Homilía pronunciada por el Exmo. Sr. Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, en la celebración de las Ordenaciones Diaconales

Enviado por el Diác. Ing. Carlos Jiménez de la Cuesta Otero, de la Comisión para la vida y la formación del Diaconado, en la Arquidiócesis Primada de México. Ordenación realizada el 18 de junio del 2016.

Muy queridos hermanos y hermanas, fieles laicos de Cristo Jesús, queridos hermanos de vida consagrada, muy amados hermanos diáconos, presbíteros, muy queridos señores obispos. Saludo con especial cariño a los familiares de ustedes, queridos candidatos al diaconado, a los que los ayudaron en su formación, aquellos que los han acompañado para discernir la vocación a la cual han sido llamados.

Aquí están los señores obispos en cuyas vicarías ustedes servirán. Están varios de los párrocos que estarán al frente de las parroquias a las cuales ustedes servirán. Todos ustedes, como todo el pueblo de Dios, lo sabe, en el Antiguo Testamento había tres ministerios establecidos por Dios para conducir al pueblo de Dios, para que ese pueblo de Dios realmente fuera pertenencia de Dios. El ministerio sacerdotal dedicado especialmente al culto y como hemos escuchado, los levitas debían de ayudar, sí, estaban al servicio del pueblo, pero especialmente en aquello que concernía al culto divino. Estaba el rey, el rey que debía gobernar al pueblo de Dios, que debía guiar al pueblo de Dios con fuerza y sabiduría y estaban los profetas que proclamaban en nombre del Señor su voluntad, su proyecto de salvación.

Estos ministerios, como nosotros lo podemos constatar fácilmente en la Sagrada Escritura, frecuentemente no solamente se ejercían por separado, sino que se contraponían, chocaban. Yo digo que, en el Antiguo Testamento, pero también en nuestro tiempo parece que, en algunas ocasiones, estamos en el Antiguo Testamento contraponiendo estos ministerios, a pesar de que el Papa Francisco nos explica con mucha claridad que no hay contraposición entre institución y carisma, ¿por qué? porque provienen del mismo Señor, del único Señor, pero nosotros muchas veces buscamos esa contraposición y vivimos esa contraposición.

Esa es la gran novedad en el Nuevo Testamento, Jesucristo ejerce ese triple ministerio. Él personalmente y los que participamos de su ministerio, la Iglesia, el ministerio que Él deja a su Iglesia, es uno sólo: guiar, conducir al pueblo de Dios hacia Él que es la salvación. Conducir y guiar al pueblo de Dios a la verdad, que es Él.

Por lo tanto, la participación en ese ministerio en distintos grados, es para que ejerzamos oficios, tareas, pero que son complementarias, dirigidas todas hacia el mismo fin. Por supuesto que no hay una división, la división nosotros la ponemos para entender mejor cada uno de los aspectos de ese ministerio, pero el ministerio es uno solo, el ministerio sacerdotal de Cristo Jesús. Ese ministerio sacerdotal, que es el ofrecimiento de una vez para siempre de Cristo para salvación nuestra y ese Misterio Pascual que realiza Jesús, nosotros lo celebramos continuamente a través de signos que llamamos sacramentos.

Por supuesto que todos ustedes están llamados a participar en ese servicio para que se celebren los sagrados misterios de una manera digna, pero no solamente de una manera digna sino de una manera participada, de tal modo que sea el pueblo de Dios el que celebre esos misterios. Nosotros no podemos estar sustituyendo al pueblo de Dios. Nos toca presidir, nos toca ayudar, pero es el pueblo de Dios el que celebra los sagrados misterios, especialmente la Eucaristía.

En el Antiguo Testamento se acentuaba el servicio al altar, el servicio cultual. En el Nuevo Testamento ese servicio no está excluido. Ustedes estarán continuamente sirviendo al pueblo de Dios en el culto, en la celebración de los sagrados misterios, participando a su modo y ayudando al pueblo de Dios para que participe cada vez más plenamente. Ustedes han sido escogidos para proclamar el Evangelio.

Los diáconos, y lo vemos en el Nuevo Testamento, predican, anuncian a Jesús muerto y resucitado, dan la Buena Noticia. Ustedes por eso, ayudados por la Iglesia, ayudados por las comunidades en donde han estado sirviendo y sobre todo ayudados por aquellos que la Iglesia ha puesto para que los conduzcan a tener un mayor conocimiento de la Palabra de Dios, tienen una preparación, pero esa preparación no ha terminado. No vayan a vender sus libros, no vayan a regalarlos a sus amigos. Adquieran nuevos porque siempre hay novedades en el conocimiento de esa verdad revelada por Dios.

Tienen que tener una formación permanente, pero no solamente una preparación intelectual, sino que esa Palabra de Dios tiene que hacerse vida. Tiene que penetrar en lo más profundo de ustedes. Ustedes serán ministros, participarán de ese ministerio de la Palabra como diáconos, en distintas formas, en distintas ocasiones, pero cada día tienen que estar más acordes con esa Palabra de Dios para que la prediquen y no prediquen su propio pensamiento, su propio proyecto, sino el proyecto de salvación que Dios ha revelado.

En las lecturas que acabamos de escuchar de los Hechos de los Apóstoles, vemos que se resalta en el ministerio de los diáconos, se resalta el servicio a las viudas y a los pobres, símbolo de los más necesitados, símbolo de los más excluidos. También la Iglesia ahora los necesita, especialmente para esto, para que sirvan a los más pobres y necesitados, para que sirvan las mesas, por supuesto que la mesa de la Eucaristía, pero especialmente se recalca a los pobres, a las viudas, a los huérfanos.

Esto surge en la Iglesia, esta institución del diaconado que van a recibir ahora ustedes, surge ahí porque los griegos se quejan de que no están siendo atendidos, de que se privilegian ahí a los judíos. Es un pequeño dato que nos ayuda a ver que la comunidad, las quejas que tiene la comunidad, las demandas que hace la comunidad, no se pueden tener en la Iglesia como una agresión, no se pueden tener en la Iglesia como un ataque, sino como algo que sirve para que esa Iglesia crezca, para que nuestra Iglesia sirva mejor, para que nuestra Iglesia se purifique.

Así nació el diaconado, por una exigencia del pueblo de Dios, que necesitaba ser servido, así es que cuando alguien se queje, alguien demande una mejor ayuda, un mejor servicio, nunca lo vean como algo malo, sino como algo que ayuda a nuestra Iglesia y les ayuda a ustedes a prestar mejor el servicio, a ayudar mejor al crecimiento de esta Iglesia que está en la Arquidiócesis de México.

En la oración mencionábamos que esto lo tienen que hacer con bondad y con alegría. Ustedes ya han estado en las comunidades parroquiales y se habrán dado cuenta que muchas gentes que acuden a nuestras parroquias se va desilusionada, se va desencantada porque no se le da el servicio que se le debería  dar o porque se le dio de mala manera, simplemente porque ya habían contratado ese servicio.

Hagan ese servicio, realícenlo con bondad y con alegría y ese servicio resplandecerá realmente como una manifestación de la presencia de Cristo, de la bondad de la misericordia del Señor. Nunca hagan las cosas por las malas, a la fuerza, a regañadientes. No, háganlo con bondad y con alegría. Ustedes estarán al servicio, sí, de los sacramentos, estarán al servicio de la Palabra, estarán al servicio no solamente de la Eucaristía sino de todos los sacramentos y de la Palabra, pero especialmente estarán al servicio de los más pobres.

Por supuesto que los otros dos ministerios los atenderán, pero la Iglesia necesita manifestar ese amor, esa caridad en obras concretas y ustedes, se los encarguen o no, deben de buscar caminos para que ese amor de la Iglesia, ese amor de Cristo para con su pueblo llegue con obras muy concretas ahí en la comunidad en donde estarán sirviendo.

Que el Señor que los ha llamado, Él los fortalezca, que el pueblo cristiano los acompañe siempre, sí con su oración, pero también siendo colaboradores en este ministerio que a ustedes se les confía. Evidentemente los diáconos permanentes tendrán como más cercanos colaboradores a su familia, viviendo el doble sacramento del matrimonio y del diaconado, pero también los diáconos transitorios siempre tendrán el acompañamiento de aquellas personas que el Señor pone en su camino ahí en la comunidad, personas que muchas veces tienen una gran preparación para que ustedes realicen mejor este sacramento que hoy se les confiere por la imposición de las manos.

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