FESTIVIDAD DE SAN LORENZO: "CONCÉDENOS AMAR LO QUE EL AMÓ Y PRACTICAR LO QUE ENSEÑÓ".

DíA 10 DE AGOSTO, FESTIVIDAD DE SAN LORENZO:  «CONCÉDENOS AMAR LO QUE EL AMÓ Y PRACTICAR LO QUE ENSEÑÓ».
Quienes hacemos Servir en las periferias queremos hacer llegar a todos los diáconos del mundo nuestra mas sincera felicitación. Que San Lorenzo, modelo de entrega total al Señor en los más débiles, ayude a todos los diáconos a amar como el amó y a practicar lo que el enseñó.
Con motivo de esta festividad especial publicamos tres documentos de interés. El primero de ellos novedoso, se trata del mensaje que el año 2013 dirigió a los diáconos el en entonces arzobispo de Cosenza-Bisignano (Italia) con motivo del día de San Lorenzo. Agradecemos a Montserrat Martínez la traducción al castellano del mensaje.  Los otros dos son conocidos, se tratan de los mensajes que en los años 2007 y 2009 dirigió a  los diáconos permanentes del mundo el entonces cardenal Cláudio Hummes, O.F.M., prefecto de la Congregación vaticana para el Clero,
El ministerio del umbral

Mensaje a los Diáconos Permanentes de la Archidiócesis de Cosenza-Bisignano (Italia) en ocasión de la festividad de San Lorenzo Protodiácono

Queridísimos Diáconos Permanentes:
Es para mí una gran alegría ofreceros un pensamiento en la festividad de San Lorenzo, diácono y mártir, testimonio de la fe.
Tenéis un lugar especial en mi corazón; os admiro y quisiera deciros que veo en la restauración del Diaconado permanente  una preciosa gracia del Señor a su pueblo y un ministerio ordenado de gran potencialidad y actualidad en la misión de la Iglesia.
Doy gracias a Dios por la llamada que habéis recibido y por vuestra generosa respuesta. Para la mayoría de vosotros, que estáis casados, esta respuesta ha sido posible también gracias al amor, el apoyo y la colaboración de vuestras esposas y de vuestros hijos.
Tratando de los diáconos, el Concilio Vaticano II dice que “sostenidos por la gracia sacramental, en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad, están al servicio del pueblo de Dios” (LG 29). Vuestro ministerio es “Diaconía de la Iglesia cerca de la comunidad local, signo y sacramento del mismo Cristo, el cual no viene a ser servido sino a servir” (Pablo VI, Ad Pascendum, Introducción). Justamente Ignacio de Antioquía dice que los diáconos son “ministros del Misterio de Jesucristo, … ministros de la Iglesia de Cristo ( Ad Trallianos, 13).
El Concilio Vaticano II añade que la gracia sacramental conferida a través de la imposición de manos os capacita para prestar el servicio de la palabra, del altar y de la caridad con una especial eficacia (Ad Gentes, 16).
Por tanto, habéis sido ordenados para el servicio de la Palabra de Dios. Esto significa que todo lo que se refiere a la predicación del Evangelio, la catequesis, la explicación de la Biblia al pueblo, se os encomienda ordinariamente, siempre bajo la autoridad de vuestro obispo. Hoy, la Iglesia llama a todos sus miembros, en especial a los ministros ordenados, a la misión; es decir, a avanzar al encuentro, en primer lugar, de nuestros bautizados que se han alejado de la práctica de su fe católica, y también de todos aquellos que poco o nada saben de Jesucristo y de su mensaje, para anunciarles el Kerigma, el primer anuncio cristiano y así, reconducirles a un encuentro vivo y personal con el Señor.
Queridos diáconos, os exhorto a tener el celo de San Lorenzo Protodiácono, vuestro modelo, para andar por las periferias urbanas, como nos exhorta nuestro Papa Francisco, para llevar el anuncio del Evangelio a los pobres. Para ello, se debe tener una familiaridad constante con la Sagrada Escritura, en especial con el Evangelio; que la escucha, la meditación, el estudio y la práctica de la Palabra de Dios sea vuestro permanente esfuerzo. Así seréis discípulos del Señor y os sentiréis llamados a la misión e iluminados por el Espíritu Santo.
El Diaconado permanente –según la feliz expresión de la Comisión Teológica internacional- se puede definir como el ministerio de la sandalia: el diácono es el punto de salida de la Iglesia al mundo y el punto de entrada del mundo en la Iglesia. Es un estímulo, un desafío para que la Iglesia pase decididamente de la pastoral de conservación a la pastoral de misión. En la Iglesia, empeñada en la “nueva evangelización”, el diaconado asume esta delicadísima tarea, para evitar por una parte los enrocamientos conservadores y, por otra parte, los experimentos desconsiderados. El diácono indica que el puente para hacer  transitar a la comunidad cristiana de la pastoral de mantenimiento o de la restauración a la del anuncio es la caridad, especialmente en la acogida de los últimos y más alejados. Sobre el umbral del templo, el diácono está con el delantal. Por esto se suele citar el texto evangélico del lavatorio de pies (Juan 13, 1-11); este texto está considerado como el que mejor expresa la identidad y la misión del diácono. Los diáconos sienten vivo y siempre actual el mandato de Jesús: Os he dado ejemplo para que como he hecho yo hagáis también vosotros. Si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros (Juan 13, 13-15).
Para profundizar en la diaconía de la caridad, me place recordar los cinco ámbitos donde ser testimonios cristianos, sugeridos en el Encuentro de Verona en octubre de 2006.
a)     El ámbito de la afectividad
“La familia representa el lugar fundamental y privilegiado de la experiencia afectiva. Por tanto, también debe ser el sujeto central de la vida eclesial, ámbito vital de educación en la fe y célula fundante inigualable de la vida social” (Conferencia Episcopal Italiana, Nota pastoral “Rigenerati per una speranza viva, 1Pt 1, 3: testimonios del gran Sí de Dios al hombre, n.12)
Veo a los diáconos particularmente comprometidos en curar las heridas de los hijos más débiles, de los discapacitados, de las familias divididas y separadas, de las familias de los inmigrantes.
b)    El ámbito del trabajo y de la fiesta
En el ámbito del trabajo, en  el que la mayor parte de vosotros tiene todavía un papel activo, los diáconos están llamados a ser testimonios de fe y de caridad, buscando el justo equilibrio entre trabajo y fiesta.
c)     El ámbito de la fragilidad
Los hospitales, las cooperativas sociales, los enfermos en su domicilio, las residencias de ancianos son lugares que los diáconos deben frecuentar. El que debe anunciar el Evangelio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado a llevar el anuncio a los pobres, a consolar los corazones destrozados, a proclamar la libertad de los esclavos y los prisioneros, a proclamar el año de gracia del Señor, el día de venganza de nuestro Dios, para consolar a los afligidos” (Is 61, 1-2). “Las diversas experiencias de evangelización de la fragilidad humana, también gracias a la aportación de los consagrados y de los diáconos permanentes, configuran un rico patrimonio de humanidad y solidaridad, que expresa la caridad y la solicitud de la Iglesia hacia el hombre”. (Conferencia Episcopal Italiana, Nota pastoral “Rigenerati per una speranza viva” (1Pt 1, 3), cit.), En esto tenemos los ejemplos de grandes diáconos, como san Francisco y san Lorenzo.
d)    El ámbito de la tradición
El lugar de la transmisión de la fe es la comunidad eclesial; ésta se realiza en la acción catequética y en la propuesta de itinerarios formativos de la fe. Aquí el diácono, recordando grandes santos diáconos de la Biblia, como san Esteban y san Felipe (cfr. Ac 6, 8, 8-40), tienen una función fundamental. También recuerdo el testimonio de san Vicente, diácono de Zaragoza, Vicente era un diácono culto, con el don de la palabra, generoso y valeroso. De él escribe san Agustín: “El diácono Vicente…. Tenía valor al hablar, tenía fuerza en el sufrimiento. Que nadie presuma de sí mismo cuando hable. Que nadie confíe en sus fuerzas cuando sea tentado, porque, para hablar bien, la sabiduría viene de Dios y, para soportar el mal, de Él viene la fortaleza”.
e)     El ámbito de la ciudadanía
En el campo de la formación de los fieles en el compromiso socio-político, el diácono, que no puede ejercer una función política en sentido estricto si no es con el consentimiento de su obispo (cfr. CDC can. 288), debe realizar una importante función formativa. Puesto que comparte las dificultades del hombre que trabaja, las ansias y dificultades provocadas por esta crisis económico-financiera que atenaza a tantas de nuestras familias, el diácono está llamado a “dar prioridad al ministerio y a la caridad pastoral y a aportar a la vida social un testimonio concreto e iluminador, viviendo los valores propuestos por la Doctrina Social de la Iglesia. El diácono está en el umbral del templo con el delantal para servir, pero no abandona la dalmática, que es la vestidura con la cual ejerce su servicio litúrgico. Y así, revestido con esta vestidura sagrada, acoge –en el umbral- e introduce a los fieles en la celebración y al final les invita: Ite Missa est, para enviarles a la misión; siempre con la dalmática proclama el Evangelio, recoge las ofrendas y distribuye el Pan eucarístico, después de haber invitado a todos a intercambiar un gesto de paz. Gestos rituales todos cargados de significado en orden a la caridad. La liturgia, ciertamente, celebración culmen de la caridad de Dios por la humanidad, lleva necesariamente al testimonio de la caridad.
Termino este mensaje con una llamada:
·         A los diáconos y a sus familias: vivid en constante acción de gracias a Dios por el don recibido mediante la imposición de manos del obispo, reavivad vuestra fe con la oración asidua, con la meditación de la palabra de Dios, participando en los retiros mensuales y en los ejercicios espirituales anuales y en la formación permanente para reforzar la fraternidad diaconal;
·         A los presbíteros: considerad a los diáconos vuestros colaboradores, no ejecutores;
·         A los hermanos y hermanas religiosas, a los miembros de los Institutos seculares, a los miembros del Orden de las Vírgenes: orad por ellos, que constantemente instan al servicio de la caridad en la Iglesia con su presencia;
·         A toda nuestra Iglesia diocesana y a cada uno de sus miembros: apreciad el diaconado, sostenedlo con la estima y la oración; esto os ayuda a vivir en la Iglesia el espíritu de servicio;
A los diáconos ordenados, a sus esposas e hijos, a sus familias y a los que están en camino hacia el diaconado, mi fraterna y cordial estima, con la bendición del Señor, invocando sobre todos abundancia de santidad para el crecimiento espiritual de toda la comunidad eclesial.
Queridos Diáconos permanentes: os saludo de nuevo con afecto y gratitud. Saludo a vuestras esposas y a vuestras familias. ¡Testimoniad el amor de Dios! Os confío a María Santísima del Pilerio, nuestra gloriosa Patrona. Bajo el ejemplo de su servicio, también nosotros seamos servidores de nuestros hermanos en la gran familia de la humanidad y de la Iglesia.
¡Sobre todos vosotros mi Bendición!
Mons. Salvatore Nunnari,  Cosenza, 10 de agosto de 2013
 

A LOS DIÁCONOS PERMANENTES

Queridos Diáconos Permanentes:
Es una gran alegría dirigirme a todos vosotros en el día de la fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir, en mi primer año como Prefecto de la Congregación para el Clero.
Los Diáconos ocupáis desde siempre un lugar especial en mi corazón. Os admiro y, además, quisiera deciros que siempre he visto en la restauración del Diaconado Permanente, fruto del Concilio Vaticano II, una preciosa gracia del Señor para su Pueblo y un ministerio ordenado de gran potencialidad y actualidad en la misión de la Iglesia.
Doy gracias a Dios por la llamada, que vosotros habéis recibido y por vuestra generosa respuesta. Para la mayoría de vosotros que estáis casados, esta respuesta también fue posible gracias al amor, a la ayuda y a la colaboración de vuestras esposas y de vuestros hijos.
Hablando de los diáconos, el Concilio Vaticano II dice que «confortados con la gracia sacramental, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad» (LG 29). Vuestro ministerio es «diaconía de la Iglesia en las comunidades cristianas locales, signo o sacramento del mismo Cristo Señor, quien no vino para ser servido sino para servir» (Pablo VI, Ad Pascendum, Introducción). Justamente Ignacio de Antioquia afirma que los diáconos son «ministros de los misterios de Jesucristo… ministros de la Iglesia de Dios» (S. Ignacio de Antioquía, Ad Trallianos, II,3).
El Concilio Vaticano II explica además que la gracia sacramental conferida a través de la imposición de las manos os capacita a realizar vuestro servicio de la palabra, del altar y de la caridad con una eficacia particular (Cf. Ad Gentes, 16).
Por lo tanto habéis sido ordenados para el servicio de la Palabra de Dios. Esto quiere decir que todo lo que se refiere a la predicación del Evangelio, a la catequesis, a la difusión de la Biblia y a su explicación al pueblo, os está confiado ordinariamente, pero siempre bajo la autoridad de vuestro Obispo. Hoy, la Iglesia llama nuevamente a todos sus miembros – en modo particular a los ministros ordenados – a la misionaridad, es decir a levantarse e ir en modo organizado al encuentro, en primer lugar, de nuestros bautizados que se han alejado de la práctica de su fe cristiana, pero también de todos aquellos que conocen poco o nada a Jesucristo y su mensaje, para proponerles nuevamente el primer anuncio cristiano, el kerigma y, de este modo, conducirles nuevamente a un encuentro vivo y concreto con el Señor. En tal encuentro se renueva la fe y se refuerza la adhesión personal a Jesucristo, condición para una fe viva y para ser testigo fiel en el mundo. No podemos reducirnos a la sola espera de nuestros bautizados en nuestras iglesias. Tenemos que ir a encontrarlos donde viven y trabajan, mediante una actividad misionera permanente, con atención especial a los pobres en las periferias urbanas. Este ministerio de la Palabra espera de vosotros, mis queridos Diáconos, una familiaridad constante con la Sagrada Escritura, especialmente con los Evangelios. Que vuestro esfuerzo permanente sea escuchar, meditar, estudiar y practicar la Palabra de Dios. Así se convertirán cada vez más en discípulos del Señor y se sentirán llamados e iluminados por el Espíritu Santo para la misión.
Habéis sido ordenados para el servicio litúrgico–sacramental. Actuáis con funciones litúrgicas propias en la celebración y distribución de la Eucaristía, centro de la vida de la Iglesia y, por ello, centro también de la vida de los ministros ordenados. Poseéis un ministerio que os confía una especial responsabilidad en el campo de los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio. El Obispo os puede confiar todo lo que se refiere a la pastoral bautismal y matrimonial – familiar.
Habéis sido ordenados para la caridad. ¡Cuántas cosas para hacer, organizar y animar! Los pobres, los excluidos, los desocupados, los hambrientos, quienes están reducidos a la miseria extrema que son una cantidad inmensa, levantan sus manos y sus voces hacia la Iglesia. Entonces, los diáconos tienen, por origen histórico y por ordenación, una responsabilidad central hacia todos ellos. La caridad, la solidaridad hacia los pobres, la justicia social, son campos de altísima urgencia que desafían a los cristianos, porque Cristo dice: «En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros» (Jn 13,35).
Queridos Diáconos Permanentes, os saludo a todos con afecto y gratitud. Saludo a vuestras esposas y a vuestras familias. ¡Sed testigos del amor de Dios! Os confío a María Santísima que continúa a proclamar: «Yo soy la sierva del Señor» (Lc 1,38). Y siguiendo su ejemplo de servicio, sirvamos a nuestros hermanos en la gran familia humana y en la Iglesia. ¡Sobre todos vosotros mi bendición!
Cardenal Cláudio Hummes
Arzobispo Emérito de San Pablo
Prefecto de la Congregación para el Clero
 
Vaticano a 10 de agosto de 2009
Fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir
  

Queridos Diáconos Permanentes:

 
Cada vez con más fuerza la Iglesia descubre la inestimable riqueza del diaconado permanente. Cuando los Obispos llegan a la Congregación para el Clero, en ocasión de las visitas “ad limina”, se comenta, entre otros, el tema del diaconado y los Prelados expresan su contento y su esperanza con respecto a vosotros, Diáconos Permanentes. Todo esto nos llena de inmensa alegría. La Iglesia os da las gracias y, a su vez, reconoce vuestra entrega y vuestro trabajo ministerial. Al mismo tiempo quiere daros un gran coraje para que caminéis por la vía de la santidad personal, para que viváis una intensa vida de oración y de espiritualidad diaconal. A vosotros se puede también aplicar aquello que el Papa ha dicho a los Sacerdotes en ocasión del Año Sacerdotal: “favorecer aquella tensión de los Sacerdotes hacia la perfección espiritual de la que, sobre todo, depende la eficacia del ministerio” (Discurso del 16 marzo 2009).
Hoy, en la fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir, quisiera invitaros a dos reflexiones. Una sobre vuestro ministerio de la Palabra, la otra sobre la Caridad.
Todavía permanece el grato recuerdo del Sínodo sobre la Palabra de Dios, que se celebró durante el pasado octubre. Nosotros, ministros ordenados, hemos recibido del Señor, a través de la mediación de la Iglesia, el encargo de predicar la palabra de Dios hasta los confines de la tierra, anunciando la persona de Jesucristo, muerto y resucitado, su Palabra y su Reino a toda creatura. Esta Palabra – como afirma el Mensaje final del Sínodo – tiene su voz, la Revelación; su rostro, Jesucristo; su camino, la Misión. Conocer la Revelación, adherirse incondicionalmente a Cristo, como discípulo fascinado y enamorado, partir con Jesús y con El hacia la Misión…, es cuanto se espera, de un modo totalmente sin reservas, de un Diácono permanente. De un buen discípulo nace un buen misionero.
El ministerio de la Palabra – que en San Esteban, diácono y mártir, los Diáconos tienen un gran modelo – pide a los ministros ordenados un esfuerzo constante para estudiarla y hacerla propia al mismo tiempo que se proclama. La meditación, a modo de “lectio divina”, esto es, de lectura orante, es hoy en día el camino aconsejado para entender, hacer propia y vivir la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, la formación intelectual, teológica y pastoral es un desafío que dura toda la vida. Un cualificado y actualizado ministerio de la Palabra depende mucho de esa profunda formación.
Permanezcamos a la espera, en un futuro próximo, del documento del Santo Padre sobre las conclusiones del citado Sínodo. Deberá ser recibido con apertura de corazón y con el deber de una futura profundización.
La segunda reflexión versa acerca del ministerio de la Caridad, tomando como gran modelo a San Lorenzo, diácono y mártir. El diaconado tiene sus raíces en la organización eclesial de la caridad en la Iglesia primitiva. En Roma (s. III), durante el periodo de las grandes persecuciones, aparece la figura extraordinaria de San Lorenzo, archidiácono del Papa San Sixto II que le confió la administración de los bienes de la comunidad. Sobre San Lorenzo así se expresa nuestro amado Papa Benedicto XVI: “Su solicitud por los pobres, el generoso servicio que dio a la Iglesia de Roma en el sector de la asistencia y de la caridad, la fidelidad al Papa que le empujó a seguirlo en la prueba suprema del martirio y el heroico testimonio de sangre pocos días después, son hechos universalmente conocidos” (homilía en la basílica de San Lorenzo, 30 noviembre 2008). Es conocida también la afirmación sobre San Lorenzo: “La riqueza de la Iglesia son los pobres”. Los asistía con gran generosidad. He aquí un ejemplo todavía actual para los Diáconos permanentes. Debemos amar a los pobres en manera preferencial, como Jesucristo. Ser solidarios con ellos. Buscar construir una sociedad justa, fraterna, pacífica. La reciente carta encíclica de Benedicto XVI, “Caritas in veritate” (La caridad en la verdad) sea nuestra guía actualizada. En tal encíclica el Santo Padre afirma como fundamental principio: “La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia” (n.2). Los Diáconos se identifican muy especialmente con la caridad. Los pobres son uno de los ambientes cotidianos y objeto de su solicitud sin descanso. No se entendería un Diácono que no se comprometiese en primera persona en la caridad y en la solidariedad hacia los pobres, que, de nuevo, hoy se multiplican.
Queridos Diáconos permanentes, Dios os bendiga con todo su amor y os haga felices en vuestra vocación y misión. Saludo con respeto y admiración a las esposas y a los hijos, de quienes sois esposos y padres. A todos ellos la Iglesia da las gracias por el apoio y la multiforme colaboración, que prestan al ministerio diaconal. Además, el Año Sacerdotal nos invita a manifestar nuestro afecto a los queridísimos Sacerdotes y a rezar por ellos.
Cardenal Cláudio Hummes
Arzobispo Emérito de San Pablo
Prefecto de la Congregación para el Clero
 

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