Conferencia Episcopal Española: Día de Hispanoamérica 2017

La Comisión Episcopal de Misiones de la Conferencia Episcopal Española  ha editado los materiales para el Día de Hispanoamérica, que se celebra el próximo 5 de marzo. Se ha elegido como lema las palabras del papa Francisco en la JMJ de Río de 2013, “Vayan, sin miedo, para servir”. El año pasado en la colecta del Día de Hispanoamérica se recaudaron un total de 69.415 euros, los datos por diócesis se pueden consultar en información documental. En este mismo apartado, se hacen públicos los datos de los 267 sacerdotes de la OCSHA por su diócesis de origen y sus países de destino en América Latina.

Mensaje de la Presidencia de la Pontificia Comisión para América Latina

Al celebrarse el Día de Hispanoamérica en todas las diócesis de España, la Iglesia renueva su compromiso misionero y su vocación de llegar «hasta los confines de la Tierra» anunciando a Cristo, quien fue, es y será por siempre el único mediador entre Dios y los hombres, modelo de humanidad plena y reconciliada, hasta que su Palabra reine en cada hogar y en cada corazón del mundo.

Debemos hacerlo sin temor, con el coraje que dona el Espíritu Santo a sus fieles, recordando que el propio Evangelio se abre y se cierra con las mismas palabras de aliento que podrían traducirse en el lema que acompaña la celebración del Día de Hispanoamérica de este año 2017: «Vayan, sin miedo, para servir».

En efecto, al inicio del anuncio evangélico vemos cómo santa María, la primera mujer evangelizada y la primera evangelizadora, al acoger en su seno al Salvador del Mundo, escucha de boca del arcángel aquellas palabras, «no tengas miedo», y ellas resuenan como un aliento profético dirigido a los cristianos de todas las épocas y de todos los rincones del mundo. Desde la gracia, que es nuestra fortaleza, somos invitados como María a superar el miedo que nos suscita la incertidumbre y la consciencia de nuestras limitaciones humanas. Este mismo mensaje se renueva a lo largo de la predicación de Jesús, como cuando exhorta a sus apóstoles diciéndoles: «¡Ánimo, yo he vencido al mundo!» (Jn 16, 33) y se extiende por todos los siglos haciéndose vigente para cada corazón cristiano, tomando la forma de una promesa segura e irrevocable: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

El temor se disuelve ante la presencia de Cristo resucitado, quien acompaña a la Iglesia y envía sobre ella su Espíritu Santo, que guía cada momento de su peregrinar. Y con su luz no hay obstáculo que sea insuperable, cultural, social o personal. El Día de Hispanoamérica nos invita a renovar la hermosa vocación de ser discípulos y misioneros de Jesús Buen Pastor, y a ser dóciles a las mociones de ese Espíritu que impulsa a la Iglesia y la conduce en su misión evangelizadora.

Una Iglesia en salida …

Desde el inicio de su pontificado, y con especial énfasis en Evangelii gaudium, el papa Francisco ha hablado de una «Iglesia en salida», es decir una Iglesia misionera «que no puede tener miedo de encontrar y de descubrir la novedad, de hablar de la alegría del Evangelio» (S.S. Francisco, Discurso a los participantes en el IV Congreso misionero nacional promovido por la Conferencia Episcopal Italiana, 22 de noviembre de 2016).

De este ideal de Iglesia señalado por el Santo Padre, ¿cómo no ver un ejemplo concreto e interpelante en los miles de hermanos y hermanas que a lo largo de la historia han entregado su vida por el anuncio del Evangelio? Entre ellos recordamos y hoy celebramos a los miles de sacerdotes de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA), que en las últimas décadas partieron de España y lo dejaron todo para ser misioneros en América Latina, una llamada general que la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, de la Conferencia Episcopal Española, renueva y fortalece cada año, y dirige especialmente a todos los sacerdotes de España.

Nuestro mundo, hoy especialmente, necesita de discípulos misioneros que se atrevan a «salir» para llegar a todas aquellas periferias existenciales que esperan la luz del Evangelio; de discípulos de Cristo que sepan «adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos» (EG, n. 24). Y esta Iglesia en salida es una que sabe acoger, que no levanta la voz para ahuyentar al pecador, sino para invitarlo, y que no tiene miedo de mostrar el rostro tierno del Padre, y de abrir sus brazos a todo aquel que esté herido y necesitado de su amor y de su misericordia.

El reto actual de la Iglesia

En estos más de dos mil años de cristianismo, la misión esencial de la Iglesia no ha cambiado, pero ciertamente los tiempos lo han hecho, sobre todo en las últimas décadas, y con ellos la necesidad de anunciar a Jesucristo desde una visión renovada y creativa, adecuada a nuestra época y a los nuevos contextos sociales y culturales. «En el mandato de Jesús, ‘id’, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia», afirma el papa Francisco (S. S. Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2015). Por ello, la llamada a ser discípulos misioneros debe resonar en nuestros corazones de una manera siempre actual, sin retroceder ante los cambios, sino encarnando el Mensaje de Cristo en las nuevas circunstancias y en los nuevos contextos, con gran sencillez pero también con astucia y con inteligencia.

Junto a grandes posibilidades que se abren para la humanidad, fruto de su progreso y del trabajo humano, así como de la fuerza creativa de muchas personas de buena voluntad, son numerosas las dificultades que experimenta el Evangelio para hacerse «una morada en el mundo» y encarnarse en lo humano. Con un sano realismo, cimentado en la esperanza, somos invitados a «tomar el pulso» a la realidad que nos rodea para responder a ella desde la Buena Nueva de Cristo.

Vemos que la Iglesia vive hoy en un mundo marcado por graves carencias humanas y problemas de gran magnitud que la interpelan y hacen de su misión evangelizadora un desafío enorme, imposible desde la mirada humana, aunque posible y alcanzable desde la mirada de Dios, desde los ojos de la fe. Los discípulos de Cristo son enviados hoy a un mundo lacerado por el sufrimiento y por la indiferencia ante Dios, y cada vez más también por una activa y explícita hostilidad hacia el Mensaje de Cristo y hacia el estilo de vida cristiana y hacia toda la riqueza que éste trae consigo. Y ante ello existe el riego de dejarse paralizar por el temor. «Son situaciones que nos pueden paralizar –afirma el papa Francisco–, que pueden poner en duda nuestra fe y especialmente nuestra esperanza, nuestra manera de mirar y encarar el futuro» (S. S. Francisco, en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, 12 de diciembre de 2016).

Y, junto con el miedo, el otro gran enemigo de la acción evangelizadora es el egoísmo, que lleva a encerrarse en un horizonte diminuto y a excluir el bien del prójimo sustituyéndolo por los propios intereses individuales. Es una dinámica que no solo atenta contra la naturaleza expansiva del Evangelio, sino contra la persona misma y contra su verdadero bien, que solo pueden alcanzarse en la vivencia del amor auténtico y desinteresado. Nada, pues, más alejado del servicio al que nos invita Cristo, que «no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28),

Ante la tentación del miedo y del egoísmo que amenaza hoy a los discípulos de Jesús, debemos responder con un servicio alegre y generoso, que no teme al desprendimiento personal, sino que encuentra en la donación de la propia existencia su vida plena. Es un camino que conduce a la más profunda felicidad personal, y que constituye al mismo tiempo un signo de contradicción para un mundo que muere en el egoísmo, y el mayor testimonio profético de que el Evangelio «crece mucho más por atracción, como Cristo atrae a todos a sí con la fuerza de su amor» (S. S. Benedicto XVI, Homilía en la explanada del Santuario de Aparecida, 13 de mayo de 2007).

Al servicio del Evangelio

Sabemos muy bien que la acción evangelizadora, como afirmaba Benedicto XVI hace unos años en un Mensaje para el domingo mundial de las misiones, «es el servicio más valioso que la Iglesia puede prestar a la humanidad y a toda persona que busca las razones profundas para vivir en plenitud su existencia» (S. S. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones, 23 de octubre). Estas palabras parecen un eco de aquellas con las que hace ya más de 40 años se abría la profética exhortación apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi: «El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad» (EN, n. 1).

No hay servicio humano más hermoso y que dé mayor fruto que el anuncio gozoso de Cristo resucitado. ¿No es acaso esta la condición que define al cristiano, la de ser servidor del Evangelio? De hecho así se presenta san Pablo al inicio de su Carta a los Romanos: como «servidor de Jesucristo, llamado a ser Apóstol, y elegido para anunciar la Buena Nueva de Dios» (Rom 1, 1). Es este servicio el que define la actividad del cristiano en todos los ámbitos de su vida personal y social y que la dota de un carácter distinto, que lleva el sabor del Evangelio y es sal de la tierra, tanto cuando se desempeña en sus tareas más ordinarias, como cuando se trata de predicar explícitamente a Jesucristo.

En este servicio misionero está la clave de la mayor renovación que la Iglesia requiere en vista de su misión evangelizadora. Así lo señalaba recientemente el papa Francisco, al afirmar que «nuestra vocación cristiana nos pide ser portadores de este espíritu misionero para que se produzca una verdadera ‘conversión misionera’ de toda la Iglesia» (S. S. Francisco, Discurso a los participantes en el IV Congreso misionero nacional promovido por la Conferencia Episcopal Italiana, 22 de noviembre de 2017).

María, refugio y modelo en la acción evangelizadora

Nadie mejor que María santísima encarna este espíritu de «servicio misionero» en la Iglesia. Ella, como «primera discípula» y misionera por excelencia del Evangelio hecho carne en su seno virginal, ilumina con su ejemplo y conduce el accionar de sus hijos, sobre todo cuando procuran llevar al mundo la palabra de su Hijo resucitado. Al mismo tiempo, intercede por ellos y los cubre constantemente con sus maternales cuidados.

En relación con la función de nuestra Madre en la misión evangelizadora, el lema escogido para esta Jornada resulta particularmente evocativo de la presencia de santa María, en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, que ha acompañado la obra de la Iglesia en el continente americano desde sus albores. El papa Francisco, haciendo alusión a lo que significa el reto evangelizador en nuestros tiempos y a las dificultades que este entraña, decía en su homilía del 12 de diciembre del 2014, en la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe celebrada en la basílica de San Pedro: «si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza que Ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de madre, de madrecita, de madraza: ¿por qué tienes miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?».

Invito a todos los fieles de España a reconocerse discípulos y misioneros de Cristo, servidores de su Evangelio, y a saberse siempre impulsados y fortalecidos por el Espíritu Santo, y protegidos por la intercesión de la Madre del verdadero Dios. E invito especialmente a los sacerdotes que sienten la llamada ad gentes, quienes de una manera muy especial están «bajo su manto, en el cruce de sus brazos», como reza el Nican Mopohua, a no tener miedo de lanzarse a la misión: un mundo necesitado de Dios los espera, ¡América Latina los espera!

Cardenal Marc Ouellet

Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina

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