Encuentro de presbíteros y diáconos de la diócesis de Bilbao

Encuentro lúdico del últimos ordenados de la diócesis de Bilbao
 
El clero de últimos ordenados de la diócesis de Bilbao junto con su Obispo Mario Iceta, ha realizado, los días 7 y 8 de junio, un viaje lúdico y oracional con destino a Ávila, cuna de Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, más conocida como santa Teresa de Jesús. Religiosa, fundadora de la orden de las carmelitas descalzas, mística y poeta, doctora de la Iglesia y considerada una de las escritoras más importantes de la literatura universal junto a san Juan de la Cruz en el siglo XVI, celebra el 5º centenario de su nacimiento. El Santo Padre Francisco ha concedido la indulgencia plenaria para todos aquellos peregrinos que en este año jubilar teresiano se dejen cautivar por la vida y obra de la santa, se conviertan al Señor y celebren los sacramentos en los santos lugares que fueron testigos de la hazaña reformadora de Teresa de Jesús.
Primera parada en Valladolid para celebrar la Eucaristía con el Cardenal Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal y anterior obispo de la diócesis de Bilbao, en el santuario de la Gran Promesa. Resulta un lugar de singular importancia donde el beato Bernardo Francisco de Hoyos S.J. recibió el encargo del Señor de ser el primer apóstol en España de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Posteriormente compartimos mesa y mantel en Valladolid, invitados por el cardenal.
Por la tarde partimos para Ávila para rezar las vísperas en el convento de la Encarnación en el que ingresó santa Teresa y vivió treinta años como monja antes de llevar a cabo la reforma del Carmelo. Allí tuvieron lugar los arrebatos místicos que ella misma nos relata en su libro de la Vida:
“Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan.
Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento” (Vida 29,13)
 
También lo plasmó en poesía:
«Hierome con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su criador.
Yo ya no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí,
y yo soy para mi Amado».
 
Al día siguiente tuvimos la suerte de poder celebrar la Eucaristía en la primitiva iglesia del convento de San José, primera fundación de Santa Teresa. Tras la visita a la XX Edición de la exposición de arte sacro «Las edades del hombre», dedicada a la vida, obra de la santa, así como al contexto artístico, religioso y político del siglo XVI, partimos para Tordesillas para almorzar. Tuvimos tiempo aún, antes de finalizar las jornadas, de visitar el museo de Las Casas del Tratado donde se firmó, el 7 de junio de 1494, el primer acuerdo de reparto del mundo entre los reinos de España y Portugal; en la exposición se encuentran los mapas cartográficos antes y después del descubrimiento de América por Cristóbal Colón.
 
A modo de reflexión.
El clero Joven lo componen los presbíteros y diáconos permanentes que tienen menos de 10 años de ordenación.
Estos encuentros que se celebran varias veces al año, en formatos diferentes de comidas, retiros y viajes religiosos. Son la oportunidad para compartir con nuestro obispo y con otros ordenados, momentos de oración, reflexión y diálogo, un espacio para hacer fraternidad y conocernos.
Este acercamiento es para los diáconos permanentes, especialmente importante por la oportunidad de dialogar con los presbiteros sobre nuestro carisma y visión. Importante porque es una manera directa de que comprendan la realidad del ministerio de la caridad, a fin de compartir con los diáconos un destino pastoral equilibrado, gozoso y fraterno.
Es especialmente importante en los lugares donde la historia del diaconado es corta y donde son pocos los que entienden y comprenden el carisma.
En el encuentro, hemos compartido con los sacerdotes los sentires y necesidades que tiene el diácono permanente, sus diferencias y similitudes en el ministerio. Cuando se trata de un diácono casado, debe saber de sus circunstancias familiares y su disponibilidad de tiempos para poder hacer planificaciones pastorales compatibles con ellas.
Recomiendo personalmente este tipo de encuentros; ciertamente resultan muy enriquecedores pues en ellos se puede contemplar la totalidad del sacramento del orden, las peculiaridades de cada grado y la manera de servir a nuestras comunidades cada vez más efectiva y cercana a la voluntad del Padre que nos convoca en la familia de los hijos de Dios.
 

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