Cartas de un Párroco a su hermano diácono VIII

Enviado por: José Espinós

  Pbro. Aldo Félix Vallone, Mendoza, Argentina

Dice el autor –Licenciado en Teología Espiritual y Director de la Escuela Arquidiocesana de Ministerios San José-: “agradezco a Mons. Cándido Rubiolo, el obispo que me ordenó diácono y presbítero; quien, en vida, desde mi último año del Seminario me impulsó, me animó y acompañó en el estudio del diaconado y los ministerios confiados a los fieles laicos. A Mons. José María Arancibia por haberme confiado durante cinco años la dirección de la Escuela Arquidiocesana de Ministerios y el acompañamiento de los diáconos permanentes; y por  permitirme realizar este magnifico camino de ser párroco con la colaboración de  diáconos, acólitos y  lectores instituidos”.

 ¿Diácono bígamo?

Querido hermano:

Te lo prometí en la carta anterior. No pude completar la reflexión porque las actividades pastorales me interrumpieron. Espero, con la gracia de Dios, hacerlo ahora.

Veo una analogía entre el matrimonio y el celibato. Siendo distintos, por expresar un mismo misterio, se asemejan como don para el ministerio.

Tu matrimonio es una vocación, una gracia y un ministerio previo al diaconado. Mi celibato es una vocación y un carisma previo al sacerdocio.

Así como la Iglesia llama al sacerdocio ministerial a hombres que hayan probado haber recibido ese carisma; de igual modo, llama al diaconado a hombres que tengan ese carisma o hayan adquirido la madurez de la vida matrimonial.

¿Qué significa esto de madurez en la vida matrimonial?  Así como el celibato no está para hacer del diácono o el sacerdote unos monjes, sino para ser estímulo ministerial, el matrimonio en el diácono tiene que ser el primer ámbito de tu diaconía desde donde se irradian riquezas para la comunidad.

En el Credo decimos que la Iglesia es “una”. Cuando amas a tu esposa, la sirves, creces con ella… y, cuando haces lo mismo con la comunidad, ¿no estás amando acaso a la misma Iglesia?…

Permíteme la comparación. Un fiel laico, cuando se casa ¿debe dejar por ello de amar su comunidad y comprometerse con ella? Su estado de vida ha cambiado, su único sentido de cordial pertenencia, no. Sobre este sustrato has recibido el diaconado. Esto es lo que enriquece y se irradia en tu ministerio diaconal.

Tu mujer no comparte el marido con otra. Ella y la comunidad son presencia visible de la misma y única Iglesia, que merece ser amada con un amor total y exclusivo, como la ama Cristo.

¡Qué amor maduro y equilibrado pide esto!… ¡Cómo deberás practicar la ascesis en el ministerio matrimonial y diaconal para que no se rompa la armonía sacramental!

En el día a día te veo hacerlo y es aquí donde encuentro un hermoso testimonio para todos nosotros, especialmente para los matrimonios más comprometidos como agentes pastorales.

Tu hermano párroco

 

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