Sean más permanentes que diáconos

Diácono Miguel Ángel Ortiz Corrales, Cuba.
El Papa Francisco ha estado en Cuba y estamos felices, sentimos ese Kairos del Espíritu que aviva la fe, la esperanza y la caridad entre todos.
Tuve la oportunidad de participar en la Eucaristía que presidió el Santo Padre en la diócesis vecina de Holguín. Mi Obispo, semanas antes, me pidió el servicio de ir como responsable del tren que trasladaría a más de 600 peregrinos de las distintas comunidades y parroquias de la ciudad hasta aquella diócesis. Accedí gustoso, ya que en la anterior visita, en 2012, de su Santidad Benedicto XVI, realicé esta labor y sabía que a pesar de lo agotadora también era edificante.
En esta travesía, que se extendía por más de 10 horas, pues comenzaba con una oración breve en la estación antes de salir, luego el proceso de abordar por comunidades y finalmente la salida del tren, vivimos momentos de júbilo orando por los frutos de esta visita. Orando por el Papa, por nuestros obispos, por nuestro pueblo. Compartimos la fe, pero también los alimentos, el agua, el café, la ilusión de ver y escuchar al Papa.
Llegamos temprano en la mañana y cada uno se dirigió a la plaza engalanada con un precioso altar y con banderas cubanas y vaticanas, que daban gran colorido y un ambiente de fiesta muy propios de nuestra cultura y manera de celebrar. La llegada del Papa Francisco fue todo un acontecimiento: aplausos, vivas, banderitas agitadas, cantos, gozo, júbilo, la Iglesia en su mejor expresión pública de celebración de fe. El Papa, como ya nos tiene acostumbrados, besaba a los niños, bendecía a todos, abrazaba a los enfermos colocados en el camino, sonreía y gesticulaba con ese gesto en el que descubrimos que quiere abrazarnos a todos.
La Eucaristía se celebró con fervor y devoción, todos la fuimos viviendo paso a paso en cada uno de sus sagrados momentos. Al concluir, después que el diácono nos invitara a ir en paz, la procesión de salida se formó por el fondo del presbiterio construido para la ocasión. Sacerdotes y diáconos fuimos conducidos hasta los predios de dos salones: la sacristía del Papa y la de los Obispos, ocasión que me fue propicia para saludar a un amigo obispo venido de lejos y al cual hacía ya algún tiempo no veía. Así que esperé a que terminaran de cambiarse las vestiduras y en medio del saludo y breves palabras fuimos invitados por uno de los guardias que acompaña al Papa a salir y alejarnos a una distancia prudencial. Inmediatamente comprendí que el Santo Padre saldría por allí y junto a otros diáconos y sacerdotes ocupamos el lugar indicado por la seguridad, a la espera de otra ocasión para verle pasar. En un momento aparece el Santo Padre, algunos misioneros argentinos le saludan efusivamente y él se acerca con paso sereno y amplia sonrisa. Delante de mí, un sacerdote argentino le saluda dándole la mano y yo intento darle también mi mano por encima del hombro del sacerdote, el cual, en un gesto de amistad, sin soltar la mano del Papa toma mi mano y la lleva junto a la de él y ambos sostenemos la del Santo Padre. Dije, gracias Señor por este momento. Finalmente el Papa después de saludar y conversar brevemente se vuelve a otros que también le llaman. Pensé por un momento que ya había pasado la ocasión pero para mi sorpresa el Papa regresa y en ese instante ya le tenía frente a mí, le extendí mi mano la cual sujeto con fuerza, un pequeñísimo momento de silencio reinó y me permitió decirle con voz fuerte: Santo Padre ore también por los diáconos permanentes que intentamos servir de la mejor manera que podemos. El Papa me miró fijamente, me sonrió y me dijo: Sean más permanentes que diáconos, y los presentes irrumpieron en un fuerte aplauso.
Sus palabras resonaban en mi mente, en mi corazón. ¿Qué me quiso decir el Papa Francisco? ¿Fue una respuesta a un simple saludo o es una respuesta que brota como exhortación en el contexto de una iglesia que él nos la re-presenta como servidora?
No es una respuesta solamente para mí, porque no hablé únicamente en mi nombre. Le pedí que orara por los diáconos permanentes, los de Cuba y también tantos otros amigos diáconos de otras latitudes que llevaba en ese momento en mi mente y en mi corazón.
Somos diáconos, es lo mismo que decir servidores, estamos configurados por el Sacramento del Orden con Cristo servidor, nos adjetivizan con el término permanentes para destacar que no estamos en camino al presbiterado pero el Santo Padre le ha dado un giro al termino convirtiéndolo en la única forma y manera que un diácono puede ser esencialmente lo que es: servidor. Cuando su servicio diaconal lo vive, lo ejerce, en la familia, en la comunidad, en la sociedad de forma permanente, sin incertidumbres… Una respuesta que alcanza a iluminar la identidad y la espiritualidad no solo del diácono ordenado sino también de la esposa y los hijos que viven esta dimensión ministerial del esposo y padre conformando una familia diaconal que es lo mismo que decir una familia servidora. Un permanente servidor, esto es lo que quiso decir el Papa, procuren vivir en un servicio permanente como corresponde a un diácono.
Gracias Santo Padre porque su respuesta pronta, ágil, sonriente y serena, ha venido a mi vida y a mi corazón a ser un impulso exhortativo y renovador de aquello que humildemente le manifesté: los diáconos intentamos servir de la mejor manera posible y también permanentemente.

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