Entrevista al diácono Miguel Ángel Herrera Parra, de Santiago de Chile

1.  – ¿Cómo nació tu vocación?

Mi vocación nació en el contexto del matrimonio, antes de la llegada de nuestras hijas. Con mi esposa, Sary Alarcón, formamos un equipo misionero de nuestra parroquia, con el que fuimos a misionar (durante todo el mes de febrero de 1980 y de 1981) a las islas Butachauques, de Chiloé, que están ubicadas a unos 1.200 kilómetros al sur de Santiago. Esa experiencia evangelizadora y de servicio fue tan profunda, vimos tantas necesidades espirituales no atendidas, tanta hambre de Dios en los pobres, y que había tan pocos consagrados para atender a la gente, que, en mi interior comenzó a formarse una idea o pregunta, acerca de si yo podría algún día llegar a ser un diácono de la Iglesia. Desde que nos casamos, siempre hemos estado trabajando en la pastoral familiar y consideramos que éste es un ámbito muy propicio para que los diáconos y sus esposas, podamos trabajar en la Iglesia y en el mundo.

2.   – ¿Puedes contar tu servicio?

Mi servicio diaconal lo desarrollo en los siguientes ámbitos:

a)      En mi parroquia San Alberto Hurtado de Peñalolén, en la cual, con mi esposa coordinamos el Equipo Litúrgico, en el que participan más de 20 laicos y laicas y que se reúne todos los lunes del año, para preparar las celebraciones litúrgicas en forma participativa.

b)   También animamos la Pastoral Familiar, que anima y acompaña a cuatro comunidades, que se reúnen quincenalmente, en las casas de sus integrantes.

c)    Como formador en las Escuelas de Formación para laicos, del decanato de Peñalolén.

d)   En mi parroquia, además, presido liturgias de la Palabra, bautismos, matrimonios, exequias, visitas a los enfermos, bendición de hogares, y otras diversas actividades.

e)   Soy Referente Nacional de Chile, para el Centro del Diaconado de América Latina, CIDAL.

f)  Colaborar y acompañar a la Pastoral de la diversidad sexual (PADIS) que tiene comunidades de homosexuales y comunidades de padres y madres de homosexuales.

3.  – ¿De qué forma se caracteriza el servicio de los diáconos en tu país?

Las personas que participan habitualmente en las comunidades, equipos, pastorales y grupos de la Iglesia, saben claramente lo que hacemos los diáconos y saben distinguirlo del ministerio de los presbíteros. Sin embargo, la gente que no participa en dichas comunidades, tiende a confundir nuestra labor con la de los “curas” y algunos nos llegan a ver como “casi-curas”. Muchas personas no llaman “padre” o no saben cómo tratarnos.

El servicio a la Palabra, a la Liturgia y a la Caridad, son los más reconocidos para los diáconos en Chile. Aun, falta que se relacione más el servicio de los diáconos con la catequesis, con la enseñanza sistemática de la fe cristiana y con el acompañamiento pastoral a asociaciones, sindicatos, partidos políticos y diversos grupos de la sociedad. En el presente, hay más de 1.050 diáconos permanentes en Chile, en la totalidad de las 27 diócesis del país. En la arquidiócesis de Santiago somos más de 350 diáconos, en la actualidad. En la Escuela del Diaconado del Arzobispado de Santiago, se están formando más de 100 aspirantes al diaconado permanente, en los cinco años y medio de duración que tienen estos estudios. Estamos llegando a un punto de equiparidad en la cantidad de diáconos y de presbíteros en nuestra arquidiócesis.

4  – ¿Qué piensas del desarrollo del servicio diaconal actualmente?

Considero que es necesario que los diáconos continuemos formándonos y estudiando, en forma permanente y continua, ya que debemos estar más preparados para poder dar razón de nuestra fe, en medio de nuestra sociedad que se seculariza aceleradamente. Lamentablemente, veo a diáconos que una vez ordenados, dejan de participar en las diversas instancias diaconales y que la formación inicial que han recibido la consideran una formación “definitiva”.

5. – ¿Tendría algo que aconsejar a los diáconos para llevar a cabo su servicio?

Lo que yo puedo aconsejar a mis hermanos diáconos es a que busquen y asuman instancias de formación, de nivel superior, para así poder cumplir mejor su ministerio diaconal.

En el año 2007 tuve un ataque cerebral y después de ese episodio duro y difícil,consideré que había llegado el tiempo de usar más el cerebro que Dios me habíaregalado, para perfeccionarme, en vista a mejorar mi servicio diaconal. Por eso, estudié en los años posteriores un Magíster en Educación Religiosa, en la Universidad Católica

Silva Henríquez (Salesiana). Mi tesis tuvo el siguiente título: DIAGNÓSTICO EN LA IGLESIA DE SANTIAGO DE CHILE: PERCEPCIONES DE LOS DIÁCONOS PERMANENTES SOBRE LA CATEQUESIS. Fui aprobado con máxima distinción.

Nunca es tarde para aprender, menos para un diácono, llamado a “ser apóstol en las nuevas fronteras”, como indica el documento conclusivo de los Obispos latinoamericanos, en Aparecida.

 

6.    – Expresa un sueño que quisiera sea realizara:

Mi sueño sería que todos los diáconos permanentes, junto a sus esposas, participaran en pequeñas comunidades de diáconos, participaran activamente, estuvieran colegiados -en comunión- con los diáconos de su zona pastoral y/o diócesis y que tuvieran acceso a becas que les permitieran perfeccionarse académicamente, para poder servir mejor a sus comunidades y a toda la sociedad.

Además, sueño que todo diácono pudiera trabajar en alguna catequesis específica, de acuerdo a su vocación más personal, es decir, con niños, con jóvenes, con adultos o con adultos mayores, insertos plenamente en nuestra sociedad.

7.    – Espacio libre para tus reflexiones:

Desde hace muchos años, me han llamado la atención las diversas formas de entender el estilo (compromiso, obediencia, creatividad, etc.) de parte de nosotros los diáconos permanentes, puesto que -por un lado- podemos ser muy “llaneros solitarios” y hacer muchas cosas “a nuestra pinta”, o -por otro lado- podemos sentirnos como “reclutas” en un regimiento, sin ninguna capacidad para tomar alguna iniciativa, aunque fuera en beneficio de la colegialidad de nuestro propio ministerio consagrado.

Siempre me ha interesado estudiar la realidad en la que estamos insertos y me gustaría que -en forma participativa- pudiéramos ir descubriendo las fortalezas y las debilidades que tenemos como ministros servidores, y, al mismo tiempo, conocer las amenazas y las oportunidades para nuestro ministerio, que existen en nuestro contexto social y eclesial.

Antes, pensaba mucho en las percepciones de los diáconos permanentes hacia la Iglesia en la que están incardinados y especialmente en las percepciones que tenemos hacia la catequesis. Sentía que no nos interesaba mucho el hecho de trabajar pastoralmente en la catequesis y que, por eso, en general, la catequesis la “dejábamos en manos de los laicos”, casi en forma exclusiva.

Entonces, me surgía la pregunta: ¿Tendríamos algo que hacer los diáconos permanentes en la catequesis?

Llegué a pensar que -esa eventual distancia o indiferencia hacia la catequesis- se debía a que nuestra formación diaconal (de acuerdo a la malla curricular de la Escuela del Diaconado Permanente) carecía de la asignatura de “Catequesis”, la que podría habernos seducido e invitado a seguir por ese camino, tan importante para la Iglesia en el presente y en el futuro.

Después, pude constatar que, también, faltaban orientaciones específicas de la Iglesia en el país (tanto en las “Orientaciones para la Catequesis”, como en las “Orientaciones para el Diaconado Permanente”, ambos documentos de la Conferencia Episcopal de Chile) acerca de la misión o rol concreto que los diáconos deberían realizar en la catequesis.

Luego, fue cobrando fuerza la importancia de relacionar y vincular las percepciones hacia la catequesis, con los “modelos de Iglesia” -los que según Emilio Alberich- influyen directamente en qué tipo de catequesis se percibirá y se realizará en la práctica.

Finalmente, pude constatar -empíricamente- que las zonas pastorales de la Iglesia de Santiago donde residen y están incardinados los diáconos permanentes, influyen directa y fuertemente, en las percepciones que ellos manifiestan hacia la catequesis.

Fue impactante para mí “ver” que detrás de las percepciones de los diáconos existen, internalizados, modelos de Iglesia bastante diferentes. Este “descubrimiento” me invita a que hagamos una profunda reflexión pastoral.

Ahora, me causa mucha preocupación que el modelo de Iglesia “preconciliar” y “jerarcológico”, tenga fuerza en muchos diáconos permanentes, ya que ese modelo puede afectar seriamente el desarrollo de una catequesis amplia, progresiva, participativa y que -al mismo tiempo- sea germen de renovación de la propia Iglesia.

¿Por qué si la Iglesia de Santiago nos formó, como diáconos permanentes, insertos en el modelo de “Iglesia de comunión y de servicio”, que surgió del Concilio Vaticano II, existe una parte -no menor- de diáconos que manifiestan una mayor cercanía por el modelo de “Iglesia preconciliar”?

Si la Escuela del Diaconado Permanente, con su proceso formativo, no estaría influyendo en poder cambiar las percepciones de mayor cercanía, de una parte de los diáconos, hacia el modelo de “Iglesia preconciliar”, ¿deberán implementarse otras iniciativas de formación diaconal, “de comunión y de servicio”, a nivel de cada una de las zonas pastorales de la Iglesia de Santiago?

¿Qué tipo de formación permanente, requerimos los diáconos permanentes, para que en medio de nuestra misión permanente, asumamos y apoyemos -con alegría y entusiasmo- la catequesis permanente, en nuestras respectivas unidades pastorales?

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