Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en la ordenación de diáconos permanentes

Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en la ordenación de diáconos permanentes
Catedral Nuestra Señora de la Asunción, Avellaneda, Buenos Aires, Argentina, 14 de marzo de 2015

“Van a recibir la consagración diaconal para servir -en la Iglesia- al Obispo y donde éste indique o mande en nombre de la Iglesia. Ustedes tienen los dos sacramentos, el matrimonio y el diaconal. Por lo tanto están llamados a hacer una síntesis, más riesgosa, más difícil, pero muy hermosa porque tendrán que cuidar mucho a su familia, a su esposa -y ella tendrá que cuidarlos mucho-, tendrán que cuidar mucho a sus hijos y que sus hijos también los ayuden a ser buenos padres y ser buenos diáconos”.



Querida comunidad diocesana:

Es una gracia que Dios concede a la Iglesia, a través del Obispo, de poder ordenar a estos tres nuevos diáconos. Es el momento para reflexionar, para marcar algunas ideas centrales en nuestra vida de fe y nuestra pertenencia a la Iglesia.

Dios llama a cada uno de nosotros. Su presencia es una gratuidad, donde tenemos que reconocer que no somos dignos pero que Dios, con su llamado, nos crea y nos hace dignos. Por eso, siempre un consagrado tiene que tener bien claro que todo depende de Dios, y que todo lo que tiene que hacer en su vida será siempre en nombre de Dios, para que ninguno llegue a pensar que es obra propia. Todo es un don de Dios, que los llama para seguirlo más de cerca. Esto significa conocerlo, imitarlo y encarnando en su propia vida los mismos ejemplos y sentimientos de Cristo Jesús.

Hay que parecerse más a Él, pero ¿para qué los llama el Señor? Los llama para que anuncien al Dios que está vivo y no muerto. Cuando dice que tienen que anunciar nos está diciendo ¡tienen que creer!, porque si creen van a anunciar pero si no creen su voz será fría, sin fuerzas, sin comunicación. ¡Siempre, el consagrado tiene que ser una persona creyente!

Cuando uno cree, “en su nombre echa las redes”, hace lo que la Iglesia le confiere al diácono, diácono permanente en este caso, pero que tiene las mismas responsabilidades de todo diácono: el anuncio a los que están lejos, el anuncio y la fortaleza a los que están cerca, la administración del sacramento del bautismo, el testimonio y la bendición para los matrimonios, llevar la comunión a los que están enfermos y presidir, en nombre de la Iglesia, las exequias. De alguna manera, varios aspectos de nuestra vida familiar y eclesial. Pero siempre estas obras o realidades se hacen en nombre de Cristo Jesús.

Cuando uno tiene claro estas cosas, no se confunde y se da cuenta que el llamado al diaconado permanente es seguirlo más de cerca y servir más, amar más, ser más responsable, más transparente, más coherente y vivir intensamente el amor de Dios; para nunca tener la desgracia de escandalizar a nadie, de hacer perder a otros hermanos o que alguien se pelee con Cristo; porque siempre el que “paga los platos rotos” es la Iglesia y es Cristo.

Queridos hermanos, van a recibir la consagración diaconal para servir -en la Iglesia- al Obispo y donde éste indique o mande en nombre de la Iglesia. Ustedes tienen los dos sacramentos, el matrimonio y el diaconal. Por lo tanto están llamados a hacer una síntesis, más riesgosa, más difícil, pero muy hermosa porque tendrán que cuidar mucho a su familia, a su esposa -y ella tendrá que cuidarlos mucho-, tendrán que cuidar mucho a sus hijos y que sus hijos también los ayuden a ser buenos padres y ser buenos diáconos.

En la Iglesia tendrán que trabajar y servir en nombre del Señor en las realidades que el Obispo les indique; tendrán que dar frutos allí donde los pongan; trabajen en este mundo tan difícil, tan complejo, tan triste, háganlo con creatividad y con alegría. La alegría de saber que obramos en nombre del Señor, a quien seguimos, y así estamos haciendo lo más importante. Por eso tenemos la alegría para intentar y para lograr, sirviendo y amando más.

La Iglesia los acompaña, sigan a la Iglesia, amen a la Iglesia, porque en ella está Cristo, el Espíritu de Dios. Sirvan a toda la comunidad, a los que están cerca, a los que están lejos, a todos. Sean muy respetuosos del don que hoy reciben para siempre. Y que el don siga siendo don. Ustedes podrán preguntarse ¿cómo se alimenta esto? Respondo, con la humildad, la oración, la atenta escucha de la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Escucha a Dios y responde ¡aquí estoy Señor para hacer tu voluntad!

Que Dios los bendiga y que al Virgen siga susurrando en su interior ese consejo estupendo: “hagan lo que Jesús les diga”, y sirvan en la Iglesia a todos los hermanos. El mundo discrimina, presiona, descarta, fragmenta, utiliza y tira. En la Iglesia no queremos vivir así y por eso tenemos un compromiso mayor.

Que la vocación de servicio del diaconado sea para amar más. Que así sea.

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