Cartas de un Párroco a su hermano diácono XII

Enviado por: José Espinós

Pbro. Aldo Félix Vallone, Mendoza, Argentina

Dice el autor –Licenciado en Teología Espiritual y Director de la Escuela Arquidiocesana de Ministerios San José-: “agradezco a Mons. Cándido Rubiolo, el obispo que me ordenó diácono y presbítero; quien, en vida, desde mi último año del Seminario me impulsó, me animó y acompañó en el estudio del diaconado y los ministerios confiados a los fieles laicos. A Mons. José María Arancibia por haberme confiado durante cinco años la dirección de la Escuela Arquidiocesana de Ministerios y el acompañamiento de los diáconos permanentes; y por  permitirme realizar este magnifico camino de ser párroco con la colaboración de  diáconos, acólitos y  lectores instituidos”.

 Tus palabras me ayudaron mucho…

Querido hermano:

Quiera Dios concedernos que la creciente presencia tuya, tu mismo ejercicio del ministerio nos ayude a ir tomando cada vez más conciencia de tu identidad.

El diaconado es un grado del sacramento del Orden, no un grado intermedio entre el laicado y este sacramento.

El diácono, configurado a Jesucristo, Siervo, Esposo y Maestro, forma parte –de pleno derecho- en el estado clerical que dimana de este sacramento; al no participar plenamente, es constituido colaborador en el ministerio del obispo en comunión con los presbíteros. Su inserción es “en cuanto al ministerio, no al sacerdocio”. Aquí se abre una puerta nueva, llena de misterios.

Hablamos de una doble vertiente del único sacerdocio de Cristo: el sacerdocio bautismal o común de los fieles y el sacerdocio ministerial que, en la Iglesia, se distinguen esencialmente, no en grado. Entonces, el diácono, en cuanto diácono, o participa –de algún modo- del sacerdocio ministerial o sólo continúa haciendo presente el sacerdocio común de los fieles.

Así como el obispo y el presbítero –en cuanto cristianos bautizados- siguen haciendo presente el sacerdocio bautismal, lo mismo el diácono: Con ustedes cristianos para ustedes... (aquí está el interrogante).

Creo yo –como te decía ayer- que de los tres grados del Orden, dos claramente participan ministerialmente del sacerdocio Capital de Cristo: El Episcopado plenamente y el Presbiterado, en grado subordinado. Sin embargo, aunque el diácono, está “destinado a servir y ayudar a los ministros de la Iglesia”, por su misma configuración ministerial a Cristo Siervo, impregna su sacerdocio bautismal con una realidad nueva.

No es que haya una tercera vertiente del único sacerdocio de Cristo; ocurre que el diaconado ministerial conduce a hacer presente y vivir el sacerdocio bautismal con connotaciones propias –que emergen de la diaconía del sacramento del Orden- y, por lo mismo lo convierten en signo visible, estímulo, tanto para la diaconía del sacerdocio ministerial, como para la de los fieles bautizados. No hay sacerdocio sin diaconía, por eso se le añade: ministerio o ministerial, según corresponda.

Él recuerda, por su mismo ser, que uno y otro sacerdocio en la Iglesia, santifican y rinden culto a Dios, sólo en la medida que son servicios movidos por la caridad. Esto no quita ningún ex opere operato, porque la caridad fundamental, la eficaz por sí misma, es la del Espíritu de Cristo que hace nuevas todas las cosas y brinda la alabanza debida al Padre, por medio del ministro que actúa in persona Christi.

Cuando in persona Christi Servi, el diácono ejerce su diaconía sacerdotal santificando, manifiesta claramente su identidad cristiana (animando el sacerdocio común de los fieles) y la del sacramento del Orden, esencialmente distinta.

Dos signos sencillos de la liturgia eucarística, me parece, expresan simbólicamente esto. El diácono prepara las ofrendas de pan y vino sobre el altar y las ofrece al sacerdote, porque con su ministerio está llamado a preparar a los fieles para que se ofrezcan como “hostias vivas, santas e inmaculadas”. Luego, junto al sacerdote, eleva el cáliz con la Sangre de Cristo, pues en comunión ministerial con él da culto al Padre, por Cristo, con Cristo y en Cristo, en la unidad del Espíritu Santo y en nombre de toda la Iglesia; la cual ratifica esa ofrenda con el Amén.

Me extendí demasiado… Lo dejo aquí para que sigamos discerniendo y madurando.

Tu hermano párroco

 

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