Entrevista a la teóloga Phyllis Zagano, miembro de la Comisión Vaticana de estudio del diaconado femenino

Phyllis Zagano, profesora de la Hofstra University en Hempstead, New York, autora de libros sobre el papel de las diaconisas en los inicios del cristianismo, especialmente  “Mujeres diaconisas, pasado, presente y futuro”, que plantea los nuevos desafíos de retomar el carisma de las diaconisas en la Iglesia primitiva.

Al abrir los archivos donde se guarda su trabajo sobre las diaconisas en el Gannon Center for Women and Leadership de la Universidad Loyola de Chicago, la profesora Phyllis Zagano no tiene inconveniente en hablar de lo que ha sido el trabajo de su vida como investigadora: “Las diaconisas no son una idea para el futuro. Las diaconisas son un tema para el presente, para hoy”.

Dado que la ordenación sacerdotal de las mujeres es un tema sensible en los ambientes católicos, Zagano expone cuidadosamente su argumento en favor de la restauración de lo que durante muchos siglos fue una función oficial de la mujer en la Iglesia antigua, rechazando la resbaladiza pendiente de quienes razonan diciendo que las diaconisas llegarán con el tiempo a ser mujeres sacerdotes. “Es un error común pensar que el diaconado no es más que un paso en el camino al presbiterado”, dice. “El diaconado es una vocación en sí mismo y no implica necesariamente el presbiterado”.

A pesar de su opinión, Zagano no cree que todos los obispos deban ordenar diaconisas mañana mismo. Sabe que hay diócesis que todavía no han comenzado a ordenar a hombres diáconos permanentes. Para ella, “un obispo puede pensar que necesita diaconisas y otro obispo puede pensar lo contrario. Pero si el arzobispo de Chicago piensa que necesita diaconisas, ¿por qué no puede tenerlas?”.

Para Zagano, podría al menos hacerse la experiencia. “Como dije al cardenal John O’Connor (Nueva York) hace ya veinte años: ‘Le ofrezco mi misma vida como experimento. Y vea lo que pasa’.”

¿Qué obstáculos se encuentran en la enseñanza actual de la Iglesia o en sus leyes que puedan impedir la ordenación de diaconisas?

El principal obstáculo es que las mujeres no han sido ordenadas como diaconisas en la Iglesia occidental durante los últimos 800 años. En el actual Derecho Canónico las mujeres no pueden ser ordenadas como nada. Así de sencillo.

En este tema hay un conflicto entre la tradición de la Iglesia y la ley de la Iglesia. Lo que todo el mundo admite, tanto quienes están a favor como en contra, es que es una cuestión abierta. Y sé lo que digo porque la más reciente reflexión sobre el tema viene del mismo Vaticano: es un documento de 72 páginas de la Comisión Teológica Internacional donde se llega a la conclusión de que la decisión le toca solamente al magisterio, a la autoridad magisterial de la Iglesia. Al final de los ochenta estaba en Nueva York en una reunión con el entonces cardenal Ratzinger y hablé del tema brevemente con él. Su respuesta fue que “estaba en estudio.” En mi opinión ese estudio está durando demasiado tiempo. Creo que el mayor obstáculo es la inercia y quizá la mala comprensión de lo que es el diaconado y de cómo las diaconisas pueden ayudar a colaborar en ese gran esfuerzo evangelizador que necesitamos.

Hay quienes piensan que si las mujeres no puede ser ordenadas sacerdotes tampoco pueden serlo diáconos. ¿Hay alguna conexión entre las dos ordenaciones?

Eso que antes se llamaba la “progresión de las órdenes” –diaconado, presbiterado y episcopado– se desarrolló muy tarde en la historia de la Iglesia y hoy no tiene mucho sentido. Es mejor pensar que el diaconado es uno de los brazos del obispo y el presbiterado el otro. Son órdenes diferentes en la Iglesia. Una no implica la otra. Cuando se ordena hoy a una persona como diácono permanente, no se espera que con el tiempo se ordene presbítero. Un diácono no es un sacerdote. El diaconado es una vocación específica, que ha sido vivida por hombres y mujeres en la antigua Iglesia y que hoy es vivida sólo por hombres.

¿No hay un cierto temor a que si se ordena a una mujer como diácono luego se la pueda ordenar como presbítero?

He escrito un libro que titulé Sábado Santo: una reflexión en favor de la restauración del diaconado femenino (Holy Saturday: An Argument for the Restoration of the Female Diaconate, Crossroad). Lo hice a petición de mi antiguo jefe, el cardenal John O’Connor de Nueva York. Le envié el esquema del libro. Creo que tenía seis partes. Él me dijo: “Phillys, si eres capaz de probar que una mujer puede ser ordenada como diácono, has probado también que puede ser ordenada sacerdote.” Entonces le dije: “Eminencia, no se me permite hablar sobre el sacerdocio femenino. ¿Por qué está usted sacando el tema?” Me respondió que “es una buena idea. Haz que sea la parte tercera.”

El cardenal tenía razón al pensar que Roma tenía miedo a esa especie de pendiente resbaladiza que permitía pasar de un asunto a otro. Simplemente afirmo que la ordenación de mujeres como sacerdotes no entra en el magisterio de la Iglesia. Pero eso no significa que no se pueda ordenar a las mujeres. Decir que una mujer no se puede ordenar como sacerdote y que no puede servir in persona Christi –como diaconisa en la persona de Cristo Servidor– es situarse en contra de la encarnación. Lo más importante no es que Cristo se hiciese hombre sino que se hiciese persona humana. Si decimos que una mujer no puede vivir in persona Christi creo que estamos cayendo en una forma muy negativa de mirar al sexo femenino.
Éste es el llamado argumento icónico contra el presbiterado femenino. Para representar a Jesús tienes que ser hombre. Este argumento ya no se usa. El argumento en que se apoya el magisterio de la Iglesia es el de autoridad: que Cristo solo llamó a hombres a ser apóstoles. Esto es lo que el papa Juan Pablo II dijo en 1994, que la Iglesia no tiene autoridad para ordenar a mujeres para el presbiterado porque Cristo no escogió a ninguna mujer para formar parte del grupo de los doce.

¿Y no se aplica eso mismo a las diaconisas?

El argumento de la autoridad no sirve para las diaconisas porque en los Hechos los siete diáconos, que todo el mundo entiende que son los primeros diáconos, son elegidos por los apóstoles y no por Cristo. Son elegidos de entre la comunidad eclesial y son los apóstoles los que les imponen las manos. En el resto del Nuevo Testamento la única persona a la que se le da el título de “diácono” es Phoebe, una mujer. El argumento de autoridad usado contra la ordenación de las mujeres como sacerdotes es en realidad un argumento a favor de su ordenación como diáconos. No creo que se pueda aceptar el uno sin aceptar el otro.

¿Cómo responden los obispos que le oyen sugerir que ordenen diaconisas?

Cuando les he pedido que me ordenen a mí, siempre dicen que no quieren que les despidan de su trabajo. Eso significa un cambio significativo. Antes decían que “eso es imposible.” Diría que es más importante mirar con los ojos del obispo cuando observa las necesidades de su diócesis y ve cómo están siendo atendidas por un conjunto de personas ordenadas o no. Para mí, ese es el punto de partida de la necesidad de que se ordene a las mujeres: las necesidades de la Iglesia. En Estados Unidos hay unos 35.000 ministros laicos de los que alrededor del 80% son mujeres. Y hay unos 16.500 diáconos permanentes: la mayoría, hombres casados. Pero, de las mujeres que tienen un ministerio en la Iglesia, ninguna tiene una especial relación entre ella, su ministerio y el obispo. Es decir, no es exactamente un brazo del obispo sino que se mantiene a una cierta distancia de él en tanto que ministro laico. Muchas diócesis tienen maravillosos programas de formación de ministros laicos. Pero en el caso del diaconado hay un proceso de formación especial –espiritual, humano, intelectual y pastoral– que está bajo el control directo del obispo. Si una mujer pasara por ese proceso formativo espiritual, humano, intelectual y pastoral, al ordenarla, el obispo certificaría que de alguna manera confía en ella.

¿Cuáles serían las necesidades específicas que una diaconisa podría atender?

Algún obispo puede pensar que las mujeres le servirían para atender el servicio de caridad en su iglesia. Otra necesidad eclesial –y una de las tareas de las antiguas diaconisas– era servir de intermediarias entre las mujeres de la comunidad y el obispo. Presentaría al obispo las necesidades de las mujeres. Y, a su vez, llevaría la enseñanza del obispo a las mujeres. Un obispo siriaco del siglo IV escribió sobre la necesidad de que hubiese diaconisas y daba una razón interesante para justificarla. Decía que era muy poco probable que las mujeres se abriesen, revelasen o manifestasen libremente ante un hombre. Eso puede significar que es poco probable que las mujeres se desnudasen para recibir su bautismo ante un hombre y que las diaconisas eran las que participaban en el bautismo de las mujeres. Pero también podría significar que es poco probable que las mujeres se manifiesten espiritualmente ante un hombre en algunas situaciones.

Por otra parte, hoy hay muchas mujeres que trabajan como jueces en los tribunales matrimoniales. Si un laico es juez en uno de esos tribunales, ese laico puede tener poder decisorio. Pero un laico que dicta su juicio en un proceso eclesiástico no puede firmarlo. Tiene que buscar un clérigo para que lo firme. Lo mismo se aplica a los cancilleres diocesanos. En el caso de las mujeres, si fuesen diaconisas, eso implicaría que tendrían la categoría de clérigos y que podrían actuar como tales.

¿No puede cualquier laico hacer la mayor parte de esos ministerios?

Un laico puede dirigir ciertamente una paraliturgia en una residencia de ancianos. Pero no es lo mismo. La razón de que una persona esté ordenada es que el obispo le está pidiendo que actúe en su lugar. No creo que haya una diferencia en el ministerio. La diferencia está en el ministro. Y, en mi opinión, una gran parte de esa diferencia está en la formación y en la preparación. Pensemos en las zonas rurales. Si se va a mandar a alguien a una zona rural, esa persona va a ir allí con sólo la preparación que ha recibido. Si el obispo estuviera pensando a quién mandar, enviaría con todo probabilidad a la persona que él mismo haya formado y ordenado porque, al igual que le ha dado unas facultades, se las puede quitar.

Hay también una razón sacramental. En las parroquias hay personas que se están preparando para el matrimonio. Generalmente el curso lo dirige el sacerdote que va a presidir más tarde el matrimonio pero muchas veces esa preparación la dirige un ministro laico que luego no puede ser el testigo oficial de la iglesia en la ceremonia del matrimonio. Pero el diácono es el ministro ordinario del sacramento del matrimonio y una diaconisa podría presidir sin problema la celebración.

¿Cambiaría en algo la experiencia de la misa dominical la presencia de una diaconisa?

Una persona ordenada es un ministro público de la Iglesia. En mi parroquia los ministros laicos, voluntarios, acólitos, lectores y ministros de la Eucaristía cambian con mucha facilidad. No se ve un simbolismo directo en su presencia. Un diácono se reviste con la dalmática y es una persona estable en la parroquia. En el caso de que fuese una diaconisa habría una comprensión simbólica o una representación simbólica de una mujer en el presbiterio como un ministro públicamente reconocido, formado y ordenado. Creo que esa es una diferencia real.

Al diácono también se le pide que lleve una vida de oración y, como clérigo, se le pide que celebre las oraciones de la mañana y de la tarde, que haga un retiro cada año, que tenga un director espiritual y un confesor. Es una forma muy diferente de preparar a la persona. Y la diferencia está en la formación espiritual. No es sólo una función. Es una identidad enraizada en la oración.

Creo que hay una diferencia cualitativa en la personalidad del que es una figura pública en la parroquia, está disponible para todos, ha entregado su vida al servicio del pueblo de Dios y está cerca de todos. No me imagino a mí misma acercándome a uno de los lectores o de los ministros laicos para hacerle una pregunta sobre Dios o sobre la Iglesia.

¿No bastaría con darle cada vez más importancia al ministerio de los laicos?

Creo que significaría confundir la identidad con el oficio. Hay personas que tienen el oficio o el trabajo de asociados pastorales. Son laicos que trabajan al servicio del párroco. Generalmente son preparados y formados como ministros laicales. No hacen ningún servicio en la liturgia que vaya más allá de ser lectores, acólitos o directores de música.

En mi opinión, hay otro nivel cuando el asociado pastoral que se encarga de la cocina durante la semana se pone la dalmática, proclama el Evangelio y predica sobre cómo hay que atender a los pobres. Reúne en sí esos dos aspectos.

¿Cómo se podría llegar a la ordenación de una mujer como diaconisa?

Creo que se puede hacer la experiencia y ver cómo funciona.Todo lo que los obispos tendrían que hacer sería pedir la derogación de la ley vigente, como recomendaba ya en 1995 un documento de la asociación de canonistas de América que analiza cómo se procedería. Es necesaria la derogación de una ley para que una mujer sea acólito, para que sea lectora y también para ordenarla como diaconisa. Creo que los obispos podrían pedir un permiso local para los Estados Unidos o incluso más local, para algunas diócesis o archidiócesis, para preparar y luego ordenar a mujeres como diaconisas.

Creo que se puede hacer la experiencia y ver cómo funciona. Si va bien en una región, quizá otras regiones pueden hacerlo también. Si no funciona en una región, quizá otras zonas no adoptarán ese cambio.

¿Hay algún elemento nuevo sobre este tema?

Es un tema que está siendo muy discutido en las iglesias ortodoxas en Estados Unidos. La discusión ha llegado hasta Constantinopla. Su santidad el patriarca Bartolomé de Constantinopla ha dicho que él piensa que las Iglesias ortodoxas podrían recuperar esa antigua tradición de ordenar diaconisas.

La Iglesia Apostólica Armenia y la Iglesia Ortodoxa de Grecia ordenan a diaconisas. Y la Santa Sede reconoce la validez de ese sacramento y de esas órdenes en esas Iglesias.

En Estados Unidos se está hablando del tema en algunas diócesis donde hay mujeres que están en contacto con sus obispos dialogando sobre este asunto, pidiendo ser consideradas como candidatas aunque oficialmente no lo puedan ser. Algunas de ellas están haciendo una formación similar a la de los diáconos, participando en los programas de las escuelas católicas de teología. Dos de ellas en concreto sé que están en contacto con sus obispos y con los responsables de la formación de los diáconos, que tienen director espiritual de los que participan en la formación de los diáconos y que están adelante con su formación. Son mujeres profesionales, de entre 35 y 50 años, con hijos, maridos que las apoyan, algunas trabajando en diversos ministerios o como voluntarias en sus parroquias y en un caso, siendo propuestas para el diaconado por su misma parroquia.

¿Implicaría la ordenación de las mujeres como diaconisas una afirmación de la igualdad de las mujeres?

Tengo la impresión de que desde fuera de la Iglesia el mundo se está preguntando: “¿Cuál es exactamente su problema?”. En 1995 recibí una invitación de la archidiócesis de Nueva York para estar en la tribuna de los fotógrafos en Central Park durante la misa del Papa. En la práctica fui la mujer que estuvo más cerca del Papa. Todo a mi alrededor era un océano de sacerdotes que esperaban para distribuir más tarde la comunión. Me di cuenta de lo ridículo que era aquello. ¿Qué imagen daba? Cuando se ve una misa del Papa en televisión, la imagen que se ve apoya, a mi modo de ver, la idea de que las mujeres no deben ser vistas ni oídas. En algunos países eso es así –son los países donde el Evangelio es más necesario, donde la nueva evangelización puede ayudar a dignificar a las mujeres. En esos países, cuando ven que sólo hay hombres, su idea de la posición de la mujer se ve reforzada. Creo que es una imagen negativa y que se debería cambiar.

¿Cree que el Papa actual está abierto a la posibilidad de ordenar mujeres como diaconisas?

En marzo de 2006, en un encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Roma con el papa, uno de ellos le preguntó sobre la posibilidad de que las mujeres ocupasen puestos en el gobierno y en el ministerio. El Papa respondió que estaba bien preguntarse si la Iglesia podía ofrecer “más puestos de responsabilidad” a las mujeres. Creo que quería decir que sería bueno que hubiese más mujeres ocupando puestos en el gobierno y en el ministerio en la Iglesia. Técnicamente, gobierno y ministerio son funciones que sólo pueden realizar las personas ordenadas. En mi opinión estaba hablando claramente de la posibilidad de que hubiese diaconisas.

El asunto principal sobre el que bascula toda la cuestión es sencillo: ¿está creada una mujer a imagen y semejanza de Dios? Y estoy aquí para decir que esa es la imagen de Jesús. Deben comprenderlo y representarlo en el altar. Hasta que no haya una diaconisa en el presbiterio al lado del Papa, proclamando el Evangelio, nadie se va a dar cuenta de esa realidad. Necesitamos una nueva evangelización. Necesitamos nuevos evangelizadores. El mensaje se está perdiendo a causa de los mismos mensajeros.

Tomado de: http://www.alandar.org/

 

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