¿Qué figura ha de adoptar el ministerio de los diáconos?

 

Bernard Sesboüé es un sacerdote que forma parte de  la Compañía de Jesús desde 1948. Fue profesor de patrística y dogmática en la Facultad de Teología de Fourviere en Lyon.  Formó parte de la Comisión Teológica Internacional. Es especialista en ecumenismo y consultor del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.  En 2011,  recibió el premio del Cardenal Grente, de la Academia Francesa, por todo su trabajo.

En su libro «No tengáis miedo» (Editorial Sal Terrae, ISBN 9788429312584) Sesboüé  nos invita a verificar primero nuestro lenguaje y nuestras referencias. ¿Qué ministerios se requieren en la Iglesia de hoy y para el mundo de mañana?.  A continuación, reflexiona sobre el estatuto de los laicos que tienen un papel efectivo y palpable en la Iglesia católica y, finalmente, aborda una cuestión delicada pero urgente: la de la ordenación para el ministerio pastoral. Es bien sabido que no bastan los presbíteros para todo lo que se espera de ellos. ¿Qué hacer, entonces, en una Iglesia que no puede prescindir de la eucaristía o de la reconciliación sacramental?.

El capitulo segundo «El ministerio y la vida de los presbíteros» (Presbyterorum ordinis) y de los diáconos «(Págs. 86-116) recoge un apartado dedicado titulado «Hacia nuevas figuras de los ministerios presbiteral y diaconal» y dedica un apartado que es el contenido del articulo que transcribimos.

¿Qué figura ha de adoptar el ministerio de los diáconos?

El Concilio restableció el diaconado permanente, y las Iglesias locales lo han ido poniendo en práctica hasta ahora de diversos modos. Ya lo hemos visto entre las realidades positivas que están germinando. Pero el gran problema que se plantea al respecto es el de la «figura» que hay que atribuirle en el marco doctrinal recibido de la tradición. A este propósito, surgen algunas dudas que tienen su origen en determinadas ambigüedades muy reales. Puede decirse que se esbozan dos figuras, no sin cierta tensión entre la una y la otra.

La primera figura, la más legítima desde el punto de vista de la tradición y la que mejor responde a la intención del Vaticano II, es la del diaconado como un ministerio sectorial en la vida de la Iglesia. El diácono es el que asegura un servicio particular en la comunidad y para el mundo, del mismo modo que «sirve» en el marco de la liturgia y del anuncio de la Palabra. La correspondencia del elemento del servicio entre estos diversos terrenos, que pertenece a la convicción del diácono, debería ser perceptible desde fuera. El diácono recibe, por tanto, un servicio que tiene su propia consistencia, ya sea en el ámbito de la caridad temporal (ayuda a los más pobres, a los enfermos, emigrantes, parados, presos, minusválidos, marginados, drogadictos, «sidosos», prostitutas, etc.), ya sea en el ámbito de la caridad espiritual (acompañamiento de jóvenes, compromiso social, vida asociativa, presencia en los medios profesionales, servicios misioneros, etc.)44. Son muy diversas las formas de servicio que se pueden considerar; pero en todos los casos el diácono, enviado directamente por el obispo, no se sitúa en la línea del cargo formalmente pastoral de la presidencia y la animación de las comunidades. «No es «pastor» como lo son el obispo y el párroco»45 . Y son muchas las diócesis que procuran respetar esta vocación eclesial propia del diácono. Parece, además, que esta figura responde mejor al deseo de los diáconos permanentes, muchos de los cuales testimonian con su vida la experiencia de una nueva forma de relación con aquellos a quienes han sido enviados, aun cuando ejerzan tareas para las que no sería indispensable la ordenación diaconal. De hecho, son «signos» vivos del Evangelio que actúan de manera «oficial» en nombre de la Iglesia «servidora».

Pero se perfila también otra figura, dadas las necesidades del momento. En algunas diócesis, los diáconos permanentes reciben un cargo propiamente pastoral, como es, por ejemplo, la responsabilidad de una capellanía o de una parroquia. Puesto que forman parte del ministerio ordenado, y su ordenación los habilita para ejercer un ministerio sacramental más amplio que el de los laicos (bautismo y matrimonio), muchos obispos ven en ellos a pastores que, con posibilidades limitadas, pueden desempeñar un papel bastante análogo al de los presbíteros. Quizá piensan en su fuero interno -aunque afirmen lo contrario- que de ese grupo saldrán los hombres casados que la Iglesia podrá ordenar algún día. En la situación límite de nuestro tiempo, todo esto se comprende perfectamente, y no voy a hacer juicio alguno al respecto. Pero esa práctica, si llegara a generalizarse, ¿no correría el peligro de meter el gusano en el fruto del diaconado permanente? ¿No reincidiríamos en la visión del diaconado como «escalón» hacia el presbiterado? Lo mismo que en el caso de los presbíteros, no debemos considerar su ministerio de forma residual (es decir, solicitarles exageradamente para aquellos servicios sacramentales que no pueden realizar los laicos). También en este caso el sentido del ministerio prima sobre la diversidad posible de las funciones.

Los laicos asociados al cargo pastoral no desean generalmente la ordenación diaconal. De ese modo manifiestan que tienen el sentido de la diferencia de las vocaciones, de los carismas y de los ministerios. Hay que reconocer francamente, por tanto, que el ministerio diaconal, muy fecundo y oportuno en su especificidad para la vida de la Iglesia, no aporta más que una solución muy parcial a los problemas planteados por el ministerio pastoral.

¿Cabe pensar en un diaconado femenino? Desde el punto de vista de la tradición misma de la Iglesia, no parece haber objeción doctrinal alguna. Iglesia. La ordenación de diaconisas sería una manera de reconocer los múltiples servicios prestados en la Iglesia de Dios por las mujeres y de invocar sobre ellas la gracia de Dios por el don del Espíritu Santo. De esta forma, algunas mujeres, laicas o religiosas, quedarían investidas de un ministerio propiamente ordenado. «Pienso -escribe una religiosa- que hay que reflexionar sobre la eventualidad de un ministerio diaconal para las mujeres, de un reconocimiento más explícito de la misión ejercida al servicio de los más pobres. Y no estoy pensando únicamente en la experiencia de las religiosas que trabajan en los hospitales, sino también en todas las que ejercen responsabilidades importantes en las parroquias, por ejemplo»46 .


44. Cf. J. RIGAL, op. cit., 127.

45. F. DENIAU, art. cit., 532. El autor expresa muy bien la dominante del servicio del diaconado, pero en la enumeración de estos servicios menciona también otras tareas propiamente pastorales; no se libra de la tensión que intento analizar.

46. Una religiosa, en M. LEBOUCHER, op. cit., 76.

 

 

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