Ecos de Cracovia

Rut, hija de Paloma y Fernando (diácono de Pamplona, España), y Paula nos envían la crónica de la JMJ pasada.

 

“NUNCA CAMINARÁS SOLO”

Somos Paula y Rut, tenemos 15 y 16 años respectivamente. Del 22 de julio al 2 de agosto hemos peregrinado hacia Cracovia, donde tenía lugar la JMJ. Los actos centrales con el Papa han sido cuatro, sin embargo, en nuestro viaje con la Delegación de Juventud de la Diócesis de Pamplona y Tudela, hemos visitado otras ciudades importantes de Europa como Múnich, Salzburgo, Viena y Venecia.
En nuestras parroquias, catequesis y sobretodo en casa, nos animaron a vivir esta experiencia con miles de jóvenes de todo el mundo. Además, habíamos visto por la tele otras Jornadas mundiales de la juventud, pero no teníamos edad suficiente para ir. Al principio estábamos desanimadas, ya que no conocíamos a nadie y nos parecían bastantes días fuera de casa y con pocas comodidades.
Conforme pasaban los días, nos íbamos adentrando más en el ambiente y acercando más a otros jóvenes, sobre todo con aquellos que viajaban en nuestro autobús. Hemos conocido a muchos chicos y chicas de Navarra y de otras partes de España; desde el primer momento han sido todos muy cercanos, agradables y abiertos. Teníamos todos algo en común, nuestro interés por seguir a Jesús y conocer más de Él en esos días. Por las mañanas teníamos una misa o rezábamos la Liturgia de las Horas, donde todos juntos dábamos gracias a Dios por tener la oportunidad de vivir esta experiencia; nos han ayudado mucho los cantos para meditar.
Las ciudades que hemos visitado y nombrado anteriormente son espectaculares. Sitios de los cuales has oído hablar o visto por la tele y teníamos muchas ganas de conocer, como la Ópera de Viena, la Catedral de San Marcos, el Puente de los Suspiros, la Catedral de Múnich… el lugar que más nos impactó fue el campo nazi de Auschwitz, en el que tuvimos la oportunidad de pasear por sus barracones y cámaras de gas. Nuestros ojos no daban crédito a todo el terror que puede llegar a provocar el odio en el ser humano y por muchas veces que escuches las cifras del Holocausto, seguíamos sintiendo una gran angustia. Dentro del recinto nos preguntamos dónde estaba Dios en tanto sufrimiento, rezamos por cada una de las personas inocentes que habían dejado allí su vida de una forma totalmente injusta y conocimos la figura del padre Maximiliano Kolbe que sacrificó su vida por uno de los prisioneros que iban a matar.
El martes 26 por fin llegamos a Cracovia, nuestro grupo estaba alojado en un pueblo a unos 45 minutos de la capital. La llegada fue sorprendente por la alegría y cercanía con la que nos acogieron sus habitantes y los voluntarios nos ayudaron mucho en los problemas, percances o con aquello que pudiéramos necesitar. Al ser tantos peregrinos de Navarra nos dividimos en familias, casas parroquiales y polideportivos para pasar las noches.
En nuestro caso nos acogió una familia polaca de siete personas. De todos ellos la única que sabía hablar inglés, y por lo tanto en el único idioma que nos podíamos comunicar, era la nieta, llamada Jagoda. Con la que más convivimos fue con la abuela Sophie y, a pesar de no entendernos mucho, se esforzaba y desesperaba en el buen sentido para poder hablar con nosotros. Todas las noches nos preparaban una cena enorme con platos típicos polacos y estaban con nosotros dialogando a pesar de que para ellos era muy tarde para estar despiertos, ya que tienen horarios más tempranos que en España y la nieta se tenía que levantar a las cinco de la mañana para ir a trabajar. Pusieron a nuestra disposición sus baños, habitaciones, duchas, cocina e incluso lavadora para poder hacer la colada. Desde Pamplona les llevamos unos pañuelicos rojos de San Fermín y caramelos típicos de café y leche. A ellos no les sonaban nuestras fiestas y tuvimos que explicarles qué se hacía antes de entregarles los regalos. Les pareció muy interesante y nos dijeron que igual venían algún año en verano. Gracias a Sophie pudimos comprender la importancia de San Juan Pablo II para Cracovia en particular y Polonia en general y también para todo el mundo. La familia estaba muy interesada en los actos de la JMJ y a las noches comentábamos lo que habíamos vivido nosotros y ellos visto en la tele. Cuando nos tuvimos que despedir fue un momento emotivo para todos, intercambiamos móviles y direcciones para poder mantener contacto a tantos kilómetros de distancia. Nos llevamos un recuerdo muy bonito de esta familia tan especial para nosotros y desde aquí todo nuestro agradecimiento.
El día que estuvimos visitando Cracovia había muchísimos jóvenes, cada uno con la bandera de su país y cantando canciones típicas o dando gracias a Dios con salmos. Parecía que nos conocíamos de toda la vida porque te chocaban la mano, te regalaban una sonrisa, intercambiamos camisetas, pulseras e incluso banderas. Un momento muy divertido fue cuando en un tranvía de vuelta a nuestras casas polacas nos encontramos con un grupo de italianos y fuimos cantando y aplaudiendo. En este tipo de gestos te das cuenta de que seas del país que seas todos somos hijos de Dios y esto es un gran orgullo. Además, como hemos dicho al principio, todos llegamos a Cracovia con el objetivo de compartir nuestra fe y alegría a pesar de tener dudas o no comprender bien. A veces tenemos la sensación de que estamos solos, ya que en algunos lugares no está bien vista la religión y parece que no es compatible con la juventud, por suerte en la JMJ nos hemos dado cuenta de que muchos jóvenes como nosotros creemos en lo mismo.
En las celebraciones contábamos con un libro de oraciones, bastantes pantallas en cada zona para poder ver al Papa Francisco y seguir las celebraciones, ya que las explanadas eran muy grandes para albergar a tanta gente. Además, una cosa muy curiosa es que, si conectabas la radio, en cada emisora retransmitían en un idioma diferente todos los actos, algo imprescindible para poder seguir sin problema las celebraciones porque se hablaba todo en polaco y el Papa en italiano. Encontramos al Santo Padre muy cercano a los jóvenes y nos impactó cómo un hombre de 80 años puede arrastrar a tantos jóvenes a un lugar del mundo para encontrase con Dios y también la capacidad que tiene para hacer un silencio sepulcral en una explanada con dos millones de personas. Francisco hizo hincapié en que persigamos nuestros sueños y que nadie decida el futuro por nosotros.
Esta experiencia nos ha dado fuerzas para seguir adelante en nuestra vida cristiana y a convencernos más de que esta forma de vida merece la pena. Nos ha ayudado a resolver algunas dudas sobre la religión católica y a conocer a gente que comparte lo mismo que nosotros. En estos días hemos tenido que hacer colas interminables para coger la comida, ir al baño o acceder a los recintos, hemos aprendido a valorar todo lo que tenemos en nuestra casa y a su vez nos hemos acordado de las personas refugiadas que deben dejar su casa, sus comodidades y su vida por causas ajenas a ellos.
Para finalizar, queremos dar las gracias a la organización, a todos los voluntarios que han hecho posible estos días, a los agentes de policía que han estado muy pendientes de nuestra seguridad y del buen funcionamiento de los actos y a las familias que de camino al Campo de la Misericordia, nos daban agua, aperitivos y nos refrescaban con mangueras para combatir mejor el calor. Y por supuesto a los jóvenes de Navarra por abrir sus corazones y compartir nuestra fe. Esta experiencia la llevaremos siempre con nosotras y será un impulso para nuestra vida. Si tienes la oportunidad de vivir una JMJ, te animamos a que lo hagas porque conocerás a mucha gente que vive y tiene las mismas inquietudes que tú y también las palabras del Santo Padre darán fruto en tu corazón.

Paula López y Rut Aranaz

Tomado de: http://blogs.periodistadigital.com/

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