“¡Enseña lo que crees!…”


Diác. Carlos Freisz

Revista Nuevas Fronteras (Año I, nº 5)

Obispado de Cruz del Eje, Córdoba, diciembre de 2012

 

El día de su ordenación, al recibir los Santos Evangelios, el novel diácono escucha, por boca de su  obispo: «…cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas». Esta expresión coloca al diácono, en virtud al sacramento recibido, en el corazón del dinamismo de  la  fe.

 

El don de la fe, recibido en el bautismo, desarrollado en todo el proceso de la iniciación cristiana, en la vida de la liturgia y a través de  la Palabra escuchada, reflexionada, vivida y compartida, adquiere por virtud del sacramento y en orden a su configuración con Cristo  diácono o servidor, una característica particular que lo transforma en instrumento de aquel que sale al encuentro del hombre y en signo de la fe proclamada, enseñada y vivida.

 

La  fe que, particularmente en su caso, debe ser  transformadora de su vida y de la vida de quienes lo rodean. La fe que no es solo, como dirá Benedicto XVI, producto de nuestro pensamiento individual o algo que interese solo a nuestra inteligencia; sino que “implica toda  la vida: sentimiento, corazón, intelecto, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones  humanas” (B. XVI cateq. 17.10.12). No es el encuentro con una idea o doctrina sino con un “Tú”, una persona. Con un Dios que “en su amor, crea en nosotros – a través de  la obra del Espíritu Santo –  las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra”  (Benedicto XVI, cat. 17.10.12)

 

Desde esta perspectiva la fe debe conmover  la vida del hombre. Dirá el Papa: “Con la fe realmente cambia todo en nosotros y por nosotros y se revela claramente nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en  la historia, el significado de la vida, la alegría de ser peregrinos hacia la Patria celeste…” una fe que nos permite descubrir, especialmente  en esta época, que “solo en el amor está la plenitud del hombre” (Benedicto XVI, cateq. 17.10.12), que nos permite “creer en este amor de Dios…que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, brindando la posibilidad de  la salvación.” Benedicto XVI, cateq. 24.10.12)

 

El diácono, decíamos, en virtud del sacramento recibido, es hombre de fe y signo de  la  fe para  sus hermanos. Esto significa que además de “tener” fe, particularmente, se requiere  del diácono que “confiese” esa fe. Una fe que no es sólo creer en Dios, sino creer a Dios, creer aquello que de Dios se manifiesta. San Agustín dirá que  la  fe es:” Leer  (la Palabra) con aceptación”. Dios en su Palabra habla. La fe requiere escuchar esa Palabra no como una opinión más, sino como LA  PALABRA, con total asentimiento. Es un Tú que me habla y requiere aceptación. Solamente desde este modo de “creer lo que se lee” se puede confesar  la  fe, enseñar  lo que se cree.

 

Ahora este don de  la fe que Dios nos regala se transforma en virtud cuando la Palabra se pone en acto, cuando  la fe se hace vida. Aquí encontramos un tercer  elemento  de  la  fe.  No  solo  creer  en  Dios  y  creerle  a  Dios,  sino  ser consientes que  la vida de  la  fe es posible por  la gracia de Dios que viene a nuestro  encuentro,  sin  anular  nuestra  libertad  pero  socorriendo  nuestra debilidad. El Papa nos dirá en sus catequesis: “La fe es un don de Dios, pero también es un acto profundamente humano… no es contraria ni a la libertad ni a  la  inteligencia del hombre”  (Benedicto XVI, cat. 24.10.12).

 

Es en ese momento en que la vida por la Palabra, no solo aceptada y confesada sino vivida, se armoniza a  la caridad y, con ayuda de  la gracia, se hace signo.

 

Hay otro elemento resaltado por Benedicto XVI en sus catequesis a cerca de la fe que, en orden al sacramento recibido,  atañe directamente a la vida del diácono visto como generador de comunidad. “El  sacramento  del  Orden  –  dirá  el  ordenamiento  para  la  vida  de  los diáconos en su número 44 – confiere a los diáconos «una nueva consagración a Dios», mediante  la cual han sido «consagrados por  la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo» al servicio del Pueblo de Dios, «para edificación del cuerpo de Cristo»  (Ef 4, 12)”.

 

Esto es importante dado que principalmente el diácono debe ser un signo e instrumento de la fe recibida y vivida en la comunidad. Al respecto nos dirá el Papa: “…mi creer no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es producto de mi pensamiento…Es como un renacer en el que me encuentro unido no solo a Jesús, sino también a todos aquellos que han caminado y caminan por el mismo camino…Nuestra fe es verdaderamente personal, solo si es comunitaria: Puede ser mi  fe,  solo  si vive y  se mueve en el “nosotros” de  la  Iglesia”  (Benedicto XVI, cat. 31.10.12) Por  lo que  la confesión de  fe del diácono siempre estará ordenada a  la “edificación del cuerpo de Cristo”: La  Iglesia donde, esta  fe, crecerá y madurará. Finalmente, el Papa, en su catequesis del 7.11.12 expresa que  la fe viene a satisfacer el más profundo   anhelo del hombre. Ese anhelo,  inscripto en su corazón creado por y para Dios. Anhelo que hoy pareciera haber desaparecido pero que  se encuentra escondido en  las distintas  aspiraciones del hombre, aspiraciones que  este no puede  satisfacer por  si mismo  y que  lo hacen un buscador de absoluto.

 

El diácono puede brindar este servicio a la humanidad. Él, según expresión de Juan Pablo  II,  por  ser  “una  especie  de  puente entre pastores y f
ieles… En cuanto presente e  insertado más  que  el  sacerdote  en  los ambientes y en  las estructuras seculares, se debe  sentir impulsado  a  favorecer  el acercamiento entre el ministerio ordenado y las actividades de los laicos, en el servicio común al reino de Dios.” (Cateq. 6.10. nº 5 y del 13.10.93 nº 5, Directorio   nº 22)   puede ser, en medio del mundo, un signo de este anhelo saciado en  la fe. Un signo que muestre al hombre “el gusto por  las auténticas alegrías de la vida… que produce “anticuerpos” efectivos contra la banalización y la chatura  predominante hoy…” (Benedicto XVI, cat. 7.11.12) y a  la vez un signo de  la  insatisfacción que nos mueve al  infinito, más allá de los obstáculos y limitaciones que  vienen de nuestro pecado.

 

La frase pronunciada el día de la ordenación:” «…cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas” es un programa de vida para el diácono; programa que cobra especial relevancia en este año de la fe y que deberá irse profundizando, entre otras  formas, a partir de  las catequesis de Benedicto XVI.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *