El autor del artículo es Jaime Noguera, diácono permanente y colaborador del Semanario Católico de Información Alfa y Omega.
El próximo sábado mantendré un coloquio con jóvenes que quieren casarse por la Iglesia. ¿Tema?: la conciliación entre la vida familiar y la vida laboral. Cada vez que abordo este asunto, pienso en la cantidad de personas que lo analizan como una cuestión relacionada con los derechos laborales… y no con el proyecto de familia.
Voy sacando el tema con las personas que tengo cerca, para contrastar opiniones, para ver reacciones y respuestas. Mala cosa cuando la sociedad establece tus prioridades. «¿Proyecto de familia, dices?» Es que esa es la cuestión: cómo de importante es para ti tu mujer o tu marido; qué quieres para tus hijos, si los tienes ―porque quienes no tienen hijos o los tienen ya creciditos, «también» concilian. Y qué opinan ellos del tema, mejor, qué esperan de ti y contigo; cuánto te importa su felicidad ―no tu idea de lo que debe ser su felicidad.
Ya sé que están de por medio la carrera profesional, la cuestión de los horarios, el dinero para pagar el alquiler o la hipoteca, etc. ¿Cuáles son las prioridades que habéis definido tu cónyuge y tú?, ¿cuánto le quieres?, ¿qué lugar ocupa la santidad en vuestras vidas?
¿Qué es lo fundamental y qué lo accesorio en vuestras vidas? A lo mejor, en una sociedad como la nuestra, occidental, capitalista, hedonista, etceterista, nos toca aplicarnos unos versos de Alice Walker: «Mientras el amor no esté de moda/vivamos pasados de moda».
«Conciliacion» II
Pregunta: «¿Para qué os queréis a casar?» Respuestas: de todo. Menos una: «Para salvarnos, según la voluntad de Dios». Lo de ir al cielo no tiene mercado. Lo de hacer la voluntad de Dios, menos aún. ¡Que parejas más majas! ¿En qué nos estamos equivocando, pues?
Vivimos en una sociedad que impulsa lo inmediato, favorece el consumismo emocional, rechaza que haya belleza en la austeridad ―por cierto, lo mismo que ha dicho el Papa ante la plenaria de la vida consagrada. Se impone el relativismo que, a la postre, deja un gran vacío existencial. Las reglas económicas mandan, determinan los criterios de valoración de las personas y de las cosas. Utilitarismo a corto plazo. Vivimos en el yaísmo de los teléfonos móviles.
Conclusión uno: no hay que hablar de «conciliación», sino de Dios, del amor, de la familia y de la vida. Les dije desde el comienzo del coloquio que no íbamos a entrar en cuestiones laborales. Y no lo hicimos. La vida no es un videojuego, ni es fragmentaria. Y el trabajo no es una maldición: Dios trabaja. Y, cuando se calentaban las cosas, les recordé que estábamos preparando el ―su― matrimonio por la Iglesia, no legislando. Insisto: vivamos pasados de moda.
Sé que es difícil. También que es posible. ¡A remar!
Tomado de: http://blogs.alfayomega.es/porrounum/