¿Es bueno el diaconado para el matrimonio?


Diác. Francisco José García-Roca López

Referente Arquidiocesano del CIDAL en Madrid

Madrid, España, 6 de febrero, de 2013

lerchundiong@hotmail.com

 

Con todo mi amor a mi mujer, Belén y a mis hijas Teresa, Clara, Inmaculada y Belén.

 

El pasado 25 de enero los diáconos de la FRATERNIDAD DIACONAL de la archidiócesis de Madrid tuvimos un encuentro con la finalidad de hacer una revisión de los primeros meses del curso.

 

A esta reunión se unieron los candidatos y aspirantes. Fueron muchas las aportaciones de las vivencias personales de testimonio en la vida sacramental, laboral, de oración, parroquial, familiar y matrimonial. Sobre esto último las mujeres de los candidatos, solicitaron la ayuda de las esposas de los diáconos para que éstas les transmitieran sus vivencias en el acompañamiento ministerial de sus maridos.

 

He querido aportar mi granito de arena realizando una reflexión sobre ello. Ahí va: Comenzaré diciendo que, no nos olvidemos que, aunque en su gran mayoría los diáconos somos personas casadas, también tenemos los solteros, o sea los célibes. En esta reunión contamos con un diocesano, otro religioso de los clérigos de San Viator y un candidato soltero.

 

Dicho esto, quiero traer aquella cita evangélica en la que Jesús nos hace el símil con el que ha encontrado el tesoro y compra el campo en el que está. Pues esto puede ser imagen del diaconado. Si. Si uno tiene un tesoro, algo maravilloso, algo que le da gran felicidad, tiene la obligación moral de no guardárselo para si, sino que debe darlo a los demás, ofrecerlo. Es por ello por lo que suelo animar a muchos hombres a que se pregunten si el Señor les está llamando a ser diáconos, a que se piensen el comenzar el año propedéutico de discernimiento vocacional. Pues ocurre que si está presente la mujer, no es raro notar que ésta se asusta porque cree que la ordenación hará que ella tenga que compartir a su marido con la Iglesia, hará que ella pierda la exclusividad de su marido, quizás por la promesa de obediencia al obispo y a sus sucesores.

 

Pues habría que intentar hacerles ver que es todo lo contrario, que va a ser algo muy bueno para el matrimonio, precisamente porque la ordenación le da a su marido con exclusividad. Me explico. Hay que partir reconociendo, que ha existido un sacramento previo, el Matrimonio, el cual, no es que se sitúe en un orden superior a este otro sacramento del Orden, pero ya que ha habido una preeminencia en el tiempo, hay que tener la certeza que este último viene a reforzar al primero.

 

El candidato que va a ser ordenado ya no es solo uno, sino que forma con su mujer “una sola carne”. Y es por eso por lo que  antes de la ordenación se llama a la mujer, y aunque no es ella la que recibe la vocación al diaconado ni ella es la que es ordenada, se pide previamente que dé su consentimiento a la ordenación, lo que la hace partícipe indiscutible de la misma. Ese Sí, puede recordar al sí de María, al “hágase”. Si ella dice No, no habrá ordenación. La mujer, por ello no es alguien ajeno al sacramento, sino que es parte implicada en el mismo, como ya lo fue en el otro sacramento recibido, el del matrimonio.

 

Y la Gracia Sacramental que recibe el ordenando, no se queda solo en él, sino que las manos del obispo y la Oración Consacratoria hacen rebosar sus gracias sobre él neo diácono, desbordándose también a su mujer, quedando ella empapada y salpicados sus hijos.

 

Si. La mujer queda inundada de esa gracia derramada sobre su marido, y con la ordenación recibe a su esposo con total exclusividad. Esto último debería de ser otro incentivo para aquella que acompaña al futuro diácono, porque si su marido se ordena, el pasará a ser suyo para siempre. ¿Por qué? Porque al recibir el sacramento del Orden se cierra el acceso a un posterior matrimonio. El sacramento le une al marido con unos lazos que jamás se podrán romper, ya que el que se ordena diácono nunca más podrá tener otra mujer. Los laicos ordinariamente tampoco, pero la puerta no está cerrada del todo. No olvidemos que le matrimonio es “hasta que la muerte os separe” porque  “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, pero Dios si los puede separar, y puede haber un posterior matrimonio al enviudar. Os habla de ello el hijo de un viudo. En el caso del diácono no. La puerta se cerró para nunca más abrirse. Uno pasa a ser de una mujer, para toda la eternidad. Por eso algunos llaman un “celibato postmatrimonial”, una promesa implícita que hace el ordenado de no volverse a casar.

 

Hay que decir con rotundidad que este camino no puede ser recorrido por el casado en solitario, pues seamos realistas, esta vida del diaconado no esta exenta de dificultades en el atender  a la mujer y a los hijos, al trabajo y a los deberes pastorales. Hoy que tanto se habla de conciliar la vida laboral con la familiar, en nuestro caso además las debemos armonizar con la diaconal.

 

Paloma, la mujer de Fernando, diácono de Pamplona, dice que su marido debe comportarse como un equilibrista, que está en la cuerda floja, intentando no caerse, así es, pero ¡benditas obligaciones las del diácono! Qué gran regalo para esos hijos ver que su padre en vez de irse al gimnasio o a ver el futbol, se va a llevar a Jesús Eucaristía a unos viejecitos que nadie les visita, o a celebrar la Palabra a la Casa de los Pobres. Orlando, hoy sacerdote de Puerto Rico comentaba, cuanto bien le hizo la figura de su padre, diácono, en su vocación como presbítero.

 

Cierto es que la ordenación tiene unas promesas, una de ellas, la de rezar la Liturgia de las Horas, pues os contaré que ¡Bendita obligación también! ¡Cuánto bien me ha hecho esta promesa a mí y a nuestro matrimonio!, pues nos anima a mi mujer y a mí a sentarnos juntos, todas las tardes rezar vísperas.

 

D. Juan Carlos Vera pone el símil de la implicación de la mujer en el diaconado, con el papel del esposo en la espera del nacimiento de un hijo, cuando los futuros padres dicen “estamos embarazados”, porque aunque la que tiene en su seno al hijo es la mujer, el hombre, sin duda es también partícipe. Así el que recibe la llamada y es ordenado es el hombre, pero su mujer sin duda es también partícipe.

 

Por eso esposas de candidatos os animo a acompañar a vuestros maridos  y a apoyarlos. Tened seguridad en que el diaconado es algo buenísimo para el matrimonio y para la familia, los esposos se aman más y la familia se une en mayor grado. ¡Qué regalo tan grande: No lo dudéis”.

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