II- El Diaconado Permanente en sus inicios

Escrito por G. Martín Sáenz Ramírez. Diácono Permanente de la Arquidiócesis de San José, Costa Rica.

En sí la institución del diaconado se remonta al Nuevo Testamento. En algún momento hemos escuchado hablar del Protomártir y Protodiácono San Esteban. San Lucas nos dice en los Hechos de los Apóstoles que éstos impusieron las manos sobre «siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría» para que atendieran las necesidades de las viudas de habla griega y por la facilidad del idioma, ellos librarían a los apóstoles de las preocupaciones temporales para que se dedicaran mejor a la oración y a la predicación (Hch 6, 3).

¿De dónde proviene la palabra diácono? viene del griego δіακονία (diakonνa) que en dos de sus formas, se emplea unas cien veces en el Nuevo Testamento queriendo significar: ministerio o ministro, unas veces y servicio o siervo en otras ocasiones. (Fuente: John N. Collins, Diakonía, Oxford University Press, 1990, pág. 3).

En los primeros años de la Iglesia vemos cómo el diaconado fue emergiendo. San Pablo en su carta a los Filipenses, escrita alrededor del año 57, hace referencia a los diáconos como orden en la Iglesia (Fil. 1, 11). También él habló con detalle sobre los diáconos en su primera carta a Timoteo (1Tim. 3, 8-10, 12-13).

Cuando los padres conciliares restauraron el diaconado en la Iglesia de Occidente, fue animado con la fe de que la Iglesia necesita ese ministerio apostólico enmarcado como ya lo hemos anotado, entre el laicado y el presbiterado, como un brazo que le faltaba al obispo.

«El diácono permanente recibe el sacramento del orden para servir en calidad de ministro a la santificación de la comunidad cristiana en comunión jerárquica con el obispo y con los presbíteros. Al ministerio del Obispo y subordinadamente al de los presbíteros, el diácono presta una ayuda sacramental, por lo tanto intrínseca, orgánica e inconfundible.

Resulta claro que su diaconía ante el altar, por tener su origen en el sacramento del orden, se diferencia esencialmente de cualquier ministerio litúrgico que los pastores puedan encargar a los fieles no ordenados. El ministerio litúrgico del diácono también se diferencia del mismo ministerio ordenado sacerdotal» (Directorio, N.28; Lumen Gentium, 29). Queda claro que el diácono no es sacerdote, su oficio es el de servir.

San Ignacio de Antioquia escribe (ca. A.D. 105) «Diáconos de los misterios de Jesucristo… no son (ustedes) ministros de comidas y bebidas, sino servidores de la Iglesia de Dios» (Ad Trall III.1).

Por tal razón, la imposición de manos crea al diácono como ministro ordenado, que, sin ser sacerdote, no es laico, sino clérigo; y que, sin ser laico no es sacerdote, pero sí está ordenado y no es Obispo.

En este sentido el diácono participa del ministerio apostólico de la Iglesia que es el encuentro con el Señor y por su ordenación diaconal entra al estado clerical (Canon 266).

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El diaconado no viene como prótesis, como un miembro artificial, sino como brazo apostólico vivo por cuyas venas corre la sangre de Cristo-Siervo, el Hijo de la sierva del Señor, de allí que el diaconado continúa la misión con Cristo por medio del maravilloso encuentro entre Dios y el ser humano en el sacramento.

Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA EDUC. CATÓLICA, Ratio fundamentalis institutionis Diaconarum Permanentium, (en adelante Ratio), 16. 2

Cfr. BENEDICTO XVI, Carta Apostólica en forma de motu proprio «Omnium in mentem», art. 2, por el que se modifica el c. 1009 CIC: “Aquellos que han sido constituidos en el orden del episcopado o del presbiterado reciben la misión y la facultad de actuar en la persona de Cristo Cabeza; los diáconos, en cambio, son habilitados para servir al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad”.

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