El diaconado y Ellacuría

Hace 28 años que asesinaron a Ignacio Ellacuría. El 16 de noviembre de 1989 unos soldados de las Fuerzas Armadas del Salvador le dejaron muerto, junto con otros compañeros jesuitas, una empleada doméstica y su hija, en el césped del Campus de la UCA, la Universidad Centro Americana de El Salvador. ¿Por qué traer al ámbito del diaconado esta efeméride si Ellacuría no escribió nada sobre el diaconado? Basta echar una rápida mirada a varias de sus ideas principales para ver en su pensamiento conceptos muy valiosos para el diaconado.

Partimos del hecho de que diaconía, como escribe Boerma en “La cara pobre de Europa”, también es el intento de romper la dependencia de los pobres a las ayudas sociales, que en el fondo, y a causa del silencio al que les condena el paternalismo de unas ayudas a fondo perdido, les imposibilitan para contribuir a la construcción de la sociedad. Y si tenemos en cuenta, también en palabras de Coenraad Boerma, que el servicio de la Iglesia a los pobres se basa en una autocrítica por su incapacidad para ser la Iglesia de los pobres, entonces Ellacuría empieza a decir algo a los diáconos.
No todo puede ni debe hacerse desde la política, de hecho la democracia fracasa en cuanto que no puede ser cauce de expresión para las minorías, no puede dar voz a los grupos marginados que no interesan políticamente. La democracia no piensa en el largo plazo, necesario para el progreso del bien común, piensa sin embargo en el corto plazo que olvida a las minorías e interesa a las mayorías, convertidas así en mayoría electoral. El corto plazo de las democracias convierten la ayuda económica del estado en una abstracción, que proporciona comida y calefacción a una familia con dificultades, pero que es anónima y condescendiente, a la vez que profundamente paternalista y populista, cosa que impide al receptor de la ayuda ser sujeto de su presente y su futuro, cronificando así su pobreza. Esta compasión y caridad del Estado establecida por ley, a menudo impide que los pobres tomen las riendas de su vida.

En este sentido aparece el diaconado como diaconado político, un concepto que he leído por primera vez en el citado “La cara pobre de Europa”, pero que surge de la Nueva Teología Política europea. A pesar de que las legislaciones europeas, en principio, protegen al débil, al enfermo, al anciano… el diácono está llamado a ser defensor de los derechos de los pobres, de las minorías silenciosas y las grandes mayorías de prescindibles, está llamado a mostrar al político aquellos lugares donde la política no llega o llega de manera defectuosa, aquellas personas víctimas de la inacción, o la mala acción, de los gobiernos. Hay un diaconado que está llamado a reforzar la voz de las minorías, a ayudarlas con su reflexión y su análisis. La Iglesia no puede solucionar lo que los políticos no pueden o no quieren solucionar, pero sí que puede restaurar las relaciones entre las personas, acompañar a los débiles, sacarlos de su aislamiento y su silencio.

La teología política de Ellacuría parte del hecho de que el objetivo del estudio teológico y de su hacer propio, no es el conocimiento, sino la comprensión de la realidad para transformarla desde un punto de vista cristiano. Lo importante no es la afirmación teológica en sí, sino mostrar cómo, y en qué sentido, una afirmación teológica es transformadora para las personas. Junto a la necesidad de anunciar la fe cristiana aparece la necesidad de anunciar el Reino, un reino diferente a los de este mundo, con un poder que se pone al servicio de los «sin-poder». El Reino, como anuncio y espera de la presencia histórica de Dios, como un «Dios-con-nosotros» prometido, debe ser transformador, y no solo a nivel personal sino en el de la estructura social.

Para Ellacuría este Reino remitía a una utopía que él llamaba utopía cristiana. Él sabía que en el terreno de la utopía es donde el cristianismo puede dialogar con la política y la cultura, desde la crítica de las carencias de la sociedad y de la esperanza en un mundo mejor. Pero Ellacuría diferenciaba la mera utopía de la utopía cristiana. La utopía es un horizonte soñado, jamás visto, y que no es seguro que pueda realizarse, la utopía cristiana es el anuncio de algo que ya se ha dado, el acontecimiento de Jesucristo, y el proyecto que nace de ese acontecimiento.

El diácono, como signo sacramental de ese acontecimiento, y como crítico de la praxis, tanto eclesial como social hacia las minorías, los pobres, y los «sin-poder», y siempre al servicio de la Iglesia en la persona de su obispo, es quien vive, como escenario de su praxis pastoral, esta utopía de lo «ya sí, pero todavía no». El diácono es quien tiene que mover sus talentos en medio de ese espacio entre lo que hay y lo que debería haber, entre la realidad que impide a las personas vivir según su condición de amados por Dios, y la fuerza que presiona para que esa dignidad finalmente se haga realidad.

Se dice que el diácono es ministro del amor de Dios y debe predicar el amor, pero no debe hacerlo de una forma ahistórica, al margen del aquí y ahora, olvidando los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de cuantos sufren. El amor cristiano es signo de credibilidad de la Iglesia y debe configurar toda diaconía. El amor es inherente al mensaje cristiano, pero el diaconado debe configurarse al amor que Jesús anunció y vivió, y por el cual los cristianos se dan a conocer y dan a conocer a Dios. El amor de Jesús fue transformador, y nuestra pregunta, que también se la hacía Ellacuría, debe ser: ¿Es más fuerte el amor que el odio para la transformación de la sociedad? ¿Es cierto que el amor cristiano todo lo puede?

El 19 de noviembre celebraremos la campaña mundial contra la pobreza, lanzada por el papa Francisco, pensemos por un momento en Ellacuría, en el hecho de que la Iglesia debe sentirse heredera de su entrega y su lucha por dar voz a los “sin-voz”, de su lucha por la justicia en un mundo injusto, y de su muerte, de la que la Iglesia aclarará si es martirial o no. Pensemos este 19 de noviembre que Ellacuría también sentó a su mesa a un pobre. Aquel día no mataron a unos curas, mataron a unos curas con una larga trayectoria de servicio y amor a los últimos, que es precisamente lo que define a los diáconos.

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