Aiku, el amerindio que quiere ser diácono

Es la historia de una conversión, pero también es la historia de la evangelización de la Guayana Francesa. Aikumale Alemin, de la etnia Amerindia Wayana, convertido al catolicismo, ha continuado su camino de fe y se está formando para ser diácono. Una decisión que no ha sido fácil en un territorio sin salida al mar, dominado por los evangélicos.

Xavier Sartre – Ciudad del Vaticano

Los ríos son para la Guayana Francesa como las autopistas bien asfaltadas y las carreteras nacionales de la Francia metropolitana: principales vías que conectan los pueblos y las comunidades más aisladas de este territorio tan grande como Irlanda. Cubierto casi en su totalidad por la selva amazónica, todo es desproporcionado. Maripasoula, de hecho, el municipio más grande de Francia, supera en superficie a muchos departamentos metropolitanos. Sin embargo, sólo un poco más de doce mil habitantes viven en esa zona, dispersos entre varios pueblos escondidos bajo el verde manto de la Amazonía.
En dos horas y media en canoa se puede llegar a Ipokan Ëutë, también conocida como “Ciudad de la Libertad”, la aldea creada hace seis años por Aikumale Alemin, comúnmente conocido como Aiku. Nacido hace cuarenta y tres años, este padre de cuatro hijos – un amerindio wayana, uno de los seis pueblos indígenas de la Guayana – es originario de Antecume Pata, un pueblo fundado en 1961 por un nativo de Lyon. Sus padres son cristianos evangélicos. Esto no le ha impedido creer en el espíritu del bosque y del agua, los dos elementos esenciales de la región.

Enfermedad y sanación después de haber leído la Biblia

Hace más de diez años, Aiku se enfermó y no podía recuperarse, tanto físicamente como moralmente. “Porque todo se había vuelto negativo para mí, todo se había vuelto negro, me dije a mí mismo que debía confiar en algo invisible”, confiesa Aiku. “Por primera vez en mi vida, abrí la Biblia traducida al Wayana por pastores americanos”. Es la Biblia de su padre. Lo leyó desde el inicio hasta el final, durante toda una semana. “Fue un gran alivio. Me sentí renovado en el espíritu y recuperado físicamente, recomencé a jugar con mis hijos de nuevo, y empecé a olvidar todo lo que había pasado”. Aiku se siente curado.

Una semana más tarde, el Obispo Emmanuel Lafont de Cayena, por casualidad o por providencia, se dirige a Antecume Pata. No era la primera vez que llegaba a este lugar perdido en la selva. Pero ni siquiera es algo tan normal, porque los sacerdotes católicos no son bien vistos a lo largo de las orillas del río. “Habían sido algunos amigos comunistas, maestros de escuela, conocidos en París, que me invitaron a visitarlos por primera vez en 2004”, recuerda el Obispo Lafont. “Me presentaron a Aiku, que trabajaba en el centro de salud. Nos miramos un poco, nos medimos, no fue muy lejos”. Wayana y el Obispo de Cayena se encuentran de nuevo, sin que se aborden las cuestiones religiosas.

Cuando el Obispo regresó después de su sanación, el nuevo encuentro inicia de un modo un poco hostil: Monseñor Lafont fue mordido por el perro del amerindio, episodio que hoy hace sonreír a los dos hombres. Aiku atiende a aquel que era un sacerdote fidei donum en Sudáfrica, lo invita a comer en su casa y descubre la función de su huésped. “Le pedí que me explicara un poco más la Biblia”, dice Aiku, y el Obispo le ofrece la suya, que Aiku lee y relee.

Un largo camino de conversión

Al año siguiente, Aiku invita al Obispo de Cayena a pasar diez días con su familia en la selva pluvial. Esto se convierte en una oportunidad de intercambio entre los dos hombres. “Por la noche – recuerda Monseñor Lafont – les pedía a ellos un relato de Wayana y luego les narraba una historia de la Biblia. Su esposa hablaba en el idioma de Wayana y Aiku traducía”. Poco después, estamos en 2009, el amerindio fue invitado por el “Secours catholique de Guyane” a participar en el Foro Social de Belem, en Brasil, como representante de los pueblos amerindios. En 2010 el Obispo lo llama, junto con su esposa y otros amerindios, al Sínodo de la Iglesia Diocesana de Guyana, sin que Aiku haya sido nunca bautizado. Incluso Monseñor Lafont lo admite: “Nunca le pregunté si quería recibir el Bautismo”.
Mientras tanto, la idea de la conversión se abre paso en el corazón de Aiku. “Mi vida ha cambiado”, explica recordando los días posteriores a su sanación. Al principio se dirige a los evangélicos, que estaban muy presentes a su alrededor, pero no le acogen. Aiku se dirige entonces a la Iglesia Católica y pide el Bautismo. Le propuso a su esposa que lo acompañara en este camino de conversión. La mujer realmente estaba más cerca a los evangélicos, con quienes canta durante el servicio dominical, también sin ser bautizada. Hasta cuando acepta unirse a su marido.

“Hemos vivido algo extraordinario”. El Obispo Lafont regresa con su memoria al viaje en el bosque y al 24 de diciembre de 2012. “Esa mañana, Aiku y su esposa se casaron en la municipalidad, por la tarde los bauticé y por la noche celebré la Misa de medianoche en su casa; éramos siete u ocho. Y al día siguiente, durante la celebración Eucarística, Aiku pidió casarse religiosamente”. Eso fue sin duda una Navidad excepcional para Aiku, su familia y su Obispo.

Hacia el diaconado

Esta conversión no es en sí misma algo automático. Dentro de la misma familia pueden coexistir más religiones. El hijo mayor de Aiku, que tiene 25 años, es Adventista, habiendo adoptado la confesión de su esposa. Sin embargo, la transición de una fe a otra no siempre es fácil. Aiku lo experimenta en sí mismo. “No fuimos bien recibidos porque era la primera vez que se fundaba una comunidad católica en el río. Nadie había visto uno antes”, explica. “Duró un año y medio. Los Evangélicos y los Testigos de Jehová dijeron que la Iglesia Católica era satánica. Han perseguido a los jóvenes del internado de Maripasoula que habían decidido seguirme. Su líder, un pastor estadounidense presente en Surinam, había cruzado el río para detenerlos porque no tenía sentido perseguir a sus propios hermanos”.

Incluso dentro de su familia, al final sus padres aceptaron esta conversión al catolicismo. “Ahora vienen a nuestra capilla todos los domingos”, dice Aiku, que desde entonces ha dejado atrás a Antecume Pata y ha fundado otro pueblo, donde ha construido un lugar de culto abierto a todos. Y su camino de fe no terminó con el Bautismo. Continuó su catecismo con una religiosa y siente la necesidad de involucrarse más en la Iglesia. Se formó para ser diácono, apoyado por su esposa. Una experiencia no fácil, considerando el largo viaje, varias horas en canoa y en avión, para llegar a Cayena. Una aventura única en su género en la Amazonía.

Es un nuevo paso en un largo camino. “Las cosas no ido de prisa”, dice el Obispo Lafont hablando de la conversión de Aiku. “El Señor lo ha tocado de manera especial en un momento de dolor y la Palabra de Dios se ha manifestado como fuente de sanación. Este caso personal es también representativo de la forma en que se evangeliza la Amazonía: con paciencia, con encuentros, con el testimonio de la fe. Poco a poco, la Iglesia Católica va subiendo los ríos sin salida al mar, integrándose en el corazón de los pueblos de la región.

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