Entrevista a Ton Broekman

Ton Broekman diácono permanente de la diócesis de Palencia, España. De nacionalidad Holandesa afincado en España y ordenado en el año 2003. Está casado con M. Jesús y tienen dos chavales de 17 y 15 años.
Su especialidad en teología es Espiritualidad estudiada en Burgos.
Algunos datos de su trabajo pastoral:
Vocal del equipo diocesano de la Pastoral Universitaria (1998-2004). Vocal en el equipo de la Pastoral de la Salud en la Diócesis de Palencia durante varios años. Subdelegado de Cáritas Diocesana durante un año ( 2003-2004) y Delegado Episcopal de Cáritas Diocesana de la Diócesis de Palencia desde septiembre 2004 hasta  enero 2011. A partir de abril 2013 es miembro del Equipo Diocesano de la Pastoral Social .
 

 Entrevista

¿Cómo ves el diaconado permanente en nuestras diócesis?
Cada diócesis tiene su propio ritmo. En el Estado español hay to­davía un tercio de las diócesis que no tienen instaurado el diaconado. Lo que veo yo es que efectivamente es un don del Espíritu para toda la counidad cristiana. Sobre todo quiero destacar un aspecto, no solamente la visibilización en la liturgia sino el diácono como puente ministerialmen­te establecido entre la Iglesia y la sociedad y, sobre todo como dice el papa Francisco, para hacer más visible la Iglesia en el territorio del dolor, en las periferias. Yo creo que aquí, el diácono puede significar mucho y explicar este dolor, esta marginación y esta exclusión social dentro de la comunidad cristiana con el apoyo, por supuesto del Obispo, la manera de establecer una relación más clara de lo que finalmente es la imagen de Jesucristo servidor para mostrar a lo que ha venido al mundo; establecer los valores del reino de Dios. Ahora bien, falta mucho camino para que la comunidad cristiana conozca la belleza de este ministerio diaconal. Podría mejorarse mucho la información sobre la figura del diácono y lo que podr­ía significar dentro de la comunidad cristiana. Dentro del mismo clero hay todavía mucho desconocimiento como para introducir está figura dentro de una diócesis.
¿Qué crees que debería significar para la comunidad cristiana la presencia de un diácono?
Una cara muy cercana en primer lugar. Se trata de gente casada con hijos en su mayoría. Hay un umbral menor para contactar y entender las dificultades, los problemas existenciales, psicológicos y morales de muchos creyentes en este momento. Cierto que es una tarea que pueden realizar otras personas, ahora bien más explícitamente —creo yo— el diácono desempeñaría un papel más eclesial a través del ministerio del orden y el sacramento del matrimonio. Sería aprovechar su presencia en la pastoral familiar u otros temas como la catequesis… Sobre todo como una figura que puede enseñar a la comunidad cristiana que sí es posible cambiar la vida, el estilo de vida, reconocer que no estamos solos dentro de la comunidad cristiana, que formamos una comunidad y debemos formarla rompiéndo todos esos individualismos que no son solamente consecuencia del egoísmo sino también de la soledad. La gente se siente huérfana en la pastoral, no se sienten atendidos. Creo que ahí puede te­ner una función de iniciación cristiana el diácono.
Otros campos del servicio a los necesitados en las ciudades gran­des. Cierto que otras personas también lo hacen, pero el diácono por antonomasia es la figura para llevarlo a cabo ministerialmente desde la Iglesia. Mi experiencia en Holanda es que el diaconado tiene un cierto éxito y aceptación porque está bien explicado a la comunidad cristiana cuando venía un diácono para complementar un equipo pastoral, por ejemplo. También la gente veía que algo tenía que cambiar en la Iglesia católica para romper este binomio clero-laicado y pensar que el diácono podía ser esta figura del puente en este tema que he señalado antes.
En este sentido, veo más complicado que se utilicen a los diáconos para otras tareas de carácter pastoral por la escasez de presbíteros. Hay que reflexionar un poco sobre la ampliación, tal vez, de las tareas de los diáconos. Ahora bien, esto depende de la Institución misma desde Roma. Yo creo que estamos en un momento interesante para, por un lado, man­tener el estatuto propio, el grado propio del diaconado permanente y, por otro lado, se ve en todos los sitios —en Europa sobre todo— la nece­sidad de los diáconos para tareas parroquiales. Tai vez se puedan ampliar un poquito las tareas del diácono por el simple hecho de que la gente no quede sin atención pastoral, no sé si me explico.
Veo que en España temen a través del contacto de la gente que la figura del diácono se confunda con la figura presbiteral, quizá por falta de formación e información dentro de cada diócesis —en algunas más en algunas menos— aquí en Bilbao funciona muy bien, a mi juicio. A veces se tienen diferencias de años luz en el desarrollo y evolución respecto a otros sitios. Es muy necesario que el diaconado, en este sentido, establez­ca puentes con otras diócesis, intercambien opiniones sobre lo que es esencial en el diaconado, y la posible evolución futura en las diversas dió­cesis.
Hay que salvaguardar todo esto, sin que nosotros seamos prisione­ros entre comillas de una liturgización de nuestra misión. Esto sería un flaco favor a la imagen de Cristo servidor, en cierto modo.
 
 
Una pregunta personal. ¿Cómo llegaste a ser diácono?
Yo estudiaba teología en la universidad de Utrecht en los años 90. En un segundo momento de mi vida, sentía una llamada de Dios a algo, sentía esa cercanía a la Iglesia, a la gente, incluso a la vida monástica… Tenía amigos en el clero, en el monacato, lectores y acólitos, gente des­empeñando funciones parroquiales. Conocí a mi esposa en Taizé y deci­dimos establecernos en su ciudad de origen. Sucedió que el Vicario gene­ral de entonces en la diócesis de Falencia, profesor mío, ahora Obispo de Mondoñedo Ferrol, Don Manuel Sánchez Monje, al finalizar mis estudios de teología en España me preguntó; —Ton, ¿qué piensas sobre el diaco- nado permanente? Así estuve dos años luchando con la pregunta pen­sando que todo esto me iba a condicionar mucho mi vida personal. Hasta que encontré el relato de un Obispo de la antigüedad —no recuerdo su nombre— al que le instaron: «vemos en ti una figura que puede ser orde­nada». La idea de que si otros ven en mí la ordenación —porque yo puedo tener muchos obstáculos en mi interior para vencer— ha sido, en cierto modo, decisivo. Después de madurar la pregunta y madurar las conse­cuencias finalmente dije que sí. Tengo que decir que con una gran alegría, y mi mujer María Jesús también, quien me apoyó desde el principio en total acuerdo conmigo. En este sentido, y quiero subrayarlo mucho, la mujer es muy importante para el diácono. Incluso en el desarrollo poste­rior de su propio diaconado, la mujer es de suma importancia, no sola­mente de feedback, sino el aspecto femenino dentro del servicio es una cosa que no se puede subestimar. A veces, dentro de la Iglesia, olvidamos este aspecto femenino en la articulación pastoral y en la toma de decisio­nes. Sí lo mencionamos, pero no lo valoramos en el fondo.
Fui ordenado en octubre de 2003 por el Obispo Rafael Palmero en Falencia, ahora emérito de la diócesis de Orihuela-Alicante quien me acompañó de manera global junto con otros sacerdotes de alta estima, por Donaciano Martínez, quien fue Administrador Apostólico de Falencia, y don Eduardo la Era, eclesiólogo experto en Pablo VI. Me encomendaron la tarea de ser profesor del seminario menor en Falencia y delegado de Cáritas durante ocho años, un tiempo muy interesante donde yo pude vivir el diaconado gozosamente y profundizar en muchos aspectos de servicio, desde Cristo servidor. Me sorprendió la acogida que tuve entre el clero y entre la gente desde este aspecto de la caridad, organizando la caridad. Es muy importante no subestimar el lado psicológico de la cari­dad, lo que implica ejercer la caridad. La gente de nuestra sociedad, en general, opta por la seguridad. Hace gestos de bondad sí, pero en una situación de una sociedad tan individualizada es complicado convocar a una comunidad cristiana a nivel parroquial, por ejemplo, para hacer ges­tos muy significativos para el mundo necesitado de los excluidos. En de­terminados lugares, las Cáritas funcionan de modo maravilloso, otras veces un poquito menos, funcionan los albergues de acogida, unas veces bien otras veces menos. Hay gestos muy importantes hacia la sociedad donde la gente ve, creyentes y no creyentes; —¡mira cómo sirven el uno al otro! podríamos decir, pero esto necesita mucha estructuración, for­mación y conversión. Insisto, aquí tenemos un tema importantísimo a nivel psicológico. Sacarnos de una semi-seguridad en la comodidad, falta de tiempo y energía para dedicarlo a lo que es más importante, el próji­mo, y ver este prójimo como Jesús servidor.
¿Cómo ves los procesos de implantación del diaconado permanente a nivel europeo?
Esta pregunta es muy complicada, yo no soy ningún experto; habría que hacer esta pregunta a gente más cualificada. Lo que yo puedo decir es, sobre todo desde mi participación en dos congresos mundiales en Europa sobre el diaconado permanente, uno en Munich en el 2005 y otro en Checoslovaquia en junio del 2013, es que había mucha diferencia entre uno y otro país a nivel de aceptación del diaconado e información. Había diáco­nos muy bien formados, doctores, expertos en sus materias y otros que eran más humildes en su formación, no obstante muy cualificados a nivel humano, espiritual y pastoral. En general, las actividades en Alemania por ejemplo —es mi impresión— estaban bien estructuradas. La formación y la alta aceptación dentro de la comunidad cristiana porque —imagino— allí no hacen problema de tener una persona casada como ministro de la Igle­sia, ejerciendo en la liturgia o en otros campos de la pastoral. Todo esto exige una pedagogía en el tiempo para que la comunidad cristiana esta­blezca un camino irreversible hacia el futuro. Así pues, esa palabra sobre la implantación del diaconado en Europa podría ser asimetría desde su acep­tación y, por lo tanto también, en el número de diáconos ordenados. Por ejemplo, en Italia hay más de 4.000 diáconos, le sigue Alemania con 3.000 diáconos, Francia tiene 2.500, sin embargo España solo cuenta con 388 diáconos en las cifras que se han barajado hasta el 2013. Es muy importan­te analizar la realidad interdiocesana e internacional para ver los procesos y las evoluciones del diaconado salvando las diferencias culturales, claro está. Aprender cómo trabajan otros países la realidad del diaconado, el abanico de tareas que realizan los diáconos; todo ello es sumamente enriquecedor.
 
¿Qué retos encuentras destacables para el diaconado permanente hoy?
Esta pregunta es muy compleja. He señalado algo de esto en las preguntas anteriores. En cuanto a la formación, dentro de los matices que también hay que aplicar, países donde el desarrollo académico es menor, hay hombres vocacionados al diaconado con una gran capacidad pastoral y espiritual que necesitan su proceso específico formativo a través de personas cualificadas teológicamente, tutores. Ciertamente, lo más im­portante es que la persona se encuentre bien en la realización de las ta­reas. Sin lugar a dudas, siempre hay una tarea especial para cada uno en el vasto campo de acción de la Iglesia.
Como diáconos sentimos la epifanía de ser testigos de Dios Amor y ello nos insta a un diálogo con nuestros obispos correspondientes sobre aquellos aspectos diocesanos que deberían mejorar. Por ejemplo, sin una parroquia hace muy poco en cuanto al tema del servicio, o bien de una manera deficitaria, tenemos la obligación de señalarlo aunque suponga un cierto enfrentamiento. Estas cuestiones hay que solucionarlas a la luz del evangelio y de la doctrina social de la Iglesia. Este es un punto funda­mental para la credibilidad de la Iglesia en nuestra sociedad multicultural buscando un grado más profundo de autenticidad que convenza. En el marco, incluso de la nueva evangelización, es sumamente importante entrar en el centro de las cuestiones. Ciertamente uno no puede hacerlo solo; debe contar con la comunidad donde se apoye, discierna y comente, aprenda también y juntos crecer en la fe. Este aspecto es fundamental para los diáconos, para que se sientan apoyados unos a otros y sientan la fraternidad del ministerio.
Otro reto podría ser darnos a conocer en el ámbito de la cultura y de la teología a través de charlas y conferencias a nivel nacional. Dentro de los diáconos del Estado español hay personas muy bien preparadas en diversos campos. Es un reto para la Iglesia abrir los espacios culturales y formativos a aquellos diáconos que estén preparados, no solamente sa­cerdotes teólogos. Este reto vale también para la aceptación de la mujer dentro de la iglesia.
El diácono se presenta como una persona madura. El diácono con su vida, suscita en las personas de la parroquia donde está, desde la fe en Cristo, desde ta doctrina de la Iglesia, inquietudes de sentido de la vida, modos de vivir que las interrogan. Aunque todo los bautizados tenemos el imperativo de la diaconía, como dice Jürgen Moitmann, es tarea del diáco­no recordar a la comunidad cristiana con su presencia, su servicio, su minis­terio y su testirnonio de vida ese imperativo, no como una opción personal, sino como una obligación de vida en la medida posible de cada uno.
Un último reto sería responder a lo que hace años un venerado ma­estro de la fe me dijo: «El mundo está esperando nuestra misión, nuestra presencia, nuestra actuación, sobre todo para creer en la Iglesia». Cierto que vale para cualquier bautizado, obispo, sacerdote o laico, pero a nivel sustantivizado, por nuestro ministerio, el diácono. Hemos de gestionar esos dones para reflejar que el Espíritu Santo nos está guiando. En una sociedad ajena a lo que dice la Iglesia estas palabras, estos gestos testimoniales, son muy importantes para aumentar la credibilidad de la Iglesia dentro de la sociedad; creo que esto es un punto a prestar atención.

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