Entrevista a Silvia Martínez Cano, presidenta de la Asociación de Teólogas Españolas

Lo primero que quiero pedirte es que me hagas una crónica de lo vivido en las Jornadas en primera persona, para los lectores de Servir en las Periferias.

 

Los días  3 y 4 de junio, en Madrid, se celebraron  las Jornadas Académicas Mujeres y Diaconado, sobre los ministerios en la Iglesia de la Asociación de Teólogas Españolas (www.asociaciondeteologas.org), en colaboración con el Coordinamento Teologhe Italiane (www.teologhe.org) y del Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca con sede en Madrid. Estas jornadas, con formato de seminario, han tenido como objetivo contribuir al debate abierto con la constitución de la comisión vaticana acerca del diaconado femenino.

Acogimos a los participantes, que eran especialistas de distintas facultades e instituciones o congregaciones junto con D. Carlos Osoro, Cardenal Arzobispo de Madrid, planteando una serie de preguntas que centraban el tema: ¿Cuál es la presencia de las mujeres en la Iglesia actual? ¿Es la cuestión de las mujeres en la Iglesia un tema principal en las reformas de la Iglesia? ¿Cómo asumimos el reparto de las responsabilidades en la organización y en los ministerios de la Iglesia, atendiendo a la vocación de cada uno?

Los ministerios del pueblo de Dios expresan el sacerdocio común y la riqueza de las manifestaciones del Espíritu en la vida de la Iglesia local y universal. En una Iglesia comunión, ¿se necesitan cambios en las relaciones de los distintos miembros de la Iglesia?

Por la mañana nos ayudamos del análisis bíblico evangélico-neotestamentario de Marinella Perroni y Alberto de Mingo, teólogos biblistas ambos, rastrando aquellos elementos que nos hablan en las primeras comunidades del ejercicio del diaconado, de quién y cómo se ejercía. Nos detuvimos en el caso de Febe, diácono (diákonos) de la Iglesia de Cencreas, benefactora (prostátis) de muchos, entre otros de Pablo, y portadora de la Carta a los Romanos (Rom 16,1-2). Para Fernando Rivas se puede rastrear un diaconado femenino cristiano desde el siglo II al siglo XII. El protagonismo mayor se desarrolló del siglo III al V. La Didascalia o las Constituciones apostólicas son textos clave para esta aproximación. Es en el siglo VI cuando va decreciendo, especialmente en la tradición occidental hasta casi desaparecer en el siglo IX. Sin embargo en la tradición oriental continúa hasta el s. XII. Su investigación apuntaba a que no se puede apelar a la tradición para negar la presencia de mujeres ordenadas para la diaconía, sino más bien para lo contrario, para reivindicarla. Y con este marco, Moira Scimmi nos mostró a través de la diaconisa Olimpia en Constantinopla, el gran protagonismo de las diaconisas en su tiempo. En Olimpia encontramos, por tanto, rastros de mujeres consagradas en la antigüedad que asumieron funciones de diaconado. Su relación con la institución eclesiástica de Constantinopla, sus cartas con San Juan Crisóstomo y el coste personal de la lucha constante por justificar su autoridad y ministerio, nos recuerdan situaciones actuales y cotidianas en las mujeres de Iglesia de hoy.

Por la tarde abordamos la eclesialidad hoy y sus implicaciones desde el Vaticano II de la mano de Mª José Arana y Serena Noceti, teólogas. Desde la eclesiología ambas nos abrieron a una mirada hacia el futuro. Es decir, arrancando del pasado, la Tradición y la Historia, generar una comprensión dinámica y evolutiva del Evangelio, cuya relectura y práctica ha de hacerse en cada tiempo y contexto. La Tradición como una marcha hacia adelante, está orientada hacia el futuro y se deja interpelar por el presente. La inclusión de las mujeres puede y debe ser una chispa que impulse un cambio, una transformación eclesial. La eclesiología de comunión, de pueblo de Dios, que se proponen en la Lumen Gentium, nos propone también nuevos desarrollos. Comprender la comunidad cristiana como comunidad del Espíritu, donde las distintas comunidades locales ponen en práctica la circularidad del Reino, puede ser una clave fundamental de la Iglesia del hoy y del mañana. En esta comprensión, el diaconado femenino es una oportunidad de transformación y comunión. Se renueva así la comprensión teológica del ministerio ordenado que el Concilio ya intuía.

La mañana del domingo fue guiada a través de la aportación de Carmen Peña, canonista, Roser Soler, Adelaide Baracco y Cristina Simonelli, teólogas. Carmen Peña presentó algunos datos de la actual regulación canónica que dan pasos hacia la reforma introducida en 2010 en la descripción del diaconado en el Código de Derecho Canónico, así como de las ambigüedades y las oportunidades que determinados artículos sobre los ministerios ordenados y laicales muestran de la práctica cotidiana de estas labores. Roser Soler, desde una visión de la teología práctica, mostró las dificultades en la praxis eclesial local, y lanzó una serie de preguntas sobre cómo construirse comunitariamente desde una Iglesia entendida como liberadora también su interior, de la marginación y anonimato de las mujeres. Adelaide Baracco nos recordó que para la fe cristiana ser-cuerpo-de-Cristo (1Cor 12,27) tiene importantes consecuencias eclesiales. La re-introducción del diaconado de las mujeres abriría horizontes de una nueva –por ser compartida en la praxis por varones y mujeres (eclesialidad/sacramentaliad).

Finalmente Carmen Soto y Silvia Martínez Cano recogieron las aportaciones de los diálogos. Una Iglesia enraizada en la memoria de Jesús, es un sueño que acariciamos con esperanza pero también con dolor. La posibilidad de incorporar a las mujeres en los ministerios nos ha llevado mirar a nuestro pasado para ver en nuestro presente eclesial e incorporar nuestra palabra para destruir los muros que nos separan de los lugares de palabra y decisión como miembros de pleno derecho. La diaconía propuesta por Jesús no es la base de una ordenación jerárquica sino una actitud vital que ha de fundamentar cualquier propuesta. ¿Qué tipo de diaconado y ministerios femeninos necesita hoy la Iglesia que no sea una concesión subsidiaria y controlada? ¿Cómo construirlos en igualdad con el varón? Es necesario seguir actualizando la eclesiología nacida en el Vaticano II que no discrimine a la mujer, conscientes de los límites que el propio Concilio tiene al mantener una doble eclesiología que favorece distintos desarrollos y propuestas, permitiendo abrir las puertas pero de la misma manera las puede cerrar. La Iglesia es ministerial y no sólo ordenada y esto posibilita nuevos modelos de vida eclesial. En muchos lugares se ejerce de hecho un diaconado femenino, ¿por qué no darle el reconocimiento jurídico? ¿No nos invita el Espíritu hoy a recuperar servicios y carismas que en otros momentos fueron fuente de riqueza y vitalidad para la Iglesia?

Silvia Martínez Cano concluía poniendo de manifiesto los objetivos de las Jornadas: dar espacio para dialogar sobre una Iglesia que esté centrada en sus relaciones y no en sus jerarquías. El Papa Francisco nos propone contribuir al diálogo sobre este tema del diaconado de mujeres.

Dios supera lo masculino y lo femenino, pero tradicionalmente, a pesar de que existe una dimensión femenina en la Biblia, en nuestro lenguaje usamos del género masculino para referirnos a Dios. Hablamos de Padre. ¿Qué nos perdemos al no considerar en el día a día de nuestras comunidades la maternidad de Dios?

 

En primer lugar, no podemos decir que Dios tenga una dimensión masculina y otra femenina. Esta división es una división patriarcal de la forma de ver a Dios, es lenguaje y es cultura, y como lenguaje y cultura es limitado e incorrecto. En este contexto, hemos usado solo aquellas metáforas de Dios que favorecían una visión de Dios desde el poder y la autoridad. En nuestra cultura, tradicionalmente un rasgo masculino. Pero esto no tiene que ser así, hay mujeres con poder (por ahora pocas, pero cada vez más) y hombres con una ternura «de madre» (pocos por ahora, pero cada vez más). El Dios de Jesús es un Dios contracultural, que asume lo pequeño y se centra en la acogida en lo sencillo. Lo importante es no vincular a Dios con el poder, el poder que castiga y premia, sino poder usar un abanico creativo de metáforas sobre Dios que enriquezcan la experiencia de Dios de cada uno: Dios padre, madre, amigo, amante, luz, fuente, debilidad, protección, que clama justicia… todas ellas son el Dios de Jesús, pero ninguna puede ir sola.

 

En cristología decimos que Jesucristo tiene que ver, no sólo con el misterio de la redención, sino con misterio de la creación, no hay más que leer el prólogo de Juan, esto quiere decir que Cristo, teniendo que ver con todos los seres humanos, supera el antropocentrismo vinculándose con el Universo entero (Teilhard de Chardin)¿Hay una dimensión femenina en Jesús?

¿De Jesús o de Cristo? Jajaja. Jesús era hombre (género masculino), pero podemos ver a través de los evangelios que desarrolla una sensibilidad especial hacia los problemas y las vidas de las personas, fijándose en su día a día en la moneda que busca la mujer que limpia en casa o en las semillas que siembra el campesino. Esto nos dice, comparando con los hombres de su tiempo, que Jesús se desmarca del perfil de varón de su época, porque está abierto la transcendencia que habita en la cotidianeidad y nos remite a Dios en el día a día. Se puede llamar a esta capacidad de ser sensible dimensión femenina, pero sería injusto para los hombres, porque ellos también han recibido de Dios la capacidad de sensibilidad y transcendencia ¿verdad? Mejor no calificar las cosas de femeninas o masculinas.

Y por otro lado, desde el acontecimiento de la Revelación, podemos comprender a Cristo como origen y armonía de todas las cosas porque lleva a la plenitud cada atómo de materia en Dios. Con Cristo ya no puede hablarse de dimensiones masculinas o femeninas porque queda superada toda limitación humana, incluida la sexual. Cristo es verdad y vida ¿no? (Jn 14,6) pero en su total plenitud, más allá de lo expresado o imaginado. Nosotros como tenemos capacidad limitada de expresar está infinitud, la expresamos en categorías de género masculino y femenino…

 

Muchas veces, cuando hablamos de periferias, hablamos de los crucificados de la historia. Una de tus obras pictóricas, la titulada She-s-coming, me recuerda mucho al Angelus Novus de Klee, el que Walter Benjamin identificó con el ángel de la historia. Aunque tu obra es el Espíritu de Dios que viene a nosotros y nos bendice, también este Espíritu, con gesto grave, va arrojando a su espalda ruina tras ruina, que son los crucificados de la historia, su falda parece agitada por la tempestad del progreso viajando irremediablemente hacia un futuro que bendice. ¿Es la mujer la gran crucificada de la humanidad?

Esta obra «She´s coming» es una obra que tiene mucho que ver con la pregunta anterior y Theilhard de Chardin. Actualmente es propiedad de la Universidad de Winchester (UK). La obra reza sobre un texto del Apocalipsis: «Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y el mar tampoco existía ya. El que estaba sentado en el trono dijo: «Mira, yo hago nuevas todas las cosas.» «¡Mirad! ¡Ya pronto vengo! Y traigo conmigo mi recompensa, para recompensar a cada uno conforme a sus acciones. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Y el que tenga sed, que venga; y el que quiera, que tome gratuitamente del agua de la vida.» (Apoc 21,1.5; 22,12-13.17). Efectivamente tiene que ver con la transformación de la realidad que solo puede darse con la venida de Dios Creador-Cristo plenitud de los tiempos-Espíritu de Vida. Pero solo se puede asumir y transformar esta realidad desde los cuerpos rotos, desde la realidad (naturaleza y humanidad) despreciada y mutilada. La gran mayoría de los pobres (70%) son mujeres, el 99% de los desposeídos de la tierra son las mujeres, el 96% de los que reciben la violencia son las mujeres… Dios bendice a las mujeres y son ellas las que están sacando a flote este siglo… El nuevo mundo que estamos gestando debe apostar por las mujeres, el cristianismo también, como ya hizo Jesús.

(te pongo el texto de la exposición de 2015 por si lo quieres incluir a continuación del texto del apocalipsis, aunque la pregunta queda muy larga: «Cristo viene a nuestras vidas, nos bendice con su presencia y nos transforma el corazón. El viene cada vez que transformamos las cosas viejas en nuevas, las cosas rotas en vivas, las cosas injustas en justas, las cosas. Nos bendice cuando esperamos en él y construimos una realidad nueva para hombres y mujeres. Trae esperanza, trae justicia, trae vida nueva. Mejora nuestras relaciones, nos hace hermanos y hermanas, rompiendo las cadenas del poder y la discriminación. Así, la bendición de Cristo es agua nueva para una tierra nueva.»)

– Tengo dos hijas, una de cuatro años y medio, y otra de poco más de un año. ¿La Iglesia será una generadora de sentido cuando sean mayores? ¿Qué Iglesia te gustaría?

¿Quién sabe? En tres años las cosas han cambiado tanto… Eso dependerá de lo dispuestos que estemos los cristianos a desprendernos de lo innecesario para poner como centro la experiencia cristiana y no las normas y los límites. Pasar de «poner límites para poder entrar» al «abrir puertas para salir fuera a acoger». Para que este paso se haga real nos queda mucho trabajo, porque los códigos de la Iglesia católica actual, no son los códigos de las generaciones de jóvenes.

Sueño con una Iglesia desde la que pudiéramos participar cada uno desde la vocación que tenemos. Me gustaría una Iglesia donde hombres y mujeres puedan desarrollar sus dones en una comunidad circular, mucho más democrática y propositiva, que influyera en el mundo desde el testimonio y la acogida. Esta Iglesia si sería referencia para los jóvenes.

– Los diáconos somos enviados a las periferias, tanto geográficas como existenciales, ¿Qué papel pueden jugar el diaconado femenino en la pastoral?

El mismo que el diaconado masculino, no veo la diferencia. Con un matiz muy importante, que habría una riqueza de visiones y formas de ser y actuar que cambiaría el propio ministerio. En lugares donde las mujeres ejercen el diaconado de hecho y no de derecho ya está sucediendo.

– ¿Qué ganaría la Iglesia con el diaconado femenino?

Ganaría una visión más plural de los ministerios, recuerda que se está excluyendo al 50% de las miradas… ganaría en una Iglesia más equilibrada en cuanto a tareas y reconocimientos, fundamental para alentar la motivación de la vocación… ganaría en una Iglesia más cercana al proyecto del Reino, porque sería más igualitaria.

– ¿Cómo sería hoy la Iglesia si mujeres como Teresa de Calcuta, Doroty Day, Madeleine Delbrel, o mirando al pasado Teresa de Ávila o Catalina de Siena… hubieran vivido el diaconado femenino?

Lo primero habría que preguntarlas si su vocación era ser diaconisas… No todas las mujeres tienen vocación de diaconisa, creo que Teresa y Catalina tenían vocación de Predicadoras más bien… jajajaja.

– En una entrevista a R21, al hilo de tu libro «Caminar por lo sagrado»», dices que con el paso del tiempo hemos recargado los espacios, los templos, y los hemos llenado de demasiados significados, y añadías que como ahora vivimos en otro tipo de sociedad, a veces no entendíamos esos significados. ¿Pasa lo mismo con el patrimonio intangible de la Iglesia, con la teología, la pastoral, la liturgia y los ministerios?

Si, por supuesto. Los símbolos se llevan y se vacían de contenido. También se transforman y cambian a otros significados. Por eso la teología tiene que hacer un esfuerzo en mantener el diálogo con la cultura y los códigos de esa cultura.

 

– En esta misma entrevista hablas del reconocimiento de que el lugar donde vives es un lugar sagrado. Las periferias existenciales, los lugares donde el dolor o los problemas parecen alejar a Dios ¿Son lugares sagrados? ¿Es este el grito de Jesús en la Cruz?

Sin duda lo son, en ellos se manifiesta la presencia de Dios de una forma especial y se practica la misericordia con todas sus consecuencias.

 

– En tu entrevista en «Periodista Digital» dices que la mayoría de las comunidades ve el papel de las mujeres como diaconisas a efectos, con la mayor normalidad, y pides a la curia y a los órganos de decisión que tengan en cuenta la opinión de las comunidades para soñar con una Iglesia diferente. ¿Se trata de la Iglesia que queremos o la Iglesia que quiere Cristo?

Que yo sepa, Jesús no habló de la Iglesia. Al menos como la concebimos ahora. La Iglesia forma parte del tiempo del Espíritu, y cada tiempo ha buscado formas de organización que faciliten la vida comunitaria y de fe. Como estamos gestando un tiempo nuevo, nos toca buscar esas nuevas estructuras. Es la Iglesia de Cristo que se expresa en el acontecer histórico…

– Todas estas mujeres referentes parroquiales, que dirigen ADAPs, que trabajan seriamente en pastoral, ¿Es coherente por motivos teológicos que reciban la misión eclesial adecuada?

Si es la coherencia del Evangelio, es decir, la dinámica de la inclusión, Si.

– ¿Es la mujer la primera a la que hay que hablar de teología en clave femenina? ¿Es a la primera a la que hay que convencer? Lo pregunto porque hay mujeres que aún consideran que deben «quedarse en su lugar», humildes y obedientes.

Se debe hablar de teologías plurales primero, y se debe trabajar por el diálogo entre las distintas teologías, a mujeres y a hombres. No se trata de convencer a nadie, sino de establecer diálogos en la pluralidad, pero esos diálogos solo son posibles si se nos deja hablar a todos. Como hemos sido educadas para «quedarnos en nuestro lugar» que es en la casa «en silencio y obediencia», hay mujeres que les cuesta situarse en otro papel. Creo que esto en las nuevas generaciones sucede menos, por eso las mujeres jóvenes no van ya a las iglesias, porque no creen que su papel sea ser humilde y obediente. Pero tampoco es el papel de los varones. Debemos trabajar juntos cuales son nuestras relaciones de iguales dentro de la comunidad.

– ¿Tiene que descubrir la Iglesia que las mujeres son la otra parte de la humanidad, que no son el complemento a un hombre, un pequeño suplemento de humanidad?

Creo que con Jesús eso quedó muy claro, sería suficiente releer el evangelio sin prejuicios. No complementos ni suplementos ni otras partes, somos humanidad elevada por Jesús como la hemorroísa (Mc 5, 21-43) o la mujer encorvada (Lc 13, 10-17).

– ¿Crees que la crisis de la Iglesia se debe al problema del celibato y el acceso de la mujer al ministerio ordenado, o es más bien que no sabemos anunciar la salvación y la felicidad a personas que de forma engreída creen ser felices y no necesitar salvación?

No, la crisis de la tiene que ver con su incapacidad de analizar la realidad y actualizarse en ella. La problemática de las mujeres es una consecuencia más entre muchas otras.

 

– ¿Sería una discriminación para la mujer la admisión al diaconado femenino y no al sacerdocio femenino? ¿Sería una discriminación para el propio diaconado romper la unidad del orden en este sentido?

Es una discriminación, como hijas de Dios, negarnos nuestras vocaciones diversas, incluidas las del diaconado y la del presbiterado, que entiendo que es la misma, tal y como entendemos el ministerio ordenado hoy.

– La pregunta al Papa Francisco que dio inicio al tema del diaconado femenino es: ¿Qué impide a la Iglesia incluir mujeres entre los diáconos permanentes, al igual que ocurría en la Iglesia primitiva? ¿Qué responde Silvia?

Ahora mismo nada, ni por tradición (hubo mujeres diaconisas hasta el s. XII), ni por sucesión apostólica (hubo mujeres llamadas apóstol como Junia (Rom 16,7), ni por simbología y representación (las mujeres también somos imagen de Cristo). Estas son las tres razones que se daban hasta ahora. Ninguna de las tres se sostiene, tan solo hace falta expresar en el Derecho canónico (c. 1024) algo que los teólogos ya han demostrado y que nos piden los signos de los tiempos.

– ¿Podría ser que la solución a este tema sea un diaconado no ordenado a las mujeres, un diaconado conferido a modo de función eclesial, sin imposición de manos por parte de un obispo?

Hay muchas soluciones posibles, pero creo que esta que me propones no responde a un deseo de ser fiel al mensaje de igualdad de Jesús. Un diaconado conferido sin imposición no es un diaconado por definición. Es seguir diciendo: no queremos mujeres ordenadas.

– El Papa también afirma que las mujeres deben ser valoradas, no clericalizadas. ¿El diaconado femenino es clericalizar a la mujer o valorarla?

La clericalización no es un problema de las mujeres, es un problema de la Iglesia. Mientras todo el peso de la Iglesia esté en unos pocos ordenados y célibes no se cumplirá la Iglesia de Comunión definida por el Concilio. Como he dicho antes, ordenar mujeres no soluciona la crisis de la Iglesia, pero puede ayudar a mejorar la mirada y dar pasos hacia la reforma de la Iglesia católica, aunque acompañada de otras reformas.

– ¿Piensas en mujeres cardenales?

¿Por qué no? Dios nos dio inteligencia y discernimiento como a los varones y los cardenales asesoran ¿no?

– En la Iglesia cada uno tiene su misión, los papeles son diversos, y no debe haber superioridad entre nosotros. Jerárquicamente el mayor carisma debería ser el de la caridad ¿Crees que es necesaria una revisión de los carismas eclesiales?

Si, seguir profundizando en lo que intuyó el Concilio.

– El cardenal Müller hablaba en una ocasión de que si el diácono, con el obispo y el presbítero, a partir de la unidad radical de los tres grados del orden, actúa desde Cristo, cabeza y esposo de la Iglesia, es evidente que sólo el hombre puede representar esta relación de Cristo con la Iglesia. ¿Existe una vocación específica de las mujeres más de lo que pueda existir una vocación específica de los hombres?

Me parece importante distinguir que el ministerio ordenado en su dimensión tripartita no representa a Jesús, sino a Cristo. Cristo es plenitud del ser humano, no sólo del varón, perfección de la humanidad, por tanto también de la mujer, al encontrarse definitivamente con Dios. Por tanto, cualquier mujer puede representar a Cristo, porque también ella es humanidad en camino hacia Cristo. Afirmar que una mujer no puede representar a Cristo por el hecho de tener genitales distintos significa afirmar que las mujeres no son humanas. Mantener esta afirmación sería volver al Decreto de Graciano de 1142 donde se aseguraba que las mujeres «no son la imagen de Dios». Esto significa que las mujeres no somos imagen y semejanza de Dios y por tanto somos animales. Creo que cualquier cristiano que piense hoy esto de las mujeres debe repensarse seriamente en qué Dios cree (Para una clarificación mayor de esta cuestión te recomiendo el artículo de la revista Concilium nº 2/157 «Justicia para la vida de la parroquia. El restablecimiento de las mujeres en el diaconado ministerial» de Phyllis Zagano.)

Pero si partimos de que Dios creó al ser humano, «hombre y mujer los creó» (Gn 1, 27) cualquier ser humano puede recibir la vocación y el ministerio de representar a Cristo en su comunidad o Iglesia local. Por tanto, no veo vocaciones específicas dependiendo de que uno sea hombre o mujer, sino que cada persona recibe una llamada de Dios y que debe discernir como ponerla al servicio de los demás «para Gloria de Dios».

Por otro lado, es peligroso usar la metáfora de la esponsalidad de Cristo-Iglesia en paralelo con el hombre-mujer la relación de esponsalidad, porque se puede entender en clave patriarcal de dominación (hombre) y sumisión (mujer) o se puede entender como relación de reciprocidad, donde los cónyuges se aman y se sirven indistintamente. Por el comentario de Müller creo que queda claro qué visión tiene él, como hombre, del matrimonio. Creo que se abusa bastante de esta metáfora, y nos hace daño como comunidad creyente. Hay otras metáforas bíblicas muy ricas que podríamos utilizar para hablar de la Iglesia.

 

– ¿Por qué las mujeres han sido más valoradas en la Iglesia a lo largo de la Historia, por su ascetismo como vírgenes y viudas que como misioneras?

En la comprensión griega, las mujeres que renunciaban a su maternidad de alguna manera permitían a la virtud crecer en ellas (la raíz vir significa virilidad, valentía, la condición moral y propia del varón). En la inculturación del cristianismo en el mundo helenístico esta visión se asumió y modificó las relaciones entre hombres y mujeres de las primeras comunidades. Hubo sin duda mujeres anfitrionas que lideraron y fueron misioneras en sus comunidades y en otras, pero también crecieron órdenes de vírgenes y viudas dedicadas a las misiones de servicio a los miembros de la comunidad. Para ellas era una forma de liberarse de matrimonios forzados e incluso de violencia doméstica, pero también de ejercer su vocación en libertad, fuera de las costumbres romanas sobre el matrimonio y dedicadas plenamente a la comunidad. Creo que eso es muy misionero. Con el tiempo se valoró más su virginidad que su vocación como un valor espiritual. Bueno, es un resumen muy breve y poco preciso, pero me permite decir que las mujeres siempre hemos estado valoradas por nuestro sexo y el uso de nuestro sexo y no por nuestra vocación cristiana. Quizá este tema da para otra entrevista entera.

– Introducir la categoría de género en la Iglesia como instrumento de análisis para poner en cuestión las relaciones sociales entre hombres y mujeres, y para comprender dicha relación, ¿Puede reducir a la mujer otra vez en un mero complemento? Es decir, ¿el diaconado femenino puede acabar siendo una mera suplencia auxiliar ante la escasez de sacerdotes?

Cuando se introdujo la categoría económica (ricos y pobres) como instrumento de análisis de las relaciones sociales no convirtió a los pobres en «complementos», sino en protagonistas de la liberación de Dios. ¿Acaso negaron a los esclavos ser cristianos en los primeros siglos? ¿Por qué con otras categorías sociológicas como la economía, la raza, la clase, la geografía, etc.… no tenemos problemas a la hora de aplicar el Evangelio, pero con el género sí?

El diaconado ya está siendo, ahora sin las mujeres, «suplencia auxiliar» por la escasez de sacerdotes… ¿no es eso un indicador de la crisis y de que, pese a ello, no hay deseo de actualización de la Iglesia?

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