El diácono, icono de Cristo servidor.

En el Nuevo Testamento el verbo diakonein designa la misión misma de Cristo en cuanto servidor y el ejercicio del servicio llevado a cabo por sus discípulos.

Me referiré, siguiendo al P. José Gabriel Mesa, a unos textos en San Pablo que son relevantes para el tema del diaconado1: Filipenses 1,1-2; 1 Timoteo 3,1-13. Estos textos nos ayudan a entender qué es el diácono y la diaconía en la Iglesia primitiva. Esta diakonía aparece mencionada en 22 ocasiones en las cartas paulinas.

La diaconía es una acción que es ayuda de alguna necesidad material, especialmente en favor de los más necesitados. Deviene un ministerio eclesiástico.

Hay una relación intrínseca entre el nombre y la tarea. Es decir: quien ejercía esa tarea (diakonía), llevaba ese nombre (diákonos). El diácono puede tener perfiles muy diversos. Pablo aplica este nombre a Cristo, a sí mismo y a otros, hombres y mujeres.

El diácono es aquél a través del cual pasa la proposición de la fe, su proclamación y el ejercicio de la caridad:

«Servidores a través de los cuales habéis creído» (1Cor 3,5).

* Filipenses 1,1-2. Pablo, en el inicio de su carta a los cristianos de Filipos, se muestra a sí mismo, humildemente, como servidor de Jesucristo y saluda a todo el pueblo santo que vive en Filipos junto a sus episkopoi (supervisores, dirigentes) y diakonoi (servidores, ayudantes) (Flp 1,1).

Los episkopoi eran jefes en las comunidades locales que ejercitaban su tarea concreta colegialmente. Cuando Pablo habla de diákonos, se refiere a la misión de evangelización o de servicio pastoral, formando parte, junto con el episkopos, de un grupo dirigente para el fortalecimiento de la vida cristiana de la comunidad.

En el texto, los diakonoi aparecen referidos a los episkopoi. Eran dos oficios coordinados. Parece, pues, que Pablo deja ver que existía una relación de servicio entre unos y otros. Entre los Filipenses, los diáconos se ocupaban en el trabajo pastoral y caritativo entre los enfermos, los pobres, los prisioneros, las viudas e incluso los niños.

En otros textos, Pablo los menciona como constantes servidores de la predicación (1Cor 3,5; 2Cor 6,4).

* En 1Tim 3, 1-13, podemos identificar las características ministeriales propias de obispos y diáconos.
Concretamente, en 1 Tim 3, 8-13, Pablo se refiere a las cualidades que debe tener un diácono, que coinciden en gran manera con las atribuidas al obispo: ha de ser digno, irreprensible, hombre de palabra, no dado al vino ni a los negocios sucios, guardián del misterio de la fe con una conciencia limpia, marido de una sola esposa, buen gobernante de su casa y de sus hijos; así se ganará la consideración y la confianza de todos.

En este texto, Pablo incluye un comentario acerca de las mujeres. Los exégetas piensan que Pablo se refiere propiamente a las mujeres diácono: Las mujeres igualmente deben ser dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo (1Tim 3,11). Las cualidades exigidas a esas mujeres, en plural, sin duda concuerdan con varias de las exigidas a los hombres, incluso simétricamente.

En la reflexión teológica acerca del diaconado, podemos:
– Identificar el diaconado como ministerio eclesial de encuentro y referencia, respecto de la diakonía que compete a la Iglesia toda.
– Identificar el diaconado como referente de servicio para acercar a la mesa a los que se encuentran alejados del banquete, teniendo en cuenta que no es per se un ministerio de presidencia.
– Entender el diaconado como un liderazgo de servicio humilde.

Diákonos es, pues, un nombre que expresa servicio. El diácono es asignado por la autoridad de su obispo, en comunión con él, para instruir y exhortar al pueblo, para ejercer las tareas de la caridad y la administración, sumamente necesarias para el buen funcionamiento de la comunidad.

Para ilustrar lo dicho anteriormente, en cuanto al diácono-servidor, comentaré el siguiente texto:
“el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, que el que quiera ser el primero, que se haga vuestro esclavo, como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida  como rescate para todos” (Mt 20, 26-28/ Mc 10, 43-45).

Las palabras de Jesús están situadas en ambos evangelios en episodios paralelos: subiendo a Jerusalén, tras el tercer anuncio a sus apóstoles de su muerte y resurrección, Jesús escucha una petición insólita, que irrita a los demás que la escuchan. Los hijos del Zebedeo, Jaime y Juan, (en Mateo su madre hace de intermediaria) piden a Jesús sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús, cuando esté en su Reino. Jesús, su Maestro, aprovecha la petición para decirles que ellos no deben actuar ni tener los mismos sentimientos que tienen los poderosos de la tierra; sus criterios no han de ser los de este mundo. Es de todos sabido, dice Jesús, que los gobernantes dominan a la gente como si fuesen sus amos y los mantienen bajo su poder. Pero que entre ellos no ha de ser así, sino que el que quiera ser el más importante, sea el servidor de todos. También Jesús en su diálogo con Poncio Pilato, cuando éste le pregunta a Jesús si es rey, afirma que su Reino no es de este mundo y que él no tiene soldados que le defiendan, ni poder (Jn 18,36).

Jesús se denomina a sí mismo “el Hijo del hombre”, verdadero hombre en todo menos en el pecado. Él es modelo de humanidad; aunque los grandes de este mundo basan su importancia y primacía en el poder y en ser servidos, él afirma que la grandeza humana está en el servicio, en hacerse pequeño con humildad y amor; él lo asevera no solo con sus palabras, sino que lo ratifica con su ejemplo, con su vida.

Jesús dice a sus discípulos que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor (Mt 20, 26-28), que está entre ellos como el que sirve (Lc 22, 27); antes de sentarse a la mesa, para celebrar la Pascua en la última Cena, Jesús realiza el gesto humilde, reservado a los esclavos, de lavar los pies a sus discípulos, dándoles ejemplo de servicio y amor recíprocos  (Jn 13, 5-15).

Cuando Jesús dice que ha venido a servir y a dar su vida como rescate para todos, manifiesta el sentido de su ofrenda, de su sacrificio redentor. En el momento de la Santa Cena, al darnos el mandamiento del amor sin límites, vuelve a mostrarse como ejemplo de donación “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Y añade: “no hay amor más grande que dar la vida».

Los cristianos, fieles al mandamiento de Jesús, nos esforzamos, con la ayuda del Espíritu Santo, en vivir amando y sirviendo, en vivir la diaconía.
Esta diaconía corresponde a toda la Iglesia, a todos los bautizados, que por el sacramento del bautismo participamos del sacerdocio de Cristo, de su función santificadora. El diácono, ministro ordenado en la Iglesia, ejerciendo su propia diaconía, es agente dinamizador de la diaconía de la Iglesia, constructor de puentes de amor y servicio.

El servicio del diácono en la Iglesia y en el mundo es un servicio signo del amor de Cristo. El diácono, en su ordenación, recibe el Espíritu Santo, que le concede la gracia de ser configurado a Cristo Servidor, y así llevar a cabo su ministerio diaconal fielmente.

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