A los diáconos permanentes y alumnos de la Escuela de diaconado permanente

 

 

Saludo del Obispo de Orán a los diáconos permanentes

y los alumnos de la Escuela de Diaconado Permanente San Esteban

Mons. Marcelo Daniel Colombo, obispo de Orán 
En San Ramón de la Nueva Orán, el 10 de agosto de 2012


Queridos hermanos: 


Como cada año, deseo saludarlos en ocasión de la fiesta de San Lorenzo diácono y mártir, patrono de los diáconos. Es la oportunidad para agradecerles a los que vienen desempeñando el sagrado ministerio desde hace tantos años, para gloria de Dios y bien de nuestro pueblo: los queridísimos Orlando Rómulo Coronel, Eufronio Moya Paz y Julio Torina. Desde el cielo, Mons. Guirao y Mons. Sueldo, los obispos que los ordenaron, contemplarán felices su fervoroso y abnegado servicio. ¡Gracias queridos diáconos permanentes de la Nueva Orán! ¡Dios les multiplique en gracias espirituales esta entrega!

 

Pero esta recurrencia me ofrece una hermosa oportunidad de dirigirme no sólo a Uds. sino también a quienes se forman en nuestra escuela de diaconado permanente, en sus dos sedes de Orán y Tartagal. Además de alentarlos para que sigan profundizando en las razones vocacionales que los inspiran, es un motivo para reflexionar juntos en alguna de las dimensiones significativas que el diaconado permanente nos ofrece.

 

1. Una Iglesia diocesana testigo de Cristo

 

Este año estamos celebrando la Asamblea Diocesana. Ya hemos superado las instancias parroquiales y decanales y pronto tendremos la realización en el nivel diocesano, con lo cual comenzaremos prácticamente el Año de la Fe, convocado por Benedicto XVI. Esta Iglesia particular de la Nueva Orán, interpelada por los signos de los tiempos, quiere ser hoy y siempre servidora de los hombres a ella encomendada. Es la misión que le confió Jesús en el nacimiento mismo de la comunidad apostólica.

 

¿Y cuál es el servicio específico que la Iglesia presta a la sociedad humana? Ciertamente, el don más precioso que ella tiene para dar es la persona misma de Jesucristo, el Salvador. Este anuncio imprescindible para la vida del mundo, encuentra no sólo en la Iglesia, entendida como la familia de los bautizados, sino en cada fiel cristiano, un testigo vital que no puede cejar en su intento. Como Ananías a Saulo, cada cristiano es un enviado: “El Dios de nuestros padres te ha destinado para conocer su voluntad, para ver al Justo y escuchar su Palabra, porque tú darás testimonio ante todos los hombres de lo que has visto y oído.” (Hechos 22, 14-15)

 

Este envío urge de modo más insistente a los ministros ordenados, obispos, presbíteros, diáconos. Con Pablo, los que hemos sido sellados en el sacramento del orden podemos decir: “Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor. 9,16).

 

2. Iglesia de la Palabra y de los Sacramentos, Iglesia servidora

 

La Palabra conocida, amada y proclamada, la Palabra vivida y celebrada, se hace Palabra servicial y comprometida en la vida de los cristianos. Los signos de Vida Nueva acompañan la misión y la hacen creíble. Para un mundo sediento de gestos auténticos, vacíos de demagogia y llenos de vida, el anuncio de Jesucristo y su inmediata traducción en la conformación de comunidades vivas y serviciales, constituyen una expresión fuerte, conmovedora, que no pasa desapercibida. Así, nuestra diócesis debe crecer permanentemente en esta dimensión testimonial, corroborada por la vivencia auténtica de las exigencias evangélicas de compromiso con los más pobres, recreando al interior de la sociedad donde nos desempeñamos, aquella extraordinaria relación inspirada por el mismo Señor de ser levadura en la masa (Mt. 13,33).

 

Los diáconos, nos enseña el Concilio, “confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad” (Lumen Gentium 29). El carácter servicial del ministerio diaconal impregna el ejercicio por parte de los diáconos, de la triple misión de la Iglesia en relación con la Palabra, la Liturgia y la Caridad. ¡Y no se trata sólo de un modo exterior, sino de la inspiración misma! La vocación al diaconado, ejercido de modo permanente supone en quienes reciben y aceptan ese llamado, una particular disposición a vivir en clave servicial cada momento de su vida. Ellos expresan así, a Cristo servidor en medio de los hombres.

 

3. Iglesia de los tiempos nuevos

 

Pienso sobre todo en los futuros diáconos permanentes: ¿Cuál será la misión qué les espera en los próximos años, en la Nueva Orán? Además de estas importantes apreciaciones que venimos haciendo a partir de la Palabra de Dios y del Concilio Vaticano II, considero que el de Uds. será un servicio al interior de la comunión eclesial. Hoy más que nunca se necesitan testigos que vivan fraternalmente su misión , que puedan de esa manera, suscitar vínculos sanos y generosos en todos los niveles de la Iglesia particular, vínculos que trasmitan salud, vida y esperanza, vínculos que procedan de nuestras familias y vuelvan transfigurados a las familias de todos.

 

Ayuden al Obispo a reconocerse Padre y vivir su paternidad incansablemente, a que no se desaliente en las pruebas, a que sea misionero aún en las fronteras de la diócesis. Hijos del Obispo en cuyo ministerio colaboran, estrechen sus brazos para que fortalezca su misión de garante de la unidad diocesana en el seguimiento de Jesucristo. Esposos felices y fieles, recuérdenle al pastor su vínculo matrimonial con esta comunidad eclesial conforme la imagen de Cristo, esposo y cabeza de su Iglesia.

 

Cercanos a los sacerdotes, ayúdenlos a dejarse interpelar permanentemente por la Palabra, a vibrar con Ella, a ser sus servidores. Antes de la ordenación presbiteral, aunque fugazmente, fueron diáconos y esa condición permanece en el adn de su vida ministerial, no como un recuerdo sino como una exigencia permanente. Estén a mano de sus párrocos y de todos los sacerdotes que por uno u otro motivo, estén cerca de Uds. Se trata de misiones diferentes, llamadas a ejercerse en generosa interacción. Uds. no están llamados a sustituirlos sino a complementar con su propio aporte, la rica vida eclesial, donde todos somos importantes e iguales en dignidad. La castidad matrimonial que anima sus vidas de diáconos casados, castidad que es fidelidad al vínculo exclusivo propio del matrimonio, sea para nosotros, los ministros célibes, una llamada a vivir nuestra misión como una entrega radical y exclusiva a todos y todas.

 

En fin, sean en sus familias y comunidades, portadores del mensaje siempre fresco y emocionante de Cristo servidor, arremangado a los pies de los discípulos. En una sociedad de arrogancias y frágiles prepotencias, anuncien otra vida posible en sintonía con Cristo salvador, “que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt. 20, 28).

 

En este mes de San Ramón, nuestro Patrono diocesano, su figura les puede ser de mucha utilidad. Hombre de la Palabra, no temió llevarla más allá de su tierra natal, inclusive dándose en rescate por los cautivos, a fin de ganar a todos para Cristo.

 

Los abrazo con el corazón. En este día de San Lorenzo, me alegro como obispo de esta Iglesia particular, por la vocación de Uds. y sé que el Señor llevara a buen puerto la obra que comenzó en sus vidas, para bien de nuestro Pueblo.

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