Discurso del arzobispo de Gatineau, Monseñor Paul Andre Durocher, en Quebec (Canadá) al recibir el premio Trivison, en relación con el diaconado femenino

 

 

 

Me gustaría darles las gracias por el honor que han decidido  otorgarme esta tarde. Yo entiendo que es debido a mi intervención inicial en la asamblea general del Sínodo de los Obispos del pasado octubre. En aquella intervención, como usted señala, sugerí que estudiáramos la posibilidad de ordenar mujeres al diaconado permanente en la Iglesia. Este es un tema que ustedes han estado promoviendo desde hace algún tiempo, y tener un obispo que hable de ello en una ocasión tan señalada fue un estímulo para ustedes. Reconozco en este premio una expresión de agradecimiento por ese estímulo.

 

Por supuesto, ustedes se han sentido aún más estimulados, como yo mismo, por la respuesta del Papa Francisco a la intervención de otro grupo sobre la misma cuestión. Me refiero por supuesto a la petición de la Unión Internacional de Superioras Generales, formulada por la voz de su presidente, la hermana Carmen Sammut, que la cuestión sea estudiada en la Iglesia. El Papa Francisco estuvo de acuerdo, y ahora ha constituido una comisión para llevar a cabo dicho estudio. Por lo que su premio debería haber sido para la hermana Carmen o para el mismo Papa Francisco. Supongo que me eligieron porque yo estoy al otro lado de la frontera. Sea como fuere, me siento honrado y agradecido por esto.

 

Quisiera hacer dos observaciones. La primera se refiere a las cuestiones más amplias que planteé en mi intervención en el Sínodo. Me han preguntado por qué decidí dedicar mis tres minutos a la cuestión de las mujeres diaconisas cuando el Sínodo era sobre la familia. De hecho, mi intervención no se dedicó a esta cuestión.

 

En los meses anteriores al Sínodo, cambié de opinión unas cuantas veces antes de decidir qué tema tratar. Yo había limitado mis opciones a tres: el impacto de los medios sociales en la vida familiar, el flagelo de la pornografía en la web y sus consecuencias devastadoras para la sana, santa sexualidad y la victimización permanente de tantas mujeres dentro de sus matrimonios. La balanza se inclinó hacia este último cuando leí un informe de la Organización Mundial de la Salud que revelaba que, aún hoy, cerca de un tercio de todas las mujeres serán sometidas a la violencia a manos de su cónyuge durante su vida matrimonial. Esta estadística es sorprendente e inaceptable. Yo sentí que necesitaba presentar esto a la atención de mis hermanos obispos e invitarles a abordar este problema acuciante en nuestras deliberaciones. Este fue el tema central de mi intervención.

 

Sin embargo, sentí que no podíamos hablar con credibilidad de este tema si no estábamos dispuestos, dentro de nuestras propias estructuras de la Iglesia, a reconocer y celebrar la dignidad inherente a todas las mujeres. Así pues, sugerí que busquemos vías para escuchar las voces de las mujeres en nuestras reflexiones sobre la escritura, en nuestras estructuras de gobierno y, por último, mediante el estudio de la posibilidad de ordenar mujeres al diaconado permanente.

 

Creo que podemos hacer esto sin tocar el tema doctrinal de acceso al sacerdocio, que, en mi opinión, es otra cuestión. Los medios de comunicación se lanzaron sobre la última frase de mi intervención de tres minutos y, básicamente, ignoraron el resto. Y tengo que admitir que siento un poco de tristeza a causa de esto.

 

Así que esta noche, al aceptar su premio, les pediría que, conmigo,  giren sus mentes y sus corazones hacia todas aquellas mujeres que no se preocupan tanto de si pueden ser diáconos como de si pueden evitar otra discusión con su marido, otra pelea y otra paliza. Me hago eco de la llamada del Papa Francisco, que no nos preocupemos tanto por nuestros propios temas internos de la Iglesia que nos haga olvidar de los problemas más candentes con los que tantos de nuestros hermanos y hermanas están luchando. Se lo agradecería.

 

El segundo punto que me gustaría exponer es el siguiente. Varias personas me han preguntado en los últimos días si sé que es Future Church (Iglesia Futura). Han señalado una serie de posiciones que ustedes han tomado o iniciativas que han emprendido que van en contra de las enseñanzas de la Iglesia, sobre todo en el tema del acceso de las mujeres al sacerdocio. Contesté sinceramente que no conozco su organización muy bien, y que yo no estaría de acuerdo con todo lo que me dijeron que ustedes apoyan.

 

Sin embargo, al igual que el Papa Francisco, creo en la construcción de puentes. Creo en el diálogo. Puede que yo no esté de acuerdo con todo lo que ustedes manifiestan, y es posible que ustedes no estén de acuerdo con todo lo que yo hago, sin embargo, es importante que en la Iglesia nunca dejemos de acercarnos unos a otros y de trabajar juntos por el bien siempre que podamos. Estamos unidos por la misma fe en Jesucristo como el Hijo de Dios encarnado, por un deseo común de ver propagado su Evangelio en todo el mundo, y por un amor compartido por la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa. Por lo tanto, es en ese espíritu de construcción de puentes y diálogo que acepto humildemente su premio, como una muestra de mi respeto para cada uno de ustedes, y como garantía común que todos nosotros seguiremos dialogando, rezaremos juntos y caminaremos unos junto a otros en la peregrinación de la vida.

 

Una vez más, muchas gracias.

 

 

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