Los diáconos permanentes

 

Diác. Prof. Milton Iglesias Fascetto

Referente Nacional del CIDAL en Uruguay

Montevideo, 2 de enero de 2013

miltoniglesiasf@gmail.com

 

El autor acaba de cumplir las Bodas de Plata de su ordenación diaconal (20/12/1987-20/12/2012)

 

DIÁKONOS, palabra que proviene del griego, correspondiente al verbo “diakonein” que significa ayudar a alguien, hacer un favor.

 

Diácono es el hombre que sirve a Dios trabajando en la obra de la salvación.

 

Podemos hablar de la diaconía de Jesús, la diaconía de la Iglesia, y la que establece el Señor por medio de sus apóstoles así como de los que ellos llaman “sus colaboradores”.

 

El Diaconado es de institución apostólica, significa que es una creación de derecho divino.  Este es el origen del poder sacramental que Dios confiere a los ordenados Diáconos.

 

Los Diáconos son clérigos, y son la expresión del ministerio ordenado más cercana a la realidad laical.

 

Sintetizaremos la misión específica de los Diáconos en la diaconía de la Iglesia, señalando tres ámbitos como los más propios: la diaconía de la Palabra, la diaconía Litúrgica y la diaconía de la Caridad.

 

El Diácono es servidor de La Palabra, debe asimilarla inteligentemente y vivenciarla. La Evangelización del Diácono no se reduce a la homilía en un concepto litúrgico,  pues trasmite de infinitas formas a la comunidad la Palabra que él experimentó como redentora por su fuerza transformadora. Su autoridad como transmisor nace de su sintonía vital con el Evangelio.

 

En cuanto a la diaconía Litúrgica donde más se ejercita es en los sacramentos y en los sacramentales: bautismos, casamientos, servicios funerarios en los velatorios o entierros, presidencia de la Liturgia de la Palabra “celebración de La Palabra” en ausencia de Presbítero y del Obispo; también en las obras parroquiales sean edilicias o evangelizadoras.

 

En lo referente a la diaconía de la Caridad, diremos que el Diácono tiene como misión trabajar para que las desigualdades desaparezcan  tanto dentro como fuera de la Iglesia.

 

En América Latina el ministerio de la caridad se da en contextos sociales y eclesiales diversos y signados por la desigualdad. Desigualdad entre países pobres y ricos, desigualdad del centro y de la periferia  y también desigualdad de la pastoral eclesial, que, a pesar de la opción “por los pobres”, los ricos tienen todos los servicios que aportan las Parroquias, centros de estudios, publicaciones, medios de comunicación, etc. mientras que los marginados reciben el mensaje de quienes intentan ser misioneros de paso o integrantes de voluntariados.

 

En muchos lugares de América Latina se verifica que la Iglesia local opta por una pastoral de creación y crecimiento de Pequeñas Comunidades, Grupos de Revisión de Vida o de Reflexión,  Comunidades Eclesiales de Base, etc., siendo los Diáconos Permanentes sus animadores y sus vínculos jerárquicos.

 

No siempre y no todos dentro de la Iglesia han descubierto la misión del Diácono como ministro de la Comunidad, misión que tiene dos fines concretos: a) que las Comunidades sean más fraternas y b) ayudar a que la Iglesia tome conciencia de que es una comunidad de servicio.

 

El Diácono debe cuidar que la Iglesia no deje de ser servidora. Jesús dio el ejemplo vino a servir, no a ser servido.

 

Mons. Daniel Gil en las fiestas de Pentecostés en 2003 en una carta que dirigió a sus fieles de la Diócesis de Salto dando a conocer el ministerio diaconal y su especificidad  en el orden jerárquico de la Iglesia desde su fundación, y por lo tanto de derecho divino y constitutivo en la comunidad eclesial, señaló “el Diácono ni es un sacerdote pequeño ni un laico agrandado, sino un servidor, con misión propia, siguiendo el Camino de Cristo Siervo para bien de todo el cuerpo de la Iglesia”.

 

Yo sé que cuesta comprenderlo, pero la Tradición apostólica muestra al Diácono claramente diferenciado del Presbítero. En esa época se le describe como especialmente vinculado al Obispo. “Tengan Obispo y Diácono una misma mente… sea el Diácono oído del Obispo, su boca, su corazón y su alma”.

 

El Concilio Vaticano II (Lumen Gentium Cap.3) al hablar de la jerarquía, afirma que las funciones del diácono son “extremadamente necesarias para la vida de la Iglesia” y deja librado a las jerarquías de las Iglesias locales determinar la posibilidad de establecer en sus jurisdicciones el Diaconado Perman
ente.

 

En Ad Gentes No., 16  se establece que “Es justo que aquellos hombres que desempeñan un ministerio verdaderamente diaconal, o que como catequistas predican la palabra divina, o dirigen en nombre del Párroco o del Obispo comunidades cristianas distantes o practican la caridad en obras sociales o caritativas, sean fortificados por la imposición de las manos trasmitida desde los apóstoles y unidos más estrechamente al servicio del altar para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental de diaconado”.

 

En este estado de lo que vengo exponiendo quisiera dejar claramente establecido que si bien en noviembre de 1964 el Concilio Vaticano II sentó las bases para el restablecimiento en la Iglesia Latina del Diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía (Lumen Gentium 29) , tres años después el Papa Pablo VI en su Motu Proprio titulado “Sacrum Diaconatus Ordinem” estableció normas concretas para el mencionado restablecimiento y el 15 de agosto de 1972 publicó otro Motu Proprio denominado “Ad Pascendum” que complementó al antes mencionado.

 

Quisiera que quedara muy claro que no se trató de una invención, ni se buscó una novedad, sino que se volvió a la más alta y genuina antigüedad, un remontarse a la Tradición apostólica, a la Iglesia de los primeros siglos.

 

Cuanto más y más se penetra en el misterio de la Iglesia -Sacramento de Dios para el mundo- y se busca en su tesoro inagotable de cosas antiguas y nuevas, se perfila la solución para la problemática religiosa de cualquier tiempo.

 

Algo importante que debo mencionar es que no debe extrañar a nadie que la teología del Diaconado acuse escasa presencia a la hora de publicarse este libro, pero ciertamente es consolador que se integre en alguno de los departamentos de las Facultades teológicas la preparación de candidatos al Diaconado Permanente. También es alentadora la noticia de que en muchas diócesis del mundo sus Obispos hayan creado Escuelas de Diaconado para la formación de los candidatos al Ministerio Diaconal.  Es decir se adoptaron decisiones importantes para utilizar este instrumento pastoral del Diaconado Permanente, llamado a dar un juego apostólico insospechado en la Iglesia del futuro.

 

Por los motu proprios mencionados ut supra, así como en la Constitución Lumen Gentium  quedaron enumeradas las funciones diaconales que en forma sumaria nosotros enunciaremos seguidamente:

 

1.- Asistir durante las funciones litúrgicas al Obispo y al Presbítero en todo lo que le compete según las normas de los diferentes libros rituales.

2.- Administrar solemnemente el Bautismo a niños y adultos.

3.- Conservar la Eucaristía, distribuirla a sí y a los demás, llevar el viático a los moribundos e impartir al pueblo con la sagrada píxide la bendición llamada Eucarística.

4.- Asistir a los matrimonios y bendecirlos en nombre de la Iglesia.

5.- Administrar sacramentales,  presidir los ritos fúnebres y sepulcrales.

6.- leer a los fieles los libros divinos de la Escritura e instruir y animar al pueblo.

7.- Presidir los oficios del culto y las oraciones donde no esté presente el Obispo o el Presbítero..

8.- Dirigir la celebración de la palabra de Dios, sobretodo cuando falte el Obispo o el Presbítero para hacerlo.

9.- Cumplir perfectamente en nombre de la Jerarquía las obligaciones de Caridad y Administración, así como las obras de asistencia social.

10.- Guiar legítimamente, en nombre del Obispo, o del Párroco a las Comunidades dispersas. (En muchos países es aplicable a diócesis del interior del país, y también en todas las del país en cuanto refiere a Pequeñas Comunidades, Grupos, Comunidades Eclesiales de Base, etc. N. del Autor).

11.- Promover y sostener las actividades apostólicas de los laicos.

 

Si bien han pasado ya muchos años desde que se dictaron las normas mencionadas que establecen las funciones diaconales así como las diversas instrucciones respecto a la Formación, Convocatoria, etc. no hay que alarmarse porque en no todas las Iglesias locales se hayan descubierto todas las potencialidades evangelizadoras del ministerio diaconal.

 

Sin duda la instauración del Diaconado Permanente en una Iglesia local completa, enriquece y hace más diversificado el cuadro jerárquico de la Iglesia (Obispos, Presbíteros, Diáconos).

 

Pero es indudable que todavía pueden constatarse algunas tensiones ya sea porque casi todas las funciones diaconales pueden -claro está que por razones fundadas de excepción- ser cumplidas por laicos; o porque pueden verificarse dificultades prácticas de orden pastoral entre presbíteros-diáconos  fundamentalmente cuando se pretende exigir a los diáconos una dedicación a tiempo pleno o en horarios que les resultan imposible por su triple atención (familia, trabajo, iglesia), es decir, cuando no ser advierte claramente que son ministerios complementarios, nunca opuestos ni prescindente uno del otro.

 

Los Diáconos Permanentes no compiten ni con los Presbíteros ni con los Laicos, recorren un camino propio en armonía con los demás ministros de la Comunidad, sean ordenados (Obispos, Presbíteros) o  Instituidos (Laicos – a término).

 

Una vez más diremos para que quede definitiv
amente aclarado el tema que el ministerio de los Diáconos Permanentes difiere esencialmente del ministerio de los Presbíteros y del de los Obispos, pero es junto a éstos expresión de la apostolicidad de la Iglesia.

 

Los Diáconos Permanentes, que en su inmensa mayoría son hombres casados con no menos de 35 años de edad y 10 de matrimonio al momento de recibir el Sacramento del Orden, por su estilo de vida  en el ámbito familiar, laboral, barrial, pueden ir construyendo una Comunidad Cristiana desde lo más sencillo, lo más pequeño y ordinario de la existencia humana. Es preciso tener claro que, en el caso del Diaconado Permanente de hombres casados, se es diácono DESDE el matrimonio y no a pesar de éste o contra éste.

 

La plenitud del Orden Sagrado sólo la tienen los Obispos, quienes son el centro de la vida de la Iglesia particular y tienen a los Presbíteros y a los Diáconos como dos brazos suyos con funciones distintas.

 

Los Obispos tienen el oficio de anunciar el Evangelio y los Presbíteros y Diáconos lo comparten, recibiendo el oficio de predicarlo y anunciarlo en las asambleas, debiendo convertirlo en fe viva, enseñarlo y cumplirlo. Por tanto ambos son mensajeros del Evangelio.

 

Para que nadie pueda dudarlo afirmamos que tanto cuando un Diácono Permanente proclama el Evangelio o predica y enseña es voz de Cristo, Dios y Hombre verdadero.

 

En la ordenación diaconal se confiere el Espíritu de los siete dones, a saber: el de sabiduría e inteligencia, el de consejo y fortaleza, el de ciencia,  el de piedad y el del santo temor de Dios. El Espíritu obra sobre la naturaleza humana y por tanto la formación del Diácono Permanente es importante para que los dones encuentren terreno fértil.

 

Hace algunos años, leyendo opiniones de un Obispo latinoamericano decía que algunas veces se siente la tendencia de circunscribir la función litúrgica del Diácono a los sacramentos del bautismo y del matrimonio y algunas otras cosas “que puede hacer” olvidándose del oficio que define al Diaconado, esto es, Servir y servir sin presidir, facilitar y no hacer sombra a los demás ministros, en la asamblea servir estando al tanto de todo y de todos, siendo un facilitador dentro y fuera de la liturgia.

 

Leemos en la edición española de la Ordenación General del Misal Romano (España, Andrés Pardo O.S.B. Consorcio de Editores 1978) “el verdadero maestro o director de la celebración debe ser un ministro que tenga una función dentro de ella, es decir, debe ser el diácono, quien no debe quedarse en figura decorativa y en mero acompañante del celebrante principal!” (Introducción No.3 del Orden General del Misal Romano España). Recuerdo esto porque algunos diáconos, aún hoy día, tienen una actuación limitada en la liturgia romana.

 

Estoy convencido de que resultaría muy bueno que el Pueblo de Dios sea catequizado en cuanto a la identidad y oficio de unos y otros (Obispos, Presbíteros y Diáconos) y sin duda nadie más calificado que los Obispos en sus Diócesis para hacerlo aprovechando ceremonias que se presten más al efecto (Misa Crismal, Lanzamiento de planes pastorales, toma de posesión de Párrocos, Visita Pastoral, etc.). Por supuesto que nada impide y al contrario sería plausible, que los Párrocos hagan lo propio en sus jurisdicciones parroquiales a fin de que no haya un reduccionismo de ninguno de los ministerios ordenados, pero fundamentalmente de éste (Diaconado Permanente) que, por ser de más reciente restitución  pudo pasar inadvertido durante siglos en la Iglesia latina.

 

En Aparecida se habló mucho de los Diáconos Permanentes y la Caridad. Es que además del ministerio de la Palabra y de la Liturgia los Diáconos Permanentes tienen el ministerio de la caridad, sacramentalmente ligado a la proclamación de la palabra y a la celebración de la liturgia. Tiene su origen en Cristo, en el misterio de su encarnación, muerte y resurrección. Es un oficio que por encargo del Obispo es derecho y deber del Diácono (Apostolicam actuositatem No.8). Es a modo de decir de un Obispo latinoamericano, “un tesoro del cual el Diaconado no puede deshacerse, tesoro de institución apostólica”.

 

La caridad empieza por casa. Por tanto en su familia los Diáconos Permanentes deben dar ejemplo de construir una “Iglesia doméstica” predicando el Evangelio de palabra y de testimonio. Su oficio litúrgico debe ser rico en caridad y amor, viviendo íntimamente la oración personal.

 

Las necesidades de los hombres, mujeres y niños que forman parte de su realidad, las del mundo, las de sus compañeros diáconos, las del clero todo, las de compañeros de trabajo, vecinos del barrio, hermanos y hermanas compañeros de la vida parroquial, grupal, etc., deben incluirse en las oraciones de los fieles en la Eucaristía, en la oración personal o privada, así como presentar ante la Jerarquía las necesidades del prójimo, tanto de orden material como espiritual, cultural o cualesquiera fueran las necesidades humanas emergentes.

 

A esta altura del planteo que estamos realizando destacamos que es de desear que la relación de afecto, colaboración, ayuda, generosidad, complementariedad, etc., sean mutuas, así como la preocupación de los unos para con los otros entre los Obispos, Presbíteros y Diáconos –permanentes o transitorios- como lo es el amor de Cristo quien es el diácono por excelencia (“servidor”).

 

Es justo reconocer que existen carismas especiales y como sucede en los otros dos grados del Sacramento del Orden, algunos podrán disfrutar más de un carisma que de otro, pero los oficios de la palabra, la liturgia y la caridad, no son excluyentes y por lo tanto deben desempeñarse con sentido proporcional.

 

Coherentemente con lo que se ha tratado en Aparecida, en Congresos de Diáconos Permanentes, en documentos de la Iglesia, en orientaciones pastorales, etc. los Diáconos Permanentes deben presentar el rostro de Jesús servidor de toda la Iglesia, complementándose con los Presbíteros y en forma armónica y siempre ambos concordes con los Obispos, procurar mantener abierto el ministerio a todos los servicios en forma especial a las obras de caridad espirituales y/o materiales. ¿Y porqué no encarando la animación de Pequeñas Comunidades (Capillas, C.E.B´s, Grupos parroquiales, Equipos de pastoral social, Equipos de pre-sacramentales fundamentalmente del bautismo y del matrimonio, etc) así como también en la docencia estando preparados y con gran apertura a cuanto caiga como servicio a la comunidad diocesana, parroquial, o la que el Obispo crea conveniente crear, (EJ. Diaconías) atendiendo también el “acompañamiento de los fieles”, que así lo pidan tanto en lo personal como en lo referente a matrimonios, Grupos de fieles, etc. dedicando esfuerzos para apoyar y animar sobretodo a pequeños grupos o comunidades en su crecimiento en la fe y en la acción social, encarando la evangelización de la cultura y todo ministerio que fuere necesario atender.

 

Nadie debería olvidarse que el Diaconado Permanente estuvo ausente casi un milenio en la Iglesia de Occidente, fue restablecido, pero quizás aún no suficientemente entendido por algunos o no aceptado plenamente por otros. No importa. Es necesario reorganizarse, trabajar incansablemente por hacer conocer este ministerio a todos los fieles. Buscar crear vínculos cada vez más fraternos entre Obispos, Presbíteros y Diáconos (transitorios y permanentes), así como con Seminaristas (futuros Sacerdotes) y con todos los fieles laicos y laicas de las Comunidades Parroquiales. Fortalecer los vínculos en el Cuerpo Diaconal y con los Diáconos de otras diócesis del mismo País y de países vecinos, así como los nucleados en agrupaciones de diáconos latinoamericanos, etc.

 

Sabemos que somos, y quienes somos, sabemos de nuestra participación de la sacramentalidad del ministerio apostólico. Integramos un ministerio tan antiguo como la Iglesia misma  y la “restauración”  después de siglos de ausencia requiere una “conversión general”, una “reconciliación” unir los esfuerzos, ¡hay muchísimo para hacer!

 

Estaría buenísimo que todos los Diáconos Permanentes busquemos ser ministros de la Palabra  en la Liturgia, en los medios de comunicación (T.V. radios, diarios, internet, etc) ser ministros de la liturgia en toda su extensión.

 

Trabajemos para que las ceremonias sean cada día más hermosas, simples y encarnadas en la realidad, que nuestra caridad sea sincera y silenciosa, sin alardes, sin publicidad, sin hacernos cartel.

 

Los cuerpos diaconales

 

En la mayoría de las Diócesis donde existe un número que lo permita, se ha creado el Cuerpo Diaconal ya que la búsqueda de una coherencia en el ejercicio ministerial exige la conformación de un Cuerpo donde en Iglesia, unido al Pastor directamente o a través de un Delegado suyo –en general un Obispo Auxiliar o un Vicario Episcopal-, cada Diácono Permanente junto a sus pares revisa el quehacer, profundiza en el ser y lo celebra.

 

Paul Winninger en un artículo en el que habla de la estructura jerárquica que comporta una jerarquía en tres grados (Episcopado, Presbiterado y Diaconado) dice que “La ordenación consiste precisamente en promover a un bautizado a uno de los grados jerárquicos, y en conferirle el sacramento del orden con sus poderes y deberes.

 

Acota que los poderes de la jerarquía “no consisten únicamente en confeccionar los sacramentos;  son, ante todo, jerárquicos: consisten en enseñar, santificar y gobernar el Pueblo de Dios. Y a este efecto, algunos de estos poderes, muy pocos, son sacramentales.”

 

Pero es el ministerio jerárquico como tal, a saber, la función pastoral, el que constituye propiamente el Sacramento del Orden, del que participan en diferente medida sus detentores: Obispos, Presbíteros y Diáconos.

 

Abordar el problema únicamente desde el ángulo de los poderes sacramentales, entraña el riesgo de falsear la realidad misma de la Iglesia, comparada por el Señor con un rebaño fielmente dirigido por sus pastores. Estos no son establecidos y ordenados con la principal y primordial finalidad de detentar los poderes de consagrar y absolver, sino que son ordenados con la finalidad principal y primordial de ser pastores. Y por ser pastores, y en calidad de tales, disponen de los poderes necesarios al ejercicio de esta función social en la Iglesia.

 

El grado del Diácono no participa del poder de consagrar ni el de absolver, pero sí de todos los demás y está inscrito en la jerarquía y no en el laicado”…

 

Más adelante el mismo autor mencionado dice “El diácono responde a una vocación, a una llamada de Dios por mediación del Obispo, con miras a consagrar su persona y su vida a Dios y a su Pueblo y queda establecido en un nuevo estado, señalado definitivamente por el carácter del sacramento del Orden…” El compromiso del Diácono ofrece esta triple característica: servicio directo a la Iglesia, donación íntegra y permanente de sí mismo a este ministerio, y participación en las funciones mismas del Obispo y en íntima dependencia de EL.”

 

Debemos indicar en este estado que los Laicos por el contrario conservan la libertad de responder como creen conveniente al deber de servir al Reino, donde consideren pertinente, de la manera que juzguen mejor, y al margen de prescripciones y obligaciones canónicas como simples testigos del Evangelio y como representantes oficiales de la Iglesia.

 

Muchas veces en el ejercicio de  los ministerios y en el apostolado resultan imprecisas la frontera entre el diácono y el laico celoso, y sus respectivas acciones pueden superponerse en parte.

 

También el tiempo en que el Diaconado Permanente estuvo ausente en la vida de la Iglesia latina pudo determinar su suplencia por el laicado, pero lo que precisamente se trata de dilucidar es si esta “evolución” fue o no fue normal. Fue durante el Concilio que la Iglesia cobró conciencia de cierta anomalía en este desarrollo secular.

 

Winninger menciona como ejemplo el de catequistas en tierra de misión y dice “Este hombre es un laico, pero de hecho desempeña la función de pastor del lugar, catequiza, preside la oración y el culto dominical, bautiza, preside los funerales, guía a su pueblo, cuida de la beneficiencia y media en las querellas. Un ministerio semejante, ejercido establemente por un hombre entregado a la Iglesia y delegado por el Obispo, no es, por su misma naturaleza, de la incumbencia de un laico. Estamos ante un caso evidente de índole jerárquica, que reclama la ordenación pertinente, con el socorro de la gracia correspondiente.

 

Tal es la conclusión misma del Concilio, en el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia  (Ad gentes). “Conviene en efecto, que los hombres que ejercen un ministerio realmente diaconal, ya sea predicando la palabra de Dios, ya sea gobernando en nombre del párroco o del Obispo  las comunidades cristianas distantes, ya sea ejerciendo la caridad en obras sociales o caritativas, sean fortificados por la imposición de las manos trasmitida desde los Apóstoles, y más estrechamente unidos al altar, para que cumplan su ministerio más eficazmente  por medio de la gracia sacramental del diaconado ( No.16).

 

El P. Rahner comentando el texto conciliar antes mencionado en el Congreso de Roma dijo “No cabe afirmar que las funciones asignadas a los diáconos puedan ser confiadas también a laicos”.

 

Agregó “La Iglesia, constituida de derecho divino desde los tiempos apostólicos, conoce una división tripartita de su ministerio jerárquico sacramental (Obispos, Presbíteros, Diáconos).

 

Así pues, la Iglesia debe conferir a quienes ejercen prácticamente este ministerio, la gracia correspondiente que Nuestro Señor ha asociado al mismo. Esta consideración es fundamental. Cualquier otro concepto es radicalmente ajeno a una sana teología”.

 

El mismo P. Rahner da un ejemplo diciendo que lo que aquí se plantea no consiste en saber si un laico puede o no distribuir la Santa Comunión porque es evidente que sí puede y nadie lo niega. Lo que se trata de dilucidar es si tal práctica puede considerarse como normal y tradicional  y si la Iglesia carece de hombres para cumplir de una manera habitual y en un ministerio permanente este oficio y otros semejantes, numerosos y necesarios.”

 

Sigue afirmando el P. Rahner que “en caso de ser indispensable en la Iglesia la institución de ministerios para ejercer estas funciones, o en caso de que dicho ministerio exista ya de hecho, entonces es indiscutible que la gracia sacramental disponible y presente en la Iglesia para este ministerio debe ser conferida a estos hombres. Cualquier otra consideración es ajena a la teología y a la piedad cristianas”.

 

Winninger continúa afirmando que la promoción del laicado es uno de los signos de la renovación cristiana en nuestro tiempo, pero la orientaríamos erróneamente y la comprometeríamos y reemplazaríamos en fin el clericalismo por un “laicismo” si reservamos los ministerios propiamente dichos a los laicos, pues éstos deberían ejercer su sacerdocio y su vocación en su medio ambiente de vida, como luz del mundo y sal de la tierra, operando la consecratio mundi.”

 

Dice seguidamente “ Respecto de la jerarquía, la plena reintegración de los laicos en la vida de la Iglesia no se efectuará mediante la usurpación de los ministerios, sino, y manteniéndose inequívocamente laicos, de dos maneras sobre todo, a saber: participación en las decisiones de la jerarquía, por su presencia activa en los consejos episcopales y parroquiales y jugando un papel más importante en el reclutamiento mismo de los ministros elegidos de entre sus propias filas, mediante algunas modalidades concretas de diputación, elección y presentación. No olvidemos que la institución de diáconos no reduce el campo de acción de los laicos, el cual sigue siendo inmenso y excede siempre las fuerzas disponibles. Nunca serán suficientes los laicos apóstoles o consagrados a algún servicio de la Iglesia. El Señor de la viña los contrata a todos, y a cualquier hora de la jornada.

 

Los diáconos, al igual que los presbíteros y los obispos, constituyen necesariamente un número limitado, de acuerdo con las necesidades de la comunidad local.”

 

“En resumen, no hay porqué temer una confusión o competencia cualquiera entre laico y diácono, a condición de que se comprenda correctamente la naturaleza de la Iglesia y su estructura jerárquica.”

 

(Las expresiones correspondientes a Winninger y a Rahner fueron tomadas de “Los ministerios de los diáconos y presbíteros en “El diaconado en la Iglesia y el mundo de hoy –Barcelona 1968-. Ed. Península y Revista Misión No.37 Uruguay).

 

Una última reflexión personal

 

En las c
ivilizaciones indígenas o en las culturas orientales las personas mayores de edad se les tenía o se les tiene como referentes, ya sea como consultores, como guías, como colaboradores que por su experiencia pueden decirle algo a las generaciones nuevas.

 

En la era en que vivimos (Dios quiera que en la Iglesia no sea nunca así) parecería que los mayores son como material descartable. Lo que no produce, no sirve, y se deja de lado. Jubilarse no implica anularse, pues siempre hay un lugar donde, sin desplazar a nadie, se puede seguir sirviendo,  donde y como cada uno le es posible.

 

Es bueno entonces pensar que cuando ya no se esté en condiciones de asumir la responsabilidad del trabajo diario, con horario fijo y continuado, los diáconos permanentes que cesan por límite de edad puedan seguir sirviendo en las tareas que se prestan para esos fines: acompañamiento a personas o matrimonios que se lo pidan, participación en el Ecumenismo, diálogo con integrantes de otras religiones no cristianas, docencia esporádica, audiciones radiales, preparación de subsidios o material de formación, etc. Lógicamente el etc. está librado a la iniciativa de los interesados o de las respectivas Parroquias o  Jerarquías.

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