Conoce al diácono colombiano Arismendy Lozada de la archidiócesis de Quebec, Canadá

 

PERFIL DE UN REFUGIADO: EXPERIODISTA COLOMBIANO, AHORA DIÁCONO EN CANADÁ

Autor:  Philippe Vaillancourt,

Siendo una personalidad en Colombia, él huyó hacia Canadá para mantenerse vivo. Desarraigado y nuevo en el francés, él vivió en la precariedad en Ciudad de Quebec extrayendo de su familia y su fe las fuerzas para vivir. Ahora él está encargado de la comunidad latina de la Arquidiócesis de Quebec.

He aquí la excepcional historia de un refugiado.

El diácono Arismendy Lozada miraba su teléfono móvil. Alertas noticiosas destellaban en su pantalla entre el fútbol, la religión y la política. Desde su oficina en la rectoría de Saint-Mathieu, en el distrito Sainte-Foy de Ciudad de Quebec, él todavía sigue las hazañas del club de fútbol Santafecito de Bogotá. Sin embargo, las siempre presente noticias sobre el plan de Canadá de recibir 25,000 refugiados sirios lo hacen pensativo.

“Venimos con equipaje lleno de sueños. Cuando el avión toca pista todo es maravilloso”, él dijo pensando en los refugiados que ahora llegan al suelo canadiense. Él sabe de lo que habla: Para poder mantenerse vivo él huyó de Colombia en el 2003 y terminó en Canadá.

Si él pudiese hablar con cada uno de los refugiados sirios les diría: “Mantente esperanzado, mantente fiel”.

Nacido en la década de 1960 en el departamento colombiano de Caquetá, él se crió hasta convertirse en un respetado periodista, escribiendo y trabajando un poco en radio y televisión. Conocido por su sensibilidad social, él fue seleccionado por su asociación como periodista del año en 1989.

Pero su vida tomó un giro inesperado cuando, hospitalizado, una transfusión sanguínea lo dejó con hepatitis C. La cirrosis casi lo mató.

“Cuando enfrentamos la muerte comenzamos a hacernos preguntas”, él dijo.

“Yo era católico como todos. Iba a la iglesia a veces. En aquel entonces tenía una estación de radio en el pequeño pueblo donde nací. El cura vino a verme un día y preguntó si yo podía hacer una transmisión de una hora de la Misa. Pensé que eso me haría perder dinero, pero dije que sí para que me dejara tranquilo”, él recordó. “Pero después de mi enfermedad comencé a preguntarme ¿quién soy?, ¿dónde estoy?, ¿por qué estoy aquí? y un día me preguntaba qué Dios quería hacer conmigo”.

Estas preguntas lo llevaron a un proceso donde él pasó de ser un católico “mundano” a un católico “activado”, al punto de entrar al seminario e irónicamente ver al mismo cura que le pareció tan molestoso convertirse en su director espiritual. Después de un año y conocer la mujer con quien se casaría en el 2000, él acordó con su obispo convertirse en diácono permanente.

Debido a su fama y su reputación en el activismo social se le pidió hacerse consejero de paz para las conversaciones entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Este compromiso en su momento lo obligaría a huir hacia Canadá.

“Yo estaba recibiendo amenazas de las FARC y de los paramilitares. Siempre les pedía que dejaran las violaciones de los derechos humanos: la vida humana es lo más importante, cualquiera que sea el contexto. Pero un día me dijeron: ‘Tú, tú eres un objetivo militar’”.

Las amenazas se tornaron más insistentes.

“Un hombre vino a verme en la oficina. Estábamos hablando y puso un arma en la mesa. Él dijo: ‘Tienes 72 horas para salir del país. Si te encontramos después de eso, eres hombre muerto’”, dijo el diácono Lozada.

Obligado a huir hacia Canadá con su esposa y su hija, se fue a Ciudad de Quebec, donde la euforia de los primeros días se dispersó rápidamente mientras una nueva realidad aparecía: choque cultural, aprender francés y dificultades financieras. Él recibió préstamos de estudiante para aprender Servicio Social en la universidad, pero como eso no era suficiente dinero para sustentar a su familia, tuvo que buscar empleo. Después de haber sido rechazado muchas veces terminó limpiando edificios.

“Tengo que confesarlo: La primera noche que fui a limpiar encontré retretes que estaban en muy, muy mala forma. Lloré. Dije: ‘Señor, ¿qué estoy haciendo aquí?’. Pero después de la segunda y tercera noche comencé a darle gracias al Señor: ‘Gracias porque debido a esto tengo el dinero para alimentar a mi familia’. No queríamos aprovecharnos del sistema. Como familia teníamos un sueño y debido a eso queríamos encontrar empleo”.

El año en que salió de Colombia era el año en que estaba supuesto a ordenarse como diácono. Él tenía todos sus documentos y una reunión con el cardenal Marc Ouellet de Quebec lo pondría de vuelta en el camino.

“Cuando me reuní con el cardenal Ouellet estaba esperando un hombre frío. Pero él me tomó en sus brazos y me dijo: ‘Bienvenido a casa’. Esto hizo una diferencia para mí”, contó el diácono Lozada.

El cardenal Ouellet, quien vivió un tiempo en Colombia, lo hizo agente pastoral y le pidió encargarse de la comunidad latina de Ciudad de Quebec, rol que todavía desempeña. Entre los 6,000 miembros de esta comunidad, menos de 300 asisten regularmente a la Misa dominical en español.

“Nuestra meta es la integración, no tener un ministerio entre nosotros mismos y convertirnos en un gueto. Lo llamamos un ministerio ‘de paso’.

Él dijo que algunos momentos son más fuertes que otros. En agosto una pareja de su comunidad, Julián Esteban Munetón Vásquez, de 29 años de edad, y su esposa embarazada con 8 meses de embarazo, Ingrid Zamorano, de 30 años, murieron en un accidente automovilístico impactados por un conductor ebrio. El diácono Lozada conocía muy bien la pareja.

“Julián e Ingrid venían a la Misa en español”, él dijo. “Ellos eran un ejemplo de la integración. Un año después de su llegada ambos tenían empleo. Se suponía que ellos comenzaran en la universidad en septiembre pasado. Bendije el vientre de ella durante la Misa”.

La vida continúa, él dijo, igual que para todos los refugiados, incluyendo los musulmanes que ahora vienen a Canadá.

“Cuando tenemos amor, éste rechaza el temor. Esto es lo que tenemos que tener: amor por nuestro prójimo. Ofrecer una bienvenida que haga una diferencia. Depende de cada uno de nosotros hacer nuestra parte”.

“Nuestros hermanos y hermanas musulmanes tienen valores”, él dijo. “Ellos viven su fe de una manera y nosotros vivimos nuestra fe a nuestra manera. Pero es la misma fe y cuando tenemos fe tenemos valores. Nuestros hermanos musulmanes tienen muchos valores”.

“Canadá es una tierra de bienvenida y paz que tiene un tesoro invaluable: sus valores”.

 

Tomado de: atholic News Service 

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