, ¿para qué extenderse o profundizar? O peor aún, si tenemos tantas plataformas de comunicación instantánea, ¿ya para qué encontrarnos?

 

También el usuario, en su necesidad de estar conectado, puede perder atención a lo que le dicen por ejemplo, en una clase o conferencia, por estar pendiente del modo velocísimo en que siguen interactuando sus contactos y listas de interés “allá afuera”.

 

El hecho de no poder desconectarse (switch off), ya es una señal a observar… Porque ni hoy ni en el pasado, se ha podido estar en un sitio y a la vez en otro –afuera–, no porque Internet te lo impida, sino porque las normas básicas de la convivencia o de la vida comunitaria te lo exigen. Pero para algunos –eso si es de ayer y de hoy–, su necesidad personal está por encima de los demás, lo que es una mala señal…

 

¿Qué más ofrece Internet? Según la doctora Pensavalli, te ofrece emociones –hasta fuertes–, relaciones –no exentas de peligro–, y te facilita las cosas para salir del “aburrimiento”. Para otros, el tiempo pasa más rápido conectándose a la red, por lo tanto ayuda a evadirse; mientras para un grupo de usuarios es la puerta entre lo privado y lo público, cuya llave se abre o cierra a conveniencia y voluntad.

 

Sobre esto, fue clara en advertir que, como emisor y dueño de sus conexiones vía Internet, el usuario se predispone a evitar lo que no le gusta, y a elegir solo aquello que no le aburra; así como seleccionar lo que no lo ponga tenso ni le haga reflexionar mucho. Es decir, la ambivalencia hace presa de la persona, y así cuando se viven las relaciones humanas, y ante una situación real de convivencia, en que se exige más de uno mismo, se llega a creer que es hora de “cerrar la conexión” y basta…

 

 

 

Amistades peligrosas

 

Todo en Internet aparece tan fácil y accesible, que el usuario comienza a cliquear donde no debería acercarse ni de asomo, o a “aceptar” invitaciones de amigos que no tiene la me
nor idea de qué hay detrás.

 

En Internet todos somos iguales, por lo menos en aquellos lugares de acceso público y gratuito. Pero no todos somos lo mismo, fue otra idea de la doctora Michela Pensavalli, pues las redes sacan de la persona sus lados más narcisistas, exhibicionistas y sin duda, lo voyeurista.

 

¿Somos así en las relaciones cotidianas, por así decir físicas? De hecho que no, por lo que el uso compulsivo de la red (líquido, sin patrones ni límites), a veces nos exige cambiar de actitudes para interactuar, por lo que aparecen tendencias también patológicas…

 

Solo por mencionar los grados más bajos de cada tendencia –porque los más altos son de correr–, se puede identificar al narcisismo en el solo hecho de incluir la “mejor foto” en el perfil de una red social, así sea antigua o que no se ajuste a la realidad actual (foto sin camisa clerical, sin la familia, en el extranjero).

 

En el caso del exhibicionismo, están allí los logros o los comentarios expresados sin medida, solo por el hecho de que podemos incluirlos en nuestras cuentas, independiente a si los demás quieren tanto bombardeo “made en mí mismo”.

 

Y una tercera tendencia comentada por la especialista –no menos grave, dependiendo de la persona–, viene a ser el voyeurismo, o esa antigua obsesión a mirar sin que nos vean; aunque hoy en día, gracias a Internet, se puede hacer de manera consentida, falsificada o pagada sin controles. Se alertó sobre el alto consumo del llamado “cybersexo”, que según datos estadounidenses, en el mundo se consumen 3.000 dolares de material pornográfico cada segundo.

 

Hay que considerar por ello, el riesgo que significa que una persona puede ser lo opuesto a sí mismo en la red, alejándose de sus principios, obligaciones y faltando a la confianza de los superiores. Pues muchas veces estos toleran el uso de Internet con la esperanza de que ayude a profundizar en el estudio, a combatir la lejanía recibiendo mensajes de los familiares y amigos de bien, o para hacer los “pininos” de una futura y urgente pastoral en red.

 

Una conclusión clara fue que el mundo actual del ciberespacio, sí es un mundo donde se puede vivir, pero cuidando la calidad del uso que se le da y no dejándose dominar por los impulsos que este genera. Y, tal como ayer, no confundir nunca el instrumento con el mensaje… 

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