Testimonio del diácono Jaime Noguera Tejedor: "Le echaron del trabajo por su mala cabeza. Lleva pagándolo décadas. En la cárcel aprendió a drogarse"

Cuento de Navidad con un brick de vino barato

La lluvia castigaba los plásticos del chabolo. Recuerdo de los años de cárcel, llamaba chabolo al amasijo de plásticos debajo del que ¿vive? O al menos echa horas allí: dormita, canturrea, lee el periódico…

Eso fue lo que más me llamó la atención: un periódico limpio, del día. Me dijo que siempre lo compraba, que era un vicio que no quería dejar: se había quitado de las cosas chungas, pero no del periódico. Cuando era jovencito, un jefe que tuvo en el banco en el que había entrado de botones le dijo que había que leer al menos uno al día. «Lo cumplo siempre; y eso que los domingos cuesta un dinero…; pero bueno, para eso sí da la calle».

Entablar conversación no fue fácil. Compré un brik de vino barato, mejor que el vino en botella de vidrio, que si se rompe puede cortar a alguien, y que se puede reutilizar –«la soledad enseña mucho»–, unos vasos de plástico, y nos lo bebimos juntos. Con aceitunas y panchitos. «Ya ves, un lujo». No pidió más. No se emborracha. No ha perdido la cabeza.

Lee el periódico: lo lee y está al día. «Sucio, pero al día». Le echaron del trabajo por su mala cabeza. «Trinqué una pasta, falsifiqué unos papeles, me denunciaron, me metieron en la trena». Hizo mal. Lleva pagándolo décadas. En la cárcel aprendió a drogarse –«pero no me he pinchado nunca»–; nadie iba a visitarle, ni de la familia, que se moría de vergüenza, ni los compañeros, que huyeron como de la peste. «Yo no quería más que pedirles perdón, a todos». Varios años. «¿Cuántos?». «Tú echa vino».

Salió; no le aceptaron en casa. Ni un beso le dieron. Tampoco su madre. No tenía ni para una pensión. Se lo tragó todo y fue a un albergue: allí le recogieron unas monjas, que le dieron de comer y de dormir. No le echaron, se fue él. La primera noche en la calle se hizo dura, difícil. «Era como una caja vacía en la que no sabes entrar», como la primera noche en la cárcel. En Navidad vuelve al albergue, se lava bien, cena, y, después, a la calle.

«Anda, cómprame unas aceitunas y dame algo».

Le dejé el periódico pagado para un tiempo. Le di un abrazo y un beso. Volvió a lo suyo.

Jaime Noguera
Diácono permanente

Tomado de: http://www.alfayomega.es/

Foto: AFP PHOTO/Frederick Florin

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