El diácono es un gran “equilibrista”

Dice Paloma Pérez Muniáin, esposa de un diácono

Pamplona, España, 13 de junio de 2010

 Paloma es esposa del Diác. Fernando Aranaz Zuza, primer diácono permanente de la Arquidiócesis española de Pamplona-Tudela, ordenado el 15 de septiembre de 2007 y Referente Arquidiocesano del CIDAL.

 Me presentaré: Me llamo Paloma Pérez Muniáin, soy una mujer de cuarenta y seis años y soy de Pamplona. Esta es mi única carta de presentación, carezco de estudios, de carreras, de status social y lo que a continuación deseo exponer habla de mi vida y mi experiencia como esposa del diácono permanente Fernando Aranaz Zuza, de la Diócesis de Pamplona-Tudela. Fruto de nuestro matrimonio tenemos una hija llamada Rut y que actualmente tiene diez años, siendo el mayor regalo que Dios nos ha podido dar.

 

            Actualmente vivimos este don del diaconado con alegría y esperanza, también con responsabilidad y a veces con preocupación, pero por encima de todo con agradecimiento a Dios por todos sus dones recibidos, que no merecidos. Los primeros años no fueron fáciles, fueron tiempos de confusión, tanto para Fernando como para mí, cuando Rut apenas rondaba su primer año de vida.

 

            Cuando esta historia comenzó, Fernando “sentía” –así lo expresaba él- una fuerte llamada de Dios que le pedía “algo más” en la Iglesia. Los dos éramos personas de Iglesia ubicados en la Parroquia del Padre Nuestro de Mendillorri (Pamplona), colaborando en la catequesis, en el grupo de liturgia, en grupos de oración, en el consejo parroquial y arciprestral, en las javieradas…así que no entendíamos qué era ese “algo más”. Con la niña pequeña, casi todo mi tiempo se lo dedicaba a ella, así que esto terminó por inquietarme y confundirme. Hasta llegué a pensar que Fernando, mi esposo, habría equivocado su vocación. Fue un camino duro y difícil, lleno de dudas, incomprensiones y lágrimas. Fueron de gran ayuda, apoyo y consuelo los hermanos diáconos, sus esposas y sus familias de las diócesis vecinas; sin ellos hubiéramos estado perdidos del todo.

 

Poco a poco, a base de hablar, de rezar, de pedir ayuda a Dios y consejo a personas de buen criterio para estos temas, pudimos intuir en nuestro horizonte los rayos de sol que asomaban, dando forma a estos sentimientos y vivencias: Aquello que Fernando sentía era la vocación al diaconado de forma permanente. A mí, personalmente, me gusta decir simplemente Diaconado. Vimos que Dios nos pedía un mayor compromiso partiendo de nuestro matrimonio. Digo “nos pedía” porque, estarán conmigo los matrimonios que lean este artículo, cuando digo que en la vida en pareja se comparte todo: lo bueno y lo malo, la alegría y el dolor, la noche y el día… Así que la confusión dio paso a momentos de paz, pero también de mucho sacrificio por parte de la familia.

Fernando tuvo que cursar sus estudios en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas ubicado en el Seminario de Pamplona durante seis largos años, compaginándolo con su trabajo como administrativo en una empresa y la atención a su familia… Rut veía poco a su padre y yo, atendía la casa, a la niña y a veces hacía la labor de padre y madre… sabiendo que si Dios te pide algo, Él te va a dar mucho más… Dios sabe hacer las cosas bien, Él siempre te da mucho tiempo para pensar, para decidirte, hasta que tu corazón esté maduro y cuando la respuesta es un “sí” como el de María, Él te colma de la paz y la fuerza necesarias para caminar por la nueva senda que te ofrece.

 

            La familia, sin duda se ha visto reforzada y mucho por el don del diaconado. Está claro que la imposición de manos por parte del entonces Arzobispo D. Fernando Sebastián –debo decir que desde el principio apoyó esta vocación y nos animó mucho- la recibió Fernando, pero nuestro matrimonio y nuestra hija se han vistos “recompensados” y han adquirido otra profundidad con este nuevo don que Dios nos ha querido regalar, el de la vocación al servicio, que toma como modelo a Cristo servidor.

 

Los dos sacramentos, matrimonio y diaconado, no sólo son compatibles, sino que han aportado fuerza y hondura a nuestra vida matrimonial y personal. Para la esposa del diácono, la segunda vocación a la que ha sido llamado su esposo, es una opción personal (no sacramental) y así vive el diaconado como una realidad personal. La santificación en el matrimonio y en el diaconado es para la pareja conjunta. Los dos avanzando en el camino hacia el Señor. La esposa da su consentimiento primero en el matrimonio y después para el diaconado. Este “sí” se convierte en compromiso de la esposa, porque en cierta manera trabaja a la par del esposo diácono. Lo importante es el ser y no el hacer. Nuestro “sí” posibilita y potencia el sacramento del orden en el grado del diaconado del marido.

Soy esposa de Fernando y también compañera en todos los sentidos. Todo lo compartimos, las alegrías, los momentos dolorosos, siendo apoyo el uno para el otro.

Como os digo, mi tiempo lo dedico a mi familia, a tener la casa siempre a punto para que sea un verdadero hogar. También soy catequista de nuestra Parroquia, labor que desempeño con mucho ánimo y esperanza de que Dios reine algún día en el mundo como único Señor. Y desde hace doce años dedico mi tiempo a las personas que se encuentran encarceladas en la prisión de Pamplona como voluntaria en la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis, voluntariado que compartí con Fernando durante todo este tiempo. Precisamente la labor pastoral que la Diócesis encomienda a Fernando, es la de adjunto a la capellanía de la prisión, coincidiendo así en nuestra vocación por las personas privadas de libertad, verdaderos rostros de Cristo sufriente, compartiendo Vida con ellos, él como diácono y yo como voluntaria.

Esta labor es dura pero a la vez esperanzadora, como bien dice el profeta Jeremías: “Hay esperanza para tu futuro…” y como afirma Jesús en el Evangelio de San Mateo: “Porque estuve en la cárcel y vinisteis a verme…”. En esta frase se basa y construye la Pastoral Penitenciaria. Porque las personas presas, entre otras, son los “pequeños” a los que Jesús hace referencia. Nuestra misión es llevar la esperanza y el consuelo de que les espera una vida para ser vivida con dignidad humana y un futuro mejor, que Dios es misericordioso y no le importa aquello que hayas hecho mal si eres capaz de arrepentirte ya que Él nos espera con los brazos abiertos como lo hizo con el Hijo Pródigo. Debemos situar a los marginados –a los que están al margen del camino- en el centro del corazón de la Iglesia.

 

            Haciendo un paréntesis debo decir que Fernando, mi esposo, trabaja en una empresa como administrativo con horario partido de lunes a viernes y los fines de semana es cuando realiza su encomienda en la prisión provincial de Pamplona. El diácono es un gran “equilibrista” porque debe repartir su tiempo entre su trabajo, su encomienda y su familia y no olvidemos que lo puede hacer porque su esposa está totalmente de acuerdo con ello y es ella quien se encarga de la familia y de la casa, cuando él está desarrollando su labor pastoral. La gran mayoría de los diáconos españoles (poco más o menos unos trescientos) viven de su trabajo civil y no reciben remuneración económica de ninguna clase por su labor de diáconos en sus destinos pastorales. Lo que han recibido gratis, gratis lo dan. Esto les da una gran autoridad moral.

 

Nuestra hija Rut ha crecido en este ambiente de Iglesia y para ella las palabras diácono, estola, servicio, presos, marginados, liturgia… es el pan de cada día. Todos estos años ha vivido de una forma natural el hecho de que su padre se estuviera preparando intelectual y espiritualmente para ser diácono de la Iglesia y ha visto su esfuerzo, tesón y alegría durante todo este tiempo, siendo un gran ejemplo para ella. También ha habido tiempo de conversar, de responder preguntas que no entendía, pero los niños a la vez de ser muy racionales, entran con mucha más naturalidad que nosotros en el misterio de Dios. Nuestra hija el año pasado recibió la Primera Comunión de manos de su padre y fue un momento entrañable, alegre y profundo.

 

            Dios ha ido conformando nuestras vidas, como si de una labor de costura se tratara: Primero nos ofreció la tela, más delante nos dio los hilos de diferentes tonos y colores que íbamos necesitando y, al final, con trabajo, dedicación y muchas horas por delante, la labor ha tomado cuerpo y sentido. Y el resultado es obra suya, nosotros sólo somos las agujas empleadas en la labor. Dios nos ha abierto un camino nuevo para poder llevar su esperanza, su amor y su consuelo allí donde haga falta. “Consolad a mi pueblo –dice el Señor-” podemos leer en el Libro del Profeta Isaías.  Y el sentimiento es de total agradecimiento.

 

            En la Iglesia debemos ser conscientes de la necesidad de pedir a Dios que envíe trabajadores a su mies: matrimonios que tengan como invitado a su casa al mismo Dios; diáconos que sean espejos de Cristo Servidor; y religiosos, religiosas y sacerdotes para que el Cuerpo de Cristo esté completo. En el Cuerpo, que es la Iglesia, la Cabeza es Cristo y los miembros de ese Cuerpo somos sus fieles. Toda vocación es llamada de Dios. Por lo tanto, todos somos iguales de necesarios y, si faltara alguien, el Cuerpo de Cristo no estaría completo.

 

            Tal vez esta historia parezca un poco extraña, pero éstos son los caminos de Dios y así actúa: respetando tus tiempos para que con naturalidad le dejes actuar en tu vida. No hay que tener miedo a los caminos de Dios, no hay que cerrarle las puertas, porque cuando él te pide algo, es que te quiere hacer feliz. 

 

En el mes de mayo de 2006, un año antes de la ordenación de su esposo, Paloma le dedicaba estos versos: Tiendes tu mano al hambriento, al que preso está, a la viuda en soledad y al enfermo en su agonía. A través de tus ojos -esos ojos que saben mirar- veo a Cristo servidor lavando unos pies cansados. Tu sonrisa franca, limpia, consuela el dolor hecho de hiel transformándolo en dulce esperanza. (Ver texto completo en la edición 4 del Informativo del CIDAL, pág. 12).

 

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