Una historia mínima

 

Paloma Pérez Muniáin

Voluntaria de Pastoral Penitenciaria

Esposa del Diác. Fernando Aranaz Zuza

Especial para el Informativo del CIDAL

Pamplona, España, 6 de febrero de 2013

 

            Carmen. Así se llama la protagonista de esta historia.  Es una mujer sin edad, de pelo cano, de suaves pasos y dulce voz, de rostro sonriente y gestos afables.

             Esta pequeña historia y por ello grande, comenzó hace varios años. Carmen y yo somos vecinas, coincidimos por el barrio, nos vemos en la parroquia y un buen día llamó a mi puerta trayendo entre sus manos una bolsa blanca. Eran días cercanos a la Navidad, cuando el corazón se ensancha y cabe dentro el mundo entero.  Desenvolviendo el secreto de su interior, vi que se trataba de cuatro pares de calcetines de lana, que ella misma tejió “con cuatro agujas, que es más difícil” -como bien me puntualizó. Un trabajo impecable de hebras de lana con cientos de puntos y sin costuras. Le imagino sentada en su sofá junto a la ventana tejiendo en un baile de agujas sincronizadas con dulzura y dedicación. Me preguntó por los presos a quien visito, se interesó por ellos, si pasaban frío, si recibían visitas…  Ella sabe que colaboro en la cárcel de la ciudad como voluntaria.

 Y es que los calcetines eran para ellos.  Apenas cuatro pares, apenas para cuatro personas…  Gestos de amor en cada puntada, pensando en aquellas personas a las que no conocía y que, seguramente, ellos tampoco la conocerán jamás.  Me gusta pensar que Dios ve en lo secreto y observa detenidamente a Carmen con una gran sonrisa mientras ella sentada cose, convencido que ha merecido la pena crear al ser humano.

             Esta es una gran historia mínima, tal vez no cambie el mundo un par de calcetines de lana, pero si nuestro planeta y el ser humano, a pesar de nuestra manía de destruirlo todo sigue en pie, es gracias a personas como ella.  Gestos que brotan del alma, granos de arena que construyen una playa, gotas de agua que componen el mar, briznas de hierba que crean una pradera, células que conforman un ser humano…  Son gestos y cosas mínimas por los que la vida continúa y por los que la persona se humaniza.

             Estoy convencida de que estas personas son las imprescindibles, aquellas que con sus gestos silenciosos y en apariencia pequeños, nos van cambiando a todos el corazón.

             Los cuatro primeros pares de calcetines han dado paso a dos, tal vez la vista se le haya vuelto perezosa o sus  manos pierdan agilidad, pero no así su corazón.  El gesto es el mismo: cien pares, cincuenta pares, veinte pares, un par de calcetines… ¡qué más da!  Lo importante es su profundo gesto y que los ha ido creando con sus manos poco a poco pensando en las personas que los recibirán.

                       Y seguiré esperando a Carmen con agradecimiento y ternura, como cada día antes de Navidad, a que llame de nuevo a mi puerta y se produzca este silencioso milagro de amor.

 

(La autora le dedicó a Carmen la poesía “Tejedora de afectos”, que se encuentra en la sección POESÍAS de esta edición)

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