México: 40 Años de Diaconado permanente entre los Pueblos Indígenas de Chiapas, México

La Conferencia del Episcopado Mexicano aprobó en 1973 el restablecimiento de este ministerio para las diócesis mexicanas. En San Cristóbal de las Casas, se puso en práctica este camino que abrió el Espíritu, para encarnar la Iglesia en las culturas indígenas de este lugar, para inculturar la evangelización en los pueblos originarios, tseltales, tsotsiles, ch’oles, tojolabales y zoques. El pasado 2 de diciembre de 2014, se celebró la ordenación de 9 diáconos indígenas permanentes, todos ellos tzeltales de la Misión de Bachajón, atendida por los Padres Jesuitas. El diácono indígena es un hombre maduro, respetado por su integridad, ya que ha sido conocido por la comunidad desde su infancia. Se le aprecia por su calidad humana y moral, y por el sentido de su servicio eclesial.
Fotos: Enrique Carrasco SJ.

El Espíritu Santo, mediante la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, restableció el diaconado permanente, el 21 de noviembre de 1964: ”… se podrá restablecer el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía… Este diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato” (LG 29).

La Conferencia del Episcopado Mexicano, mediante un decreto, aprobó en 1973 el restablecimiento de este ministerio para las diócesis mexicanas. En la diócesis de San Cristóbal de las Casas, gracias a la visión pastoral de Mons. Samuel Ruíz García, se puso en práctica este camino que abrió el Espíritu, para encarnar la Iglesia en las culturas indígenas de este lugar, para inculturar la evangelización en los pueblos originarios, tseltales, tsotsiles, ch’oles, tojolabales y zoques.

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Ha sido una experiencia muy rica, que ha ayudado a dar a esta Iglesia particular un rostro que intenta reflejar lo pedido por el mismo Concilio: ”Deben crecer de la semilla de la Palabra de Dios en todo el mundo Iglesias particulares autóctonas suficientemente fundadas y dotadas de energías propias y maduras que, provistas suficientemente de jerarquía propia, unida al pueblo fiel, y de medios apropiados para llevar una vida plenamente cristiana, contribuyan, en la parte que les corresponde, al bien de toda la Iglesia” (AG 6).

En el año 1974, en varias comunidades indígenas, se empezó a elegir a hombres casados que habían desempeñado por años el servicio como catequistas entre sus comunidades, para iniciar su ministerio como candidatos al diaconado (se les llamó coloquialmente ”prediáconos”).

Se les dio la facultad para administrar el sacramento del bautismo, asistir a los matrimonios en nombre de la Iglesia, bendecir las sepulturas, distribuir la comunión, entre otras funciones litúrgicas. Se propuso un periodo de formación y de ”prueba” de cinco años, al final del cual, las comunidades harían una evaluación y presentarían formalmente a quienes consideraron idóneos para ser ordenados diáconos.

Se seguía, de este modo, la ruta trazada por el decreto conciliar Ad Gentes, que se expresó en estos términos: ”Es justo que aquellos hombres que desempeñan un ministerio verdaderamente diaconal, o que como catequistas predican la palabra divina, o que dirigen, en nombre del párroco o del Obispo, comunidades cristianas distantes, o que practican la caridad en obras sociales o caritativas, sean fortificados por la imposición de las manos transmitida desde los Apóstoles y unidos más estrechamente al servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental del diaconado” (Concilio Vaticano II, Ad gentes, 16).

En marzo del año 1981 se dieron las primeras ordenaciones diaconales en esta diócesis. El ministerio del diaconado se engalanó con el ropaje cultural de estos pueblos. Las culturas indígenas dieron a este ministerio una fisonomía propia surgida de sus ”sistemas de cargos”: los diáconos indígenas son acompañados en su ministerio por ”principales” nombrados por la comunidad que los aconsejan y animan; su servicio es gratuito y, al igual que el resto de los ”cargos comunitarios”, viven de su trabajo en el campo; su formación se va dando en los mismos servicios que la comunidad les pide, además de la formación especial que reciben para ejercer su ministerio; se elige a hombres casados que han mostrado que saben guiar con sabiduría a su familia; son propuestos por la comunidad a partir del conocimiento que tienen de su disposición de servicio; son aceptados y confirmados por los agentes de pastoral y el obispo.

Los primeros 25 años de camino recorrido quedaron reflejados en la redacción del Directorio para el Diaconado Indígena Permanente en la Diócesis de San Cristóbal de las Casas. El 6 de enero de 1999, Mons. Samuel Ruíz García y su Coadjutor de entonces, Mons. Raúl Vera López, O.P., promulgaron dicho Directorio.

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En todo este periodo, el diaconado fue destacando de entre el conjunto de cargos y ministerios eclesiales, tradicionales y nuevos, como aquel que le da unidad y armonía a todo ese conjunto de servicios, y no sólo como mera respuesta a una necesidad pastoral de las comunidades. Integra eclesialmente, por el carácter sacramental, el proceso de inculturación del Evangelio, la comunión con el Párroco y con los Obispos.

En el pueblo evangelizado y, en general, entre las comunidades, hay un gran aprecio y respeto al ministerio diaconal. El diácono indígena es un hombre maduro, respetado por su integridad, ya que ha sido conocido por la comunidad desde su infancia. Se le aprecia por su calidad humana y moral, y por el sentido de su servicio eclesial.

A lo largo de estos años las comunidades indígenas han hecho de este ministerio algo muy significativo para fortalecer y hacer todavía más suyo el proceso de evangelización inculturada. La aceptación y el crecimiento que ha tenido este ministerio no puede ser sino un signo de los tiempos, una manifestación del impulso del Espíritu a esta Iglesia Particular para consolidar la inculturación el Evangelio en el Pueblo de Dios.

A mediados del año 2000, al recibir Mons. Felipe Arizmendi Esquivel la sede episcopal de San Cristóbal de las Casas, elnúmero de diáconos indígenas permanentes alcanzaba la cifra de los 341. El contraste entre el gran número de diáconos y el reducido número de sacerdotes (66 para ese entonces) sembró dudas entre algunos miembros de la jerarquía.

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En el año 2002, se decidió pedir al obispo diocesano que suspendiera las ordenaciones de nuevos diáconos permanentes. Fue esta una dura prueba de fe y obediencia tanto para el obispo, como para muchos agentes de pastoral y pueblo fiel, quienes sentían la viva necesidad de mayor número de diáconos y sacerdotes para atender las necesidades pastorales en sus comunidades.

Inició así un largo proceso de diálogo con obispos mexicanos y con la Santa Sede sobre la naturaleza de este ministerio entre las comunidades indígenas, que sin duda ha sido fructuoso para ambas partes. En el año 2005 las comunidades se dirigían en estos términos al Papa Benedicto XVI para solicitarle que continuara la ordenación de diáconos permanentes:

”El trabajo del diácono es muy importante, porque da vida a la comunidad: sabe cómo convocarla, sabe cómo visitarla y cómo acercarse a cada una de las personas. Aunque haya lodo, lluvia, de noche, subidas y bajadas, camina y nos visita. Conoce nuestra lengua y nuestra cultura, y nos habla en nuestra propia lengua. Sabe cómo hablarnos al corazón. Aunque hay sacerdotes con muy buena disposición de servir, no nos pueden visitar y acompañar con la misma frecuencia. A lo largo de estos 30 años, hemos visto que el trabajo del diácono no es lo mismo que el de un catequista o el de un ministro, pues sentimos que al haber recibido el Espíritu Santo por la imposición de las manos, el diácono anima el corazón de las comunidades. Sentimos a través de su trabajo el acompañamiento del Espíritu. Nuestras comunidades han recibido a través de todos aquellos que han aceptado la vocación al diaconado el don del Espíritu Santo.

Un fruto importante de ese diálogo con la Santa Sede, fue la revisión del Directorio del año 1999, al que se incorporaron sugerencias y enmiendas. Se presentó a la Congregación para el Clero bajo el nombre de Directorio Diocesano para el Diaconado Permanente entre los pueblos indígenas. En mayo del 2013, dicha Congregación aprobó”ad experimentum por el periodo de un quinquenio” el nuevo directorio.

Finalmente, en la reciente visita Ad límina de los Obispos mexicanos a las Santa Sede, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos abrió nuevamente la puerta a la ordenación de nuevos diáconos permanentes en la diócesis (24 de mayo de 2014).

El pasado 2 de diciembre de 2014, se celebró la ordenación de 9 diáconos indígenas permanentes, todos ellos tzeltales de la Misión de Bachajón, atendida por los Padres Jesuitas, reiniciando así un camino, en el que pedimos al Espíritu Santo que nos guíe, para que en comunión con el Papa y la Iglesia universal, con nuestros hermanos de las Iglesias que peregrinan en América Latina, en México y en la Provincia de Chiapas, tengamos diáconos que sean discípulos misioneros de Cristo, empeñados en la nueva evangelización e inculturación del Evangelio entre los pueblos indígenas de nuestra diócesis

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