El Diaconado Permanente

Autor: José María Lorenzo Amelibia

Es una figura eclesial muy primitiva. El Concilio Vaticano II la redescubrió y devolvió a la Iglesia. Muchos la han entendido como una solución a la carencia de vocaciones al sacerdocio célibe.

Diáconos

Pero el Diaconado permanente tendría su total significado y aplicación incluso en tiempos en que la vocaciones sacerdotales fueran boyantes, incluso cuando se admita el sacerdocio católico casado.

Sé de alguna diócesis mejicana en la que tienen una plantilla de 9 sacerdotes. El obispo, en su tiempo, ni cortó ni perezoso, hizo acopio de vocaciones diaconales, y pasan de trescientos los que existan en aquella Iglesia local.

Seguía ordenando diáconos el prelado, hasta que desde Roma le pararon los pies. Vieron cuál era su intención: presionar para que en un momento determinado se le permitiera conferirles el presbiterado a aquellos diáconos.

Me consta de que en la actualidad se han ordenado de diáconos personas con la intención lógica de que la jerarquía decida algún día, ante la carencia de presbíteros, conferirles el sacerdocio. No me parece mal su pretensión, y tal vez tenga que venir la solución a abolir la ley del celibato por estos cauces. Pero sacamos de esta manera las cosas de quicio. No me parece muy “honesto” solucionar el problema por estos cauces. El tema debe enfretarse, sin artimañas, sin desvirtuar la vocación neotestametaria del diaconado permanente, como lo fueron San Estaban y San Lorenzo.

Conozco diáconos magníficos que cumplen su misión de ayudar a los pobres, a los marginados; son, por decirlo de alguna manera, la Iglesia Madre, la misericordia, el amor y el cariño para todos. Y por supuesto, junto a ellos, los religiosos y seglares de ambos sexos que viven para hacer el bien, estén casados o solteros.

Facilitan así la labor del sacerdote que ha de entregarse más a la predicación y sacramentos. Y la verdad es que, si necesitamos más sacerdotes, también más diáconos. Aquí nadie sobra, ni nadie ha de considerarse más que nadie.

Todo lo que he expresado nada quita para que la jerarquía de la Iglesia decida, por supuesto siempre contando con la libertad de cada diácono, ordenarlos sacerdotes. Con esto se conseguirían dos cosas buenas: paliar la escasez de sacerdotes en el mundo y abrir un portillo para la libertad de sacerdocio célibe y sacerdote casado.

Pero sería una solución parcial, un parche. Es preciso solucionar de raíz el problema de las vocaciones sacerdotales. Un modo puede ser ordenando a hombres casados de sacerdotes… y quitando de una vez la ley nada evangélica del celibato actualmente existente. Y todavía se necesitarían más vocaciones. Pero solamente con estas iniciativas aumentarían más de un 30% las vocaciones actuales. Además los sacerdotes célibes lo serían de verdad, puesto que en todo momento serían libres para casarse.

Fuente: https://www.religiondigital.org/

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