Cien días

Cien días

En el mes de septiembre me diagnosticaron una enfermedad con un nombre que nunca había oído, Síndrome mielodisplásico. La explicación que me dieron para que lo entendiese fue que es la puerta de entrada de la leucemia.

Nos quedamos de piedra, y nos costó muchas lágrimas, el asimilar que la única cura que tenía la enfermedad era, tras quimioterapia, un trasplante de médula.

Soy de una familia amplia, somos diez hermanos, cinco hermanas y cinco hermanos. De entre ellos salió una hermana que era geneticamente igual que yo, y que podría ser donante -10 sobre 10-, había tenido mucha suerte.

Pero diez días antes del trasplante, la enfermedad se agravó y se convirtió en leucemia. Me ingresaron, 40 días de aislamiento sin salir de una habitación especial. Me dieron dos días de permiso para estar en casa sin salir, e ingresé en el hospital de nuevo para el trasplante el día 17 de diciembre, me hicieron el trasplante tras una semana de quimio el 26 de diciembre. San Esteban, hoy hace 100 días.

Salí del hospital a los 27 días de aislamiento.

Sigo confinado en casa por el estado de alarma debido al COVID 19, he perdido ya la cuenta de cuanto llevo aislado, ya no importa.

Veo, por los testimonios que salen en la página, y por los distintos grupos WhatsApp de diáconos, la preocupación de no poder ejercer el ministerio, “como hasta ahora”. A veces da la impresión de que “sin hacer”. se nos cae nuestro diaconado, que “sin hacer”, estamos perdidos o están perdidos nuestros hermanos y hermanas.

Cuando me aislaron y tuve que dejar la poca actividad pastoral que hacía en aquel momento, el mundo se me cayó encima. La enfermedad me había dejado en una debilidad extrema, dependiente totalmente de los demás. Toda actividad diaconal quedó aparentemente a cero. ¿Qué iba a ser de mi diaconado? Una Navidad encerrado en un hospital con mi mujer Raquel, Jesús nacía y nosotros encerrados, un día, otro día…

Pero el Padre bueno me mostró el desierto, me sumergió en El. En la soledad de mi habitación “sin hacer nada” Él me mostró que yo soy diácono a pesar de “no hacer” ,pues hay otras formas de “ser” diácono, que desconocemos, pues la actividad nos ciega para poder verlo.

Nunca le pedí al Dios de Jesús que me curase, nunca pregunté dónde estás. Le pedí fuerzas para luchar, para superar mi enfermedad.

Pero no noté nada, no se me apareció a los pies de la cama. no se iluminó la habitación, no me convertí en Superman …

Percibí que mi diaconado era dejarme querer, dejarme llevar como la corriente del río arrastra las hojas hacia el mar, ser obediente, dar las gracias, sonreír, aceptar la soledad, el miedo, el silencio aparente de Dios, convertir mi día en oración constante. Y agradecer que el Padre bueno estaba conmigo todo el rato.

Él me abrazaba a través del amor de los demás y el trabajo bien hecho de los sanitarios que me cuidaban, de los que día a día me acompañaban, de manera especial Raquel que se encerró conmigo 30 días, dando una nueva profundidad de ser una conmigo y yo con ella. Así sin grandes aspavientos, en silencio, allí estaba.

Abba está a mi lado, aunque no celebre, aunque no tenga eucaristía, aunque este disminuido sin poder “ejercer de lo mío”. Sin hermanos y hermanas a mi alrededor, pero con la oración de todas la comunidades y amigos y amigas

Hoy nos toca se obedientes, quedarnos en casa, aprovechar la familia, a la que vemos tan poco, mostrarles nuestro amor de una forma que nunca hemos podido. ¡Estamos tan poco con ellas y ellos!

Encontrarnos con el Padre bueno de otra manera, sin ropas, desnudos en la debilidad en la que nos ha puesto el COVID 19. Y aprender la lección para cambiar nuestra forma de “ser” diáconos.

Yo pasé una Navidad distinta y aprendí, os invito ahora a que aprendamos de esta Semana Santa tan especial, que, a pesar de todo, de nuevo Jesús nos regala la salvación.

Hacer lo que se pueda, pero sin angustias, confiar en nuestros hermanos y hermanas, “no somos imprescindibles, el Padre bueno está con ellos y ellas también. Dejaros acunar por el Dios bueno. Si estamos predicando el amor de Dios y su misericordia es momento de recordar el mandato de nuestra ordenación. “Cree lo que lees, enseña lo que crees, practica lo que enseñas”. Hoy toca “ser” diácono de otra manera

Un abrazo fraterno

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