Meditación en el día de la Anunciación

Meditación en el día de la Anunciación

  El sí de María – El sí de la esposa

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo… Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 28;38)

El sí de María

María, joven sencilla, judía piadosa, que obedece la Ley y ama al Señor. Prometida con un hombre judío bueno y justo, que respeta la Ley.

María recibe un mensaje de parte de Dios. El ángel Gabriel le hace saber que tiene el favor de Dios, que Dios está con ella, la llena de gracia. La primera reacción de María es de desconcierto y turbación; no sabe qué puede llegar a significar este saludo del ángel. Enseguida el ángel la tranquiliza: no ha de temer, porque Dios se complace en ella. Concebirá y dará a luz un hijo, al cual le pondrá el nombre de Jesús; le llamarán Hijo del Altísimo. María se da cuenta de la imposibilidad física que esto supone: ella no conoce varón. Pero esto no es obstáculo: el Espíritu Santo lo hará posible, porque no hay nada imposible para Dios. María acepta la voluntad del Señor.

Ante lo desconocido e, incluso, imposible a los ojos humanos, la primera reacción de María es de desconcierto, recelo y miedo. Pero inmediatamente la confianza en Dios le hace vencer estos sentimientos y acepta con sencillez, humildad y valentía la nueva situación, anunciada por el ángel. Seguramente por su mente pasaron las dificultades que su sí implicaría: incomprensión, desconfianza, rechazo por parte de sus familiares, amigos y conocidos, empezando por su prometido; juicios negativos contra su persona, incluso peligro de muerte. La fe en un Dios todopoderoso que está siempre al lado de los pobres e indefensos resuelve el dilema: no sabe cómo, pero está convencida de que, a pesar de las dificultades, saldrá adelante porque Dios está a su lado. Su confianza total en Dios hará que su vida sea un sí continuo, traducido en alabanza, aceptación, amor, generosidad, discreción, sencillez, humildad, agradecimiento, fidelidad.

Días después, al visitar a Isabel, María exclama llena de gozo el Cántico del Magníficat: su alma alaba el Señor, que ha hecho en ella cosas grandes; el amor de Dios a los que creen en Él se extiende de generación en generación.

El sí de la esposa:

Me refiero al sí de la esposa expresado en el momento del compromiso matrimonial y al sí que se le pide como  signo de aceptación del ministerio diaconal del esposo, en el caso en que éste sea candidato a ser ordenado como  diácono permanente en la Iglesia.

El segundo sí es un eco del primero: en edades y situaciones diferentes, el sí siempre es una expresión de amor. La esposa, en el momento de su matrimonio, expresa su sí comprometiéndose a una fidelidad total con el esposo. La opción de vida en común a que se comprometen los esposos exige a ambos amor mutuo, voluntad de realizar un proyecto común de vida, deseo de formar una familia. La esposa, como el esposo, deja su hogar y su familia y empieza la aventura de vivir una vida nueva con la persona amada; el amor no le ahorrará las dificultades, el miedo ante lo desconocido, las incertidumbres del futuro y el trabajo, los problemas con la pareja y los hijos,  las horas de insomnio y el cansancio, pero hará que todo esto sea resuelto con confianza, generosidad, diálogo y fidelidad. En el transcurso de la vida, el amor se va haciendo maduro y fecundo.

Y quizá llega un momento en que el esposo, en su crecimiento de fe y vida cristiana, se plantea la posibilidad de responder a la llamada de amor de Dios y concretarla en el servicio en la Iglesia para siempre.  El amor de Dios, que se extiende de generación en generación, pide una respuesta, y el esposo, movido por la gracia de Dios, pide a su obispo ser ordenado como diácono permanente. Se inicia entonces un camino de oración y preparación para recibir el sacramento del orden; este camino el esposo no lo recorre solo, lo hace acompañado de su esposa, en el seno de su familia. Los esposos van avanzando juntos en este camino hacia la ordenación del esposo: seguramente se plantean dudas ante la incertidumbre de una nueva realidad; la relación con otras parejas en las que el esposo es diácono les hace conocer algunas de las dificultades con que se encontrarán, como la falta de tiempo que él tendrá para dedicarse a la esposa y a los hijos, a la familia, a los amigos, la dificultad en encontrar el equilibrio entre la vida familiar, el trabajo, la misión ministerial y el propio enriquecimiento personal; también se pueden encontrar con dificultades de estudio y formación, con la incomprensión o recelo por parte de familiares o amigos. Pero todo esto lo van venciendo juntos con el diálogo, la oración y la confianza en el Señor; los esposos creen firmemente y confían en el amor incondicional de Dios, en su gracia y su misericordia; saben que el Señor está con ellos y los sostiene en su mano amorosa.

Así, cuando, al acercarse el tiempo de la ordenación, se pide a la esposa su conformidad y que firme, si quiere, el permiso para que el marido pueda ser ordenado, este permiso no es sólo un requisito canónicamente necesario, sino que es expresión de un camino de respuesta de amor a  Dios y a la Iglesia recorrido al lado del esposo. Se trata de una floración esplendorosa del sí dado en el momento del matrimonio. El matrimonio, sacramento al servicio de la comunión, ha dado sus frutos al largo de los años vividos juntos; buscar, con la ayuda de la gracia de Dios, cada uno de los esposos el bien del otro, ha hecho posible la respuesta del esposo a la llamada de Dios y el acompañamiento fiel de la esposa en este camino. Todo lo que en el momento del matrimonio era ilusión incierta, apertura a un futuro desconocido, se va dibujando y concretando, en todos los aspectos de la vida conyugal y familiar; y uno de los aspectos más importantes, que se convierte en una opción de vida conjunta fundamental, es el sí al servicio en la Iglesia, per medio del diaconado del esposo.

Así, los esposos se comprometen a vivir juntos, cada uno respondiendo a los propios carismas y en su propia situación, -el esposo como ministro ordenado y la esposa como compañera de camino- su vida de alabanza, generosidad, servicio, fidelidad, confianza y amor, en la familia, que cada día se convierte más y más en Iglesia doméstica, y en la comunidad donde el diácono es signo de Jesucristo servidor.

La esposa busca el rostro de María, Madre de Dios y Madre nuestra, Madre de la Iglesia; humildemente pide al Espíritu de Dios que le permita reflejarse en las actitudes de María y le conceda la fuerza necesaria para  ir realizando, día tras día, junto a su esposo, este camino de servicio a Dios y a los hermanos, en la Iglesia de Jesucristo. Y da gracias al Señor por su gracia infinita.

                                                                                                                 

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