Entrevista a un nuevo diácono de nuestra Arquidiócesis

Escrito por: Gioberti Jiménez González. Enviado por: Diác. Miguel Angel Ortiz.

Quienes acuden a los servicios de fisioterapia del Hogar Padre Olallo en la calle Pobres, de la ciudad de Camagüey, pueden constatar el buen carácter y la sonrisa complaciente y serena de un hombre joven que, a través de sus manos, transmite calma, confianza y alivio a los pacientes que cumplen ciclos de tratamientos en esa institución asistencial que dirigen los Hermanos de San Juan de Dios.

Me refiero a Rolando Michel Acuña Pérez, ordenado diácono junto a otros dos: Alién Fernández (futuro sacerdote) y Antonio Jesús Romero Piedra, el 18 de julio, en la Catedral Metropolitana de nuestra Arquidiócesis. A pocos días aún de su consagración, concedió una entrevista para nuestra publicación.

–Dónde naciste y cuál fue tu formación escolar.

–Yo nací aquí, en Camagüey, el 18 de julio de 1979. Es decir, que me ordené diácono el día de mi cumpleaños. Cursé los estudios de la enseñanza primaria en la escuela Renato Guitart y la secundaria básica en La Avellaneda y en Mártires de Camagüey. El preuniversitario fue en la Escuela Superior para Atletas (ESPA) Inés Luaces, aunque lo terminé en la FOC.  Después hice la Licenciatura en Terapia Física y Rehabilitación en la Facultad de Tecnología de la Salud de la Universidad de Ciencias Médicas de Camagüey.

–Lo del deporte, ¿cómo te motivó?

–Siempre jugábamos a la pelota cerca de la casa, los muchachos del barrio de la calle Honda. Lo hacíamos en la vía y ese era uno de mis juegos preferidos, la pelota. También jugábamos con carriolas, que las tuve de madera y originales, de fábrica. Creo que ese fue mi primer acercamiento a la práctica deportiva. Después me encaminé y estudié algo de eso por un tiempo.

–Y a la Iglesia, ¿cómo llegaste?

–Pues… por la invitación de un amigo, Pedro, con quien practicaba ejercicios físicos en un gimnasio. Fue en el 2001. Él me invitó a la Iglesia del Cristo y yo fui. Me hablaron del catecumenado, comencé a prepararme y así recibí los primeros sacramentos, el 19 de abril del 2003. Más adelante mi esposa y yo no casamos en la iglesia de El Carmen.

Con el tiempo fui creciendo en el universo del conocimiento y la de fe cristiana. Me incorporé al curso básico para laicos en el Centro de Formación Padre Ramón Clápers. Fue un curso de teología para laicos. Y así fui caminando. Hubo otros, como las carpetas del CEFID, los talleres de vida en pareja. Mi esposa y yo, hicimos los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, los talleres de espiritualidad faustiniana en el Apostolado de la Divina Misericordia. Ya después, fue la formación directa para el diaconado.

–¿Cómo descubriste el llamado al diaconado permanente?

–Cuando comencé a trabajar en el Hogar Padre Olallo, aún era auxiliar de fisioterapia. Junto a las técnicas de rehabilitación, llegó la entrega al prójimo, la disposición de servicio ante el dolor ajeno. De aquel tiempo recuerdo con cariño las enseñanzas y el testimonio que recibí del hermano Ramón Cuenca, quien fungía como responsable del departamento. Después hubo una misión en la iglesia de El Carmen: había que llegar, casa por casa, a invitar para entronizar la imagen de la Virgen de La Caridad; hablábamos a las familias para que fueran al templo a la celebración. Allí estaba el padre Raúl como sacerdote y tuvo que reposar después de ser intervenido quirúrgicamente y me pidió que continuara la misión y las celebraciones. No quedaba de otra porque estoy hablando de una pequeña comunidad. En esos momentos hubo inquietudes. Y ya después, la decisión final surgió en el curso de teología, cuando un hermano del mismo curso me dijo que pronto comenzaría la preparación para el diaconado, se lo comenté al padre Raúl y él acogió la idea con mucha alegría; me dio su aprobación.

–¿Qué experiencias te han marcado durante los cinco años de formación para diácono?

–Comenzando el propedéutico, en el 2012, en días de clases mi abuela enfermó y fue lo que la llevó a la muerte. Mis compañeros de curso (pre diáconos) y el reverendo diácono Miguel Ángel Ortiz, me apoyaron mucho; siempre estaban al tanto de mi situación familiar, me ponían en sus oraciones y así experimenté al diacono presente en el mundo del dolor, como amigo cercano al prójimo, como bálsamo espiritual y humano para los que sufren. Lo otro ha sido el misterio de saber que en tantos lugares tantas personas necesitan recibir la palabra de Dios y el consuelo oportuno. Por ejemplo, para mí fue un reto y una bendición catequizar a niños en Paso de Lesca. Fue una dicha  llegar a ellos cada sábado y que nos recibieran siempre con deseos de saber algo más. Poco a poco para mí servir se ha convertido, desde el Padre Olallo al principio y hasta hoy, en una necesidad espiritual grandiosa.

–¿Qué experiencia tienes como padre de familia y cómo acogen ellos tu elección como diácono permanente?

–Yanelis, mi esposa, comparte conmigo la vocación al servicio y a la caridad, no me puedo quejar, la verdad. En ella encontré la confianza en que yo tenía buena tierra para cultivar la semilla de la fe por el bien de mis hermanos, de este pueblo, de mi país. Igual ocurre desde el principio con Lázaro, mi hijo, quien me preguntaba: ¿Qué podrás hacer? ¿Qué hace el diácono? ¿Podrás bendecir como un sacerdote? Ahora ya se adaptó a la idea y creo que al verme con disposición a la entrega, se siente motivado, orgulloso, feliz. Y mi madre pues… me apoya también, aunque no practica la religión; pero cree en mi amistad con Jesús y yo la animo ahora a seguirlo a Él. Siembro la semilla.

–¿Qué representa para ti ser rehabilitador de fisioterapia en el Hogar Padre Olallo?

– Para mí ser rehabilitador ha sido la más importante de las misiones que Dios ha puesto en mis manos y en mi corazón. Allí comencé en el 2006 y el amigo que me habló para el desempeño me dijo: “verás cómo vas a crecer humanamente en ese lugar”. Es verdad, crecí y crezco cada día. En estos ya casi diez años ha sido una escuela, una disciplina que me exige más cada jornada. Y me empeño en rehabilitar a mis pacientes no solo físicamente sino también su parte espiritual, que a veces tiene más fisuras y surcos que sus músculos y articulaciones. No puedo dejar de mencionar al hermano Ramón, al hermano Francisco, al hermano Manuel, tan bondadoso y humano. De ellos aprendí que nosotros, somos los encargados de conectar a los enfermos con Dios; que soy responsable de mostrarles la esperanza de los cristianos en Jesucristo; que debo fortalecer sus músculos y también mostrarles una fuerza más con la que enfrentar los retos de la vida: el amor de Jesucristo.

–¿Qué proyectos misioneros tienes para tu labor pastoral?

–Sigo en la cuasi parroquia Nuestra Señora del Carmen y he sido nombrado en Hatuey, Sibanicú, para celebrar los domingos. Esto me causa gran satisfacción. Y, por supuesto, haré lo que me pida el Evangelio, cuésteme o no, siempre que Jesucristo me apoye con su fuerza y amor.

–¿Qué representa para ti la elección de tu lema: “Te basta mi gracia”?

–Segunda de Corintios, capítulo doce, versículo nueve. Hay que estar atentos, porque Dios nos habla siempre, en todo momento. Él me habla a mí, con estas palabras, para mi entrega en el servicio dentro de la Iglesia. Dios me llamó, a todos nos llama, ya sea a la vida consagrada o la entrega como laicos, comprometidos con la Iglesia. Y podemos pensar que somos poca cosa para eso. En mi caso, pensé que era muy joven para ser diácono, cuando comencé; que yo era muy poco para este ministerio. A mí, San Pablo me dice mucho sobre lo que hoy, ahora, me pide el Señor. Dios no llama a personas capacitadas: Él capacita a quien llama. Somos instrumentos en las manos de Dios. Instrumentos libres y en Él encontramos la Gracia que se derrama sobre nosotros para emprender el servicio en la Iglesia. Por mis manos pasarán las bendiciones de Él, su Gracia. En las comunidades del campo, o de la ciudad; en la oración ante una persona agonizando, en la mesa con la bendición de los alimentos. Jesucristo me lo ha dicho, con todo lo que he vivido hasta hoy, que su aprobación es todo lo que necesito.

–¿Qué sensación te acompaña, después de ser ordenado diácono?

–A pesar del cambio que tendrá mi vida y la de mi familia, me siento bien, como quien pisa tierra firme. Estoy para servirle a Jesucristo en los que necesitan una mano amiga. Me siento enviado por Dios a romper las cadenas que tanto hacen sufrir a los hombres; a decirles que él camina a nuestro lado, que sufre con nosotros y se alegra con nuestra alegría. Hoy, de Benedicto XVI, deseo transmitir que: “Lo que el mundo necesita es encontrar a Cristo”. Y yo quiero que a través de mi ministerio como diácono, la gente vea a Jesús. Y siguiendo los consejos del Papa Francisco, me dispongo a ser un constructor de puentes. Entre todos los cubanos, necesitamos sentirnos más hermanos, escucharnos y perdonarnos. Haré cuanto pueda por contribuir a ello.

Fuente: Nosotros Hoy – Segmento noticioso del Sitio WEB de la COCC 
Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. 2016 ©

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