El servicio del Diácono permanente en la Pastoral Misionera

Diac. Permanente Héctor Muiño – Prelatura Dean Funes Córdoba
Es un gusto para mí poder compartir en «Iglesia Misionera, hoy» «nuestra» experiencia en la misión y como Diácono misionero Permanente aquí en la Prelatura de Deán Funes. Digo «nuestra» porque junto a mi esposa Nora, que nos acompaña desde la casa del Padre, iniciamos hace 32 años este hermoso desafío de la misión y luego con nuestros cuatro hijos: Marcos, Mª Laura, Mª Clara y Mª Cecilia. Digo «nuestra» porque como familia pudimos discernir juntos este hermoso camino de servicio misionero a través del ministerio del diaconado.
Después de haber servido en la misión, a tiempo completo, tres años en la Quebrada de Humahuaca, desde hace 26 años estamos aquí, en la Prelatura de Deán Funes, acompañando y animando a las comunidades campesinas, las más periféricas de nuestras ocho parroquias, como así también en todo lo que hace a la pastoral misionera de las mismas.
Ahora quiero compartirles algunas reflexiones que este caminar misionero nos fue enseñando y mostrando sobre todo en el servicio del Diaconado Permanente.
Una de las cuestiones que se plantea en el diaconado permanente y que también muchas personas cuestionan, es si su servicio dentro de la Iglesia se circunscribe solamente a suplir la tarea del sacerdote en lo que se refiere a la administración del sacramento del Bautismo y Matrimonio; o bien, ser el «acólito oficial» del Obispo ó párroco en las celebraciones litúrgicas; o bien, coordinar algún grupo de catequesis familiar; o bien, otras tantas tareas que, por supuesto, tienen un valor insustituible dentro de la «actividad pastoral ordinaria» de una diócesis o parroquia, y de las cuales numerosos D.P. ofrecen desde el ministerio, su tiempo y esfuerzo para llevar a cabo la evangelización junto a sus familias.
Ahora bien, esta actividad pastoral ordinaria diocesana o parroquial, se encuentra previamente atravesada por lo que damos en llamar «pastoral misionera» de la Iglesia, la cual tiene carácter fundante de aquella pastoral ordinaria que, podríamos decir, es consecuencia; por ser, la pastoral misionera, la esencia y naturaleza misma de la Iglesia.
A este dinamismo misionero está llamado el D.P., ya que toda la espiritualidad y accionar, que lo identifica, hunde sus raíces más profundas en la opción preferencial por los más alejados de la fe, por los marginados y excluidos, por los de la periferia, «acompañando la formación de nuevas comunidades eclesiales, especialmente en las fronteras geográficas y culturales, donde ordinariamente no llega la acción evangelizadora de la Iglesia» (DA. 205)
De acuerdo a Aparecida, ya estamos hablando de un diaconado o servicio misionero permanente (D.mi.P.), en donde el D.P. se identifica con la actividad fontal de la Iglesia.
Es así que el D.mi.P. establece un itinerario misionero permanente en aquellos pueblos o grupos humanos que le han sido confiados.
Y la pregunta que surge es: ¿cuál es ese itinerario misionero permanente?
Lo primero es «convertir» el corazón en un corazón misionero universal, capaz de acoger al «otro» y a los «otros», que piensan distinto, que sienten distinto, que actúan distinto, que poseen las semillas del Verbo y de un Reino que supera el marco eclesiológico, en el que hemos sido formados, al que estamos acostumbrados y en el cual nos movemos a diario.
Luego, el D.mi.P., está convencido de que ya no es voz de los que no tienen voz, sino que busca denodadamente los espacios de protagonismo y decisión de las personas o grupos humanos, para que acompañando y moderando respetuosamente sus procesos, vayan haciendo ellos mismos, una lectura espiritual y teológica inculturada del Evangelio en el contexto cultural que les toca vivir.
Es internalizar aquello que nos dice Aparecida de «acompañar» (205) . El D.mi.P. está llamado a «acompañar procesos» y «no, imponer procesos», tanto personales, grupales o comunitarios, para que el diálogo Fe-cultura, Evangelio-cultura, Iglesia-cultura ya no sea un camino de imposición sino más bien una propuesta acogida, madurada y vivida.
Una vez concebido, en su interior, los dos puntos anteriores, el D.mi.P., continúa con el itinerario misionero permanente propuesto, ya en relación directa con personas o grupos que se le han confiado y siguiendo de alguna manera el esquema pedagógico de Jesús de acuerdo a los siguientes pasos:
Paso de NO PERSONA A PERSONA
«Nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar…la verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana»
En este nuevo milenio, emergen nuevos rostros y realidades de seres humanos que han perdido lo esencial para lo que fueron creados: ser persona digna creada y amada por Dios. Son los eternos excluidos que están sentados a la orilla del camino (crf. Mc. 10,46) a los cuales, el D.mi.P., debe especial atención, sobre todo en reconocer la presencia de Dios y de su amor en sus vidas, invitándolos a recuperar su dignidad y a respetarla.
Paso de PERSONA A COMUNIDAD
El favorecer que el ser humano se recupere integralmente como persona digna es un gran logro, pero no basta. El hombre (varón, mujer) se desarrolla como persona cuando está en relación con los demás. Es allí donde el D.mi.P. acompaña y auspicia los espacios de protagonismo y decisión de las nuevas comunidades, en donde éstas analizan, discuten, se proyectan y ejecutan nuevas formas en el mejoramiento de su calidad de vida.
Recuperar al ser humano «en y para la comunidad», (cfr. Lc. 17,11-14 ; Mc. 1,29-31)
Paso de COMUNIDAD A PUEBLO DE DIOS (Comunidad Eclesial)
Con el presente paso llegamos al final del esquema propuesto para este itinerario misionero permanente, animado, moderado y sostenido por el D.mi.P.
Los dos pasos anteriores preparan, de alguna manera, el corazón del hombre (varón, mujer) para recibir el anuncio kerigmatico que lo llevará a vivir una experiencia comunitaria distinta: una experiencia de fe (cfr. Hech 2,41-47) fundada en la Palabra, los Sacramentos, en el testimonio y servicio misionero que lo harán verdadero discípulo – misionero de Jesús, con quien comparte su presencia viva junto a los demás miembros de la comunidad eclesial, (cfr. Mt.18,20)
Es muy importante que el D.mi.P. tenga en cuenta que, si bien este itinerario respeta los distintos procesos graduales del hombre (varón, mujer) para llegar al objetivo final de vivir la experiencia en la comunidad eclesial, los mismos no se dan a la manera de compartimentos estancos. Todo depende de las personas o grupos humanos con quien se encuentra: su cultura; su cosmovisión, o sea su relación con Dios, con los demás, con el mundo, consigo mismo.
Que Dios proteja y bendiga a todos los DP y a sus familias y que cada vez más vayamos haciendo de este ministerio un servicio misionero permanente. Un abrazo a todos.

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