La identidad del diácono, una Tesis de la teòloga Serena Noceti

 

 

Hay una cuestión que sobrevuela sobre la Teología del diaconado y se refiere a la identidad del diácono. ¿Cuál es el lugar del diácono en la Iglesia? ¿Cómo ha de relacionarse con el presbítero teniendo en cuenta lo común y lo específico de ambos ministerios? En cierto modo los equipos ministeriales configurados por el binomio presbítero-diácono son un elemento nuevo en muchas comunidades, y aunque en la mayoría de los casos no presentan dificultades para los fieles laicos, si que suponen un cierto problema para el presbítero. Quizá por la crisis del ministerio ordenado que cuestiona en cierta manera su identidad, quizá porque en la Iglesia europea todo está cuestionado, el presbítero a veces, no sabe cómo lidiar con el diácono.

 

La teóloga italiana Serena Noceti es autora de un fantástico artículo titulado «¿Mujeres diácono? Una reflexión teológica en el horizonte del Concilio Vaticano II«, y publicado en el volumen de varios autores coordinados por ella y editado por Sal Terræ, «Diáconas», libro que se publicita en este medio el día 9 de octubre de 2017. En concreto hay una sección de dicho artículo titulada «Diáconos, ministros en el pueblo de Dios para el pueblo de Dios: una propuesta teológica» que me parece enormemente sugerente. En dicho artículo he encontrado alguna respuesta y sobre todo mucha luz en todo este lío, luz que ayudará sin duda a clarificar el encaje, entre los presbíteros, de un diácono permanente.

 

La tesis de Serena Noceti, que quiero compartir con vosotros, es la siguiente: Partiendo de la plenitud del ministerio del orden del obispo, las figuras del presbítero y del diácono comparte la misma razón teológica de existencia, aunque en formas diferenciadas y no asimilables la una a la otra.

 

El diácono es un ministerio singular y su presencia en las comunidades no puede ser pensada en negativo. Como bien explica Serena Noceti, no podemos definir el diaconado como un ministro ordenado que no preside la Eucaristía, o que no puede administrar el sacramento de la reconciliación, mucho menos puede pensarse el diaconado como suplente en virtud de la falta de presbíteros. Serena Noceti afirma que con la recuperación de la sacramentalidad del episcopado en el Concilio, como punto de vista desde la que plantear la estructura tripartita del ministerio, y el diaconado como grado autónomo y permanente, podemos entender la especificidad de las figuras ministeriales, y entender las relaciones de los tres grados del ministerio, entre ellos y con la Iglesia.

 

Todo pasa por atender a las funciones específicas que cada uno asume, y el modo en el que se encarna el triple munus profético, sacerdotal y regio-pastoral. La identidad del diácono es engendrada sacramentalmente, su ministerio nace de la acción sacramental del obispo, y por mediación de él, nace de la Iglesia. La identidad del diácono, en palabras de Serena Noceti, está en relación, por lo tanto, con el obispo, con su presbiterio, y con los laicos, que constituyen la porción del pueblo de Dios que es la Iglesia diocesana, y es llamado y puesto al servicio de todos ellos.

 

Si buscamos la especificidad del diácono encontramos que sus funciones propias, citadas en Lumen gentium 29, han sido asumidas durante siglos por los presbíteros en una sociedad de cristiandad. Hoy el contexto social ha cambiado, y sobre las bases del Concilio Vaticano II, el diácono reaparece en el horizonte de una nueva reconsideración eclesiológica marcada por un modo nuevo de ser Iglesia en el mundo, y con unas exigencias pastorales inéditas. El aquí y ahora de la Iglesia obliga a abordar con realismo la época en la que vivimos, de modo que esa mirada al futuro sea una llamada a la Iglesia a desarrollar su ministerio en un mundo nuevo, donde lo que importa es una evangelización profunda, en la que tener en cuenta la persona, y las relaciones de la persona entre sí y con Dios. Las maneras en las que la Iglesia se hace visible es un problema siempre actual, y el diácono responde a esta cuestión con una misión eclesial desarrollada de un modo nuevo, respondiendo a exigencias pastorales determinadas, de forma muy poderosa, por el contexto.

 

El diácono no constituye su identidad de forma separada del resto de ministerios de la Iglesia, al contrario, hay que pensar esta identidad de forma simultánea a como pensamos la identidad y especificidad del presbítero. Una idea interesante de Serena Noceti es que los diáconos que han recibido la imposición de manos son constituidos en una relación única y permanente con la Iglesia y realizan lo que es propio y común a todos los ministros ordenados. No se trata de un actuar en la Iglesia, sino de un actuar constitutivo del «nosotros eclesial». Ambas configuraciones ministeriales, el presbítero y el diácono, no son asimilables sin más, sino que el modo en el que sirven a la misión de la Iglesia es peculiar y único.

 

Ambos ministerios hacen Iglesia, construyen Reino. Los presbíteros garantizan la existencia de la Iglesia como comunidad eucarística y reconciliada en Cristo. El presbítero atestigua que la fe profesada se alimenta y se realiza en la eucaristía, y naturalmente presiden la comunidad en nombre del obispo. Los diáconos custodian el vínculo entre el Evangelio y la existencia que se debe vivir en el amor y en el servicio, atestiguan que la fe profesada se ha de convertir en caridad vivida. Es un enviado del obispo para propiciar la diaconía de toda la comunidad.

 

Serena Noceti afirma que la comunidad cristiana necesita de estos dos ministerios. No creo que nadie pueda estar en desacuerdo con esto. Son dos ministerios convergentes, cooperantes, que hacen Iglesia, que construyen Reino. Juntos promueven y sirven de manera complementaria a la vida de la Iglesia en un contexto secularizado, alejado de la antigua sociedad cristiana. Presbítero y diácono, juntos pero no revueltos, cooperan en la construcción de una Iglesia en la que no se perciba contradicción alguna entre la Palabra anunciada y la vida.

 

El diácono tiene como relación fundamental la que le une con Jesucristo, el que vino a servir y no a ser servido, y participa de manera específica y auténtica de la misión de Cristo. Esta relación está unida íntimamente a la relación que tiene con la Iglesia. No son relaciones distintas, sino que la una y la otra se unen íntimamente. La relación con la Iglesia se inscribe en la única y misma relación del diácono con Cristo, en el sentido de que la representación sacramental de Cristo servidor es la que instaura y anima la relación del diácono con la Iglesia. En este sentido, el diácono, en cuanto que representa a Cristo servidor, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al servicio de la Iglesia. De la misma forma que el ministerio del presbítero está totalmente al servicio de la Iglesia para la promoción del ejercicio del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios (Pastores dabo vobis), el diácono está totalmente al servicio de la Iglesia para la promoción del ejercicio de la diaconía común de todo el Pueblo de Dios. Ambos en comunión con el obispo. De este modo, ambos, presbítero y diácono, aparecen en la estructura de la Iglesia como signo de la gracia que Cristo resucitado da a su Iglesia.

 

Presbítero y diácono nacen de la actividad sacramental del obispo, y son puestos en su ministerio como prolongación visible y signo sacramental de Cristo, cabeza y pastor que lavó los pies a sus discípulos. Este ministerio es una tarea colectiva y solo puede ser ejercido como tal. El ministerio ordenado es ante todo comunión y colaboración responsable, entre ellos, con el Obispo y bajo Pedro.

 

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